domingo, 17 de enero de 2021

Pensamiento

 Una fe puesta a prueba es una fe fortalecida. Por la prueba aprendemos a conocer nuestra flaqueza, pero también la fidelidad de Dios, sus tiernos cuidados aun en las dificultades, que Él envía a fin de que podamos atravesarlas con Él.

NUESTRO INCOMPARABLE SEÑOR

 Dios fue manifestado en carne

              El fundamento cristiano conocido por la expresión teológica de la Encarnación es un concepto por demás sorprendente; es la verdad más asombrosa jamás anunciada a la humanidad. Este concepto expone que el Creador ha visitado este rincón de la Creación en el hábito externo de su propia criatura, el hombre; Dios ha entrado en este mundo en humanidad con la finalidad de redimir.

            Esta entrada en los asuntos humanos no fue una visita protocolar atendida por la majestad y pompa que son las prendas legítimas del Eterno. Al contrario, fue, por decirlo así, “incógnita”. Dios moró entre los hombres en la forma de hombre con la insignia de su divinidad tan velada que la humanidad en general desconocía la identidad de su augusto visitante. “En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por él; pero el mundo no le conoció”.

            Este acontecimiento estupendo acaeció en medio de una nación a la cual Dios se había revelado con anticipación, un poco allá y un poco acá, en preparación para esta revelación más amplia. Pero la verdad de la Persona, el mensaje y la misión del divino Visitante no fue comprendida por aquel pueblo. “A lo suyo —sus cosas propias— vino, y los suyos —su pueblo propio— no le recibieron”.

            No obstante, hizo saber su mensaje y misión, y la verdadera naturaleza de su Persona fue revelada a aquellos que recibieron sus palabras. A esas personas visitadas de gracia se les concedió capacidades nuevas que les habilitaron a penetrar el disfraz humilde con que Él se vistió. Vieron abrirse por un momento, en un lugar y otro, el manto gris de su humanidad humilde, revelando los símbolos brillantes de la deidad que adornan su pecho. “Vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre”. Y aquellos a quienes este conocimiento fue dado descubrieron que Él había traído todo lo que sus almas anhelaban, ya que estaba “lleno de gracia y de verdad”.

            Él era verdadero Hombre en su entrada a la humanidad por la vía de haber “nacido de mujer”. Parece ser sólo un hombre, pero aun en esto difiere de los demás hombres por cuanto no tuvo padre humano. La modalidad de su concepción fue única. El ángel anunció a la virgen María, su madre, que “el Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios”.

            Él era verdadero Hombre en su trayectoria humana. Pasó por la niñez, juventud y virilidad; trabajó con las manos; era pobre en sus circunstancias; realizó su itinerario cual predicador sin fondos ni comodidades. Pero aun en esto se distingue de todos los demás. Cual muchacho de doce años, manifestó un sentido de misión. Enriqueció a muchos, siendo pobre. Sin instrucción, era más sabio que sus maestros. Cual Maestro, único. Afirmó que sus palabras eran imperecederas, diciendo: “El cielo y la tierra pasarán, más mis palabras no pasarán”. Eran palabras de vida eterna. Al cabo de diecinueve siglos, su afirmación queda intacta.

            Era verdadero Hombre en su sujeción a la ley de Dios. Fue hecho bajo la ley; un judío entrando en el pacto legal por circuncisión, presenciando los actos de la religión nacional, cumplido en asistir a la sinagoga, versado en el Antiguo Testamento; hombre de veras.

            Pero aquí también se distingue de los demás. No hubo defecto en su obediencia. Él ofrece el ejemplo único en toda la historia de un hombre bueno, carente de toda conciencia de falta personal. “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” fue el reto que lanzó. “Hago siempre aquellas cosas que agradan al Padre”, afirmó.

            Él murió, la suerte común del hombre. Su muerte fue una que en su forma exterior había sido el fin de muchos otros. En ésta conoció dolor físico, debilidad, cansancio, hasta que por fin bajó la cabeza y entregó el espíritu. Nada ha podido anunciar mejor la realidad de su humanidad: Él murió.

            Pero en su muerte se distinguió de los demás hombres. Fue único en la declaración que hizo en cuanto a la influencia futura de su muerte. “Yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo”. Tampoco tenía paralelo su propia interpretación del significado de esto. “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”. De manera que aquella muerte por crucifixión, vergonzosa e ignominiosa, manifestó ser distinta a todas las demás muertes jamás padecidas. El comportamiento del universo físico en esa hora anunció la singularidad del acontecimiento, ya que la naturaleza entera estaba envuelta en tinieblas sobrenaturales y rasgada de convulsiones espantosas. Más sorprendente de todo, su muerte fue seguida asombrosamente por resurrección el día tercero después de acaecida.

            Verdadero Hombre, pero más que hombre. De que era divino en el sentido absoluto, Él mismo lo afirmó: “Yo y el Padre uno somos”. Esto mismo fue el convencimiento de aquellos que más contacto gozaron con él, como Juan el Evangelista, por ejemplo, cuyas últimas palabras son: “Sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna”.

            La verdad de la encarnación no es que en alguna ocasión en su carrera terrenal Jesucristo haya llegado a ser Dios. Siempre era Dios y nunca dejó de ser Dios, ni pudo, al llegar a ser Hombre. Él asumió humanidad en su deidad y, sin cesar de ser lo que siempre había sido, en humillación llegó a ser lo que nunca era antes.

            Hay un eslabón vital y necesario entre la deidad de nuestro Señor y su obra de propiciación. No que un hombre haya sido hecho único, sino que Dios haya entrado en el mundo en forma de siervo en beneficio de nosotros los hombres. Bien se ha dicho que un Salvador que no es del todo Dios sería un puente caído al extremo lejano. La grandeza divina de la Persona se comunica con la obra que Él llevó a conclusión, y en particular con la muerte que murió. Esa obra queda para siempre; su valor nunca mengua. Prevalece de un todo por cuanto el que la realizó, siendo Dios en humanidad, Creador y Sustentador de todas las cosas y todos los seres, es mayor que la suma entera de sus criaturas.

            Verdadero Dios, perfecto Hombre, un Cristo. En él la deidad y la humanidad se unen sin admitir división, pero son distintas sin admitir confusión. Que su nombre sea alabado para siempre.

La Trampa de las Transgresiones Toleradas:


 Una actitud de ingratitud


¡Tenga cuidado con el pecado de la ingratitud! No es un asunto tan insignificante como tal vez nos imaginamos. Quizás sentimos que la gratitud es no más que decir un cortés “gracias”. O tal vez lo consi­deramos como un bonito accesorio para la experiencia cristiana, en vez de un componente clave del carácter cristiano o un elemento esencial de una vida victoriosa. Si pensamos así en cuanto a la gratitud, estamos muy equivocados.

