Cristo nuestro Sumo Sacerdote
La epístola a los Hebreos nos presenta estas cosas. Allí vemos al cristiano como peregrino y forastero. Está de viaje hacia la gloria (11:40), pues tiene un “llamamiento celestial” (3:1). Pero ahora está todavía en el desierto, con todas las dificultades y peligros inherentes a éste. Luego se nos presenta al Sacerdote. El Señor Jesús en el cielo es el gran Sumo Sacerdote que, viendo los peligros y las dificultades, intercede por nosotros ante Dios.
Las más de las veces se supone que el sacerdocio del Señor Jesús está relacionado con nuestros pecados, pero de un modo general esto no es correcto. Naturalmente, el principio de su presentación como Sumo Sacerdote quedaba relacionado con nuestros pecados. Hebreos 2:17 dice: “Para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, expiar los pecados del pueblo”. Pero el capítulo 10:12 nos dice: “Pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios”. Y en el versículo 14 está escrito: “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados”.
La
epístola a los Hebreos ve al creyente en su aspecto de criatura de Dios. Por
haber cumplido el Señor Jesús una obra en la cruz, por la que Dios queda
perfectamente satisfecho, la cuestión de los pecados queda para siempre
resuelta. “Habiendo obtenido eterna redención” (9:12). El creyente fue hecho
“perfecto para siempre” (10:14). Cristo ha efectuado la destrucción del pecado,
“por el sacrificio de sí mismo” (9:26).
Entre Dios y los creyentes la conver-sación
nunca más gira en torno a los pecados. Por eso ya no se habla de ello en la
epístola a los Hebreos. Los pecados en que incurre un creyente después de su
conversión, ya no son una cuestión entre Dios y su criatura, sino entre el
Padre y su hijo. Esto lo encontramos en la primera epístola de Juan.
Aunque el
primer servicio del Señor Jesús como Sumo Sacerdote se cumplió en la tierra, y
además en relación con los pecados, su servicio ahora ya no lleva este
carácter. Tras haber cumplido la obra, para siempre “se sentó a la diestra de
Dios” en el cielo. “Porque tal sumo sacerdote nos convenía... hecho más sublime
que los cielos” (7:26). “Si estuviese sobre la tierra, ni siquiera sería
sacerdote” (8:4).
Así tenemos un Sacerdote en el cielo
que, en lo que toca a los pecados, lo ha ordenado todo, “viviendo siempre para
interceder por ellos” (7:25).
¿Quién es este Sacerdote? Hebreos 1 nos lo dice: es el Hijo
de Dios. Por eso puede en todo tiempo interceder por nosotros ante Dios. ¿Quién
podría hacer esto sino tan sólo Dios? Pero, para poder interceder a favor del
hombre, tuvo El mismo que hacerse hombre. Hebreos 2 dice que verdaderamente ha
sido hombre. Es Hijo del hombre. Fue hombre de verdad, igual que Adán, pues fue
“nacido de mujer” (Gál. 4:4).
¡Qué maravilla! ¡Dios manifestado en
carne! “Aquel Verbo fue hecho carne” (Juan 1:14). El, creador del cielo y de la
tierra, creador del hombre, El mismo se hizo hombre.
Hebreos 2 alude a dos razones por
las que el Señor Jesús vino a ser hombre. Los versículos 14-17 dicen que se
hizo hombre a fin de cumplir la obra de expiación de nuestros pecados y
libramos del poder del diablo y de la muerte. Hacía falta que les fuese un
“misericordioso y fiel sumo sacerdote” (v. 17). ¿No habla esto aún más a
nuestros corazones?
El
señor Jesús sabía cómo seríamos. Él Sabía de los peligros y de las dificultades
que encontraríamos en nuestro camino. Por eso vino a ser hombre y penetró en
todas nuestras circunstancias, para que por experiencia propia pidiese conocer
todas las dificultades, toda pena, todas las tentaciones, para que, teniendo
pleno conocimiento de todo lo que tendríamos que vencer, pudiese socorrernos.
Del Libro “Cartas” de H.L. Heijkoop, páginas 54-55
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