sábado, 3 de agosto de 2013

Dirigida a la Iglesia en Esmirna

Esto es dirigido seguramente indicando los días de persecución, los cuales sabemos les fue concedido atravesar después de su declinación desde la pureza apostólica.
            El Señor se presenta a Sí mismo en una manera que había de ser del más profundo estimulo para los santos que estaban siendo perseguidos, incluso hasta la muerte. El está ante todos los que se han levantado contra Su pueblo, y permanecerán cuando los perseguidores han de fallecer para siempre. Si los santos son llamados a enfrentar la muerte se les concede recordar que Cristo estuvo muerto y vivió.
            En Esmirna nosotros vemos los recientes males en que la iglesia había sido atacada; Con tal tribulación el Señor permitió la detención de estos males que crecían; y la devoción de un triunfo individual quien en medio de la persecución, fueron fieles hasta la muerte.
            En este periodo de la historia de la iglesia el esfuerzo de Satanás para corromper la iglesia y manchar todo el testimonio tomando una forma doble. Primeramente, allí estaba el origen de la influencia de la corrupción, dentro del círculo Cristiano, de aquellos que intentaron agregar del Judaísmo al Cristianismo. Segundo, la oposición se había levantado al Cristianismo desde el exterior por los Gentiles perseguidores. Ambos males están trazados por Satanás. En cuanto, a los maestros judaizantes, todo el tiempo que los apóstoles estuvieron en la tierra, todos los esfuerzos de Satanás que eran para tener un Judaísmo reconocido en la iglesia de Dios fueron frustrados. Después de la partida de ellos se levantó no solo individuos judaizantes, sino una determinada facción, aquí llamada la sinagoga de Satanás, que buscó atacar las formas, las ceremonias y los principios del judaísmo al Cristianismo. Este mal ha estado obrando desde siempre, tanto así que hoy día los profesantes del Cristianismo han extraviado su verdadero carácter celestial y se han vuelto a un gran sistema mundano con construcciones espléndidas, con formas y ceremonias que apelan a hombre natural después del ejemplo del sistema Judío.
            En presencia de esta grave partida el Señor permitió que la iglesia atravesara un periodo de persecución que llevó luz, en medio de la creciente oscuridad, a aquellos que confiaron en Él, siendo "fiel hasta la muerte". Los que tienen la seguridad del Señor que Él está sobre todos y que ha establecido un limite a los sufrimientos de Su pueblo. Él galardonará a sus fieles en la muerte con una corona de la vida y la promesa que aún cuando ellos puedan pasar a través de la muerte, ellos nunca "sufrirán daño de la segunda muerte".        
Traducido por Denis Valencia

Los Tiempos de Jonatán

Jonatán pidió de Dios una señal y Dios en gracia se la dio. Los dos hombres propusieron declararse al enemigo y si el enemigo dijera, "Esperad hasta que lleguemos a vosotros," entonces ellos se quedarían en el mismo lugar, pero si el enemigo decía, "subid a nosotros," ellos lo aceptarían como cosa segura que Dios les daría una victoria completa (1 Samuel 14:9, 10). No perdamos la lección de esta señal. "Subid a noso­tros" era el lenguaje de seguridad con complacencia. Una sola roca bien pudo haber destruido a los dos hombres cuando subían el peñasco agudo; sin embargo, ninguna roca cayó sobre ellos; tan seguros se sen­tían los Filisteos, y tan grande fue su menosprecio para los dos hombres que subían. No hay nada más peligroso que confiar en la fuerza y seguri­dad humana; pero nada hay más bendito que el sentido espiritual de nuestra flaqueza y dependencia en Dios. Cultivemos este último senti­do más y más.
Tan pronto como Jonatán y su paje de armas llegaran arriba, empezaron a matar a los Filisteos, y al mismo tiempo, Jehová causó un terremoto. Hubo pánico, y en su temor los Filisteos huyeron por allá y por acá, aparentemente matándose los unos a los otros en su gran cons­ternación. Así Dios obró contra un enemigo tan insólito.
Los centinelas de Saúl reportaron la conmoción, pero el Rey no había participado del secreto. Tampoco el sacerdote, quien al mandato del rey, trajo el arca y principió a inquirir de Dios, pero no recibieron ninguna contestación. Dios no tenía interés en los formalistas religiosos, sino que estaba obrando completamente independiente de ellos, como lo ha hecho frecuentemente, aún hasta hoy día.

El Triunfo Invariablemente Atrae Números.
Los del pueblo de Dios que se habían ido a los Filisteos (el escri­tor inspirado en desprecio los llama "Hebreos", no "Israelitas" - v. 21), y otros que se habían escondido, ahora regresan para tener parte en la victoria. Ambos traidores y cobardes ahora estaban listos a identificarse con el lado de Dios, ahora que ese lado estaba triunfando. Siempre ha sido así, pero es mucho más agradable a Dios la minoría pía que le per­manece fiel y que está lista a aceptar el vituperio y peligro por amor de Su nombre. Los que temían a Dios en Malaquías 3:16 y "los demás que están en Tiatira" (Apocalipsis 2:24) son ejemplos de esto.
El resto de 1 Samuel 14 es más bien la historia de Saúl que de Jona­tán. El pobre Rey casi tornó la victoria en un desastre. Es peligroso el entremetimiento de la carne en los movimientos divinos. Saúl había prohibido que se alimentaran hasta que terminaran con el enemigo, y esa prohibición necia fue motivo de una terrible licencia de parte del pueblo, tal como sucede con todas las prohibiciones necias. Los ojos de Jonatán fueron abiertos por desobedecer a su padre (porque él comió un poco de miel). David dice, por el contrario, "Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es pu­ro, que alumbra los ojos" (Salmo 19:8). Esto quiere decir que el alumbra­miento verdadero se encuentra en el camino de obediencia a Dios.
El Rey todavía reconocía la forma de religión y por eso edificó un altar (el primero que jamás había levantado para Jehová), y mandó al sacerdote que consultara a Dios acerca de un mayor esfuerzo contra los Filisteos. No le vino contestación y viéndose ignorado divinamente, sospechó que Dios se había desagradado en algo, pero estaba tan lejos de Dios que nunca pensó que él era el ofensor. ¡Cuán engañosa es la carne!
Cuando echaron suerte, ¡él positivamente pasó la sentencia de muerte sobre Jonatán! La ignorancia y necedad no podían hacer más. Pero el sentido común del pueblo se rebeló contra la estupidez del Rey. "¿Ha de morir Jonatán, el que ha hecho esta grande salvación en Israel? No será así." Así terminó el asunto. Saúl se fue a su casa y los Filisteos escaparon sin más castigo. El capítulo entero es muy humillan­te pues expone la debilidad y la necedad de la religión de la carne, pero también este capítulo causa alegría en su certeza preciosa de lo que Dios puede hacer con los instrumentos más débiles que tienen corazón recto hacia El y quienes pueden confiar en El completamente.
La historia de Jonatán está entretejida con la de David. Por alguna razón, no tomó parte en la batalla del valle de Ela, aunque parece que estaba en el campo de Israel en ese tiempo. ¿No era él en ese momen­to un instrumento "útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra?" (2 Timoteo 2:21). El hecho que un hombre esté listo para Dios en cierto tiempo, no significa que lo esté también listo en otra ocasión. La fe aun en los santos más fieles fluctúa seriamente. Vemos esto muy distinta­mente en Elias. La soberanía de Dioses la explicación más probable de la inactividad de Jonatán frente a Goliat. Una de las grandes lecciones del Libro de Los Hechos es que Dios actúa cómo y cuándo a El le plaz­ca, usando a quien El desee. Había llegado Su tiempo para introducir a David al pueblo; por consiguiente, el joven fue manifestado en toda la dulce simplicidad de su fe, en un completo contraste con la ponde­rosa formalidad y debilidad espiritual del hombre escogido del pueblo.
Cuando David volvía del conflicto con la cabeza del filisteo en su mano, "el alma de Jonatán quedó ligada con la de David." Después de la muerte trágica de Jonatán, David podía decir de él, "Que me fuiste muy dulce; más maravilloso me fue tu amor que el amor de las mujeres" (2 Samuel 1:26).