            Una actitud de gratitud es la mentalidad que, si la adoptamos, cambiará más nuestra vida, exaltará más a Cristo, y honrará más a Dios. Esta actitud, más que cualquier otra virtud, tiene el poder de derrocar las perversas inclinaciones de nuestra naturaleza caída, y traer gozo y bendición duraderos a nuestras vidas y a las de los que están a nuestro alrededor.

            En contraste, cuando elegimos ser malagradecidos, las raíces de nuestra ingratitud penetrarán a lo profundo de la tierra contaminada de nuestra naturaleza caída, y producirán todo tipo de frutos corrompidos y actitudes dañinas que afectarán negativamente nuestra salud espiritual y nuestro bienestar emocional. Hay pocas cosas que son tan inapro­piadas en un hijo de Dios como un espíritu ingrato.

 

La causa

            La ingratitud está en el centro de nuestra naturaleza caída. Pablo nos dice que la idolatría, la adoración del yo y el culto a los seres creados, está arraigada en nuestra renuencia a ser agradecidos con Dios. La fuente de la idolatría no es intelectual, sino moral. No es un asunto de ignorancia, sino una terca decisión de rechazar a Dios: “pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias”, Romanos 1.21. Fíjese que su ingratitud recibió el juicio de Dios: “se envanecieron

            Criticamos y nos quejamos mucho más de lo que quisiéramos admitir. Si escogemos fomentar un espíritu quejumbroso y criticón, tristemente podríamos sentirnos justamente satisfechos por un poco de tiempo. Pero, ¿hasta dónde llegaremos? ¿Cuándo nos dirá Dios: “¡Basta!”? ¿Y cuáles son las consecuencias?

 

Las consecuencias

            Podríamos sentirnos tentados a creer que en este día de la gracia el Señor excusará o pasará por alto nuestra actitud de ingratitud, pero no es así. Las cosas que les sucedieron a los hijos de Israel “están escritas para amonestarnos a nosotros”, 1 Corintios 1.11, y se nos dice explícitamente que no debemos tentar al Señor (v. 9) o murmurar, “como algunos de ellos murmuraron”, v. 10.

            Poco más de un año después de que Moisés los sacara de la esclavitud egipcia por medio de señales y prodigios asombrosos, el pueblo de Israel “se quejó a oídos de Jehová; y lo oyó Jehová, y ardió su ira”, Números 11.1. Dios había sido paciente con sus quejas anteriores, pero en esta ocasión su juicio fue inmediato y severo: “se encendió en ellos fuego de Jehová, y consumió uno de los extremos del campamento”. Nunca había sido la intención de Dios que una generación entera viviera y muriera en una tierra seca e infértil, pero es lo que sucedió (Nm 14.29).

            Si elegimos una actitud de ingratitud, nosotros también nos encontra­remos errantes en un “desierto espiritual”, un lugar donde nuestras vidas se volverán cada vez más vacías y estériles. Si perdemos de vista la bondad de Dios y adoptamos la ingratitud del mundo, perderemos el gozo de Dios y experimentaremos más bien las frustraciones del mundo.

            Si consumimos enormes cantidades de tiempo y energía mental pensando en las mismas personas problemáticas y en las mismas situaciones frustrantes, seremos, por decisión propia, constantemente infelices. Obsesionarnos con la insatisfacción es un hábito emocional destructivo que disminuye nuestra capacidad de experimentar gozo y agradecimiento.

 

Necesidad y deseo

            Dios sabía lo que pueblo de Israel necesitaba y les dio el maná, el pan del cielo. Pero ellos eligieron ser ingratos, y desde ese momento en adelante el maná se les hizo algo común e indeseable. En sus corazones empezaron a anhelar algo diferente, algo de Egipto (Nm 11.5-6).

            Cuando empezamos a sentir que lo que Dios nos ha dado es menos de lo que merecemos, nuestros deseos insatisfechos se transforman en resentimiento. Perdemos la apreciación por las muchas bendiciones que tenemos, y nos desalentamos porque carecemos del tipo de casa, trabajo, pareja o hijos que otros tienen. Estas frustraciones pueden desencadenarse en peleas y discusiones unos con otros, porque segui­mos codiciando lo que no tenemos y no podemos alcanzar (Stg 4.2). Así como Israel aborreció el maná, de la misma manera nosotros rechazamos la provisión diaria de Dios con decepción o disgusto. Luego nos preguntamos por qué nuestra fuerza espiritual se ha agotado, y por qué nos atraen tanto las conductas pecaminosas que parecen ofrecer la satisfacción personal que nos falta.

            Tal vez desperdiciamos años buscando relaciones no espirituales o posesiones materiales en nuestro afán por hallar la satisfacción que tanto anhelamos. Quizás Dios nos permita darnos un gusto por un tiempo, pero en algún punto estas cosas se nos harán desagradables, cuando nos demos cuenta de que los deseos egoístas nunca se pueden satisfacer (Nm 11.19-20). En algún momento es necesario que aprendamos que el verdadero contentamiento proviene de estar satisfechos con lo que Dios nos ha dado.

Cultivemos la gratitud

            Como con cualquier otra virtud cristiana, una actitud de gratitud no se desarrolla en un solo día. Es el fruto de las decisiones que tomamos minuto a minuto, día tras día, de obedecer el mandato del Señor de dar gracias “en todo”, 1 Tesalonicenses 5.18. Esto incluye entrenar nuestros corazones a buscar e identificar nuestras bendiciones diarias y la bondad divina.

            Estar conscientes de los beneficios que tenemos y expresar nuestra gratitud al Señor y a otros sustituirá nuestra inclinación a ser malagra­decidos. Un espíritu agradecido nos pondrá en el centro de la voluntad de Dios.

            Solo Dios puede transformarnos en el pueblo verdaderamente agradecido que queremos ser (Fil 2.13). Cuando nos rendimos a Él, nuestra fe crecerá y madurará, Dios será glorificado, y será nuestro gozo verlo en cada paso de nuestro camino.


Ganando Almas a la manera bíblica

 

INTRODUCCIÓN

            Uno de los privilegios más grandes del creyente es estar asociado con Dios en la importante tarea de ganar almas para el Señor Jesucristo (Proverbios 11:30). Pocas de las cosas que el hombre puede hacer llegan tan lejos en términos de consecuencias. Ciertamente, el obrero afecta la eternidad, y recibirá recompensas eternas (Daniel 12:3).


