jueves, 12 de noviembre de 2020

Cristo nuestro Sumo Sacerdote

 Cristo nuestro Sumo Sacerdote


La epístola a los Hebreos nos presenta estas cosas. Allí vemos al cristiano como peregrino y forastero. Está de viaje hacia la gloria (11:40), pues tiene un “llamamiento celestial” (3:1). Pero ahora está todavía en el desierto, con todas las dificultades y peligros inherentes a éste. Luego se nos presenta al Sacerdote. El Señor Jesús en el cielo es el gran Sumo Sacerdote que, viendo los peligros y las dificultades, intercede por nosotros ante Dios.

            Las más de las veces se supone que el sacerdocio del Señor Jesús está relacionado con nuestros pecados, pero de un modo general esto no es correcto. Naturalmente, el principio de su presentación como Sumo Sacerdote quedaba relacionado con nuestros pecados. Hebreos 2:17 dice: “Para venir a ser miseri­cordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, expiar los pecados del pueblo”. Pero el capítulo 10:12 nos dice: “Pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios”. Y en el versículo 14 está escrito: “Porque con una sola ofrenda hizo per­fectos para siempre a los santificados”.

            La epístola a los Hebreos ve al creyente en su aspecto de criatura de Dios. Por haber cumplido el Señor Jesús una obra en la cruz, por la que Dios queda perfectamente satisfecho, la cuestión de los pecados queda para siempre resuelta. “Habiendo obtenido eterna redención” (9:12). El creyente fue hecho “perfecto para siempre” (10:14). Cristo ha efectuado la destrucción del pecado, “por el sacrificio de sí mismo” (9:26).

            Entre Dios y los creyentes la conver-sación nunca más gira en torno a los pecados. Por eso ya no se habla de ello en la epístola a los Hebreos. Los pecados en que incurre un creyente después de su conversión, ya no son una cuestión entre Dios y su criatura, sino entre el Padre y su hijo. Esto lo encontramos en la primera epístola de Juan.

Sacerdote en el cielo

            Aunque el primer servicio del Señor Jesús como Sumo Sacer­dote se cumplió en la tierra, y además en relación con los pecados, su servicio ahora ya no lleva este carácter. Tras haber cumplido la obra, para siempre “se sentó a la diestra de Dios” en el cielo. “Porque tal sumo sacerdote nos convenía... hecho más sublime que los cielos” (7:26). “Si estuviese sobre la tierra, ni siquiera sería sacerdote” (8:4).

            Así tenemos un Sacerdote en el cielo que, en lo que toca a los pecados, lo ha ordenado todo, “viviendo siempre para interceder por ellos” (7:25).

¿Quién es este Sacerdote? Hebreos 1 nos lo dice: es el Hijo de Dios. Por eso puede en todo tiempo interceder por nosotros ante Dios. ¿Quién podría hacer esto sino tan sólo Dios? Pero, para poder interceder a favor del hombre, tuvo El mismo que hacerse hombre. Hebreos 2 dice que verdaderamente ha sido hombre. Es Hijo del hombre. Fue hombre de verdad, igual que Adán, pues fue “nacido de mujer” (Gál. 4:4).

            ¡Qué maravilla! ¡Dios manifestado en carne! “Aquel Verbo fue hecho carne” (Juan 1:14). El, creador del cielo y de la tierra, creador del hombre, El mismo se hizo hombre.

            Hebreos 2 alude a dos razones por las que el Señor Jesús vino a ser hombre. Los versículos 14-17 dicen que se hizo hombre a fin de cumplir la obra de expiación de nuestros pecados y libramos del poder del diablo y de la muerte. Hacía falta que les fuese un “misericordioso y fiel sumo sacerdote” (v. 17). ¿No habla esto aún más a nuestros corazones?

                El señor Jesús sabía cómo seríamos. Él Sabía de los peligros y de las dificultades que encontraríamos en nuestro camino. Por eso vino a ser hombre y penetró en todas nuestras circunstancias, para que por experiencia propia pidiese conocer todas las dificultades, toda pena, todas las tentaciones, para que, teniendo pleno conocimiento de todo lo que tendríamos que vencer, pudiese socorrernos.

Del Libro “Cartas” de  H.L. Heijkoop, páginas 54-55

No hay comentarios:

Publicar un comentario