No Hay Sustituto para el Amor
Por muy ingenioso que sea el hombre nunca puede pensar en el algo que tome el lugar del amor. "Las muchas aguas no podrán apa­gar el amor, ni lo ahogarán los ríos. Si diese el hombre todos los bienes de su casa por este amor, de cierto lo menospreciarían" (Cantares 8:7). Jehová lamentó sobre Israel, "Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí en el desierto, en tierra no sembrada. Santo era Israel a Jehová... Así di­jo Jehová: ¿Que maldad hallaron en mí vuestros padres, que se alejaron de mí?... Mas dijiste: No hay remedio en ninguna manera, porque a extraños he amado, y tras ellos he de ir" (Jeremías  2:1-5, 25). En Apocalipsis 2 lee­mos como el Señor reprendió a los de Éfeso, "Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor." En Éfeso tenían las obras; también pureza de doctrina y orden eclesiástico; pero el decaimiento del amor esparció una sombra triste sobre todo.
David regresando de la matanza de Goliat es un tipo del Cristo resucitado. Sólo así Le conoce el cristiano (2 Corintios 5:16). En Su muerte, El hizo la expiación de nuestros pecados; El hizo fin, como ante Dios del viejo hombre de pecado y corrupción; y derribó la fuerza de todos nuestros enemigos. El es ahora el Hombre exaltado en los cielos. Quien una vez descendió a las partes más bajas de la tierra es el mismo quien también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo (Efesios 4:10). ¡Ciertamente nuestras almas se alegran al pensar en El así! Y ciertamente nuestras afecciones Le siguen al lugar a donde El ha ido. ¿Qué lugar puede tener el mundo en la mente y corazón de quien tie­ne el conocimiento bendito de Aquel que aunque rechazado aquí, es honrado allá?

Jonatán Amó a David…
…como a su propia alma, y sin dilación dio prueba de su amor al despojarse de todo para él. La magnitud de su rendición es notable. "Jonatán se quitó el manto que llevaba, y se lo dio a David, y otras ropas suyas, hasta su espada, su arco y su talabarte." (1 Samuel 18:4). Fue algo muy gran­de dar a David su manto y otras ropas, pero siendo un soldado, y a más de ello un príncipe real, entregar también sus armas fue algo muy extra­ordinario. ¡Cuán grande entonces era el amor de Jonatán para David!
En Filipenses 3 encontramos a Pablo en el cuarto de despojamiento. Ninguna otra persona en su día podía jactarse en la carne, como él. Tenía todas las ventajas, sea de raza, de religión, o de moralidad. Pero la primera vista del Cristo glorificado echó por tierra para siempre todo lo que él consideraba valioso. "Pero cuantas cosas eran para mí ganan­cia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo." No fue para él un acto impulsivo de entusiasmo momentáneo, sino el solemne cálculo de un hombre quien había aprendido de Dios el valor de las cosas de arriba y las de abajo. Pablo nunca se apartó de su primera devoción a Cristo; Jonatán tampoco menguó su devoción a David. Ambos amaron su objeto hasta el fin de su vida. Después de años de sufrimiento sin paralelo y de reproche por Cristo - la historia abreviada se encuentra en 2 Corintios 11 - Pablo podía decir, "Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cuál lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en El" (Filipenses 3:8, 9).
"Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron" (Romanos 15:4). Hermanos, ¿qué hemos aprendido de Jonatán y de Pablo? El segundo escribe a todos nosotros, "Sed imitadores de mí" (1 Corintios 11:1), y añade, "así como yo de Cristo", y en Filipenses 3:17, dice "y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en noso­tros." Examinemos nuestra senda cristiana. En verdad, ¿a qué hemos renunciado por Aquel a quien profesamos amar? ¿Cuántos ídolos que­ridos hemos abandonado por El? ¿Hasta qué grado hemos compartido Su rechazamiento? Es muy evidente que Pablo y sus compañeros andu­vieron un camino de pérdida; él podía decir, "Hemos llegado a ser espec­táculo al mundo, a los ángeles y a los hombres" (1 Corintios 4:9). ¿Puede verse esto en nosotros? Qué Dios por Su bendito Espíritu ejercite nues­tros corazones y conciencias en estas cosas.
Verdades Bíblicas Noviembre – Diciembre 1975, Nº 323-324

