Recordamos que en estos artículos
visitamos el Antiguo Testamento descubriendo lo que el gran comentarista
bíblico Matthew Henry llamara “El hilo de oro de la gracia del evangelio”.
Porque efectivamente un hilo conductor recorre las Santas Escrituras manifestando
la gloria de Jesucristo como eje y núcleo del plan divino de
salvación. Aunque velado en el A.T. por figuras, símbolos,
tipologías, etc., será nuestro cometido dar con ellos, analizarlos y exponerlos
con la mayor claridad posible.
Cuando Cristo mantuvo aquella
conversación con los dos discípulos camino de Emaús explicándoles “desde
Moisés, y siguiendo por todos los profetas, (y…) les declaraba en todas las
Escrituras lo que de él decían” (Lucas 24:7), sin lugar a dudas tuvo presente
el libro de Ezequiel. ¡Qué descripción tan maravillosa del Buen pastor hallamos
en las palabras escritas por el profeta! “Yo apacentaré mis ovejas, y yo les
daré aprisco,
dice Jehová el Señor. Yo buscaré la perdida, y haré volver
al redil la descarriada; vendaré la perniquebrada, y fortaleceré la débil; más
a la engordada y a la fuerte destruiré; las apacentaré con justicia” (Ezequiel
34:15-16)
Pasados algo más de cinco siglos,
Cristo mismo las predicó al pueblo, se las aplicó a sí
mismo y las cumplió fielmente.
La
predicación
La predicación de Ezequiel tiene
lugar en Babilonia cuando el pueblo de Israel está viviendo un momento
dramático de su historia. Durante aquel tiempo Jerusalén fue conquistada
y destruida. El juicio de Dios cayó sobre el pecador manifestando así la
responsabilidad individual por medio de la cual el Señor juzga a cada uno por
su pecado. Pero el corazón amante de Dios está lleno de gracia para con el
pecador y por boca de profeta se anuncia al pueblo la intervención
salvífica de Jehová. En repetidas ocasiones el Señor nuestro
Dios es presentado en las Escrituras bajo la figura del pastor que
cuida, alimenta, conduce y protege a su rebaño. Ezequiel
predicó
acerca del momento en que Jehová mismo irá a buscar a sus
ovejas (Ezequiel 34:11) y las apacentará por medio de un pastor que él
levantará, “mi siervo David” (Ezequiel 34:23), en clara referencia mesiánica.
El evangelio de Juan capítulo 10 nos
presenta a Jesucristo predicando al pueblo esta misma escritura.
También entonces Israel vivía subyugado y una futura destrucción
de la ciudad de Jerusalén y el templo vendrían como juicio de
Dios por el pecado de su pueblo. Pero un profeta mayor que Ezequiel les predicaba
recordándoles que la gracia de Dios no se ha acortado, que el buen pastor aún
cuida de los suyos.
La
aplicación
Jesucristo se aplica a sí mismo la figura
del buen
pastor. Así llega a decir: “Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías
me conocen” (Juan 10:14) y… “También tengo otras ovejas
que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá
un rebaño, y un pastor”. (Juan 10:16). En este sentido, todo
lo dicho
anteriormente por Ezequiel respecto a esa figura del pastor en
cuanto a que se trata de Jehová mismo y a la vez de “mi siervo David” se
aplican a Jesucristo revelando tanto su naturaleza divina como su
naturaleza humana.
Al aplicarse sobre sí la figura del Buen
pastor, Jesucristo estaba señalándose también como el salvador
de su pueblo. Más aun, el que dará su vida en rescate de su pueblo: “Yo soy el
buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” (Juan 10:11) Y de nuevo:
“Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie
me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y
tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi
Padre. (Juan 10:1718)
La
ejecución
Nuestro Señor Jesucristo no sólo predicó
acerca del buen pastor y se identificó con la obra divina y humana
que debía realizar, sino que la ejecutó. El apóstol Pedro escribirá
en su primera carta universal refiriéndose a Jesucristo lo siguiente: “quien
llevó él
mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando
muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis
sanados. Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis
vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas”. (1Pedro 2:24-25)
Jesucristo, con su muerte
en la cruz del calvario y su posterior resurrección al
tercer día, consigue la salvación de sus ovejas. Había venido a salvarlas y las
salvó. En su momento, en el tiempo oportuno, esta salvación
será eficazmente aplicada a cada una de ellas de tal
forma que se hará realidad su promesa de que ni una de sus ovejas se perderá.
Nadie las podrá arrebatar de su mano. Así de omnipotente es este pastor y
obispo de nuestras almas.
En Calle Recta, septiembre 2021
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