domingo, 16 de febrero de 2025

La Oración Que Dios Atiende


 Texto: Santiago 4.1-5


Este pasaje nos enseña algo muy importante acerca de la oración. En lugar de leer sólo un versículo, es bueno leer todo el contexto para comprender mejor el mensaje. Aquí el contexto nos enseña que la oración no es algo mágico que nos dará todo. Se nos presenta la situación de los que profesaban ser creyentes y que oraban, pero no veían el resultado. Quizás dijeron algo quejándose a Santiago, el medio hermano del Señor Jesucristo. Vemos estas frases: “no tenéis” y “no podéis alcanzar”. ¿Cómo puede una persona que se dice ser creyente orar y no recibir las cosas que pide? ¿No nos enseñó y nos invitó el Señor a orar, y no es ese el ejemplo de los apóstoles y primeros cristianos? Entonces, ¿qué pasa?

Si leemos los versículos del contexto, prestando atención, veremos otras palabras que nos indican cuál era el problema con las oraciones de ellos, y esto nos enseñará algo acerca de nosotros también. Vemos palabras como “guerras”, “pleitos”, “pasiones” (v. 1), “codiciáis”, “matáis”, “ardéis de envidia”, “combatís y lucháis” (v. 2) “pedís mal”, “vuestros deleites” – que son placeres desenfrenados (v. 3), “almas adúlteras”, “enemistad contra Dios” (v. 4), “soberbios” (v. 6), “pecadores”, “doble ánimo” (v. 8) y “el que murmura del hermano” (v. 11). En esas condiciones Dios no nos concede las oraciones. El salmista dijo: “Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado” (Sal. 66.18), pero en Santiago se trata de gente que sí tiene iniquidad en el corazón. Entonces no hay misterio. La oración no es una fórmula mágica para obtener cualquier cosa, ni está Dios obligado a venir corriendo a concedernos nuestros deseos, como si fuese un genio recién salido de una botella para darnos tres deseos.

Dios, en Su propósito y sabiduría, nos da lo que quiere según Su buena voluntad. Así que, la oración no es un amuleto para recibir todo lo que queremos. Hay que pedir conforme a la voluntad de Dios, como 1 Juan 5.14-15 nos enseña: “Y ésta es la confianza que tenemos en él, que, si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”.

Muchas veces adolecemos de interés y perseverancia en la oración. Nuestras oraciones suelen ser caprichosas y egoístas, sobre todo si no estamos andando en comunión diaria con Dios, viviendo una vida que le agrada. Si andamos en amistad con el mundo, imitando a los del mundo, desagradamos a Dios y estando así alejados de la comunión con Él nuestras peticiones salen torcidas. Colosenses 1.3, 9 y 10 nos muestra como Pablo persistía en oración por ellos, pidiendo lo más importante, siempre conforme a la voluntad de Dios. También en Lucas 18 el Señor dio una parábola, la de la viuda y el juez injusto, para enseñarnos la importancia de orar siempre y no desmayar, es decir, la perseverancia.

En el Salmo 33.18-22 leemos: “He aquí el ojo de Jehová sobre los que le temen, sobre los que esperan en su misericordia, para librar sus almas de la muerte, y para darles vida en tiempo de hambre. Nuestra alma espera a Jehová; nuestra ayuda y nuestro escudo es él. Por tanto, en él se alegrará nuestro corazón, porque en su santo nombre hemos confiado. Sea tu misericordia, oh Jehová, sobre nosotros, según esperamos en ti”.

¡Claro que el Señor quiere que oremos y confiemos en Él! Desea responder y darnos en Su bondad las cosas que necesitamos, porque nos ama y desea nuestro bien. Pero hermanos, mirad otra vez, que aquí habla de los que le temen, esperan y confían en Él. Esto es lo que debemos hacer. Si el temor de Dios y la fe caracterizan nuestras vidas y nuestras oraciones, pediremos como debemos y recibiremos la respuesta.

Lamentaciones 3.26 dice: “Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová”. No hacen falta las vanas repeticiones. Hay que pedir sencillamente, con reverencia y confianza, y esperar. Dios no quiere que nos alejemos desanimados, sino que nos acerquemos, no sólo en un momento para pedirle, sino que quedemos cerca de Él, esperándole. En Su presencia y guiados por Su Palabra nuestras vidas y peticiones serán conformadas a Su voluntad, y Él nos contestará. Pero las respuestas de oración no son para gastar en nuestros deleites, sino para ayudarnos a tener buen testimonio y vivir de acuerdo a la voluntad de Dios.

 Que el Señor nos ayude a vivir y pedir como debemos, para Su gloria y nuestro bien. Amén.

Lucas Batalla


“HERMANOS SANTOS” (2)

 

La exhortación dirigida a los “hermanos santos”

El Apóstol de nuestra profesión

Nos detendremos ahora unos momentos en la exhortación dirigida a los “hermanos santos, participantes del llamamiento celestial”. Como ya ha sido observado, no somos exhortados a ser “hermanos santos”, somos hechos tales. Este lugar y esta porción son nuestros en virtud de una gracia infinita, y sobre este hecho el inspirado apóstol basa su exhortación: “Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús.”