PEDRO SOBRE LAS AGUAS

(Léase Mateo 14:22-33)
Hay dos aspectos bajo los cuales podemos considerar este interesante pasaje de las Escrituras. En primer lugar, lo podemos leer desde un punto de vista dispensacional, en relación con el tema de los tratos de Dios con Israel. Y, en segundo lugar, lo podemos leer como una porción que atañe directamente a nuestro diario andar práctico con Dios.
          Nuestro Señor, una vez que alimentó a la multitud y se despidió de ella, “subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo”. Esto corresponde precisamente a su posición actual con referencia a la nación de Israel. Él los dejó y subió a lo alto para emprender la bendita obra de la intercesión. Mientras tanto, los discípulos —tipo del remanente piadoso— estaban siendo sacudidos por el borrascoso mar durante las lóbregas vigilias de la noche, pasando por profundas pruebas y ejercicios, en ausencia de su Señor, quien, no obstante, nunca los perdió de vista siquiera por un momento, nunca apartó sus ojos de ellos; y, cuando se acercaban al límite de sus posibilidades, por así decirlo, sin saber qué hacer, Jesús se hace presente para aliviarlos, apacigua los vientos, calma el mar y los lleva a su deseado puerto.
          Baste lo dicho en cuanto al aspecto dispensacional de esta porción de las Escrituras, al cual, aunque es de lo más interesante, no lo seguiremos desarrollando, por cuanto nuestro propósito, en este breve artículo, es presentar al corazón del lector la preciosa verdad revelada en el relato de Pedro sobre las aguas, verdad que —como lo hemos dicho— atañe directamente a nuestra propia senda individual, sea cual fuere la naturaleza de esa senda.
          No requiere ningún esfuerzo de la imaginación ver, en el caso de Pedro, una notable figura de la Iglesia de Dios colectivamente o del cristiano individual. Pedro dejó la barca ante el llamado de Cristo. Él abandonó todo aquello a lo que el corazón podía apegarse y se echó a caminar sobre el tempestuoso mar, en pos de una senda ubicada más allá y por encima de los límites de la Naturaleza; una senda de fe; una senda en la que nada sino la simple fe podría vivir una sola hora. El secreto para todos cuantos son llamados a recorrer esa senda es Cristo o nada. Nuestra única fuente de poder consiste en mantener los ojos de la fe firmemente fijos en Jesús: “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (Hebreos 12:2). Ni bien apartemos nuestros ojos de él, comenzaremos a hundirnos.
          Huelga decir que no se trata aquí de la salvación —de alcanzar la orilla para estar a salvo. De ninguna manera; estamos hablando ahora del andar del cristiano en este mundo; de la carrera práctica de aquel que es llamado a abandonar este mundo, a renunciar a todo aquello en lo que la mera naturaleza busca apoyarse o depositar su confianza; a desprenderse de las cosas terrenales, de los recursos humanos y de los medios naturales a fin de andar con Jesús por encima del poder y de la influencia de las cosas visibles y temporales.
          Tal es el elevado llamamiento del cristiano y de toda la Iglesia de Dios, en contraste con Israel, el pueblo terrenal de Dios. Nosotros somos llamados a vivir por la fe; a caminar, con calma confianza, por encima de las circunstancias de este mundo; a avanzar, con santo compañerismo, junto a Jesús.
          Tras eso precisamente suspiraba el alma de Pedro cuando profería estas palabras: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas” (v. 28). Aquí estaba el secreto: “si eres tú”. Si no era él, el error más descomunal que Pedro habría podido cometer hubiera sido dejar la barca. Pero, por otro lado, si ciertamente era a él mismo, a ese bendito, gloriosísimo y graciable Jesús, al que vio allí andando apaciblemente sobre la superficie de las agitadas aguas, entonces, seguramente, lo más excelente, lo más dichoso, lo mejor que podía hacer era abandonar todo recurso terrenal y natural, a fin de salir en pos de Jesús y probar el inefable gozo de la comunión con él.
          Hay una inmensa fuerza, profundidad y significación en estas cláusulas: “Si eres tú”, “manda que yo vaya a ti”, “sobre las aguas”. Nótese que es “a ti sobre las aguas”. No se trata de que Jesús viniera a Pedro en la barca —algo muy bendito y precioso— sino de que Pedro saliese al encuentro de Jesús sobre las aguas. Una cosa es tener a Jesús viniendo en medio de nuestras circunstancias, apaciguando nuestros temores, aliviando nuestras ansiedades, tranquilizando nuestros corazones, y otra muy distinta lanzarnos nosotros mismos desde la orilla de las circunstancias o desde la barca de los recursos humanos para andar con calma victoria sobre las circunstancias a fin de estar con Jesús donde él está. Lo primero nos recuerda a la viuda de Sarepta (1 Reyes 17); lo segundo, a la sunamita (2 Reyes 4).
          ¿Acaso no apreciamos la excelente gracia que exhalan estas palabras: “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!”? Lejos esté de nosotros este pensamiento. Estas palabras son muy preciosas. Y, además, Pedro las habría probado; sí, se habría deleitado en su dulzura, aun cuando nunca hubiera puesto siquiera un pie fuera de la barca. Es bueno que distingamos entre estas dos cosas. Ambas se confunden demasiado a menudo. Todos nosotros somos propensos a descansar en el pensamiento de tener al Señor con nosotros, y a sus misericordias acompañándonos a lo largo de nuestra senda cotidiana. Nuestra visión no va más allá de las relaciones naturales, los gozos de la tierra, tal cual son, la amplia gama de bendiciones que nuestro bondadoso Dios derrama tan generosamente sobre nosotros. Nos aferramos con tesón a las circunstancias, en lugar de anhelar un más íntimo compañerismo con un Cristo rechazado. En esta senda sufriremos inmensas pérdidas.
          Sí, lo decimos con fuerza: inmensas pérdidas. No es que debamos apreciar menos las bendiciones y misericordias de Dios, sino que debemos apreciarle más a él. Creemos que Pedro habría sido un perdedor si se hubiese quedado en la barca. Algunos pueden pensar que actuó bajo el influjo de su impaciencia e impulsividad; por nuestra parte creemos que su proceder fue fruto de su vehemente anhelo por su muy amado Señor, un intenso deseo de estar cerca de él a toda costa. Vio a su Señor andando sobre las aguas y se sintió impulsado por el deseo de andar con él, y su deseo fue legítimo; grato al corazón de Jesús.
          Además, ¿no actuó bajo la autoridad de su Señor al dejar la barca? Ciertamente que sí. La voz de mando —”ven”—, una voz de intensa fuerza moral, alcanzó su corazón y lo hizo salir de la barca para ir al encuentro de Jesús. La palabra de Cristo era la autoridad para entrar en esa extraña y misteriosa senda; y la presencia viva y sentida de Cristo constituía el poder para avanzar en ella. Sin esa orden, él no se habría atrevido a partir; sin esa presencia, no habría podido avanzar. Era algo extraño, inexplicable, sobrenatural andar sobre las aguas; pero Jesús estaba andando allí, y la fe puede andar con él. Así lo creyó Pedro, y entonces, “descendiendo de la barca”, “andaba sobre las aguas para ir a Jesús” (v. 29).
          Ahora bien; ésta es una notable figura de la verdadera senda de un cristiano: la senda de la fe. La garantía para emprender esa senda es la palabra de Cristo. El poder para avanzar en ella consiste en mantener los ojos fijos en Cristo mismo. No es una cuestión de si está bien o está mal. La pregunta es: ¿En qué ponemos la mira? ¿Es el firme intento de nuestro corazón estar lo más cerca posible de Jesús? ¿Ansiamos de veras probar una más profunda, más estrecha y más plena comunión con él? ¿Es él suficiente para nosotros? ¿Estamos dispuestos a dejar de lado todo aquello a lo que la mera naturaleza se aferra, y a apoyarnos solamente en Jesús? En su infinito y condescendiente amor, él nos hace señas para que vayamos a él. Nos dice: “Ven”. ¿Nos negaremos? ¿Vacilaremos y nos quedaremos atrás ante su voz? ¿Nos asiremos de la barca mientras la voz de Jesús nos dice “ven”?
          Tal vez podría objetarse que Pedro cayó y que, por lo tanto, habría sido mejor, más seguro y prudente quedarse en la barca que hundirse en el agua. Es mejor no tomar un lugar prominente que, después de haberlo tomado, fracasar en él. Bien, es absolutamente cierto que Pedro fracasó; pero ¿por qué? ¿Fue porque dejó la barca? No, sino por dejar de mirar a Jesús. “Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!” (v. 30). Así sucedió con el pobre Pedro. Su error no consistió en dejar la barca, sino en mirar la fuerza del viento y de las olas, en mirar a su alrededor en vez de clavar la mirada en Jesús. Había entrado en una senda que sólo podía ser atravesada por la fe, una senda en la cual, si él no tenía a Jesús, no tenía absolutamente nada; ni barca, ni bote, ni salvavidas ni siquiera un tablón del que agarrarse. En una palabra, se trataba de Cristo o de nada; de caminar con Jesús sobre las aguas o de hundirse en lo más hondo sin él. Nada sino la fe podía sustentar el corazón en tal carrera. Pero la fe pudo sustentarlo, pues la fe puede vivir en medio de las olas encrespadas y de los vientos más borrascosos. La fe puede caminar sobre las más agitadas aguas; la incredulidad no lo puede hacer sobre las más calmas.
          Pero Pedro fracasó. Sí; ¿y qué hay con eso? ¿Acaso ello prueba que hizo mal en obedecer el llamado de su Señor? ¿Acaso Jesús le reprochó que hubiese dejado la barca? ¡Ah, no!, eso no habría sido propio de Él. Jesús no podía decirle a su pobre siervo que viniera, y luego reprenderlo por haber venido. Él sabía y podía condolerse —como lo hizo— de la debilidad de Pedro, por lo que leemos que “al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?”. No le dijo: «¡Hombre alocado y precipitado! ¿Por qué dejaste la barca?». No, sino: “¿Por qué dudaste?”. Tal fue la tierna reprimenda. Y ¿dónde estaba Pedro cuando oía estas palabras? ¡En los brazos de su Señor! ¡Qué lugar! ¡Qué experiencia! ¿Acaso no valía la pena abandonar la barca para probar semejante bendición? Sin duda que sí. Pedro estuvo acertado en dejar la barca; y, aunque resbaló en esa altísima senda en la que había entrado, ello no hizo más que conducirlo a tomar mayor conciencia de su propia debilidad e insignificancia, como así también de la gracia y del amor de su Señor.
          Lector cristiano, ¿cuál es la lección moral que extraemos de todo esto? Simplemente que Jesús nos llama a salir de las cosas temporales y de los sentidos naturales para que andemos con él. Nos insta a abandonar nuestras esperanzas terrenales y todas nuestras seguridades humanas — respectivamente los puntales y los recursos sobre los que se apoya nuestro corazón. Su voz puede oírse mucho más fuertemente que el estruendo de las olas y los rugidos de la tempestad, y esa voz nos dice: “¡Ven!”. ¡Oh, obedezcámosla! ¡Accedamos de todo corazón a su llamado! “Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio” (Hebreos 13:13). Jesús quiere tenernos cerca de él, caminando con él, apoyados en él y no mirando las circunstancias que nos rodean, sino mirándole sólo y siempre a él.

