jueves, 12 de noviembre de 2020

¿Qué es el espiritismo?

 ¿Qué es el espiritismo?

Al terminar una reunión de evangelización en la cual la Palabra de Dios había sido presentada a un numeroso auditorio, un amigo creyente vino a decirme que tres jóvenes señoras estaban fuera y que deseaban hablar conmigo. Querían saber cuál era mi opinión sobre el espiritismo.


Esta petición me sorprendió vivamente, pues, cosa bastante rara, la noche anterior, estando en casa de ese mismo amigo, habíamos hablado hasta una hora muy avanzada acerca del espiritismo. Habíamos recordado algunos de los hechos más remarcables que se relacio­nan con ese tema y que prueban la realidad de muchas de sus creencias. Parecía como si el Señor me hubiese preparado para esta entrevista, cuyos resultados debían ser bendecidos. Respondí a mi amigo:

    No tengo mucho que decir sobre este asunto, pero estaré contento de poder hablar con ellas.

Las tres jóvenes señoras me fueron presentadas y me dijeron:

    Hemos venido a preguntarle qué piensa usted del espiritismo.

   Creo firmemente en él.

   ¿Piensa que es bueno o que es malo?

   Considero que es satánico.

Estas palabras les chocaron un poco y expresaron la dificultad que tenían para creer que los buenos conse­jos dados por los espíritus pudieran proceder de Sata­nás. Tenían la costumbre de reunirse cada semana y consultarles sobre diferentes temas. Sus relaciones con los espíritus eran de un carácter exclusivamente reli­gioso. Les pedían, por ejemplo, la explicación de pasa­jes de la Escritura que les eran difíciles de comprender, y siempre, decían, obtenían alguna luz. Poseían páginas llenas de respuestas manuscritas a estas preguntas. Yo temblaba al oírles relatar tranquilamente sus relaciones habituales con las potestades de las tinieblas.

    No caigan ustedes en un error —les dije— "porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz" (2 Corintios 11: 14). Pero, ¿qué es lo que les ha lle­vado a ustedes a pedir mi punto de vista sobre este asunto?

    Acudimos a la sala de reuniones hacia el final de la predicación. Habíamos estado ya en la iglesia, cuando de repente nos acordamos que esta noche tenía que haber un servicio aquí y nos decidimos a venir, si bien ya era demasiado tarde. En el momento que entra­mos, usted pronunciaba estas palabras: «Si vuestros pecados no han sido perdonados antes de morir, no lo serán nunca». Entonces nos dijimos la una a la otra: «O este hombre dice una mentira, o los espíritus nos han engañado».

   ¿Qué les dicen, pues, los espíritus?

    Que todos pasarán por una prueba purificadora después de la muerte, y que, aunque se muera siendo malo, se llegará finalmente al «río de la luz». La prueba será más o menos larga, más o menos dolorosa, pero el resultado será la perfección de todos.

    En tal caso, los espíritus son espíritus de men­tira —repliqué—, ya que las Escrituras declaran que Cristo ofreció "un solo sacrificio por los pecados" (Hebreos 10: 12) y que "con una sola ofrenda hizo per­fectos para siempre a los santificados" (v. 14). Los espí­ritus con los que ustedes han estado en comunicación han intentado dar un golpe mortal a Cristo y a su sacri­ficio expiatorio. Son malos espíritus. La Palabra de Dios declara que solamente hay un camino para la sal­vación; los espíritus les han indicado otro. Son espíritus de mentira. Les han enseñado el error fatal de que todos finalmente serán salvos después de la muerte, aun aque­llos que hayan rechazado a Cristo mientras vivían. La Palabra de Dios dice: "En ningún otro (o sea Cristo crucificado por los hombres, pero a quien Dios resucitó de entre los muertos) hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que poda­mos ser salvos" (Hechos 4:12); pero los espíritus dicen: «Todo irá bien para usted sin Él». ¿A quién creer? ¿A Dios y a su Palabra o a los espíritus de las tinieblas?

La vida del hombre aquí abajo es tan corta y llena de dolores, que la mayoría de los hombres desean atravesar el velo que cubre el porvenir oscuro y desconocido que sigue a nuestra existencia sobre la tierra. Se empieza con brillantes esperanzas, pero pronto surge el desen­canto, cuando se descubre que todo es "vanidad y aflic­ción de espíritu" (Eclesiastés 2: 11). Pero, ¿no hay nada en el más allá? ¿El hombre es semejante a las bestias del campo? ¿No nos espera un destino más noble? ¿Quién puede decírnoslo con certeza? ¿La Biblia? ¡Ah! este libro habla a la conciencia del hombre. Le dice en térmi­nos exentos de adulación que es un pecador y que des­pués de la muerte viene el juicio. Le revela que después de la muerte el destino de cada uno está ya fijado y no puede cambiarse. Es preciso que uno sea salvo antes de la muerte o no lo será en absoluto; el perdón de los pecados es ofrecido a todos sin excepción con la simple condición de creer en la persona y en la obra del Señor Jesucristo, pero si todo esto no se acepta de este lado de la tumba, no puede ser concedido del otro. «Si vuestros pecados no son perdonados antes de la muerte, no lo serán nunca», he aquí lo que había conducido a estas pobres víctimas de Satanás a indagar con ansiedad la verdad; pero esta doctrina de las Escrituras es desagra­dable a los hombres y lo será cada día más a medida que nos acercamos a la apostasía final.

Es esta terrible incertidumbre en cuanto al porvenir la que, en mi opinión, hace que el espiritismo sea tan atrayente para tantas personas. A medida que la fe en el testimonio de las Escrituras disminuye, los hombres se vuelven hacia estas potencias ocultas para obtener por medio de ellas, si es posible, algunos atisbos de ese largo «más allá».

Continuará

No hay comentarios:

Publicar un comentario