Los títulos otorgados aquí al Señor lo presentan a nuestros corazones de una manera muy maravillosa. Abarcan todo el ámbito de su historia: desde el momento en que se hallaba en el seno del Padre hasta que descendió al polvo del sepulcro, y de allí al trono de Dios. Como Apóstol, vino de Dios a nosotros, y como Sumo Sacerdote, ha vuelto a Dios donde está por nosotros. Vino del cielo para revelarnos a Dios, para desplegar ante nosotros el corazón mismo de Dios, para hacernos conocer los preciosos secretos que estaban en su seno. “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo [en uio = en Hijo], a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la majestad en las alturas” (Hebreos 1:1-3).

¡Qué maravilloso privilegio que Dios se haya revelado a nosotros en la persona de Cristo! Dios nos ha hablado en el Hijo. El Apóstol de nuestra profesión nos ha dado la plena y perfecta revelación de lo que Dios es. “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.” “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (Juan 1:18; 2.a Corintios 4:6).

Todo esto es de un precio inestimable. Jesús ha revelado a Dios a nuestras almas. No habríamos podido conocer absolutamente nada de Dios si el Hijo no hubiera venido y no nos hubiese hablado. Pero —¡gracias y alabanzas sean dadas a nuestro Dios! — podemos decir con toda la certeza posible: “Sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna” (!.§ Juan 5:20). Si recorremos las páginas de los cuatro evangelios y contemplamos a Aquel bendito que el Espíritu Santo nos presenta en todo el resplandor de su soberana gracia, de esa gracia que brillaba en todas sus palabras, sus actos, y sus caminos, podemos decir: He ahí a Dios. Lo vemos yendo de lugar en lugar haciendo el bien, y sanando a todos los que estaban oprimidos por el diablo; lo vemos sanando a los enfermos, limpiando a los leprosos, abriendo los ojos a los ciegos y las orejas de los sordos, alimentando a los que tienen hambre, enjugando las lágrimas de la viuda, llorando ante la tumba de Lázaro, y decimos: Éste es Dios. Todos los rayos de la gloria moral que brillaron en la vida y en el ministerio del Apóstol de nuestra profesión, eran la expresión de Dios. Él era el resplandor de la gloria divina y la imagen, o exacta impresión, de su sustancia o esencia divina.

El Verbo eterno eres tú

El unigénito del Padre Dios manifiesto, Dios visto y oído El Amado del cielo En ti, perfectamente expresado Del Padre mismo el resplandor La plenitud de la Deidad El Bendito, eternamente Divino

¡Cuán infinitamente precioso es todo esto para nuestras almas! Tener a Dios revelado en la persona de Cristo, de manera que podemos conocerle, regocijarnos en Él, hallar todas nuestras delicias en Él, llamarle “Abba Padre”, marchar en la luz de su bendita faz, tener comunión con Él y con su Hijo Jesucristo, conocer el amor de su corazón, el amor mismo con que ama al Hijo, ¡qué profunda bendición! ¡Qué plenitud de gozo! ¡Cómo podríamos alabar y bendecir lo suficiente al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo por la maravillosa gracia que desplegó hacia nosotros, al introducirnos en tal esfera de bendiciones y privilegios, y al colocarnos en tan maravillosa relación consigo mismo en el Hijo de su amor! ¡Oh, que nuestros corazones le alaben! ¡Que nuestras vidas le glorifiquen! ¡Que el único gran objeto de todo nuestro ser moral sea magnificar su Nombre!

C.H. MACKINSTOSH


SONDEO DE OPINIÓN

 


Examinemos tres de las preguntas de este sondeo:

1. ¿Cuál es su obra preferida?

(Libro, disco, película, monumento, etc.)

Un libro ocupó el primer lugar, una obra de buena literatura, una obra entre muchas otras, atrayente, bien escrita, instructiva.

En realidad, existe un Libro que sobrepasa a todos los demás, y que desgraciadamente estaba ausente en las respuestas del sondeo. Este Libro es la Biblia, palabra que significa “El Libro”. ¿Lo conoce usted?

Dios mandó escribir este Libro para que “todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4). Este Libro es la verdad (Juan 17:17) y permanece para siempre (Isaías 40:8). Aun el cielo y la tierra pasarán, pero las palabras divinas no pasarán (Lucas 21:33).

¿Lee usted este Libro? Además de todos los conocimientos que puede aportar en los diferentes campos, la Biblia comunica el conocimiento supremo: el de Jesús. “Éstas (señales) se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31). La vida que se menciona en este versículo es la vida eterna, que sólo se puede poseer aceptando al Hijo de Dios como Salvador, a quien cada ser humano necesita para ser librado de las consecuencias del pecado.