Meditaciones (IV)

I.                    “Salva, oh Jehová, porque se acabaron los piadosos; porque han desaparecido los fieles de entre los hijos de los hombres”  (Sal 12:1).
Los fieles son una especie en peligro de extinción; están extinguiéndose rápidamente de la raza humana. Si David lamentaba su desaparición en aquellos días, a menudo nos preguntamos como se sentiría si viviera hoy.
Cuando hablamos de una persona fiel, nos referimos a aquella que es digna de confianza y segura. Si hace una promesa, la cumple. Si tiene una responsabilidad, la cumple, si tiene que ser leal, lo es inquebrantablemente.
El hombre infiel hace una cita y a la postre, o no la cumple o llega inexcusablemente tarde. Se compromete a enseñar en la clase de la escuela dominical y no previene quién le remplace cuando no puede estar presente. Nunca se puede depender de él. Su palabra no significa nada. No es de extrañar que Salomón dijera: “Como diente roto y pie descoyuntado es la confianza en el prevaricador en tiempo de angustia” (Pro 25:19).
Dios está buscando hombres y mujeres fieles. Desea administradores que sean fieles cuidando Sus intereses (1Co 4:2). Aspira a tener maestros que sean fieles transmitiendo las grandes verdades de la fe cristiana (2Ti 2:2). Anhela creyentes que sean fieles al Señor Jesús, compartiendo Su vituperio y llevando la cruz. Quiere gente que sea inflexiblemente fiel a Su Palabra inspirada, inerrante e infalible. Se complace en los cristianos que son fieles a la asamblea local, en vez de vagar de iglesia en iglesia como vagabundos religiosos. Dios ve con buenos ojos a los santos que son fieles a otros creyentes y fieles también a los que no son salvos.
Como en todas las otras virtudes, el Señor Jesús es nuestro ejemplo supremo. Él es el Testigo fiel y verdadero (Apo 3:14), un Sumo Sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere (Heb 2:17), fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad (1Jn 1:9). Sus palabras son verdaderas, Sus promesas son infalibles y Sus caminos son totalmente seguros.

