Por Hamilton Smith
3. La senda del Piadoso en un Día de Ruina
Capítulo 2
(c) La senda de Dios
para el individuo en un día de ruina (versículos 19-22)
(Vv. 20, 21). En
segundo lugar, no solos debemos separarnos de la iniquidad sino también de las personas
asociadas con el mal, llamados aquí utensilios para usos viles (RVR60), o vasos
para deshonra (V.M.). El apóstol utiliza la ilustración de una gran casa de un
hombre de mundo para presentar la condición en que la Cristiandad ha caído.
Aquello que toma el lugar en la tierra de ser la casa de Dios, en lugar de
estar aparte del mundo y en contraste al mundo, ha llegado a ser como el mundo
y como las casas del mundo, en las que hay utensilios (o vasos) de diferentes
materiales utilizados para diferentes propósitos, pero en las cuales los
utensilios (o vasos) para usos honrosos pueden ser hallados en contacto con
utensilios (o vasos) para usos viles (o para deshonra). Si, no obstante, un
utensilio (o vaso) ha de ser útil al Señor (o útil al Dueño), no debe estar en
contacto con un utensilio para uso vil (o para deshonra).
De este modo, el creyente que será
útil al Señor es aquel que “se limpia él mismo” de utensilios para usos
viles. Se ha señalado que el único otro lugar en el Nuevo Testamento en que la
palabra traducida "limpia" es usada es en 1 Corintios 5:7, donde la
asamblea de Corintios es instruida de este modo, "limpiaos...de la vieja
levadura". Cuando la asamblea estaba en su condición normal, y un perverso
era hallado en medio de ellos, se les había instruido “quitar” de entre ellos
mismos a la persona perversa. (1 Corintios 5:13). Aquí (v. 20), el apóstol
prevé un tiempo cuando la masa profesante estará en una condición tan baja que
no habrá poder para quitar al perverso. En una condición tal, cuando toda
reconvención piadosa es en vano, los piadosos son instruidos a separarse de los
utensilios para usos viles. En ambos casos el principio en el mismo: no debe
haber ninguna asociación entre el piadoso y el impío. Para rechazar tal
asociación, en un caso - la condición normal - la asamblea debe “limpiarse...
de la vieja levadura”: en el otro caso - cuando ya no hay poder para lidiar con
el mal - el instrumento para honra debe “limpiarse él mismo” de los utensilios
para usos viles separándose de ellos. Alguien ha dicho, Por consiguiente, si
cualquiera que lleva el Nombre del Señor, y bajo el pretexto de la unidad, o
por amor a la comodidad, o por parcialidad para con sus amigos, tolera el mal
que la Escritura muestra que Dios aborrece, un hombre piadoso no tiene otra
opción, sino que está obligado a oír la palabra divina y a limpiarse de estos
vasos para deshonra.'
Así,
está claro que debemos dejar de hacer el mal antes de aprender a hacer el bien;
ya que es solamente separada del mal que cualquier persona es santificada e
idónea para el uso que le quiera dar el Señor y preparada para toda buena obra.
La medida de nuestra separación será la medida de nuestra preparación. Alguien
ha dicho con razón, “En cada época de la iglesia cualquier pequeño esfuerzo por
obedecer este mandato ha tenido su recompensa, ya sea que haya sido observado
por uno o por más; y quienquiera que se tome el trabajo de investigar el curso
de cualquier distinguido siervo del Señor, o de una compañía de creyentes,
hallará que la separación del mal circundante fue una de las características
principales, y que el servicio y la honra fueron proporcionales a esto, pero
que disminuyeron y menguaron cuando esta llave al servicio fue descuidada o no
fue utilizada.”
Para
su aliento y estímulo, aquel que actúa conforme a este mandato, se asegura que
no sólo será útil para el Señor, sino que él será un "instrumento para
honra." Él puede tener que enfrentar las afrentas, e incluso la burla, de
aquellos de quienes se separa, pero, dice el apóstol que “será instrumento para
honra."
Estos
versículos muestran que la separación es de un carácter doble; primero, debemos
retirarnos de todo sistema inicuo; en segundo lugar, debemos separarnos de
personas deshonrosas.
Aquí,
entonces, está nuestra autorización para que el individuo se separe de todos
estos grandes sistemas de los hombres, que desechan a Cristo como la única
Cabeza de Su cuerpo, en los que creyentes e incrédulos están asociados juntos,
y en los que no hay poder para lidiar con el mal o admitir principios que hacen
imposible que se pueda lidiar con el mal.[1]
(V. 22). La instrucción a separarse del mal es
seguida por el mandato igualmente importante, "Huye también de las
pasiones juveniles." Habiéndonos separado de las corrupciones de la
Cristiandad, debemos tener cuidado de no caer en las corrupciones de la
naturaleza. "Pasiones juveniles" no sólo aluden a los más indecorosos
deseos de la carne, sino también a todas esas cosas que la naturaleza caída
desea con la irreflexiva impetuosidad y obstinación de la juventud. Nunca
estamos en mayor peligro de actuar en la carne que cuando hemos actuado en
infidelidad al Señor. Alguien ha dicho, 'podemos ser seducidos al relajo moral
a través de nuestra satisfacción en nuestra separación eclesiástica.' Cuan
razonable es, entonces, esta exhortación a huir también de las pasiones
juveniles, siguiendo, como lo hace, el mandato de apartarse de la iniquidad y
separarse de los utensilios para usos viles.