En el transcurso de los siglos, la Biblia ha sido y sigue siendo el libro preferido de los verdaderos creyentes. Éstos han reconocido que ella es “viva y eficaz” (Hebreos 4:12), y que por medio de ella son alimentados espiritualmente, enseñados, consolados…

En este mundo, cada vez más tenebroso, ellos tienen la luz: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmo 119:105). Que la Biblia sea para usted el libro más valioso, ya que en ella se encuentra el secreto de la felicidad presente y eterna.

 

2. ¿Qué personaje le parece que ha tenido el destino más extraordinario en la historia?

Los primeros de esta clasificación fueron hombres que, en su ambición desmesurada, soñaron con establecer grandes imperios, pero que también sembraron el terror, la destrucción y la muerte. Otros se hicieron célebres por haber procurado diversiones a su prójimo. Ahora bien, ¿no hay nada mejor? Después de todos estos personajes, sólo en la octava posición encontramos el nombre de Jesucristo. Sin embargo, podemos afirmar que nadie ha tenido un destino más extraordinario que el suyo.

Siendo Dios, Jesucristo fue hecho Hombre; y, ¿cómo fue recibido en la tierra? No hubo lugar para él en el mesón, por lo cual tuvo que ser acostado en un pesebre (Lucas 2:7). Siendo rico, pues era Dios, vivió en la pobreza, para que nosotros fuésemos enriquecidos (2 Corintios 8:9). Por su poder divino alimentó a las multitudes (Mateo 14:21), pero él tuvo que pasar hambre (Mateo 4:2). Es el que da el agua de vida, “una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:14), y él tuvo sed (Juan 19:28). Él da el reposo en todas sus formas (Mateo 11:28-29). Seca nuestras lágrimas (Isaías 25:8), pero lloró ante la tumba de su amigo Lázaro (Juan 11:35). Nos da la vida eterna (Juan 10:28), pero para esto tuvo que morir en la cruz, él, el “Autor de la vida” (Hechos 3:15).

¿Es Jesucristo para usted el Hombre que tuvo el destino más extraordinario, pues en la cruz dio su vida por nosotros los pecadores?

3. ¿Por qué gran hombre le gustaría ser aconsejado?

La lista menciona varios personajes contemporáneos: jefes políticos, religiosos, celebridades del deporte o del espectáculo y a veces a los padres.

Pero en esta lista encontramos un gran ausente: Jesucristo. Muy a menudo se olvida que él también vive. Él mismo dijo: “Estuve muerto, más he aquí que vivo por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 1:18). Este tema ha suscitado muchas controversias; para algunas personas sólo existe “un cierto Jesús, ya muerto”. Pero los verdaderos creyentes afirman, junto con el apóstol Pablo, que Jesús vive (Hechos 25:19).

Entonces, si hoy vive, sigue estando activo: salva, intercede ante Dios en favor de los suyos (Hebreos 7:25) y puede aconsejar mucho mejor que cualquier otra persona de este mundo, pues no se contenta con expresarnos buenas palabras, sino que se compadece de nuestras debilidades. Gracias a él podemos ser socorridos en nuestras necesidades (Hebreos 4:15-16).

La Biblia nos pone en guardia contra los malos consejos y los malos consejeros: “Estos son los hombres que maquinan perversidad, y dan… mal consejo” (Ezequiel 11:2). Tal vez usted diga: «Yo no recibo consejos de nadie». Es una ilusión, porque sin querer recibe los consejos de su propio corazón que es malo por naturaleza (Jeremías 17:9).

Pero la Biblia también nos habla de otra clase de consejos, por ejemplo, de los que proceden de un corazón regenerado por la Palabra de Dios: “El ungüento y el perfume alegran el corazón, y el cordial consejo del amigo, al hombre” (Proverbios 27:9). Pero ante todo necesitamos los consejos y la ayuda del mismo Señor para todas las decisiones de nuestra vida. A él se le llama “Consejero” (Isaías 9:6). Y Dios dijo a sus discípulos: “A él oíd”, y “Haced todo lo que os dijere” (Mateo 17:5; Juan 2:5).

J. B.

Para Todos 11/2013

EL ALTAR DE ORO

 


Es allí donde Dios espera recibir el culto de aquellos que justificó por la obra de Su Hijo unigénito. Dicho altar era de madera de acacia recubierta de oro (figura de Cristo, Dios y hombre a la vez). Tanto en el altar como en el santuario, el sacerdote no veía más que el oro (esto es, la excelencia, las glorias y la justicia del santo Hijo de Dios), y Dios, asimismo, no consideraba más que el oro.