            Dios se identifica a tal punto con los ganadores de almas que hasta les permite hablar como si ellos mismos fueran capaces de salvar al­mas. Por ejemplo, en Romanos 11:14, Pablo habla de salvar a algunos de su propio pueblo: “Por si en alguna manera pueda... hacer salvos a algunos de ellos". Y otra vez en 1 Corintios 9:22, escribe: “A to­dos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos”. Todos sabemos que Pablo no podía salvar a nadie por sí mismo. Sin embargo, Dios, en Su gracia, le permite usar este lenguaje por la ma­nera tan cercana en la que se vincula con los instrumentos humanos por medio de los que Él extiende Su obra.

            Pero el trabajo personal no es solo un privilegio, es también una ta­rea solemne. Los siguientes son tan solo tres de los muchos pasajes del Nuevo Testamento que enfatizan la responsabilidad de cada cristia­no respecto a este tema, y el plan divino de la evangelización mundial a través del testimonio individual.

            El primero es la Gran Comisión, Mateo 28:19-20. Aquí el Señor les encomienda a sus discípulos que:

1.    Vayan y hagan discípulos a todas las naciones;

2.    Los bauticen en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo;

3.    Les enseñen a guardar todas las cosas que Él ha mandado.

            No tiene sentido discutir si este mandamiento estaba dirigido solo a un grupo particular, o para un determinado período de tiempo. Es una orden del Señor para todo aquel a quien Él ha comprado con Su sangre.

            El segundo pasaje, Efesios 4:11-12, también enseña sobre la impor­tante verdad del evangelismo. A continuación, algunos pensamientos sobre estos versículos:

1.) v. 11. Él, el Cristo que ascendió, les dio dones a los hombres. ¿Cuáles fueron estos dones? Ellos eran hombres con cualidades divinas para propagar la fe cristiana. Algunos de estos hombres eran apósto­les, algunos profetas, otros evangelistas, pastores y maestros.

2.) v. 12. ¿Por qué dotó el Señor a estos hombres así? La res­puesta es para que, a través de ellos, todos los santos sean perfec­cionados para continuar en la obra del ministerio, y así el cuerpo de Cristo sea edificado.

            Este es un punto muy importante. Los dones no les fueron dados para que los santos pudieran relajarse, disfrutar de su ministerio y de­pender perpetuamente de ellos. Por el contrario, los dones tienen el fin de capacitar a todos los santos para la obra del ministerio. (Esto, por supuesto, no significa que se espera que todos los creyentes sean predicadores desde el pulpito; el propósito de Dios es que cada santo se dedique a hacer que Cristo sea conocido.)

            Por tanto, los dones en sí mismos son, de alguna manera, prescin­dibles. Su propósito es capacitar a cada hijo de Dios para el servicio cristiano activo. Y esto no excluye a las ocupaciones seculares, pero sí requiere que los intereses de Cristo estén en primer lugar, y que nues­tras ocupaciones solo tengan el propósito de permitirnos dar testimo­nio activo del Señor.

            El último pasaje se encuentra en 2 Timoteo 2:2. El apóstol Pablo, dirigiéndose a Timoteo, escribe: “Lo que has oído de mí ante mu­chos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros.” Este versículo es importante porque nos enseña el plan que debemos seguir en el evangelismo personal. Cada uno de nosotros debería mostrar la verdad a otros, instruir a esos otros a hacer lo mismo, para que el conocimiento de Cristo se espar­za en círculos cada vez más amplios, cual las ondas en un estanque. Alguien señaló una vez que aparecen cuatro generaciones de cris­tianos en este versículo (2 Ti. 2:2). ¡Qué rápidamente puede crecer la familia! Comenzando con un hombre, si cada año se pudiera dupli­car el número de cristianos, habría 2,1471483,648 creyentes al final de 31 años.

            Vemos esta ley de reproducción en la naturaleza que nos rodea. En 3 años, un grano de trigo o arroz se multiplicará para producir miles de cavanes [unidad de medida de áridos que equivale a 35.24 litros, N.E.). No es sorprendente, entonces, que la Biblia utilice con fre­cuencia el proceso de siembra para ilustrar la obra de evangelismo (Salmos 126:6; Eclesiastés 11:6; Mateo 13:1-23).

            Para resumir, hemos aprendido que el trabajo personal es:

            1. Un privilegio tremendo, que afecta la eternidad.

            2. Una responsabilidad solemne, que involucra a todo cristiano.

            3. El método divino para alcanzar a la mayor cantidad de gente en el tiempo más corto.

            La pregunta a la que cada uno de nosotros debe enfrentarse ahora es la siguiente: ¿Qué voy a hacer al respecto? A cualquiera que vacile en responder, simplemente le aconsejamos leer el siguiente párrafo escrito por un ATEO.

            “Si creyera firmemente, como millones dicen hacerlo, que el cono­cimiento y la práctica de la religión en esta vida influyen el destino de la otra, la religión entonces significaría todo para mí. Calificaría el deleite terrenal como escoria, los intereses terrenales como insensateces, y los pensamientos y sentimientos mundanos como vanidad. La religión se­ría mi primer pensamiento al levantarme, y mi última imagen antes que el sueño me hundiera en la inconsciencia. Trabajaría solo por su causa. Una sola alma ganada para el cielo valdría la pena de una vida entera de sufrimiento. Las consecuencias terrenales jamás deberían interponerse, ni sellar mis labios. La tierra, con sus alegrías y sus angustias, no ocupa­ría ni un solo momento de mis pensamientos. Me esforzaría por fijar mi vista solo en la eternidad, y en las almas inmortales que me rodean, que pronto serán eternamente felices o miserables. Iría al mundo a predi­carle a tiempo y fuera de tiempo, y mi lema sería: ‘¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?"' (Un ateo)

            “Lo último que el diablo quiere que usted haga es que gane un al­ma definitivamente para Cristo. Si no lo cree, solo inténtelo. El diablo le permitirá ir a reuniones de oración, lo dejará hablar de temas reli­giosos, y realizar ‘muchas cosas poderosas,’ si eso le impide persuadir a los hombres a que acepten a Cristo como Señor, y lo confiesen abier­tamente delante de los demás.” (Charles M. Alexander).

“Que Dios impida

Que hoy me encuentre con un alma

Que con el paso del tiempo pueda decir,

Que yo no le indiqué el Camino.”