Habiéndonos
separado de las corrupciones de la Cristiandad y habiendo rechazado las
corrupciones de la naturaleza, somos exhortados a procurar ciertas grandes
cualidades morales las cuales dan un carácter positivo a la senda. No se nos
dice que sigamos a algún maestro prominente, aunque debemos reconocer de buena
gana todo don, si conduce en la senda que tiene estas marcas. Las cualidades
que debemos procurar son "la justicia, la fe, el amor y la paz."
La
justicia viene necesariamente en primer lugar, ya que de lo que se trata
aquí es de la senda individual. Habiéndonos separado de la iniquidad debemos
juzgar nuestros caminos y ver que todas nuestras relaciones prácticas, sean en
conexión con el mundo o con el pueblo de Dios, estén de acuerdo con la
justicia.
Luego
viene la fe y esto angosta la senda aún más, ya que la fe tiene que ver
con Dios; y no todo camino justo es un camino de fe. La justicia práctica hacia
los hombres, en el sentido de un trato honesto los unos con los otros, puede
existir sin fe en Dios. La senda de Dios para los Suyos a través de este mundo
demanda el ejercicio constante de la fe en el Dios viviente. No sólo
necesitamos una senda que caminar, sino que necesitamos fe para caminar la
senda.
El
amor es lo que sigue. Si estamos en relaciones
correctas con lo demás, y caminando por fe en Dios, nuestros corazones serán
libres para sentir una gran compasión por los demás. La "fe en el Señor
Jesús" va seguida por el "amor para con todos los santos."
(Efesios 1:15; Colosenses 1:4).
La
paz viene al final y en su debido lugar como el resultado de la justicia,
de la fe y del amor. La justicia encabeza la lista y la paz la cierra, pues
"la semilla cuyo fruto es la justicia se siembra en paz." (Santiago
3:18 - LBLA). A menos que sea guardada por las cualidades que la preceden,
procurar la paz puede degenerar en indiferencia a Cristo y en consentimiento
del mal.
Aquí
tenemos, entonces, enseñanzas claras para nuestro caminar individual en un día
de ruina. Las enseñanzas, no obstante, no finalizan con estas instrucciones
individuales, ya que, en este punto, el apóstol pasa de lo que es individual a
lo que es colectivo. Él nos dice que estas cualidades han de ser procuradas
"con los que invocan al Señor con corazón puro." (V. 22 - VM).
Las palabras "con los" (plural) introducen claramente lo que es
colectivo. Esto es de la más profunda importancia, ya que, sin esta enseñanza,
podríamos preguntarnos, ¿Qué autorización nos da la Escritura para caminar con
otros en un día de ruina? Aquí está nuestra autorización: no se nos deja
aislados. Siempre habrá otros quienes, en un día de ruina, invocan al Señor con
corazón puro. Invocar al Señor es la expresión de dependencia en el Señor y
parece especialmente conectada con un día de alejamiento del Señor. En los
malvados días de Set leemos que, "Entonces los hombres comenzaron a
invocar el nombre de Jehová." (Génesis 4:26). Así, también, leemos de
Abraham, cuando salió de su tierra, y de su parentela y de la casa de su padre,
que él "invocó el nombre de Jehová." (Génesis 12:8). De este modo
tenemos una compañía que, en lealtad al Señor, se han separado de las
corrupciones de la Cristiandad y, en este lugar afuera, caminan en dependencia
del Señor, y lo hacen teniendo un corazón puro. Un corazón puro no es uno que
afirma ser puro, sino más bien un corazón que, bajo la mirada del Señor, sigue
la justicia, la fe, el amor y la paz.
De
esta manera, tenemos una senda determinada señalada por la Palabra de Dios para
un día de ruina caracterizada:
·
En primer lugar,
por la separación de las corrupciones de la Cristiandad;
·
En segundo lugar,
por la separación de las corrupciones de la carne;
·
En tercer lugar,
por procurar ciertas cualidades morales;
·
En cuarto lugar,
por la asociación con aquellos que invocan al Señor con un corazón puro.
[1] (N. del T.: Algo más sobre estos versículos: "Si,
por lo tanto, uno se purificase de éstos separándose de éstos, él será un vaso
para honra, santificado, útil para los usos del Dueño, preparado para toda obra
buena.", Traducción al español de 2 Timoteo 2:21 de la Versión en inglés
de J. N. Darby; "Por lo tanto, si alguien deja de asociarse con esa
gente, él llegará a ser un instrumento especial, separado para uso del dueño,
preparado para toda obra buena." Traducción al Español de 2 Timoteo
2:21, Internacional Standard Versión);
"Si alguno se limpia" (RVR60)
(griego: ean tis ekkatharëi). Pablo deja la metáfora de la casa y toma
la del individuo como uno de los «utensilios». Condición de la tercera clase
con primer aoristo de subjuntivo activo de ekkathairö, viejo verbo,
purificar, en la LXX, en el N.T. sólo aquí y en 1 Corintios 5:7. "De
estas cosas" (RVR60). Literalmente, 'de estos'. De los vasos o
utensilios de deshonra del versículo 20." (Comentario al Texto Griego del
Nuevo Testamento de A. T. Robertson, Editorial Clie.). Ver también Comentario
Bíblico de Matthew Henry, Editorial Clie
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