Aunque los hombres no valoren suficientemente la lealtad, Dios sí. El Señor Jesús alababa la fidelidad de sus discípulos con las palabras: “Pero vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. Yo, pues, os asigno un reino, como mi padre me lo asignó a mí” (Luc 22:28-29). Y la recompensa máxima a la fidelidad será escuchar Su alabanza: “Bien, buen siervo y fiel... entra en el gozo de tu Señor” (Mat 25:21).

Meditaciones (III)

I.      “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”  (1 Juan 4:10).
                                                           El amor es esa cualidad de Dios que le hace prodigar ilimitadamente Su afecto a los demás. Este amor se manifiesta dando buenas dádivas y dones perfectos a los que ama.
            He aquí algunos versículos de los miles que hablan de ese amor: “Con amor eterno te he amado; por tanto te prolongué mi misericordia (Jeremías 31:3). “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó...” (Efesios 2:4). Y, por supuesto, el más conocido de todos: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
            Cuando Juan dice que “Dios es amor” (1 Juan 4:8), es importante ver que él no está definiendo a Dios, sino insistiendo en que el amor es uno de los elementos claves de la naturaleza divina. No adoramos al amor, sino al Dios de amor.
            Su amor no tuvo principio y tampoco tendrá fin. Es ilimitado en sus dimensiones, absolutamente puro y sin mancha de egoísmo o cualquier otro pecado. Es sacrificado y nunca repara en el coste. Busca solamente el bienestar de los demás, y no espera nada a cambio. Tiende su mano al agradable y al repugnante, al enemigo y al amigo. Este amor no se da como premio a las virtudes de aquellos que lo reciben; viene solamente de la bondad del Dador.
            Las implicaciones prácticas de esta sublime verdad son evidentes: “Sed, pues, imitadores de Dios” dijo Pablo: “como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros” (Efesios 5:1-2a). Nuestro amor debe ascender al Señor, fluir a nuestros hermanos, y extenderse al mundo perdido.
            La contemplación de Su amor debe inspirar también la adoración más profunda. Cuando caemos a Sus pies, debemos decir repetidamente:

¿Cómo puedes amarme como me amas
Y ser el Dios que eres?
Oscuridad es a mi razón
Pero sol a mi corazón.

Meditaciones (II)

I.     “Dios... sabe todas las cosas” (1Juan 3:20).
            La omnisciencia de Dios significa que tiene un conocimiento perfecto de todas las cosas. Nunca le fue necesario aprender y jamás lo hará.
            Uno de los grandes pasajes sobre el tema es el Salmo 139:1-6, donde David escribió: “Oh Jehová, tú me has examinado y conocido. Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; has entendido desde lejos mis pensamientos. Has escudriñado mi andar y mi reposo, y todos mis caminos te son conocidos. Pues aún no está la palabra en mi lengua, Y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda. Detrás y delante me rodeaste, y sobre mí pusiste tu mano. Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; Alto es, no lo puedo comprender”.
            Del Salmo 147:4 aprendemos que Dios cuenta el número de las estrellas y las llama por nombre. La maravilla de esto se acrecienta cuando Sir James Geans nos informa que: “el número total de las estrellas en el universo es probablemente algo parecido al número total de granos de arena que hay en todas las playas del mundo”.
            Nuestro Señor les recordó a sus discípulos que ni un gorrión cae a tierra sin el consentimiento de nuestro Padre. Y en el mismo pasaje se señala que los cabellos de nuestra cabeza están contados (Mateo 10:29-30).
            Es evidente que: “todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13). Esto hace que nos unamos con Pablo para exclamar: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Romanos 11:33).
            La omnisciencia de Dios está llena de significado práctico para cada uno de nosotros. Nos advierte: Dios ve todo lo que hacemos, no podemos hacer nada a Sus espaldas.
            En la omnisciencia de Dios hay consuelo. Conoce todas nuestras aflicciones, como dijo Job: “Mas él conoce mi camino” (Job 23:10). Cuenta nuestras huidas y pone nuestras lágrimas en su redoma (Salmo 56:8).
            En la omnisciencia de Dios hay ánimo. Nos conoce por completo, y a pesar de eso nos salvó. Percibe los sentimientos que no podemos expresar cuando oramos y adoramos.

            En la omnisciencia de Dios hay asombro. Aunque Dios es omnisciente, puede olvidar los pecados que ha perdonado. Como decía David Seamands: “No sé cómo la omnisciencia divina puede olvidar, pero lo hace”.

Meditaciones (I)

I.     “Más Jehová estaba con José, y fue varón próspero” (Génesis 39:2)
He oído que una de las primeras versiones de la Biblia Inglesa traducía así este versículo: “Y el Señor estaba con José, y era un joven con suerte”. Quizás la expresión: “con suerte” en aquellos tiempos tenía un significado diferente. Pero nos alegramos de que los traductores posteriores hayan sacado a José del reino de la suerte.
Para el hijo de Dios la suerte no existe. Su vida está controlada, guardada y planeada por un amoroso Padre Celestial. Nada le sucede por casualidad.
Siendo esto así, es impropio que un cristiano le desee “buena suerte” a otro; tampoco debe decir “estoy de suerte”. Todas estas expresiones niegan la verdad de la providencia divina.
El mundo de los incrédulos asocia algunas cosas con la buena suerte: la pata de un conejo, el hueso del deseo, un trébol de cuatro hojas, la herradura de un caballo (¡siempre con los extremos apuntando hacia arriba para que la suerte no se escape!). La gente cruza los dedos y toca madera, como si estas acciones afectaran de manera favorable los eventos o apartaran la mala fortuna.
Estas mismas personas asocian también otras cosas con la mala suerte: un gato negro, el martes 13, pasar debajo de una escalera, el número 13 en la puerta de una habitación o sobre el piso de un edificio. Es triste pensar en todos los que viven bajo la esclavitud de estas supersticiones, una servidumbre innecesaria e infructuosa.
En Isaías 65:11 Dios amenazó con castigar a aquellos de Judá que adoraban a los dioses de la suerte y la fortuna: “Pero vosotros los que dejáis a Jehová, Que olvidáis mi santo monte, Que ponéis mesa para la Fortuna, Y suministráis libaciones para el Destino”.
No sabemos con seguridad el pecado particular que esto apunta, pero parece ser que la gente traía ofrendas a los ídolos asociados con la suerte y el azar. Dios lo aborrecía y hasta ahora lo aborrece.

