domingo, 13 de noviembre de 2022

Por derecho, por herencia y por poder

 

El judío tiene que ir a Cristo por fe para ser salvo


Se equivoca grandemente el señor José Félix Rivero cuando piensa y dice que “el destino del pueblo judío es trágico”.

De los pueblos de la tierra no hay pueblo con un futuro más hermoso y bienaventurado que el pueblo judío. Muchas veces las palabras y compromisos hechos por los hombres son incumplidos o abrogados, porque “todo hombre es mentiroso, más Dios es verdadero”. (Romanos 3:4). Dios ha hecho un pacto con el pueblo de Israel, pacto con el fin de los días que Él va a cumplir: “He aquí vienen días, dice Jehová, en que confirmaré la buena palabra que he hablado a la casa de Israel y a la casa de Judá”. Aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida ni le añade”. (Jeremías 33:14, Ezequiel 28:25,26, Oseas 1:7-11, Gálatas 3:15)

Israel ha llevado y llevará castigos muy duros por su pecado de incredulidad, y su pecado mayor fue el de rechazar y dar muerte a su Mesías, nuestro Salvador y Señor Jesucristo. El exterminio del pueblo judío ha sido programado por muchos pueblos, muchas veces y por muchos siglos. También Dios mismo muchas veces se ha puesto en contra para castigar su desobediencia, pero a causa del pacto y del juramento dado a los patriarcas Él ha impedido su destrucción. Siempre ha habido grano entre la paja, y habrá siempre trigo entre la cizaña. Aun con su pecado de regicidas, Dios pondrá en ellos espíritu de remordimiento y ellos reconocerán a Cristo como su Señor. (Zacarías 13:1,6-9, Salmo 126)

En otra cosa está equivocado el señor Rivero. Dice que los hebreos son los creadores de la idea de un Dios único. Antes que los hebreos existiesen Él se dio a conocer a los patriarcas como Dios único. Adán, Henoch, Noé, Abraham y otros reconocieron con abundancia de revelaciones al Dios triuno en la creación, en la encarnación y en la redención. Cuando Abraham llegó al valle de Save con los trofeos de victoria, habiendo derrotado a los reyes confederados, “entonces Melquisedec rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo sacó pan y vino y lo bendijo diciendo: Bendito sea Abraham del Dios Altísimo, creador de los cielos y la tierra”. (Génesis 14:18,19) He aquí un extraño que conoce al Dios único, antes que Israel fuese una nación.

La fe en el Dios único no es una idea humana, sino una doctrina divina que tuvo su origen en la eternidad, la cual Dios ha tenido esmero especial que todos los hombres en el mundo reconozcan. Ya desde los días antes del diluvio los hombres empezaron a hacerse imágenes y a crearse dioses a su manera. Atenas, que fue cuna y emporio del saber, estaba llena de superchería. Cuando llegó Pablo allí, la ciudad tenía muchos santuarios dedicados a sus dioses. Pablo en su sermón les dijo: “En todo observo que sois muy religiosos; porque pasando y mirando vuestros santuarios hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: Al Dios no conocido. Al que vosotros adoráis sin conocerle, es a quien yo os anuncio”. (Hechos 17:22,23) Esos griegos con todas sus supersticiones tenían en mente la convicción de un Dios único.

Es cierto que los israelitas tenían el culto más ordenado y diáfano sobre toda la tierra porque el mismo Dios los instruyó, pero se envanecieron tanto por ese honor concedido de parte de Dios que despreciaban a los de otra raza. La doctrina del amor de Dios no los había influido. Cuando hacían prosélito, le hacían dos veces más hijo del infierno que ellos mismos. (Mateo 23:15)

Dice también el señor Rivero que “Dios al parecer no termina de serles propicio”. Dios no cambia. “No es hombre para mentir, ni hijo de hombre para que se arrepienta”. (Números 23:19) Dios le ha sido propicio a Israel en los tiempos y momentos más oscuros de su historia. Faraón, Asuero, Nabucodonosor, Tito, Hitler y otros son ejemplos de cómo Dios le ha sido propicio a Israel, no permitiendo su exterminio.

Mas Dios no sólo ha sido propicio a Israel, sino a todo el mundo, entregando a su Hijo amado, Jesucristo, a la muerte de cruz por nuestros pecados. “Él es la propiciación por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo”. (1 Juan 2:2)

Ahora no hay diferencia: judíos y gentiles han pecado y están bajo condenación. (Romanos 3:9) Y el único sacrificio acepto a Dios es el de Cristo, cuya sangre derramó en la cruz para limpiar nuestros pecados. El judío, lo mismo como el gentil, tiene que ir a Cristo por fe para ser salvo. Al señor Rivero no le queda otro camino sino hacer lo mismo para que alcance también salvación. (Romanos 1:16)

José Naranjo

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