Este es el carácter del verdadero culto: La persona de Cristo, único objeto del corazón de Dios y del afecto de sus redimidos. Mientras se limpiaban o se encendían las lámparas (Éxodo 30:7-8), era preciso quemar incienso aromático sobre aquel altar. Se trata de las mismas lamparillas de que nos habla el capítulo 25:37 de este libro del Éxodo. Las lámparas simbolizan la manifestación de la esencia de Dios, y solo el poder del Espíritu nos permite entenderlo; para nosotros la vida divina ha sido plenamente manifestada en Cristo, hombre perfecto sobre la tierra –al haberse visto a Dios en él. Del mismo modo debe serlo ahora en el creyente y en la Iglesia, cuerpo místico de Cristo. (Las siete asambleas de Asia –Apocalipsis 2 y 3– que simbolizan la historia de la Iglesia responsable sobre la tierra durante la ausencia del Señor, se comparan a “siete candeleros de oro”, Apocalipsis 1:12-13, 20). Cristo, el candelero (Éxodo 25:31-36), es la luz del mundo, y nosotros somos luz en el Señor. Para que el incienso se queme sobre el altar, es preciso que

las lámparas ardan, y para ello es necesario aderezarlas. Dichos candeleros, alimentados por el aceite (figura del Espíritu Santo), a veces brillan muy poco, porque tienen ceniza. Para que la luz resplandezca, las cenizas deben caerse por sí mismas, es simbólicamente el resultado del enjuiciamiento personal (o juicio de sí mismo) al cual somos inducidos por el Espíritu Santo. Siempre que sea necesario, el Espíritu redarguye nuestra conciencia para que juzguemos todo cuanto es de la carne en nosotros; si le dejamos cumplir este servicio, las cenizas caerán por sí mismas. Sin embargo, nada debía manchar el santuario: las cenizas eran recogidas en vasos recubiertos de oro puro. Pero, ¿no ocurre, por desgracia, que oponemos nuestra propia voluntad a la obra del Espíritu, cuando este divino Huésped quiere cumplir el servicio que acabamos de mencionar? Entonces necesitamos las “despabiladeras” (Éxodo 25:38). Dios se vale de ellas para quitar las cenizas; nos disciplina para nuestro bien, “para que participemos de su santidad” (Hebreos 12:10). Así podemos reflejar la luz de Cristo en este mundo. Una vez que las lámparas han sido encendidas y aderezadas –¡y cuánto necesitamos a este respecto el servicio de nuestro sumo sacerdote, figura del cual es Aarón! – podemos quemar el incienso aromático sobre el altar de oro. Dicho incienso era consumido sobre el altar por el fuego de Dios que debía hacerlo arder. Tomando del altar de bronce, este fuego había sido encendido desde el cielo, “de delante de Jehová” (Levítico 9:24). Quemar el incienso mezclándolo con otro fuego es ofrecer un fuego extraño, y Dios no puede tolerarlo. Levítico 10 nos da muchas enseñanzas a este respecto.

P. Fuzier


LOS DOCE HOMBRES DE PABLO (8)

 


El "hombre natural" y el hombre "espiritual"


Los términos que tienen que ver con los hombres naturales y espirituales se encuentran en 1ª Corintios 2: 14, 15. "El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio, el espiritual juzga[discierne] todas las cosas; pero él no es juzgado [discernido] de nadie". Este pareado contrasta a los hombres que no tienen el Espíritu de Dios con los que sí lo tienen.

EL HOMBRE NATURAL

El "hombre natural" es un término usado para describir al hombre en su condición perdida aparte del nuevo nacimiento. Sin la nueva vida y sin el Espíritu morador él no tiene una facultad interna para procesar y entender los conceptos espirituales y la verdad. Por lo tanto, él está completamente desprovisto de la comprensión de la revelación divina. Él tampoco puede encontrar a Dios mediante su propia búsqueda. (Job 11: 7). En esta condición, el "hombre natural",

No puede "ver" (Juan 3: 3).

No puede "entrar" (Juan 3: 5).

No puede "recibir" (Juan 3: 27, 32).

No puede "venir" (Juan 6: 44, 65).

No puede 'saber' [entender] (Juan 8: 14).

No puede 'escuchar, oír' (Juan 8: 43, 47).

No puede "agradar a Dios" (Romanos 8:8).

En el versículo 9 de este capítulo 2 de 1ª Corintios Pablo cita a Isaías para mostrar que los hombres tienen tres maneras principales de aprender, — el "ojo" — observación, el "oído" — tradición (oír cosas que han sido transmitidas por generaciones anteriores), y el "corazón" — intuición (mediante los instintos del corazón). Pero estos tres métodos por sí solos no bastan para aprehender los temas divinos y encontrar la verdadera sabiduría de Dios. Nota: el pasaje que él cita es negativo.

Dice, "Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre…". Por lo tanto, la verdad de Dios no es descubierta por los sentidos naturales del hombre, independientemente de cuán agudos puedan ser en un individuo. Ello requiere una acción del Espíritu de Dios.

EL HOMBRE ESPIRITUAL

El hombre "espiritual" es un creyente nacido de Dios y habitado por el Espíritu pero que vive también bajo el control del Espíritu. Como resultado, el Espíritu de Dios ilumina su alma y es capaz de comprender la revelación de Dios en Su Palabra. El Espíritu de Dios le da la capacidad de pensar en términos espirituales y de conocer la verdad y es enseñado así en "la mente de Cristo". (1ª corintios 2: 16).