Qué confianza nos da saber que no somos los juguetes impotentes del destino, del azar ciego o del giro caprichoso de imaginarios dados cósmicos. Todo en nuestra vida está planeado, lleno de significado y propósito. Para nosotros todo lo que sucede depende de nuestro Padre, no del destino; de Cristo, no de la casualidad; del amor, no de la suerte.

Los Ángeles: Satanás (VII)

7.  Posición
a)    Su dignidad
Como se ha indicado, del pasaje de Judas:Pero cuando el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda” (Judas 1:9), se desprende que Satanás aún conserva su dignidad como querubín, porque Miguel no profirió Juicio sobre él.  

b)    Dominio
   i.            Jefe
Un jefe implica que hay alguien que planifica y dirige a los ejecutores de las acciones planificadas.
Satanás  es el jefe o príncipe de todos los ángeles caídos, y estos constituye un tercio de todos los ángeles creados por Dios (Mateo 12:24; Apocalipsis 12:4,9); y “para el diablo y sus ángeles” (jefe y soldado) tendrán que cumplir su condena en un lugar que ya está preparado para ellos (Mateo 25:41).
Como jefe o caudillo,  comanda todos los ángeles que se oponen a Dios (Apocalipsis 12:7).  Y el ataque no solo se centra en Dios, sino contra los creyentes, ante lo cual se  nos manda estar vestidos de toda la armadura de Dios (Efesios 6:10-13).
                       
ii.            Soberano
Soberanía implica dominio y gobierno sobre un territorio asignado; implica una organización. Por tanto, Satanás rige y domina a todos seres sean esto espirituales como a los hombres  no rescatados por la el Señor Jesucristo. “El mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19).
En la Escritura él es llamado “príncipe de este mundo” (Juan 12:31) por el mismo Señor Jesucristo; y Pablo afirma en la segunda carta a los corintios que es el “dios de este siglo” (2 Corintios 4:4). También es llamado “padre” (Juan 8:44) en relación a que es la fuente del pecado, y el  hombre realiza sus obras. Tres formas para indicar que reina en distintas esferas de la vida del ser humano: están bajo su gobierno los reinos de este mundo (Lucas 4:5-6); en lo divino se considera dios; y en lo moral padre que engendró el pecado y sus hijos le siguen.
De la forma que sea, como príncipe o dios, su función es oponerse al evangelio por la forma que sea, y una de las formas es cegar u obscurecer el entendimiento de los inconversos (2 Corintios 4:4), ya sea  el método que use, impide que la luz del evangelio les alumbre.
Como ya vimos, el mundo está afectado completamente o bajo el gobierno de él, entonces el creyente debe tener claro que no somos parte de él ni debemos amar a este mundo. Veamos algunos pasajes: “Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Juan 17:14). “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1Juan 2:15-17).

c)     Territorio
   i.            Regiones Celestes
Satanás y sus huestes están en el ámbito de la esfera espiritual (Efesios 6:11-12). En ese ámbito,  ahí se encuentra poblado por  principados y potestades de Satanás y al mismo Satanás. Por lo cual la lucha del creyente no es en un ámbito físico, aunque el enemigo pueda atacar por allí. Pero al mismo tiempo el creyente no está desamparado (Efesios 2:6).

ii.            Acceso al Cielo
El acceso al cielo no está vedado para Satanás. En el libro de Job vemos  cómo puede ir y presentarse ante Dios y conversar con Dios (Job 1:6; 2:1). Además tiene la osadía de acusar a los creyentes delante de Jehová (Zacarías 3:1). Sin embargo, llegará el día en que será expulsado del Cielo y el acceso le será vedado para siempre (cf. Apocalipsis 12:10).

iii.            Actividad en la Tierra
La actividad de Satanás o el Diablo en la tierra es de oposición a Dios. Vimos que  ya en el tercer capítulo de Génesis tienta al hombre a pecar contra Dios y lo logra. Provocando con ello que desde ese momento el hombre se constituyese en enemigo de Dios porque hace las obras de Satanás.
El Señor Jesucristo nos declara que el diablo también planta semillas en los campos donde Él ha sembrado. Este enemigo planta cizaña, que en su crecimiento se confunde, pero cuando ya es adulta, se manifiesta la verdadera naturaleza de una y otra (Mateo 13:30,39).  La figura contada es para mostrarnos la oposición  de diablo a la divulgación de evangelio. En mismo sentido, Pablo indica: “…el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2Corintios 4:4).
        En relación al  creyente, el ataque también se deja sentir. Pedro nos declara: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1Pedro 5:8). Este ser busca destruir al pueblo de Dios, pues con ello ataca al mismo Dios. Y Pablo nos insta a “…tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes…” (Efesios 6:12-19).

d)    Limite
Satanás no estará eternamente en libertad para actuar. En Apocalipsis 20:1-3, se muestra como es confinado en el abismo por un tiempo. Pero pasado este tiempo, y posterior a la rebelión que organiza contra el Señor Jesucristo (Apocalipsis 20:7-8).  Pero no prospera esta rebelión y es lanzado al lago de fuego (Apocalipsis 20:10).
En la actualidad está libre, pero en una libertad limitada por Dios mismo. Vemos como Dios puso límite para lo que hiciese él con Job (Job 1:12; 2:6). Además el mismo Señor Jesucristo rogó por los creyentes para que pudiesen permanecer firmes: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” (Juan 17:15). Y  “Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no práctica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca” (1Juan 5:18).