William Macdonald

Con castigo sobre el pecado corriges al hombre

 Salmo 39:11

           


            Una institución sin disciplina vendría a ser un lugar de confusión, arbitrariedad y desventura. La disciplina empieza en el hogar y aquellos hijos levantados en la rectitud del orden y la obediencia vendrán a ser mañana los hombres que legislan, que enrumban la familia, que guían los pueblos, o son aptos para pastorear la grey del Señor.

            No me propongo dar clases de cívica, ni lecciones de moral. Tampoco pienso establecer reglas sobre el caso. Quiero hablar de tres disciplinas impuestas a Pedro que le resultaron de un fuerte sostén para la edificación de la vida espiritual.


Disciplina privada, o reprensión personal para quitarle el miedo a la cruz y alentarle al sufrimiento.

            “Entonces volviéndose dijo a Pedro: quítate de delante de mí, Satanás; me eres escándalo; no entiendes lo que es de los hombres ... Si alguno quiere seguir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame.” (Mateo 16:23,24)

Disciplina de tiempo, tres días para quitarle el orgullo y la confianza en su yo.

            “Entonces vuelto el Señor, miró a Pedro: y Pedro se acordó de la palabra que el Señor como le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces ... Y saliendo fuera Pedro, lloró amargamente.” (Lucas 22:61,62)

Disciplina pública, delante de todos, reprensión en la cara.

Medida profiláctica, pues había contaminado a otros. “Empero viniendo Pedro a Antioquía lo resistí en la cara, porque era de condenar.” (Gálatas 2:11-14)

            “El que tiene en poca la disciplina, su alma menosprecia; más el que escucha la corrección, tiene entendimiento.” (Proverbios 15:32)

            Hasta aquí parece que Pedro ignoraba que en la vida es menester pasar por dos clases de sufrimiento. Los sufrimientos físicos que provienen de conseguir “el pan con el sudor del rostro,” y los sufrimientos que se adquieren para entrar al reino de los cielos. Son estos sufrimientos morales e involuntarios que combaten adentro y afuera. Todavía a Pedro le faltaba mucho que aprender de los sufrimientos por la cruz de Cristo.

            En esta ignorancia el hombre torpe cree que puede aconsejar a Dios. (Mateo 16:22) Hay gentes en el mundo que nunca han sabido, ni han querido llevar una cruz y al no tener esa experiencia se burlan de las aflicciones de los creyentes o procuran persuadir a otros para que no lleven la cruz. (Gálatas 6:12)

            Sin que ninguna pretenda encaramarse sobre sus hermanos, porque debemos “considerarnos a nosotros mismos que no seamos también tentados,” debemos ser francos con nuestros hermanos. Si el caso amerita una reprensión fuerte personal, debemos hacerlo habiendo tenido antes ejercicio delante del Señor. Si el hermano se ofende porque se le dice la verdad, peor para él porque ya no será secreto de dos; Mateo 18:16,17.

            No podemos negar la veracidad y la ligereza de Pedro en sus decisiones; tampoco ignoramos que el orgullo de Pedro estaba intacto, porque muchas veces dio demostración de él en su manera de actuar. Orgullo natural y altivo, orgullo que llega hasta el sepulcro; y por ironía, sólo quien humilla el orgullo son los gusanos. Mientras más elevada es la posición del individuo, más orgullo se pone.

            Hace algún tiempo, una hermana de cierta posición social pecó porque se puso a recibir lecciones de los llamados Testigos de Jehová. Aquella señora se enfermó y no quería admitir que había errado. En su gravedad nos mandó a llamar; estaba en la cama casi inconsciente, los ojos cerrados, el rostro duro; parecía que estaba lejos del lugar. Dijimos en voz clara y fuerte: “Señora, ¿se retracta usted de haber recibido doctrinas heréticas de los Testigos de Jehová?” Aquella señora dijo, “¡Nooo!.” Días después confesó que había errado y enseguida murió.

            La mejor disciplina para el orgullo es poner a la luz del sujeto sus propios errores. A veces el orgullo es cubierto con una falsa humildad. Muchas veces la pena también es indicio de orgullo disfrazado.

            ¡Qué ejemplo más elevado de humildad tenemos en el Señor! “Quien cuando le maldecían no retornaba maldición, cuando padecía no amenazaba, sino remitía la causa al que juzga rectamente.” (1 Pedro 2:23) “Señor, enséñame a saber lo que no sé, y a reconocer en las pruebas la disciplina, hasta que, en una experiencia vivida, llegue a aprender: ‘Y ya no vivo yo’.”

            La tercera disciplina de Pedro en mi concepto la juzgo más grave. Ya que era viejo, sabía con certeza la fidelidad del Señor, “de estar con los suyos hasta el fin.” Pedro se había enfrentado a los representantes de la nación y les había imputado el crimen de haber dado muerte al Señor. Ciertamente testificó sin orgullo y sin miedo ante las mismas autoridades que le condenaron, de su fe en Cristo. Pedro había recibido una revelación especial de no hacer distinción entre judíos y gentiles: “Lo que Dios limpió no lo llames tú común.” (Hechos 10:15)

            El pecado de Pedro fue la simulación y en esta malicia habían sido otros contaminados; hasta el gran Bernabé era llevado también. “Un pecador destruye mucho bien.” Además de necesaria, era buena la disciplina o reprensión pública, porque en Pedro era “la mosca muerta en el perfume al estimado por sabiduría y honra.” (Eclesiastés 10:1)

            ¿Qué sería de la Iglesia si no se hubiera quitado el contagio de Ananías y Safira; si no se hubiera cortado la avaricia de un Simón mago; si no se reprende en la cara a Pedro; si no se pone fuera de comunión al incestuoso de Corinto? Vendríamos a ser la Iglesia Romana.

¡Gracias al Señor! por sus instrucciones para disciplina en su Iglesia.
José Naranjo

José, el hombre espiritual

 Dijo Faraón a sus siervos, ¿Acaso hallaremos a otro hombre como éste, en quien esté el espíritu de Dios? Génesis 41.38


            En la historia de José podemos aprender cuáles son las características de un cristiano espiritual. Es notable que los acontecimientos más destacados sucedieron en su juventud, y por esto el joven puede sacar mucho provecho del ejemplo de José en cuanto a su propia vida espiritual.

            1. En 37.5 al 10 leemos de sus dos sueños, indicando que estaba en comunicación directa con los propósitos divinos. En el tiempo presente Dios no está revelando su voluntad a nosotros por medio de sueños sino por su Palabra; véase Hebreos 1.1,2, “nos ha hablado por el Hijo”. Una indicación clara de la espiritualidad de un joven es su conocimiento de las cosas de Dios, el cual va adquiriendo mediante la lectura y el estudio de la Palabra del Señor.

