Si
uno confiesa su pecado a Dios, ¿es necesario también confesarlo a otros?
Nuestra responsabilidad es hacia aquellos a quienes hemos
hecho el mal, o sea, hacia Dios, y hacia otros. Si mi confesión a Dios ha sido
honesta, y el resultado de una contrición genuina, lo que sigue será la
confesión honesta a la persona o personas a quienes he lastimado también. El
Señor Jesús demanda que “si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de
que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y
anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu
ofrenda” (Mt 5.23- 24). ¡Ojo! Cualquiera que piense que por haber confesado su
pecado a Dios puede ignorar su responsabilidad hacia su prójimo, no ha
reconocido que su relación con Dios (“ofrenda al altar”) quedará estorbada
hasta que cumpla el requisito “reconcíliate primero con tu hermano”. Santiago
trata del pecado no confesado entre creyentes y advierte de la posibilidad del
juicio de la enfermedad, o aun la muerte, como juicio divino. “Confesaos
vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados”
(Stg 5.16). Como mencionamos al principio, la palabra que se usa aquí significa
“hablar la misma cosa, abiertamente”
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