Algunas consideraciones prácticas

Saber que dependemos totalmente del Espíritu de Dios para conocer la verdad debería hacernos ser agradecidos por Sus operaciones en nosotros. Sin embargo, aunque cada cristiano tiene el Espíritu que mora en él, eso en sí mismo no es suficiente para permitirle discernir la verdad. Hay muchos creyentes (que tienen el Espíritu Santo) que están completamente confundidos en cuanto respecta a la verdad. El cristiano debe estar "lleno del Espíritu" y estar en comunión con el Señor para obtener el beneficio práctico de la presencia del Espíritu. (Efesios 5: 18). Y recordemos que la llenura de hoy no servirá para mañana. Necesitamos estar:

"Cada día" escudriñando las Escrituras (Hechos 17: 11).

"Todo el día" clamando a Dios en oración (Salmo 86: 3).

"Cada día" tomando nuestra cruz y siguiendo a Cristo (Lucas 9: 23).

B. ANSTEY


La ocupación y la vigilancia

 

Perseverancia en la vida cristiana


Aunque el Señor no marcó fecha, ni día, ni hora para su venida otra vez a los aires a buscar a su pueblo redimido por su sangre, sí dejó descrito doctrinalmente la ocupación y vigilancia que los creyentes deben hacer mientras se cumple la promesa de su advenimiento.

Cuatro lecciones de sumo interés son bien definidas en los Evangelios y las Epístolas.

“Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo ... Como el hombre que, partiendo lejos, dejó su casa, y dio facultad a sus siervos, y a cada uno su obra, y al portero mandó que velase.” (Marcos 13:33,34)

Esta enseñanza nos pone por delante el cumplimiento de nuestra responsabilidad.

Llama la atención cuatro encargos que el Señor hizo:

dejó su casa: Esta es su Iglesia en este mundo, de la cual todos los creyentes formamos parte.

dio facultades a sus siervos: Estos son los talentos o dones en su pueblo, unos con más, otros con menos, y todos estos deben dar satisfacción de su trabajo al dueño de los talentos.

“Porque el siervo que entendió la voluntad de su Señor y no se apercibió, ni hizo conforme a su voluntad, será azotado mucho ... Mas el que no entendió e hizo cosas dignas de azote, será azotado poco. Porque a cualquiera que fue dado mucho, mucho será vuelto a demandar de él, y al que encomendaron mucho, más le será pedido.” (Lucas 12:47,48)

• a cada uno su obra: Ninguno es llamado en vano. La viña del Señor es muy extensa donde todos tienen su obra. ¿Se ha visto alguna abeja inactiva en la colmena? Sólo el zángano, y es echado fuera. Hay tiempo en que la abeja tiene que volar muchos kilómetros para hallar el polen de la flor con que ha de trabajar en su colmena.

al portero mandó que velase: Los ancianos tienen una doble carga, la de ellos mismos y la del pueblo. Como pastores tienen que velar por el cuidado del rebaño, velar la puerta porque no entren los “lobos rapaces,” falsos profetas, falsas y nuevas doctrinas, el mundo con sus modas e innovaciones.

Esta lección está relacionada con mis hermanos.

“Mirad por vosotros que vuestros corazones no sean cargados de glotonería y embriaguez, y de los cuidados de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día.” (Lucas 21:34)

Esta lección nos pone por delante el cumplimiento de nuestra fidelidad.

“Glotonería” está íntimamente ligada con pesadez. “Vientres perezosos,” posiblemente dormidos. “Embriaguez,” dados a los deleites y licencias, descuidando su lugar de firmeza y vigilancia. “Cuidado de esta vida,” amando la prosperidad y codicias de las riquezas.

Esta enseñanza tiene una relación personal. Tres atributos deben sobreponerse a ese estado. Limpieza de vida, vigilancia y firmeza.

“Vosotros sabéis bien, que el día del Señor vendrá, así como ladrón de noche, que cuando dirán paz y seguridad entonces vendrá sobre ellos destrucción de repente como los dolores a la mujer en cinta; y no escaparán.” (1 Tesalonicenses 5:1-3)

Esta escritura nos hace apelar al desarrollo de nuestra inteligencia para conocer los tiempos y los momentos que cruza el mundo en las últimas convulsiones de moribundo.

Dijo el apóstol: “No tenéis necesidad que os escriba; vosotros sabéis bien.” Los momentos son de expectativa. El mundo “duerme como los borrachos.” Ellos están confiando en sus contratos a expensas de la guerra fría y la tensión de nervios. Mientras tanto los hombres se sumergen en el pecado y olvido de Dios.

Estos textos nos hablan de nuestra sabiduría para andar en este mundo. (Efesios 5:15)

“Ahora hijitos perseverad en él, para que cuando apareciere tengamos confianza y no seamos confundidos de él en su venida.” (1 Juan 2:28)

 El amor a Cristo nos debe unir a Él por medio de una continua y perfecta comunión. “En todo tiempo ama el amigo.” Creo que nuestra paz y perfecta felicidad depende de nuestra obediencia. “Por tanto procuramos también, o ausentes, o presentes, serle agradables.” (2 Corintios 5:9)

Esta porción nos lleva a nuestra relación con el Señor.

