Es un refrán muy común el que dice de que
'los extremos se tocan' y, ciertamente, su verdad es ilustrada contundentemente
en las dos cosas nombradas en el título de este artículo, superstición e
incredulidad — cosas que, aunque tan disímiles, sí se tocan en un punto, a
saber, la oposición positiva a la clara Palabra de Dios. Ambas, de manera
similar, quitan el alma de la autoridad, preciosura, y poder de la revelación
divina. Es verdad que ellas hacen esto en diferentes maneras; pero lo hacen —
alcanzan este punto por rutas diferentes; pero lo alcanzan. Por eso es que las
unimos, y elevamos una voz de advertencia contra ambas. Los dos elementos están
trabajando a nuestro alrededor, en todas las sutiles y peligrosas formas, y la
mente humana se balancea como un péndulo de una a la otra.
Ahora bien, de ningún modo es nuestro
propósito analizar estas dos malignas influencias en este breve artículo. Nos
limitamos a llamar la atención de nuestros lectores al hecho sorprendente de
que dondequiera que operan, ellas se encuentran en directa hostilidad a la verdad
de Dios. La superstición admite que existe una revelación divina; pero niega
que cualquiera pueda entenderla, excepto mediante la interpretación del clero
de la iglesia. En otras palabras, la Palabra de Dios no es suficiente sin la
ayuda del hombre. Dios ha hablado, pero yo no puedo oír Su voz, o entender Su
Palabra sin intervención humana.
Esto es la superstición.
La incredulidad, por otra parte, niega
vigorosamente una revelación divina — no cree en una cosa semejante, en
absoluto — sostiene que Dios no nos pudo dar un libro-revelación de Su
pensamiento y voluntad. Los incrédulos pueden escribir libros y expresarnos sus
pensamientos y voluntad; pero Dios no puede.
Eso dice la incredulidad, y diciendo esto
encuentra un punto de contacto en común con la superstición. Ya que, ¿acaso no
podemos preguntar legítimamente, dónde radica la diferencia entre negar que
Dios ha hablado, y el hecho de sostener que Él no puede hacernos comprender lo
que Él dice? ¿Habría alguna diferencia apreciable entre el hombre que pudiese
negar que el sol resplandece, y el hombre que pudiese sostener que, aunque
resplandece, usted necesita una ráfaga de luz para disfrutar de sus rayos?
Confesamos que nos parece que ambos están precisamente sobre el mismo terreno
moral. La incredulidad que niega vigorosamente e impíamente que Dios puede
expresar Sus pensamientos al hombre, es un poco peor, si es que lo es, que la
superstición que niega que Él puede hacer que el hombre comprenda lo que Él
dice. Ambas deshonran a Dios por igual, y mediante las dos, por igual, el
hombre es privado del tesoro inestimable del volumen de divina inspiración.
Estamos muy ansiosos de que el lector capte
este hecho. Nuestro objetivo al escribir estas líneas es, de hecho, ponerle en
plena posesión de ello. Consideramos que le habremos brindado un buen servicio
si él se levanta luego de leer atentamente este artículo con la clara y firme
convicción obrada en su alma de que la incredulidad y la superstición son dos
grandes agentes mediante los cuales el diablo está procurando quitar de debajo
de nuestros pies la roca sólida de la Santa Escritura — que, en definitiva es,
usando una frase legal, incredulidad y superstición versus revelación divina.
Y que el lector observe adicionalmente lo
que es de importancia, a saber, que tanto la incredulidad como la superstición
son igualmente impías y absurdas. Es tan impío y absurdo afirmar que Dios no
pudo escribir un libro, como decir que Él no podía hacernos comprender el libro
que Él ha escrito. De hecho, en ambos casos, es reducir a Dios por debajo del
nivel de la criatura, lo cual es sencillamente una blasfemia. ¿No es extraño
que un hombre que asume el hecho de presentarnos una revelación escrita de sus
pensamientos, niegue que Dios pudo hacer lo mismo? Y, ¿no es igualmente extraño
que un hombre emprenda la tarea de exponer e interpretar las Escrituras a su
prójimo, y aun así niegue que Dios pudo hacer lo mismo? Pues bien, lo primero
es incredulidad; lo último, superstición; y ambas por igual exaltan a la
criatura y blasfeman al Creador — ambas, por igual, excluyen a Dios, y privan
al alma del privilegio inefable de la relación y la comunión directa con Dios,
por medio de Su Palabra.