            2. José no era partidario de los hechos incorrectos que practicaban sus hermanos. El los denunció a su padre, 37.2, mostrando coraje moral. El que es espiritual no puede ser cómplice ni consentir en las cosas malas.

            3. Se ve la obediencia de José cuando su padre le envió en una misión de amor a sus hermanos. Sin duda él sabía que no podía esperar cosa buena de aquellos perversos, pero no vaciló en cumplir el mandato de su padre. El cristiano espiritual es uno que siempre está presto para cualquier buena obra en comunión con su Padre Dios, siendo motivado por amor a sus hermanos.

            4. José, el hombre espiritual, tuvo que andar por una senda no muy agradable, maltratado y vendido por sus hermanos y llevado lejos de su hogar para servir como esclavo. Así nuestro Señor tuvo que sufrir el odio de su propio pueblo judío, y fue vendido por un discípulo falso. La misma Palabra nos asegura que “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución”, 2 Timoteo 3.12.

            5. En Génesis 39 vemos como “el hombre espiritual” pudo contar con el apoyo de su Dios. Pronto se ganó la plena confianza de su amo por un comportamiento intachable. El buen testimonio en el empleo y delante del mundo es evidencia de la verdadera espiritualidad.

            6. José pudo vencer la tentación con sus palabras nobles: “¿Cómo, pues, haría yo este gran mal, y pecaría contra Dios?” Aquí hay una conciencia ejercitada, una convicción profunda y el temor de Dios. José huyó de la tentadora, perdiendo su ropa, pero salvando su testimonio. Nuestro Señor exhortó a los suyos, aquella noche en el Getsemaní, “Velad y orad, para que no entréis en tentación”, Mateo 26.41.

            7. José fue un testigo fiel en la cárcel, con un mensaje de esperanza para el copero y uno de condenación para el panadero. Dios puede usar, aun en los lugares más difíciles, a los que son espirituales, como hizo con Pablo y Silas en el calabozo.

            8. Cuando Faraón vio la capacidad de José para interpretar sus sueños, él reconoció que no hubo otro igual para encargarse de tan importante obra como la de prevenir contra los años de hambre por delante. Los egipcios tenían fama de sabios, pero José contaba con un conocimiento que Dios mismo le había dado.

            “En Cristo Jesús están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento”, Colosenses 2.3. Esto es super conocimiento. El hombre espiritual está iluminado con “el conocimiento de Dios”, Colosenses 1.10, el cual no se consigue en los centros de instrucción sino en comunión con él por su Palabra.

            9. Más adelante, cuando empezó el hambre, Faraón dijo a las gentes: “Id a José”. Este llegó a ser el repartidor del pan de vida a los hambrientos. Cuando se presenta una crisis, es el que fue despreciado que se escoge como instrumento de Dios para la bendición de los menesterosos.

            10. En los capítulos que siguen José demuestra su capacidad para lograr la restauración de sus hermanos, los cuales habían ocultado su pecado por veinte años. Gálatas 6.1 nos instruye: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo”. No basta ser llamado anciano de una asamblea para lograr la restauración de un descarriado. Se necesita algo más: ser creyente espiritual.

            Muerto José, sus huesos fueron llevados por el pueblo de Israel a través del desierto durante cuarenta años como recuerdo constante de su benefactor. “La memoria del justo será bendita, más el nombre de los impíos se pudrirá”, Proverbios 10.7. La espiritualidad vale más delante de Dios que cualquier otra recomendación que uno pudiera tener.

Santiago Saword

¿Qué es el espiritismo? (3)

 En el Nuevo Testamento encontramos numerosos ejemplos de personas poseídas por espíritus inmundos, los que en diversos lugares son llamados demonios. Véase, por ejemplo, Marcos 5: 1-20 y Mateo 8: 16 y 28-34.


Pasajes tales como el de Marcos 3: 22-30 muestran con evidencia que estos demonios eran satánicos. En efecto, cuando los escribas dicen del Señor: "que por el príncipe de los demonios echaba fuera los demonios", Jesús les dice: "¿Cómo puede Satanás echar fuera a Satanás?". Esta observación es importante, porque algu­nos afirman que los demonios o espíritus eran los espí­ritus de personas que habían muerto, mientras que el Señor nos dice que eran de Satanás. Podemos añadir que no está probado que la expresión "espíritus" se refiera a los de aquellos que han muerto. Efectivamente, la Escritura emplea este término al hablar de los ángeles (Hebreos 1: 7) y de demonios (Marcos 3:11), así como de hombres, sean justos (Hebreos 12:23) o malos (1 Pedro 3: 19). En esto reside la diferencia entre el hombre y la bestia. Ésta, además de un cuerpo material, es un ser viviente (Génesis 1: 20), o sea que tiene una vida animal, sin ninguna relación inteligente con Dios, mientras que esta relación existe para todos aquellos que tienen un espíritu. Lo que se dice en Eclesiastés 3:21 no constituye una excepción, ya que la palabra tra­ducida por "espíritu", es una expresión general que sig­nifica "respiración" (v. 19). Pero incluso aquí, sin que­rer entrar más en el sentido del pasaje, existe una dife­rencia clara entre la respiración de la bestia que des­ciende a la tierra —que no es más que eso: "la respira­ción"— y la del hombre que sube al cielo. Exteriormente se trata de la misma respiración, pero en realidad la del hombre es mucho más: "vuelve a Dios que lo dio" (Eclesiastés 12: 7), en lugar de descender a la tie­rra.

Estos demonios de los cuales hemos hablado tenían poder. Ello es evidente, ya que también se necesitaba poder para echarlos fuera, poder que naturalmente el Señor poseía y que podía transmitir a sus discípulos (Mateo 10:8; Marcos 3: 15 y Lucas 9: 1). Este poder era divino (Mateo 12:28). Sabemos muy poco acerca del poder de Satanás. Él es llamado el "príncipe de la potestad del aire" (Efesios 2: 2). Los verdaderos cristia­nos son librados "de la potestad de las tinieblas" (Colosenses 1:13), expresión empleada por el Señor en Lucas 22: 53, cuando todo el poder del Enemigo, príncipe de este mundo, se concentraba contra Él, sirviéndose de la enemistad de los hombres malvados para acosarle en las últimas horas de su vida aquí en la tierra.