José Naranjo                 


MUJERES DE FE DEL NUEVO TESTAMENTO (11)


 

María, madre de Jacobo

“Eran María Magdalena, y Juana, y María madre de Jacobo... quienes dijeron estas cosas a los apóstoles”. (Lucas 24.10)

La historia está en Mateo 27.55-56, 28.1, Marcos 16.1, 15.40, Lucas 24.10-11 y Juan 19.25.

En el Nuevo Testamento leemos las historias de seis mujeres llamadas María. Ellas son: María la madre de nuestro Señor, María de Betania, María Magdalena, María la madre de Juan Marcos, María de Roma y María la madre de Jacobo y José. Esta última María era la esposa de un creyente llamado Cleofas. Ellos tuvieron dos hijos, Jacobo y José; Jacobo fue uno de los doce discípulos.

En Mateo 27.56 es llamada la madre de Jacobo y de José, y en Mateo 28.1 es identificada como la otra María. En Marcos 15.40 es la madre de Jacobo el menor y de José, en Lucas 24.10 María madre de Jacobo y en Juan 19.25 María mujer de Cleofas.

Sabemos que esta María era una de aquellas mujeres que siguieron a Jesús durante su ministerio en Galilea, sirviéndole y dándole de sus bienes (Mateo 27.55-56). Esas mujeres lo acompañaron en su trayecto a Jerusalén y esta María también estuvo con María la madre de Jesús junto a la cruz donde fue clavado el Salvador (Juan 19.25).

Los discípulos huyeron para protegerse a sí mismos, pero algunas mujeres devotas estaban tan cerca de la cruz que podían oír las palabras del Salvador.

Muy temprano el domingo por la mañana ella, Salomé y María Magdalena fueron al sepulcro, y vieron que la piedra había sido quitada. María se reunió con las otras mujeres, y con ellas recibió el glorioso mensaje que los ángeles pronunciaron acerca de la resurrección de Jesús. Las mujeres salieron para comunicárselo a sus discípulos. Estaban en el camino cuando se les apareció Jesús, y Él las saludó. Las mujeres se le acercaron, le abrazaron los pies y lo adoraron. Jesús les comisionó que les dijeran a sus discípulos que se fueran a Galilea donde le iban a encontrar.

Esta noble mujer sirvió al Señor con sabiduría, abnegación y amor. Nunca buscó el primer lugar, pero estaba allí para ayudar y consolar. María, la madre de Jacobo, dejó una hermosa huella para las siguientes generaciones de mujeres cristianas y su fidelidad fue recompensada al ser una de las primeras personas en ver al Señor Jesucristo resucitado.

Por Rhoda Cumming


Las últimas palabras de Cristo (14)

 JUAN 16 (CONTINUACIÓN)

La revelación del mundo venidero (Juan 16:12-15)


Dejando de lado el mundo, el Señor pasa ahora a hablar de una región de la que tiene mucho que decir, si bien por el momento los discípulos sean incapaces de asimilarlo. Cuando haya venido el Espíritu de verdad les revelará las cosas que están por venir, guiándolos a toda verdad. Si en este mundo queremos ser hallados fieles testigos de Cristo, no basta con conocer su carácter real; debemos poseer también la luz de otro mundo que guíe nuestros pasos a través de las tinieblas del actual.

Si bien es cierto que el Espíritu trae a la luz las glorias del nuevo mundo, no lo hace exhibiéndolas del todo. Cuando Cristo venga, Él las exhibirá realmente. La fe camina por el Espíritu en la luz presente de las glorias futuras, y la estrella de la mañana resurge en nuestro corazón antes incluso de que el Hijo de justicia proyecte sus rayos sobre el mundo.

El Señor no parece sugerir que la venida del Espíritu alteraría el curso de este mundo. Su presencia lo condena, y su guía lleva a los creyentes a la liberación de las cosas que este quiere ofrecerles, con la luz de las cosas que han de venir. Muchos buscarán echar mano del cristianismo para intentar mejorar el mundo, y se decepcionarán al ver que sus esfuerzos solo van a servir para corromperlo más, que la maldad será camuflada con una capa de barniz religioso. Tampoco vemos que el Señor pretenda decir que la venida del Espíritu daría seguridad y prosperidad a su pueblo mientras pasaran por este mundo. En ocasiones pueden existir disparidades en el pueblo del Señor en lo relativo a sus circunstancias y todo lo que les rodea, pero en lo referente a las verdaderas riquezas del mundo de los consejos del Padre los dos se hallan sobre una base compartida. La lucha actual por el mundo de gloria es la porción de todos los santos. Sin importar las circunstancias de nuestra vida, nos está permitido gozar en el espíritu de las abundantes y eternas glorias del mundo venidero al que pronto vamos a entrar.