Ha sido así desde el principio, y así es
ahora. "Nada hay nuevo debajo del sol.” (Eclesiastés 1:9). El objetivo del
enemigo ha sido siempre apagar la lámpara de inspiración, y sumir el alma en
las espesas tinieblas de la incredulidad y el ateísmo. Creemos que hay una
cantidad de racionalismo en la Iglesia profesante horrible de contemplar. La
revelación divina ha sido rebajada gradualmente desde su elevada posición, y la
razón humana ha sido exaltada; y este es el verdadero germen de la
incredulidad. Es cierto que este racionalismo se viste de ropas muy atractivas,
Adopta un lenguaje altisonante e imponente. Habla de 'libertad de pensamiento'
— 'libertad de opinión' — 'amplitud de mente' — 'progreso' — 'gusto cultivado'
— 'investigación desapasionada'.
Dicho racionalismo adopta un estilo muy
desdeñoso y asume una actitud de soberano desprecio cuando habla de 'viejos
prejuicios'— 'nociones de la vieja escuela' — 'estrechez de mente' — 'hombre de
una sola idea o de idea fija', y cosas semejantes.
Pero, podemos dar por seguro que el único
fin del enemigo es desechar la autoridad de la Palabra de Dios, y que no le
importa por medio de qué agente obtiene él su objetivo. Esto es muy serio; y
mucho tememos que los cristianos no son plenamente conscientes de su seriedad.
Ya sea que consideremos la religión o la educación del país, observamos un
firme propósito de desechar la Biblia—una determinación asentada, no solo para
derribarla de su excelencia, sino para lanzarla completamente a la sombra.
Tampoco se trata meramente de una cuestión
de hostilidad de incrédulos abiertos y declarados; cosa que podemos entender y
explicar. Pero debemos confesar nuestra inhabilidad para comprender la tibieza
e indiferencia de muchos que ocupan una posición elevada en círculos
evangélicos. La discusión del gran asunto de la Educación Nacional (N. del T.:
en el Reino Unido cuando este artículo fue escrito) ha puesto de
manifiesto una cantidad deplorable de debilidad en sectores donde menos lo
hubiésemos esperado. Está siendo tristemente evidente que la Palabra de Dios
tiene un asimiento muy escaso de las mentes de los cristianos profesantes.
Piensen solamente en una sugerencia ofrecida recientemente, de que la Biblia
pudiese tener en nuestras Escuelas Nacionales (del Reino unido), a lo menos,
¡el lugar de un clásico Hebreo!
Lector, ¿qué dice
usted ante esto? ¿Está usted preparado para ver el Volumen divino — el Libro
inspirado por Dios — degradado a un mero libro clásico, y colocado al lado de
Homero, Horacio, y Virgilio? Confiamos afectuosamente que no. Quisiéramos creer
que todo lector de nuestra pequeña serie de artículos evitaría con horror una
propuesta semejante. No obstante, nos sentimos convocados a hacer sonar una
nota de alarma en los oídos de nuestros queridos prójimos Cristianos en todas
partes, y les rogamos no hacer caso omiso de ella. Queremos verlos
completamente despiertos a una conciencia del estado verdadero del caso — tan
despiertos como para que ellos sean llevados a clamar fervientemente a la gran
Cabeza de la Iglesia para que Él se complazca amablemente en levantar y enviar
hombres llenos del Espíritu Santo y de poder — llenos de fe y de santo celo —
hombres permeados por la sólida creencia en la inspiración plenaria de la Santa
Escritura. Estamos persuadidos que estos son los hombres para la crisis actual.
¡Que Dios pueda proveerlos!
Tomado de
"Things New and Old - Volumen 13
Traducido
del Inglés por: B.R.C.O. - Mayo 2014.
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