Cuando los pecadores se convierten, se vuelven "de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios" (Hechos 26: 18). Nuestro deseo es que todo hijo de Dios pueda tener un sentimiento creciente de la potestad del gran adversario, entre cuyas manos se encontraba antaño cautivo, contra las astucias del cual es preciso estar siempre atento y despierto, hasta el fin de la carrera, lo que nos obliga a revestirnos de toda la arma­dura de Dios (Efesios 6:11). Ojalá pueda también ver siempre en aumenta su convicción acerca de la gracia y el poder que fue capaz —y aún lo es— de librarle de semejante adversario, convicción de la cual tenemos necesidad para introducirnos sanos y salvos en el esce­nario en el cual toda traza de la presencia del adversario habrá desaparecido para siempre.

No encontramos en ningún lugar de la Escritura un solo indicio de que el hombre, en su estado actual, pueda tener cualquier tipo de relación con los espíritus de los muertos. Al contrario, como lo hemos podido ver, el Señor tiene "las llaves de la muerte y del Hades" (Apocalipsis 1:18) y solamente él tiene poder para hacer salir de allí a los espíritus, lo que hará en las dos únicas ocasiones ya mencionadas, o sea en la primera resurrección para los santos (1 Tesalonicenses 4: 16) y en la resurrección de juicio para los malvados (Juan 5: 29). Mientras le esperamos, el espíritu del creyente muerto está con el Señor, "ausentes del cuerpo, y pre­sentes al Señor" (2 Corintios 5:8); para nosotros, que vivimos en la tierra, él ha partido (Filipenses 1: 23), pero los espíritus de los malos están "encarcelados" (1 Pedro 3: 19), motivo por el cual no tienen la libertad de salir cuando se les llama.

En aquellos tiempos, como ahora, había personas que pretendían tener y procurar comunicaciones con los espíritus. Los hijos de Dios son alertados contra tales actividades. Deben probar los espíritus, no consul­tándoles, sino empleando con respecto a ellos esta pie­dra de toque: «¿Confiesan a Jesús venido en carne?» No basta confesar que Jesús ha venido en carne, sino que es imprescindible confesarle o reconocerle a Él como Dios venido así. En cada uno de los pasajes de 1 Juan 4: 2-3 y 2 Juan 7 (según el texto original griego) se habla de confesar a Jesús venido en carne y no de confesar que Jesús vino en carne, porque ya existía antes, de siempre como Persona divina y eterna. Los demonios no reconocen voluntariamente que Jesús es el Señor, si bien al final, cuando tenga lugar el juicio, serán forzados a confesarle como tal (Filipenses 2: 10). El rechazo a reconocer la deidad del Hombre Cristo Jesús es el espíritu del Anticristo. Satanás es el instigador de todo ataque contra la humanidad sin mancha o contra la verdadera deidad del Señor Jesucristo.

Había en el tiempo de los apóstoles falsos profetas que estaban bajo la influencia satánica, así como había verdaderos profetas que hablaban siendo inspirados por el Espíritu Santo de Dios (2 Pedro 1:21; 1 Corintios 12: 1-11); pero nótese que cada vez que se trata de un profeta divinamente inspirado se habla del Espíritu de Dios y no de espíritus. Hay diversidad de dones, pero un solo Espíritu, o sea el Espíritu de Dios. Es de gran importancia para el hijo de Dios recordar todo esto, pues el Espíritu habita en él (1 Corintios 6: 19), es guiado por el Espíritu (Romanos 8: 14), es enseñado por el Espíritu (Juan 14:26; 16:13; 1 Corintios 2:9-16) y por todo ello es independiente de todas las revelaciones espirituales, pretendidas o reales. Este Espíritu de Dios siempre glorifica a Cristo (Juan 16: 14) y siempre produce en el alma la sumisión a la Palabra de Dios. "Nosotros (los apóstoles) somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error" (1 Juan 4: 6).

Preguntas y Respuestas

 


1. Sólo existe una fuente de información autoriza-da sobre la Asamblea. ¿Cuál es ésa?

àLa Biblia (2 Ti 3:15-17).

2. ¿En qué parte de la Biblia buscaría usted la verdad sobre la Asamblea, en el Antiguo o en el Nuevo Testamento? y ¿por qué?

àEn el Nuevo Testamento, porque en Mt 16:18 el Señor Jesús dijo: «Edificaré mi Asamblea», indicando que era una cosa futura aún; y en Ef 3:1-11 el apóstol Pablo se refiere a la Asamblea como un misterio que estuvo oculto en Dios en las edades, pero es AHORA revelado a Sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu.

3. El Nuevo Testamento ha sido traducido a 391 idiomas y dialectos. ¿En qué idioma fue escrito originalmente?

àEn griego.

4. La palabra que en el idioma inglés se usa para designar la Iglesia (Church), la cual es tomada de una palabra griega que significa «aquello que pertenece al Señor», no es la palabra griega usada en la Biblia para designar la Asamblea. ¿Cuál es la palabra griega?

àKuriake. (Esta palabra se corrompió por el término «Kirk», que es aún la palabra escocesa para «iglesia»).

5. Cite uno o dos ejemplos en el Nuevo Testamento en los cuales se usa esta palabra griega.

àSe usa en Ap 1:10: «Estaba en el Espíritu en el Día del Señor» (Kuriake); y en 1 Co 11:20: «la cena del Señor» (Kuriakos).

(Nota del traductor: Hemos tenido a bien hacer referencia a la etimología de la palabra «iglesia» en el idioma inglés, atendiendo a la enseñanza escritural que de ella se deriva para el lector de habla española).

6. ¿Cuál es la palabra griega traducida «Iglesia» en nuestra Biblia?

àEcclesia (Mt 16:18).

7. ¿Qué palabra sería mejor que la palabra «Iglesia» para traducir la palabra griega «ecclesia»?

àAsamblea.

8. Además de su aplicación a la Asamblea cristiana, existen otros dos usos de la palabra griega «ecclesia» en el libro de los Hechos ¿Cuáles son éstos? y ¿dónde se hallan?

àUno se halla en Hch 7:38, traducido «congregación», y se refiere a la congregación de Israel en el desierto. El otro se encuentra en Hch 19:32, 39, 40, traducido «concurrencia», «asamblea» y «concurso», refiriéndose a una asamblea de gentiles

9. ¿Qué término usó el Señor Jesucristo, el cual distingue a la Asamblea cristiana de cualquier otra asamblea?

àÉl se refirió a ella como «Mi Asamblea» (Mt 16:18).

10. Si la palabra «Asamblea» expresa la intención del Espíritu Santo al usar el vocablo «ecclesia» (una asamblea de personas llamadas fuera), ¿por qué muchos creyentes usan la palabra Iglesia?