Los Ángeles: Satanás (VI)

6. Carácter
El carácter es una parte de la persona que implica que posea de cualidades que lo identifican o lo distinguen de los demás. Es posible que estas características puedan ser disfrazadas por otras, como lo haría un buen actor, pero siempre sale a flote la verdadera realidad de lo que es su ser.
El carácter es amoldado por las actividades que realiza en su vida. Así una persona que puede ser duro en su trato con los demás y hasta perverso en su qué hacer en las obligaciones impuestas, pero desde su conversión puede llegar a ser una persona dulce, mansa y pacífica. Un ejemplo de esto lo vemos en Pablo, que de ser un pertinaz perseguidor de la iglesia en sus comienzos, se convirtió en hombre que dispuso todos sus talentos a la causa que el mismo perseguía.
Lucero era un ángel distinguido que estaba en la presencia misma de Dios por su función. Pero por causa de egoísmo el pecado entró en su ser y lo corrompió por completo, convirtiéndolo en un ser  perverso y degenerado, pero como buen actor, puede fácilmente engañar a los creyentes y al mundo en general. La Biblia reúne algunas características importantes de esta persona, y lo describe como:

a)    Homicida
            El término traducido por homicida proviene de la palabra “anthropoktonos”  que significa, literalmente, «matador de hombre»,  y expresa la idea de un asesino, que mata con crueldad y saña. Algunas traducciones usan la palabra asesino en vez de homicida, porque esta última tiene el sentido (en castellano) de una persona que mata en defensa propia o sin tener mala intención.
            En el caso Satanás sabemos que no son bien intencionados sus intentos de ataques. El Señor Jesucristo dijo de  él que era “homicida desde el principio” (Juan 8:44). Si leemos los que nos relata Génesis capítulo 3, vemos cómo logró que el hombre muriese, primero, en forma espiritual y, luego, en forma física (como le sucede a todo ser humano y ser viviente). La serpiente había inoculado su veneno de muerte en el primer hombre, y esta muerte le ha  sido heredada a todas las generaciones futuras.  
            Al ser opositor a Dios, no había  esperado mucho tiempo para obstaculizar la obra de Dios.  Ideó y Planeó poner en práctica la tentación, de modo que el hombre cayese seducido por la mentira envuelta en visos de verdad.
El gran contrataste que existe entre Dios y Satanás se refleja en  la siguiente expresión: Dios dio la vida al hombre, y Satanás (que no puede dar vida) le dio la muerte al hombre.

b)    Mentiroso
            Por definición mentira es una acción calculada para engañar, donde se expone algo como cierto y verdadero pero su fin es “perverso”, pues tuerce el conocimiento del interlocutor, provocando que sus decisiones sean alteradas y no sigan el camino correcto si desde un comienzo se hubiese hablado con la verdad. El término que se utiliza para describir esto “Pseudos” que indica imitación o parecido engañoso; y es el hecho de negar la  verdad. Cuando es utilizada como prefijo, como por ejemplo, falso profeta (pseudoprofetes, 1 Juan 4:1, 2 Pedro 2:1), falsos apóstoles (pseudapóstolos, 2 Corintios 11:13),  falsamente llamados o de nombre falso (pseudonumos, 1 Timoteo 6:20), falsos hermanos (pseudoadelfos, 2 Corintios 11:26; Gálatas 2:4) y falsos Cristos (pseudocristos, Mateo 24:24; Marcos 13:22), falsos testigos (pseudomartus, Mateo 26:60), denota que existentes actitudes y modos de ser que son mentiras.
El Señor Jesucristo lo califica con la expresión “Padre de Mentiras” (Juan 8:44) para indicar que él posee la paternidad de crear mentiras para engañar a los demás. Sólo basta ver cómo logró entusiasmar a Adán y a Eva para que  cayesen en pecado. Para ello logró armar en sus mentes y corazón un mundo que no tenía ninguna base de verdad; y al comer del fruto tuvieron la visión verdadera de la terrible y amarga realidad, de la muerte (separación) eterna con su creador.
      Además el Señor destaca algunas cualidades negativas que se encuentran en su persona: “no ha permanecido en la verdad”; “no hay verdad en él”; “habla mentira”. Es decir, de él solo se puede encontrar solo engaños utilizado la verdad a su conveniencia para engañar aun a los creyentes. Y constantemente sigue en esta actividad creando doctrinas para engañar a los escogidos y al mundo (2 Corintios 11:13-15; 1 Timoteo 4:1).
Es importante dejar claro que una mentira, cual sea el nombre que le demos es una mentira.  Pablo escribiendo a los de Éfeso dice “… desechando la mentira, hablad verdad…” (Efesios 4:25). Por lo cual, en palabras de un hermano, “El decir la verdad puede causar mucho dolor, pero nunca producirá el daño que se da por causa de la mentira.”

c)     Ladrón
            En Juan 10:10 se hace referencia al ladrón que tiene un solo objetivo, y este es el de hurtar.
            El ladrón hurta cuando se le presenta la oportunidad, y Satanás realiza sus actos del mismo modo.  Y con nuestras actitudes y pecados damos constantemente oportunidades para que el ladrón Hurte.  O bien, ¿no han pensado que una mala actitud nuestra hacia otro puede provocar que esa persona se pierda? Ha sido hurtada un alma que podía ser para gloria del Señor, esa alma nos va ser demandada (Ezequiel 3.18)
Si lo podemos expresar de otro modo, sólo Satanás actúa cuando el Señor se lo permite, porque estamos en su mano y bajo su protección (Juan 10:28,29 cf.  1 Corintios 5:5). Este Ladrón nunca podrá robar, porque  esta acción implica usar violencia contra el propietario, y esto nunca se dará con el Señor, porque Él es DIOS.
                       
d)    Destructor, Devorador.
            Los términos expuestos implican que están esperando la oportunidad de atacar de repente, de forma súbita. En Juan 10:10, vemos al ladrón que entra para destruir y matar; y en  1 Pedro 5:8, se utiliza la figura del “león rugiente”, y estamos descuidado nos puede devorar.
            En ambos casos, el ataque es inmisericorde.
            El ladrón va con el objetivo expreso de  hacer el mayor daño posible. Como creyentes, permitimos, por causa de nuestras concupiscencias (Santiago 1: 14,15; 2 Pedro 2:10) le damos lugar al diablo (Efesios 4:27).  Y en algunos casos, Dios mismo permite que Satanás zarandee al creyente (vea 1 Corintios 5:5 y compare Lucas 22:31) con el fin de que el creyente sea corregido por causa de un pecado no confesado.
            Y  cuando el creyente está vestido con  “toda la armadura de Dios” (Efesios 6:11), utiliza otros medios para devorar a su presa, utilizado la persecución y el sufrimiento. En la historia tenemos las diversas pruebas de persecución que sufrió la iglesia en los principios de ella o en tiempos  más cercano a los nuestros en los países comunistas o mahometanos.

