El
judío tiene que ir a Cristo por fe para ser salvo
Se equivoca grandemente el señor José Félix Rivero
cuando piensa y dice que “el destino del pueblo judío es trágico”.
De los pueblos de la tierra no hay pueblo con un
futuro más hermoso y bienaventurado que el pueblo judío. Muchas veces las
palabras y compromisos hechos por los hombres son incumplidos o abrogados,
porque “todo hombre es mentiroso, más Dios es verdadero”. (Romanos 3:4). Dios
ha hecho un pacto con el pueblo de Israel, pacto con el fin de los días que Él
va a cumplir: “He aquí vienen días, dice Jehová, en que confirmaré la buena
palabra que he hablado a la casa de Israel y a la casa de Judá”. Aunque sea de
hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida ni le añade”. (Jeremías 33:14,
Ezequiel 28:25,26, Oseas 1:7-11, Gálatas 3:15)
Israel ha llevado y llevará castigos muy duros por su
pecado de incredulidad, y su pecado mayor fue el de rechazar y dar muerte a su
Mesías, nuestro Salvador y Señor Jesucristo. El exterminio del pueblo judío ha
sido programado por muchos pueblos, muchas veces y por muchos siglos. También
Dios mismo muchas veces se ha puesto en contra para castigar su desobediencia,
pero a causa del pacto y del juramento dado a los patriarcas Él ha impedido su
destrucción. Siempre ha habido grano entre la paja, y habrá siempre trigo entre
la cizaña. Aun con su pecado de regicidas, Dios pondrá en ellos espíritu de
remordimiento y ellos reconocerán a Cristo como su Señor. (Zacarías 13:1,6-9,
Salmo 126)
En otra cosa está equivocado el señor Rivero. Dice que
los hebreos son los creadores de la idea de un Dios único. Antes que los
hebreos existiesen Él se dio a conocer a los patriarcas como Dios único. Adán,
Henoch, Noé, Abraham y otros reconocieron con abundancia de revelaciones al
Dios triuno en la creación, en la encarnación y en la redención. Cuando Abraham
llegó al valle de Save con los trofeos de victoria, habiendo derrotado a los
reyes confederados, “entonces Melquisedec rey de Salem y sacerdote del Dios
Altísimo sacó pan y vino y lo bendijo diciendo: Bendito sea Abraham del Dios
Altísimo, creador de los cielos y la tierra”. (Génesis 14:18,19) He aquí un
extraño que conoce al Dios único, antes que Israel fuese una nación.
La fe en el Dios único no es una idea humana, sino una
doctrina divina que tuvo su origen en la eternidad, la cual Dios ha tenido
esmero especial que todos los hombres en el mundo reconozcan. Ya desde los días
antes del diluvio los hombres empezaron a hacerse imágenes y a crearse dioses a
su manera. Atenas, que fue cuna y emporio del saber, estaba llena de
superchería. Cuando llegó Pablo allí, la ciudad tenía muchos santuarios
dedicados a sus dioses. Pablo en su sermón les dijo: “En todo observo que sois
muy religiosos; porque pasando y mirando vuestros santuarios hallé también un
altar en el cual estaba esta inscripción: Al
Dios no conocido. Al que vosotros adoráis sin conocerle, es a quien yo os
anuncio”. (Hechos 17:22,23) Esos griegos con todas sus supersticiones tenían en
mente la convicción de un Dios único.
Es cierto que los israelitas tenían el culto más
ordenado y diáfano sobre toda la tierra porque el mismo Dios los instruyó, pero
se envanecieron tanto por ese honor concedido de parte de Dios que despreciaban
a los de otra raza. La doctrina del amor de Dios no los había influido. Cuando
hacían prosélito, le hacían dos veces más hijo del infierno que ellos mismos.
(Mateo 23:15)
Dice también el señor Rivero que “Dios al parecer no
termina de serles propicio”. Dios no cambia. “No es hombre para mentir, ni hijo
de hombre para que se arrepienta”. (Números 23:19) Dios le ha sido propicio a
Israel en los tiempos y momentos más oscuros de su historia. Faraón, Asuero, Nabucodonosor,
Tito, Hitler y otros son ejemplos de cómo Dios le ha sido propicio a Israel, no
permitiendo su exterminio.
Mas Dios no sólo ha sido propicio a Israel, sino a
todo el mundo, entregando a su Hijo amado, Jesucristo, a la muerte de cruz por
nuestros pecados. “Él es la propiciación por nuestros pecados, y no solamente
por los nuestros, sino también por los de todo el mundo”. (1 Juan 2:2)
Ahora no hay diferencia: judíos y gentiles han pecado
y están bajo condenación. (Romanos 3:9) Y el único sacrificio acepto a Dios es
el de Cristo, cuya sangre derramó en la cruz para limpiar nuestros pecados. El
judío, lo mismo como el gentil, tiene que ir a Cristo por fe para ser salvo. Al
señor Rivero no le queda otro camino sino hacer lo mismo para que alcance
también salvación. (Romanos 1:16)
José Naranjo
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