UN GRAN SUMO SACERDOTE QUE VIVE PARA SIEMPRE
Por tanto, teniendo un gran sumo
sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra
profesión. (Hebreos 4:14)
Jesús, el Hijo de Dios, es Dios y Hombre en la misma bendita Persona. La Palabra de Dios nos presenta su naturaleza humana, así como su n
aturaleza divina; su compasión, y también su poder. Su sacerdocio no tiene nada que ver con nuestros pecados. El sacerdocio tiene que ver con nuestras debilidades, como la enfermedad, la persecución, el cansancio, el dolor y la debilidad. Todas estas cosas producen pruebas para nuestra fe, para las cuales necesitamos de la misericordia y gracia del Señor. En medio de estas experiencias, su misericordia es la compasión que Él muestra, mientras que la gracia es el poder que nos da.
El Señor Jesús ejerce su sacerdocio
en el cielo, y a nuestro favor, según el modelo de Aarón y según el orden de
Melquisedec. El modelo de Aarón estaba caracterizado por la “compasión para con
los ignorantes y extraviados” (He. 5:2 LBLA Marg.). Pero mientras que Aarón no
podía continuar con su sacerdocio a causa de la muerte, el orden según
Melquisedec se distingue por ser eterno, pues Cristo vive en “el poder de una
vida indestructible” (7:16). La muerte no puede interrumpir su sacerdocio, pues
leemos: “más éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio
inmutable” (7:24).
Al tomar humanidad, el Señor Jesús
experimentó todas las pruebas y tentaciones (excepto el pecado; 4:15) que
nosotros enfrentamos diariamente. “Por lo cual debía ser en todo semejante a
sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote... Pues en
cuanto Él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que
son tentados” (2:17-18). Teniendo tal sumo sacerdote, somos animados no sólo a
“retener nuestra profesión”, sino también a acercamos “confiadamente al trono
de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno
socorro” (He. 4:16).
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