àEn primer lugar, porque la palabra «Iglesia» es el término empleado en la versión de Cipriano de Valera que es la versión española de la Biblia corrientemente usada en los países de nuestra lengua; y la segunda razón es que la mayoría de los creyentes no tienen cabal comprensión de la enseñanza bíblica sobre la Asamblea.

LAS HORMIGAS

 

¡Las hormigas se encuentran casi en todas partes! Viven en todos los lugares del mundo, excepto en áreas siempre cubiertas de nieve. Viven más hormigas sobre la tierra que cualquier otra es­pecie de insecto.

            Hay miles de diferentes especies de hormigas. […] Todas ellas son enérgicas trabaja­ doras, aunque cada especie de hormiga hace las cosas de una manera algo diferente. No viven solas, sino en colonias que gene­ralmente contienen miles de hormigas que trabajan juntas.

           

Muchas personas consideran a las hormigas como una plaga. A veces lo son, si entran en nuestros hogares o deterioran nuestros alimentos. Sin embargo, la Palabra de Dios nos exhorta a que aprendemos de la hormiga y estudiemos sus maneras de vivir, Pro­verbios 6:6. Al hacerlo así, aprendemos muchas lecciones y pode­mos corregir cosas en nuestras vidas que hemos estado haciendo mal. A lo largo de los siglos, las hormigas y los hombres han tenido que afrontar muchas cosas semejantes, como climas muy cálidos y muy fríos, o hambre y guerras. Debido a esto, podemos estudiar la manera en que las hormigas se comportan frente los problemas que tienen.

            Durante años la gente ha contado interesantes historias acerca de las hormigas. Algunas de las historias que la gente ha contado pueden haber sido ciertas, y otras no. Hoy en día hay excelentes datos científicos en los que podemos confiar, porque algunas per­sonas han pasado muchos años de sus vidas estudiando a las hor­migas con sumo cuidado.

            Los que estudian las hormigas han demostrado una y otra vez que son insectos asombrosos. Trabajan mucho y en colaboración con otras en su nido. Cada hormiga desempeña su tarea, y la de­sempeña bien. ¡Tomémonos tiempo para observar a las hormigas, aprender de sus caminos y adquirir sabiduría!

 

Del Prólogo del libro “Las Asombrosas Hormigas” de Adela de Letkeman, Editorial “Publicaciones Cotidianas”

LA SEGUNDA EPÍSTOLA A TIMOTEO (12)

 4. Los Recursos del Piadoso en los Postreros Días

Capítulo 3

 

            En el segundo capítulo se no has enseñado con respecto a la baja condición de la iglesia profesante, manifestándose ya en aquel día. Este tercer capítulo nos da una solemne descripción de la terrible condición en la que caerá la profesión cristiana en los últimos días.

            Al vivir nosotros en estos días podemos estar agradecidos de que no se nos deja que nos formemos nuestro propio juicio en cuanto a la condición de la Cristiandad. Dios ha predicho y ha descrito esta condición, de modo que podamos tener una estimación justa, y entregada divinamente, del pueblo de Dios profesante.

            Careciendo de un pensamiento verdadero del cristianismo tal como la Escritura lo presenta, la masa de la profesión cristiana ve el cristianismo meramente como un sistema religioso a través del cual el mundo será reformado gradualmente y los paganos serán civilizados. Incluso, muchos de los hijos de Dios, con sólo un conocimiento parcial de la salvación que trae el evangelio, abrigan la falsa expectativa de que, mediante la propagación del evangelio, el mundo se convertirá gradualmente y el Milenio será introducido.

            Así, entre los meros profesantes, y en muchos de los verdaderos hijos de Dios, existe la equivocada impresión de que la Cristiandad está progresando hacia una victoria triunfante sobre el mundo, la carne y el diablo. La verdad evidente de la Escritura es que la iglesia, contemplada en la responsabilidad de los hombres, ha sido arruinada tan completamente que la masa de los que forman la Cristiandad va camino del juicio.

            Los escritores inspirados del Nuevo Testamento se unen al advertirnos del mal predominante de la profesión cristiana en los últimos días y del juicio que alcanzará a la Cristiandad. Santiago nos dice que "el juez está a las puertas" (Santiago 5: 7-9 - VM); Pedro nos advierte que "es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios" y que, en los postreros días, la profesión Cristiana estará caracterizada por burladores y un materialismo grosero (1 Pedro 4:17; 2 Pedro 3: 3-5); Juan nos advierte que en el último tiempo surgirán anticristos del círculo Cristiano (1 Juan 2: 18, 19); Judas nos habla de la apostasía venidera; y el apóstol en este pasaje solemne nos prepara para la pasmosa corrupción que caracterizará a la profesión Cristiana en su final.

            Sin embargo, si para nuestra advertencia tenemos esta detallada descripción de la forma en que concluyen los días finales, del mismo modo tenemos, para el estímulo del piadoso, una revelación igualmente clara de la plenitud de nuestros recursos para permitir al creyente escapar de las corrupciones de la Cristiandad y vivir piadosamente en Cristo Jesús.

            Estas, entonces, son los dos grandes asuntos de este tercer capítulo - el mal de la Cristiandad profesante en los últimos días y los recursos del piadoso en presencia del mal.

 

            (a) Las corrupciones de la Cristiandad en los últimos días (versículos 1-9)

        

(V. 1). Dios no querría que quedásemos ignorantes en cuanto a la condición de la Cristiandad, ni que, bajo ningún pretexto especial de caridad, fingiéramos indiferencia al mal. Por consiguiente, el siervo de Dios abre esta parte de su enseñanza con las palabras, "También debes saber esto…" Él prosigue entonces a advertirnos de que "en los postreros días vendrán tiempos peligrosos (o 'difíciles')."

            (Vv. 2-5). El apóstol procede a darnos con suma precisión un cuadro terrible de la condición en que la Cristiandad caerá, delineando detalladamente las características preponderantes de aquellos que formarán la masa de la profesión cristiana es esos últimos días. El Espíritu de Dios habla de estos profesantes religiosos como de "hombres" pues no hay ninguna base para llamarles santos o creyentes. Sin embargo, es de notar, que el apóstol no está describiendo la condición de "hombres" paganos sino la de aquellos que profesan ser cristianos fingiendo la forma externa de piedad. En este cuadro terrible diecinueve características son hechas desfilar ante nosotros.

            (1) "Los hombres serán amadores de sí mismos." (VM). La primera y destacada característica de la Cristiandad en estos días es el amor al yo. Esto está en contraste directo al cristianismo verdadero que nos enseña que Cristo "murió por todos, para que los que viven, no vivan ya para sí mismos, sino para aquel que por ellos murió, y volvió a resucitar." (2 Corintios 5:15 - VM).

