domingo, 13 de noviembre de 2022

CONSEJOS PARA EL ESTUDIO

 

Recordamos que en estos artículos visitamos el Antiguo Testamento descubriendo lo que el gran comentarista bíblico Matthew Henry llamara “El hilo de oro de la gracia del evangelio”. Porque efectivamente un hilo conductor recorre las Santas Escrituras manifestando la gloria de Jesucristo como eje y núcleo del plan divino de salvación. Aunque velado en el A.T. por figuras, símbolos, tipologías, etc., será nuestro cometido dar con ellos, analizarlos y exponerlos con la mayor claridad posible.

Cuando Cristo mantuvo aquella conversación con los dos discípulos camino de Emaús explicándoles “desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, (y…) les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Lucas 24:7), sin lugar a dudas tuvo presente el libro de Ezequiel. ¡Qué descripción tan maravillosa del Buen pastor hallamos en las palabras escritas por el profeta! “Yo apacentaré mis ovejas, y yo les daré aprisco, dice Jehová el Señor. Yo buscaré la perdida, y haré volver al redil la descarriada; vendaré la perniquebrada, y fortaleceré la débil; más a la engordada y a la fuerte destruiré; las apacentaré con justicia” (Ezequiel 34:15-16)

Pasados algo más de cinco siglos, Cristo mismo las predicó al pueblo, se las aplicó a sí mismo y las cumplió fielmente.

La predicación

La predicación de Ezequiel tiene lugar en Babilonia cuando el pueblo de Israel está viviendo un momento dramático de su historia. Durante aquel tiempo Jerusalén fue conquistada y destruida. El juicio de Dios cayó sobre el pecador manifestando así la responsabilidad individual por medio de la cual el Señor juzga a cada uno por su pecado. Pero el corazón amante de Dios está lleno de gracia para con el pecador y por boca de profeta se anuncia al pueblo la intervención salvífica de Jehová. En repetidas ocasiones el Señor nuestro Dios es presentado en las Escrituras bajo la figura del pastor que cuida, alimenta, conduce y protege a su rebaño. Ezequiel predicó acerca del momento en que Jehová mismo irá a buscar a sus ovejas (Ezequiel 34:11) y las apacentará por medio de un pastor que él levantará, “mi siervo David” (Ezequiel 34:23), en clara referencia mesiánica.

El evangelio de Juan capítulo 10 nos presenta a Jesucristo predicando al pueblo esta misma escritura. También entonces Israel vivía subyugado y una futura destrucción de la ciudad de Jerusalén y el templo vendrían como juicio de Dios por el pecado de su pueblo. Pero un profeta mayor que Ezequiel les predicaba recordándoles que la gracia de Dios no se ha acortado, que el buen pastor aún cuida de los suyos.

La aplicación

Jesucristo se aplica a sí mismo la figura del buen pastor. Así llega a decir: “Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen” (Juan 10:14) y… “También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor”. (Juan 10:16). En este sentido, todo lo dicho anteriormente por Ezequiel respecto a esa figura del pastor en cuanto a que se trata de Jehová mismo y a la vez de “mi siervo David” se aplican a Jesucristo revelando tanto su naturaleza divina como su naturaleza humana.

Al aplicarse sobre sí la figura del Buen pastor, Jesucristo estaba señalándose también como el salvador de su pueblo. Más aun, el que dará su vida en rescate de su pueblo: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” (Juan 10:11) Y de nuevo: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre. (Juan 10:1718)

La ejecución

Nuestro Señor Jesucristo no sólo predicó acerca del buen pastor y se identificó con la obra divina y humana que debía realizar, sino que la ejecutó. El apóstol Pedro escribirá en su primera carta universal refiriéndose a Jesucristo lo siguiente: “quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas”. (1Pedro 2:24-25)

Jesucristo, con su muerte en la cruz del calvario y su posterior resurrección al tercer día, consigue la salvación de sus ovejas. Había venido a salvarlas y las salvó. En su momento, en el tiempo oportuno, esta salvación será eficazmente aplicada a cada una de ellas de tal forma que se hará realidad su promesa de que ni una de sus ovejas se perderá. Nadie las podrá arrebatar de su mano. Así de omnipotente es este pastor y obispo de nuestras almas.

En Calle Recta, septiembre 2021

No hay comentarios:

Publicar un comentario