e)    Engañador
            Por definición  el que engaña seduce a la otra persona, utiliza la apariencia para desvirtuar la verdad, por lo cual es un impostor.
            El verbo usado en griego es Planao” (en castellano planes) y como adjetivo se usa como  “Planos” (que se traduce por engañador). El engaño es la estrategia o la planificación cuidadosa que lleva a la persona al error para mantenerlo errante y sin propósito.
            De acuerdo a la definición, Satanás es un engañador sutil que utiliza todo tipo de tácticas para lograr desviar a los creyentes de su camino o impedir que un inconverso llegue a los pies de la Cruz del Calvario, utilizando  para ellos diversos medios como son las aflicciones, las persecuciones, afanes, riquezas, o simplemente rechazándola por la dureza de sus corazones  (Mateo 13:1-9,18-23).
            Pero el engaño que provoca mucho daño en la filas de los creyentes, es la introducción de doctrinas extrañas dentro de las asambleas y para ello utiliza la misma Palabra de Dios dándole su propia interpretación. Satanás es un maestro en conocimiento de la Palabra (Génesis 3:1; Mateo 4:1-11),  y las sabe muy bien. Muchas veces tiene apariencia de verdad, pero son engaños. Por ejemplo, la doctrina que el creyente puede perder la salvación, o que debe guardar el día sábado como se guardaba en el periodo de la ley, negación de la doctrina de la TriUnidad (Trinidad), negación de que el Señor Jesucristo es Dios, que la salvación es por medio de obras y no por la gracia de Dios, etc.

f)      Tentador
            Tentar es  poner a prueba, es tratar, intentar  o inducir a una persona que vaya en una dirección que queremos, ya sea esta para bien o mal.
            En la Escritura, cuando la tentación proviene de Satanás  se utiliza la palabra peirazo, y es con finalidad de destrucción. Cuando Dios prueba se utiliza la palabra Dokimazo, y se utiliza para expresar que la prueba es para edificación del creyente.
                En Mateo 4:3 se muestra la tentación al Señor Jesucristo y a Satanás cómo el tentador (peirazo), que utiliza las Escrituras para llevar a cabo su obra. El Señor se defiende de los ataques con la misma Escritura.  El hecho que el Señor venciese, nos fortalece porque sabemos que puede socorrernos cuando somos tentados  (Hebreos 2:18).
            Tengamos presente que a pesar de esta capacidad de él, es limitada. No puede ir más allá de lo que Dios le permite (1 Corintios 10:13).
Somos nosotros los que abrimos las puertas de la tentación, ya que nos dejamos llevar por la concupiscencia (deseo) de la carne (Santiago 1:12-16 compárese con Génesis 4:7). Caín no habría asesinado a Abel si hubiese dejado la tentación a la puerta “de su casa”. (Génesis 4:6-7); pero desgraciadamente cedió al impulso asesino que lo invadía.

g)     Acusador
            Según Apocalipsis 12:10, Satanás será lanzado fuera del cielo y ya no tendrá acceso a él.  Este hecho es futuro y sucederá durante la gran tribulación. Pero por el versículo podemos visualizar que él acusa a los creyentes ante Dios. Él espía nuestros actos y va a Dios a denunciarnos (acusarnos). Un ejemplo tenemos en el libro de Zacarías: “Me mostró al sumo sacerdote Josué,  el cual estaba delante del ángel de Jehová,  y Satanás estaba a su mano derecha para acusarle” (Zacarías 3:1).
            Pero el creyente no debe sentirse solo ante el acusador, pues tiene alguien que le defienda. El mismo sacerdote Josué tenía un defensor: “Y dijo Jehová a Satanás: Jehová te reprenda,  oh Satanás;  Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda.   ¿No es éste un tizón arrebatado del incendio?” (Zacarías 3:2). Y Juan escribía para aquellos que habían pecado: “Hijitos míos,  estas cosas os escribo para que no pequéis;  y si alguno hubiere pecado,  abogado tenemos para con el Padre,  a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1). Un abogado tenemos, y es el mismo que defiende al sumo sacerdote Josué, a Jehová, la segunda persona de la Trinidad.

h)    Hacedor de Pecado
Satanás es el autor del pecado, y como tal lo practica concienzudamente. Ya vimos como en él nació el pecado (Isaías 14:12-17; Exequiel 28: 11-19)  y lo ha practicado desde entonces (1Juan 3:8b); y como “serpiente” inoculó este veneno a todos los seres humanos que nació de Adán y Eva.  Y desde entonces la raza humana practica el pecado, pasando a ser propiedad de Satanás (1Juan 3:8a), y “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. (1Juan 3:8c).
No solo el pecado afectó a la humanidad, sino que afectó a la naturaleza entera (Génesis 3:17; Romanos 8:22).
Como nota final de este punto, podemos encontrar en la Escritura un pasaje que nos da luz de como aplica todas sus tácticas para atacar. Satanás intentó introducir el pecado que él practica en la naciente iglesia a través de Ananías y Safira, mencionado en Hechos 5:1-11. En pasaje encontramos algunos pecados que Satanás impulsa a hacer,  aprovechándose de la concupiscencia del ser humano, porque el matrimonio no tenía necesidad de vender ni de entregar sus bienes a la iglesia, nadie se lo exigía (aunque los que lo practicaban, lo hacían como un acto de amor al Señor y a los hermanos. Léase Hechos 2:44-47). Si bien es cierto que en este pasaje no aparece mencionado  el nombre de Satanás, se desprende que él estaba manipulado a estos dos creyentes “tras bambalina”.  Al leer el pasaje encontramos que:
(a) hurtaron (sustrajeron al precio), 
(b) mintiese al Espíritu Santo (Dios), y
      (c) Tentaron  al “Espíritu del Señor”.