domingo, 13 de noviembre de 2022

Tres credenciales del joven David

 

En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor (Ro 12.11).


La historia inmortal del joven David ha encantado a la juventud y los niños en todas las edades desde que las Sagradas Escrituras en su entereza están en las manos de la gente común en sus respectivos idiomas. David era el predilecto entre todos los reyes de Israel, y el que tuvo el honor de ser escogido por Dios mismo porque “halló en él varón conforme a su propio corazón, quien haría todo lo que Dios quería”, Hechos 13.22.

En los días en que vivimos la juventud figura mucho en la economía nacional. Muchos están recibiendo una buena educación y preparándose para las distintas profesiones. En cambio, otros han caído en las garras de Satanás, arruinando sus vidas con drogas, vicios y disoluciones. El televisor ha inducido a muchos a la violencia y corrupción.

Sin embargo, nos anima ver tantos jóvenes asistiendo a las reuniones evangélicas y luego confesando fe en Cristo, obedeciéndole en bautismo y congregándose con otros creyentes en el nombre del Señor. Hay los que tienen ejercicio en servir a Cristo y ganar almas para él. Consagrar la vida a Cristo es un paso que no deben tomar precipitadamente, porque uno necesita credenciales especiales para esto.

David contaba con tres credenciales que son dignas de nuestra atención:

·         tenía un corazón digno de verdadero pastor; era su profesión. “Queda aún el menor, que apacienta las ovejas”, 1 Samuel 16.11.

·         tenía labios consagrados para cantar las alabanzas de su Dios; era su adoración.

·         servía como guerrero valiente en las batallas de su Dios; era su servicio.

Él era un buen ejemplo de lo dicho en Romanos 12.11: “En lo que requiere diligencia, no perezosos”. Era cumplido en guardar las ovejas de su padre. Cuando Samuel llegó a ungir a David, sus siete hermanos mayores estaban cerca de la casa; solamente él se hallaba en el campo. Dios escoge hombres diligentes como Eliseo, arando; Pedro, Juan y Jacobo, pescando; Mateo, recaudando; Lucas, atendiendo a enfermos. El joven que ha fracasado en las ocupaciones legítimas de la vida temporal no será el hombre competente para la vocación honorable de la obra del evangelio.

El segundo requisito en nuestro versículo es “fervientes en espíritu”. En el caso de David la abundancia de sus salmos da testimonio de su espíritu fervoroso. En 2 Samuel 23.1 se le llama “el dulce cantor de Israel”.

Dice Santiago 5.13: “¿Está alguno alegre? Cante alabanzas”. El gozo del Señor debe caracterizar a la persona que desea servirle a él aceptablemente. “Servid a Jehová con alegría”, es la exhortación del Salmo 100. Una cara larga y triste no es una buena recomendación para el evangelio, aun cuando debe haber seriedad en el comportamiento, por cuanto la liviandad es incompatible con la dignidad del evangelio.

Y ahora el tercer requisito: “sirviendo al Señor”. David prestaba servicio militar, luchando contra los enemigos de su Dios. El orden en cuanto a éste concuerda con la secuencia en Romanos 12: primeramente, el cumplimiento en lo temporal, segundo en el fervor espiritual — examen propio, confesión, oración, meditación, participación en las actividades del pueblo del Señor — y finalmente el servicio público.

Merece ser considerado también su testimonio ante los demás, como está presentado en 1 Samuel 16 al 18. Él sabía tocar. Tenía talento, de manera que había melodía en su canto que dominaba el espíritu malo en Saúl. Era valiente. Pudo enfrentarse al león, el oso y el gigante, porque fue apoyado por su Dios.

David era vigoroso. Lejos de ser flojo, era como el apóstol Pablo quien por amor de Cristo trabajaba día y noche para ganar su pan, haciendo tiendas, para así anunciar la palabra de Dios. Aun en el calabozo en Roma le encontramos con el ejercicio de escribir aquellas epístolas sublimes a ciertos individuos y asambleas.

David era también hombre de guerra cuando joven, y aun antes de pelear con Goliat él desplegaba su carácter militar. Nunca perdió una batalla. Desde el momento de creer, el joven cristiano está habilitado para pelear contra los tres enemigos de su alma, que son el mundo, la carne y Satanás. No hay tregua. “Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno”, 1 Juan 2.14.

Era prudente. “David se conducía prudentemente en todos sus asuntos”, 18.14. Y era hermoso, contando con un testimonio intachable. “Todo Israel y Judá amaba a David, porque él salía y entraba delante de ellos”. El desliz de algunos ha dejado una marca fea en su testimonio. El guardarse “sin mancha del mundo” es una parte de la religión pura como la presenta Santiago.

“Jehová estaba con David”, 18.28. Es el detalle principal. La integridad de este varón inspiraba confianza en sus hombres y le mantuvo en el favor de Dios. Es un buen tipo de nuestro Señor Jesucristo en sus sufrimientos seguidos por la gloria. Nosotros, “si sufrimos, también reinaremos con él”.

Delante del tribunal habrá los jóvenes que recibirán corona y los que sufrirán pérdida. Que el Señor nos ayude a vivir por él de tal manera que salgamos bien.

Santiago Saword

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