EL
TESTIMONIO CRISTIANO
Recibiréis poder, cuando haya venido
sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea,
en Samaría, y hasta lo último de la tierra. (Hechos
1:8)
Que los
cristianos deben ser testigos del Señor Jesucristo es algo que queda muy claro
en la Palabra de Dios. Que muchos cristianos han fallado en ser testigos para
nuestro Señor Jesucristo es indudable, y al mismo tiempo, es muy lamentable.
Satisfacemos con el hecho de ser salvos, y no sentir la responsabilidad de ir
más allá, es una situación muy triste, y puede traer dudas en cuanto a qué tan
real es la fe de uno. Esto debería conducir a una exanimación propia para
asegurarse que la fe que se posee no es la misma que Santiago describe en su
epístola: “Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe
sin obras está muerta” (Stg. 2:26). Obviamente no es que se espere que cada
creyente sea un evangelista, sino que todo creyente procure hacer obra de
evangelista, aunque sea en una escala muy pequeña.
Un creyente no puede permanecer
totalmente en silencio con respecto a su fe, y especialmente en aquellos
lugares donde existe libertad de religión. C. H. Mackíntosh escribió: «No tan
solo somos salvos del infierno, lo cual es cierto; no solo somos perdonados,
justificados y aceptados, lo cual es completamente verdadero; sino que además
somos llamados a la elevada y santa obra de llevar en este mundo el nombre, el
testimonio y la gloria de nuestro Señor Jesucristo».
El apóstol Pablo cita el Salmo 116
en 2 Corintios 4:13, diciendo: “Tenemos el mismo espíritu de fe conforme a lo
que está escrito: Creí; por lo tanto, hablé. Nosotros también creemos; por lo tanto,
también hablamos” (RVA-2015). Los apóstoles Pedro y Juan no estaban frente a
inquisidores amistosos cuando dijeron: “Juzgad si es justo delante de Dios
obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que
hemos visto y oído” (Hch. 4:19-20).
A
M. Behnam
Devocional “El Señor está Cerca” 2020.
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