A fin de poder llevar nuestros corazones a este mundo nuevo, leemos que el Espíritu Santo nos guiará a toda la verdad. Toda la verdad en cuanto a los propósitos de Dios, en lo que se refiere a la gloria de Cristo en la Iglesia, a su bendición con Él y a la bendición de los hombres en el reino a través del Milenio, hasta llegar a las glorias del cielo nuevo y tierra nueva, está ahí para que dispongamos de ella en el poder del Espíritu Santo. En este vasto campo de verdad Él nos guiará, pero sin forzarnos ni empujarnos a ello. La pregunta para cada uno de nosotros es como la hecha a Rebeca: «¿Querrás ir?». El siervo estaba listo para llevarla a Isaac, de la misma manera que el Espíritu ha venido para llevarnos a Cristo. El siervo dijo: «No me detengáis… despachadme para que me vaya a mi señor», y es lo que nosotros decimos que también era el deseo del Espíritu Santo, no el de mejorar en absoluto el mundo o darles a los santos protagonismo en esta escena, sino regresar a Aquel de quien viene y tomar con Él la Esposa para Cristo. Con cuánta frecuencia ponemos impedimentos al Espíritu torciendo hacia caminos de nuestra preferencia y perdiendo así su dirección. Las seducciones humanas, y tal vez alguna asociación religiosa pueden detenernos en este punto, y hasta que no estemos libres de ellas el Espíritu no continuará guiándonos a toda la verdad. Por lo visto, los cristianos tienen un pobre concepto de lo mucho que puede ser impedida un alma en su progreso hacia la verdad cuando tiene ataduras que las Escrituras desaprueban.

No solo dice el Señor que el Espíritu hace de guía, sino que repite tres veces: «Él os enseñará» (vv. 13,14,15). Nosotros no podemos ser nuestra propia guía a toda la verdad, ni podemos enseñarnos a nosotros mismos las cosas que han de venir, ni tampoco las que conciernen a Cristo. Dependemos enteramente del Espíritu, de ahí que rehusemos muy a nuestro pesar cualquier cosa que vaya a sernos lazo contra el Espíritu cuando este quiera guiarnos a la bendición plena.

Con todo detalle el Señor nos cuenta el carácter tripartito de la bendición a la que nos guiará el Espíritu. Primero, el versículo 13 nos habla de lo que ha de venir; luego, en el versículo 14 leemos de las glorias de Cristo, y finalmente, en el versículo 15, pone delante de nosotros «todo lo que tiene el Padre». Esta es la bendición a la que el Espíritu quiere guiarnos si no se lo impedimos, pues quiere revelarnos toda la dicha del mundo venidero, tomar de las glorias de Cristo y mostrarnos toda la variedad de los consejos del Padre que tienen a Cristo como centro.

Ojalá pudiera comprenderse con toda plenitud que existe un mundo de felicidad totalmente inalcanzable para la vista, más allá de donde llega la mente humana: «Cosas que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por medio del Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun las profundidades de Dios» (1ª Cor. 2:9,10).
H. Smith

Jesús vivió entre nosotros


 Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros… lleno de gracia y de verdad. Juan 1:14


¡Qué hecho tan asombroso se nos presenta en esta corta frase! Nos habla de aquel que era antes que el tiempo existiera (v. 1), que puso en movimiento a todas las fuerzas de la naturaleza e hizo que el universo palpitara de vida. Él es la expresión exacta de los pensamientos infinitos y la gloria eterna de la Deidad. Y lo más sorprendente de todo es que él (el Verbo eterno), que siempre ha sido y siempre será, se hizo carne y habitó entre nosotros. Participó de carne y sangre para poder acercarse a nosotros sin causarnos terror. Es por esto que las almas que lo han recibido están tan llenas de asombro y adoración a él.

No vino como un rey que visitaría a sus súbditos en sus humildes hogares, hablando palabras amables con ellos, para luego irse y olvidarse de ellos: no, él habitó entre nosotros. No había distanciamiento con él; entró en las circunstancias de la vida; participó en las alegrías y tristezas de los hombres; y también los visitó en sus hogares. Se acercó a ellos, se hizo infinitamente accesible incluso para los más pobres y pecadores.

¡Qué encanto tan inagotable y creciente tiene esto para nuestras almas! Es infinito en altura y profundidad. La gracia y la verdad están en Aquel que habitó entre nosotros, incluso cuando habitaba en el seno del Padre como el Hijo unigénito. Ha traído el amor de ese seno a nosotros y lo ha revelado, no para ser admirado solo en el día de reposo en el templo, sino para obrar todos los días de la semana, sin descanso, para aliviar las necesidades de los hombres y llenar sus almas de alegría.

La verdad estaba en él. Vino de la gloria de Dios para revelarla y trajo la gracia que satisfaría nuestras necesidades más profundas. Llenó la inconmensurable distancia entre la altura y la profundidad con la luz de su propia gloria.

