¿Qué es el espiritismo?
Al terminar una reunión de
evangelización en la cual la Palabra de Dios había sido presentada a un
numeroso auditorio, un amigo creyente vino a decirme que tres jóvenes señoras
estaban fuera y que deseaban hablar conmigo. Querían saber cuál era mi opinión
sobre el espiritismo.
Esta petición me sorprendió vivamente, pues, cosa bastante
rara, la noche anterior, estando en casa de ese mismo amigo, habíamos hablado
hasta una hora muy avanzada acerca del espiritismo. Habíamos recordado algunos
de los hechos más remarcables que se relacionan con ese tema y que prueban la
realidad de muchas de sus creencias. Parecía como si el Señor me hubiese
preparado para esta entrevista, cuyos resultados debían ser bendecidos.
Respondí a mi amigo:
— No
tengo mucho que decir sobre este asunto, pero estaré contento de poder hablar
con ellas.
Las tres jóvenes señoras me fueron presentadas y me
dijeron:
— Hemos venido a preguntarle qué piensa usted
del espiritismo.
— Creo firmemente en él.
— ¿Piensa que es bueno o que es malo?
— Considero que es satánico.
Estas palabras les chocaron un poco y
expresaron la dificultad que tenían para creer que los buenos consejos dados
por los espíritus pudieran proceder de Satanás. Tenían la costumbre de
reunirse cada semana y consultarles sobre diferentes temas. Sus relaciones con
los espíritus eran de un carácter exclusivamente religioso. Les pedían, por
ejemplo, la explicación de pasajes de la Escritura que les eran difíciles de
comprender, y siempre, decían, obtenían alguna luz. Poseían páginas llenas de
respuestas manuscritas a estas preguntas. Yo temblaba al oírles relatar
tranquilamente sus relaciones habituales con las potestades de las tinieblas.
— No caigan ustedes en un error —les dije—
"porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz" (2 Corintios
11: 14). Pero, ¿qué es lo que les ha llevado a ustedes a pedir mi punto de
vista sobre este asunto?
— Acudimos a la sala de reuniones hacia el
final de la predicación. Habíamos estado ya en la iglesia, cuando de repente
nos acordamos que esta noche tenía que haber un servicio aquí y nos decidimos a
venir, si bien ya era demasiado tarde. En el momento que entramos, usted
pronunciaba estas palabras: «Si vuestros pecados no han sido perdonados antes
de morir, no lo serán nunca». Entonces nos dijimos la una a la otra: «O este
hombre dice una mentira, o los espíritus nos han engañado».
— ¿Qué
les dicen, pues, los espíritus?
— Que
todos pasarán por una prueba purificadora después de la muerte, y que,
aunque se muera siendo malo, se llegará finalmente al «río de la luz». La
prueba será más o menos larga, más o menos dolorosa, pero el resultado será la
perfección de todos.
— En tal caso, los espíritus son espíritus de
mentira —repliqué—, ya que las Escrituras declaran que Cristo ofreció "un
solo sacrificio por los pecados" (Hebreos 10: 12) y que "con una sola
ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados" (v. 14). Los espíritus
con los que ustedes han estado en comunicación han intentado dar un golpe
mortal a Cristo y a su sacrificio expiatorio. Son malos espíritus. La Palabra
de Dios declara que solamente hay un camino para la salvación; los espíritus
les han indicado otro. Son espíritus de mentira. Les han enseñado el error
fatal de que todos finalmente serán salvos después de la muerte, aun aquellos
que hayan rechazado a Cristo mientras vivían. La Palabra de Dios dice: "En
ningún otro (o sea Cristo crucificado por los hombres, pero a quien Dios resucitó
de entre los muertos) hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo,
dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Hechos 4:12); pero los
espíritus dicen: «Todo irá bien para usted sin Él». ¿A quién creer? ¿A Dios y a
su Palabra o a los espíritus de las tinieblas?
La
vida del hombre aquí abajo es tan corta y llena de dolores, que la mayoría de
los hombres desean atravesar el velo que cubre el porvenir oscuro y desconocido
que sigue a nuestra existencia sobre la tierra. Se empieza con brillantes
esperanzas, pero pronto surge el desencanto, cuando se descubre que todo es
"vanidad y aflicción de espíritu" (Eclesiastés 2: 11).
Pero, ¿no hay nada en el más allá? ¿El hombre es semejante a las bestias del
campo? ¿No nos espera un destino más noble? ¿Quién puede decírnoslo con
certeza? ¿La Biblia? ¡Ah! este libro habla a la conciencia del hombre. Le dice
en términos exentos de adulación que es un pecador y que después de la muerte
viene el juicio. Le revela que después de la muerte el destino de cada uno está
ya fijado y no puede cambiarse. Es preciso que uno sea salvo antes de la muerte
o no lo será en absoluto; el perdón de los pecados es ofrecido a todos sin
excepción con la simple condición de creer en la persona y en la obra del Señor
Jesucristo, pero si todo esto no se acepta de este lado de la tumba, no puede
ser concedido del otro. «Si vuestros pecados no son perdonados antes de la
muerte, no lo serán nunca», he aquí lo que había conducido a estas pobres
víctimas de Satanás a indagar con ansiedad la verdad; pero esta doctrina de las
Escrituras es desagradable a los hombres y lo será cada día más a medida que
nos acercamos a la apostasía final.
Es esta terrible incertidumbre en cuanto
al porvenir la que, en mi opinión, hace que el espiritismo sea tan atrayente
para tantas personas. A medida que la fe en el testimonio de las Escrituras
disminuye, los hombres se vuelven hacia estas potencias ocultas para obtener
por medio de ellas, si es posible, algunos atisbos de ese largo «más allá».
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