            (2)"Avaros" (RVR60) o, "amadores del dinero" (VM). Amarse a sí mismo conducirá a amar el dinero, pues con ello los hombres pueden comprar aquello que contribuirá a la gratificación del yo. El cristianismo nos enseña que el amor al dinero es la raíz de todos los males, y que aquellos que lo codicien se extraviarán de la fe y serán traspasados de muchos dolores. (1 Timoteo 6:10).

            (3)"Vanagloriosos". El amor al dinero hará que los hombres se vuelvan vanagloriosos (o jactanciosos). Leemos en la Escritura acerca de los que "confían en sus bienes, y de la muchedumbre de sus riquezas se jactan." (Salmo 49:6); y otra vez, "el malo se jacta del deseo de su corazón, bendice al codicioso, y desprecia a Jehová." (Salmo 10:3). Los hombres no solamente se jactan de su habilidad adquiriendo riqueza, sino que, habiendo acumulado riquezas, ellos a menudo aprovechan la oportunidad para hacer notorios sus actos de caridad, en contraste a la humilde gracia del cristianismo que nos enseña dar de tal manera que la mano izquierda no sepa lo que hace la mano derecha.

            (4)"Soberbios" o 'arrogantes'. La jactancia que lleva a gloriarse en uno mismo está estrechamente ligada con la arrogancia, o soberbia, que da mucha importancia al nacimiento, a la posición social y a las capacidades naturales, en contraste al cristianismo que nos conduce a estimar esas cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, nuestro Señor. (Filipenses 3:8).

            (5) "Blasfemos" o 'maldicientes'. La soberbia conduce a la blasfemia. Orgullosos de sus logros y de sus habilidades intelectuales, los hombres no dudan en hablar "mal de cosas que no entienden" (2 Pedro 2:12); y hablan “palabras contra el Altísimo." (Daniel 7:25) y atacan la Persona y la obra de Cristo, rechazando la revelación y mofándose de la inspiración.

            (6) "Desobedientes a los padres". Si los hombres son capaces de blasfemar contra Dios, nos asombra poco que sean desobedientes a los padres. Si tienen poco respeto por las Personas divinas, no tendrán ningún respeto para con las relaciones humanas.

            (7) "Ingratos" o 'desagradecidos'. Para aquellos que son desobedientes a los padres, toda misericordia de Dios es recibida como un asunto de derecho adquirido donde no hay ningún llamamiento al agradecimiento. El cristianismo nos enseña que todas las cosas creadas son misericordias "para que con acción de gracias" participen de ellas, "los creyentes y los que han conocido la verdad." (1 Timoteo 4:3).

            (8) "Impíos" o "profanos". Si los hombres no agradecen las bendiciones temporales y espirituales, ellos pronto despreciarán y desdeñarán la misericordia y la gracia que concede las bendiciones. Esaú despreció profanamente la primogenitura mediante la cual Dios le habría bendecido.

            (9) "Sin afecto natural". El hombre que trata ligeramente el amor y la misericordia de Dios pronto perderá el afecto natural hacia sus semejantes. El amor por sí mismo conduce a ser indiferente a los lazos de la vida familiar, o incluso a ver estos lazos como un obstáculo para la propia satisfacción.

            (10) "Desleales" (RVR1909), o "implacables" (RVR60). El hombre que es insensible al llamamiento del afecto natural seguramente será implacable, o será un hombre que no está abierto a ser convencido y que no puede ser apaciguado.

            (11) "Calumniadores" o 'falsos acusadores'. Aquel cuyo espíritu vengativo es insensible a toda instancia no dudará en calumniar o acusar falsamente a aquellos que contraríen su voluntad.

            (12) "Intemperantes" (RVR60) o "desenfrenados" (LBLA). El hombre que no duda en calumniar a los demás con su lengua, será uno que pierde el control de sí mismo fácilmente y actúa sin restricción.

            (13) "Crueles" (RV60), o "fieros" (VM), o "salvajes" (LBLA y Versión J. N. Darby en inglés). Aquel que calumnia a los demás al hablar y actúa sin restricción, exhibirá una disposición salvaje que carece totalmente de la gentileza que caracteriza al espíritu cristiano.

            (14) "Aborrecedores de los que son buenos" (VM), o "aborrecedores de lo bueno" (RVR60). La disposición salvaje ciega inevitablemente a los hombres a aquello que es bueno. No se trata solamente de que existan aquellos en la profesión cristiana que aman el mal, sino que ellos realmente aborrecen "lo bueno".

            (15) "Traidores". No teniendo amor por lo que es bueno, los hombres no vacilarán en actuar con la malicia que traiciona las confianzas y que no tiene respeto por las intimidades de aquellos de quienes ellos profesan tratar como amigos.

            (16) "Arrebatados" (RVR1909), o "impetuosos" (RVR60, LBLA), o "protervos" (VM). El hombre que puede traicionar a sus amigos es uno que procurará determinadamente hacer su voluntad, indiferente a las consecuencias y sin consideración por los demás.

            (17) "Infatuados" (RVR60), o "hinchados de orgullo" (VM), o "envanecidos" (LBLA). Lleno de vanidad, el hombre infatuado busca cubrir su obstinación bajo el vano fingimiento de que él está actuando por el bien general.

            (18) "Amadores de los placeres, más bien que amadores de Dios" (VM). Siendo vanas las pretensiones de los hombres, sus búsquedas carecerán igualmente de toda seriedad. Las nubes del juicio venidero se pueden estar reuniendo, pero la Cristiandad, cegada por su propia vanidad y egoísmo, se abandona a sí misma a un torbellino de entusiasmo, procurando encontrar su placer en el gozo sensual, siendo los ministros profesantes de la religión, muy a menudo, los líderes en toda clase de placer mundano.

            (19) "Tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella" (RVR60), o "teniendo la forma de la piedad, más negando el poder de ella" (VM). De este modo, en los días finales de la Cristiandad, se hallará a la masa profesante abandonándose a toda forma de mal, mientras procura cubrir su maldad con el manto de la santidad. Así, los cristianos nominales llegan a ser más malvados que los paganos, pues, mientras se complacen en todos los males del paganismo, ellos añaden a su maldad procurando ocultarlo bajo la forma de cristianismo, aunque completamente desprovisto de su poder espiritual. ¿Qué puede ser más desesperadamente malvado que el esfuerzo por usar el Nombre de Cristo como un manto para cubrir el mal? Es este manto de santidad lo que constituye los "días peligrosos" de los postreros días, pues la apariencia de piedad a veces engaña incluso a verdaderos cristianos.