J. T. Mawson

El Jardín del alma

 Su alma será como huerto de riego, Jeremías 31.12


Varios capítulos de Jeremías contienen palabras condenatorias de la condición completamente corrompida de la nación de Israel. Por ejemplo, “la tierra está llena de adúlteros”, y “fueron todos ellos como Sodoma, y sus moradores como Gomorra”, 23.10,14. Después de la lectura de aquellos capítulos, cuán refrescante es leer de la gracia redentora de Dios a favor de su pueblo en un día futuro. ¡El alma como un huerto!

Detengámonos aquí un momento para reflexionar en lo abominable que son en los ojos de Dios la fornicación, el adulterio, la inmoralidad y la idolatría. Pensemos en cuán funestas han sido sus consecuencias para la nación de Israel; aunque 2500 años han transcurrido desde aquella época, todavía la nación no ha alcanzado su restauración. Ciertamente, “la fornicación y toda inmundicia ... ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos”, Efesios 5.3.

En Jeremías 31, Dios dijo, “Con amor eterno te he amado; por tanto, mi misericordia he continuado contigo”. Entonces, “Porque Jehová redimió a Jacob de la mano más fuerte que él”. Estas palabras son proféticas de aquel día cuando la nación de Israel será restaurada física y espiritualmente al lugar del favor divino, siendo así el mayor objeto de las bendiciones milenarias.

Notemos ahora una analogía interesante entre lo que se refiere a Israel y lo que la gracia de Dios ha hecho y aún está haciendo por nosotros, su pueblo celestial.

El Señor Jesús nos halló en un estado de corrupción espiritual, como se ve en Isaías 1.5,6: “Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga”. Hemos sido rescatados de la mano de aquel que era más fuerte que nosotros; Dios dice esto de Israel en el versículo antes citado, y el Señor emplea lenguaje parecido en Lucas 11.22.

Hemos sido hechos objetos de la gracia: perdonados, habilitados y preservados. Nuestro Señor es poderoso para guardarnos sin caída y presentarnos sin mancha delante de su gloria con gran alegría, Judas 24. Ahora Dios quiere hacer nuestras almas como un huerto de riego.

En el principio Él puso un hombre en su huerto, resultando en el desastre de los siglos, pero ahora Él está poniendo su huerto en el hombre y espera con razón los frutos que sacian su corazón. Veamos, pues, unos requisitos para la manutención de un hermoso huerto o jardín.

1. Debe haber luz

                Cristo es el sol de justicia. Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para la iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo, 2 Corintios 4.6.

Empezamos con la luz del sol en nuestras almas. Además, el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado, Romanos 5.5.

Ahora, según Judas 21, es nuestro deber guardarnos en el amor de Dios. Los cafetales en la serranía necesitan los rayos del sol para que cuaje la flor, y si hay demasiado páramo se pierde la cosecha. Si las neblinas del mundo no permiten que los rayos del amor de Dios entren en el jardín que es el alma nuestra, pronto quedará estéril.

2. Debe haber riego

Dios prometió que el alma de Israel sería huerto regado. Un jardín sin agua pronto se convierte en terreno árido. La Palabra de Dios, junto con el valioso ministerio del Espíritu Santo, mantiene el alma refrescada y avivada. Por contristar al Espíritu y descuidar la Palabra, vendrá una sequedad espiritual en el alma.

¡Qué tragedia, un santo “seco como un bastón!” Más bien debemos ambicionar ser como el varón del Salmo 1, como árbol plantado junto a corrientes de agua. El mismo salmista, David, pudo decir también, “Yo estoy como olivo verde en la casa de Dios”, 52.8. Tal es el tipo de creyente que por su presencia, oraciones, adoración y exhortaciones contribuirá refrigerio y bendición a los demás. Las hermanas en Cristo, si están disfrutando de los rayos del sol espiritual, y el refrigerio de la Palabra de Dios, por su semblante y comporte pueden traer aliento y gozo a otros.

3. Debe haber jardinero

María Magdalena confundió al Señor con el jardinero en la mañana de la resurrección. Sin embargo, El sí es el gran jardinero. En Juan 15 aprendemos cuán indispensable es la comunión con él si vamos a llevar fruto: “El que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”.

De la misma manera que un jardín necesita quien arranque el monte, lo riegue y guarde todo en buen orden, podando árboles y velando contra insectos y animales dañinos, así nuestro Señor cuida a los suyos. Cuando Él tiene control de nuestras vidas nos hace fructíferos para Dios.

En Isaías 5 tenemos la historia de la viña del Señor “en una ladera fértil ... cercada, despedregada y plantada de vides escogidas”. El edificó una torre e hizo un lagar, pero grande fue su desencanto cuando la viña dio tan sólo uvas silvestres. He aquí una lección para nosotros.

La gracia Dios ha sido derramada sobre nosotros, hay una cerca de separación que nos guarda del mundo, tenemos una posición preferida al ser congregados en el nombre del Señor Jesucristo. Pero, aun siendo bíblicamente correctos, hay el peligro de que descuidemos nuestra condición espiritual, dejando el primer amor. En este caso produciríamos tan sólo uvas silvestres.

Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, Romanos 15.4.

Santiago Saword