martes, 10 de julio de 2012

CANDELERO ENCENDIDO

CANDELERO ENCENDIDO - JULIO 2012


Ya se encuentra publicado la edición de Julio de la revista. 
Se puede descargar desde el siguiente Link o leer en este mismo blog.

¡Oh Señor, Vuélvenos a ti!


Es más que probable que en toda la historia de los Estados Unidos nunca haya habido en ningún momento tanta actividad religiosa como la que existe en la actualidad. Y también es muy probable que nunca existiera menos espiritualidad. Por la razón que sea, el activismo religioso y la piedad son cosas que no siempre van juntas. Para descubrir esto, sólo es necesario observar la actual escena religiosa. 
            No hay, desde luego, ausencia de esfuerzos por ganar almas, pero muchos de nuestros ganadores de almas dan la impresión de que son poco más que vendedores de una marca de cristiandad que sencillamente no conduce a la santidad.
            Si esto te choca como poco caritativo, haz esta pequeña prueba; arrodíllate y lee con reverencia el Sermón del Monte. Deja que se apodere de tu corazón. Atrapa su «sentir» espiritual. Intenta concebir qué clase de persona sería la que viviera sus enseñanzas. Luego compara tu concepción con el producto de la moderna cadena de producción religiosa. Encontrarás todo un mundo de diferencia tanto en conducta como en espíritu.
            Si el Sermón del Monte es una buena descripción de la clase de persona que debiera ser un cristiano, entonces ¿a qué conclusión debemos llegar acerca de las multitudes que han «aceptado» a Cristo y que sin embargo no exhiben un rasgo moral o espiritual como los descritos por nuestro Señor?
Ahora bien, la experiencia nos ha preparado para la réplica que seguramente oiremos de amigos de tierno corazón. « ¿Quiénes somos nosotros para juzgar? Tenemos que dejar a estos profesos cristianos al Señor y cuidarnos de nuestra propia casa. Y, además, debiéramos sentirnos agradecidos por todo el bien que se está haciendo, y no estropearlo buscando faltas.»
            Todo esto suena muy bien, pero es una expresión de un laissez faire religioso que se echaría descuidadamente a un lado y que dejaría que toda la iglesia de Cristo degenerara moral y espiritualmente sin osar levantar una mano para ayudar o dar una voz para advertir. Y no lo hicieron así los profetas. No lo hicieron así ni Cristo, ni sus apóstoles, ni los reformadores; y no lo hará nadie que haya visto abierto el cielo y haya visto visiones de Dios.
            Elías hubiera podido mantenerse callado y se hubiera ahorrado muchos problemas. Juan el Bautista hubiera podido quedarse callado y salvar su cabeza; y cada mártir hubiera podido haber recurrido al laissez faire y muerto cómodamente en su cama cargado de días. Pero con ello habrían desobedecido a Dios y se habrían expuesto a un severo juicio en el día de Cristo.
            La ausencia de devoción espiritual en la actualidad es un signo ominoso y un portento. La moderna iglesia sólo tiene menosprecio hacia las virtudes sobrias: la mansedumbre, la modestia, la humildad, la apacibilidad, la obediencia, el desprendimiento, la paciencia. Para ser aceptada en la actualidad, la religión tiene que estar en la corriente popular. Y por ello mucha de la actividad religiosa rebosa de soberbia, de exhibicionismo, de autoafirmación, de promoción del ego, de amor de ganancia y de entrega a los placeres triviales.
            Nos corresponde tomarnos todo esto en serio. Se está agotando el tiempo fijado para cada uno de nosotros. Lo que se debe hacer se debe hacer rápidamente. No tenemos derecho a permanecer ociosos y dejar que las cosas sigan su curso. Un granjero que deja de cuidar su rebaño encontrará a los lobos haciéndolo por él. Una caridad mal entendida que permite que los lobos destruyan el rebaño no es caridad en absoluto, sino indiferencia, y debería ser llamada por su nombre y tratada en consecuencia.
            Es hora de que los cristianos creyentes en la Biblia comiencen a cultivar las gracias sobrias y que vivan entre los hombres como hijos de Dios y herederos de las edades. Y esto demandará más que un poco de acción porque todo el mundo y una gran parte de la iglesia están lanzados a impedirlo. Pero si Dios es por nosotros, ¿quién contra  nosotros?

LAS SEÑALES DE LOS TIEMPOS


En los capítulos 2 y 7 del libro de Daniel, tenemos las visiones de los imperios mundiales que ha­brían de tener supremacía en los destinos de las naciones que el profeta Daniel interpretó para Nabucodonosor y Belsasar, reyes de Babilonia. En el capítulo 2 está la visión de la gran imagen, de cómo los hombres ven su civilización con todo su poder y gloria y en el capítulo 7 con las 4 bestias salva­jes diferentes, hablando de la fero­cidad y capacidad de estos impe­rios, de cómo Dios los ve. Recor­demos que dicha visión empezaba con la cabeza de oro de la estatua que era Nabucodonosor y su impe­rio Babilonia, seguía con los pe­chos y brazos de plata, hablando del imperio de los Medos y Persas, continuaba con su vientre y sus muslos de' bronce, del imperio greco-macedónico de Alejandro Magno, proseguía con las dos piernas de hierro del Imperio Ro­mano, con sus dos divisiones en los antiguos imperios de Occidente y Oriente con sus capitales Roma y Constantinopla y remataba en un reino de 10 dedos de los pies donde estaba mezclado el hierro y el barro.
Si me preguntaran dónde esta­mos ahora, en el curso de los im­perios mundiales, diría sin lugar a dudas en los 10 dedos de los pies de la imagen, que con la entrada de Grecia en el Mercado Común Europeo, han completado los 10 reinos de que la Palabra de Dios nos habla. El hierro habla de im­perialismo/capitalismo, el barro de socialismo o los derechos del pue­blo. Están mezclados como vemos en Europa en el día de hoy con gobiernos capitalistas como Gran Bretaña o socialistas como Fran­cia o Alemania Occidental. Aun­que estos 10 reinos no son la for­mación final, porque España y Portugal están pugnando de poner sus economías en orden para po­der entrar en el Mercado Común Europeo probablemente durante el año 1985 y Gran Bretaña de­manda una distribución más equi­tativa del financiamiento de la co­munidad, ya que ella y Alemania Occidental son las únicas dos na­ciones del grupo que aportan a la comunidad más de lo que recibe de la misma. Con los subsidios agrícolas la comunidad pierde 40 millones de dólares diarios que representa el 60 o/o del presupuesto y que está llevando al Mercado Co­mún Europeo al borde de la ban­carrota. Estos problemas económi­cos preparan el camino para la uni­ficación política del Mercado Co­mún Europeo en una sola nación, con un dictador que regirá los des­tinos de dicho mercado (Apocalip­sis 17:12 y 13). Ya se vislumbra esta unificación política en la for­mación del Parlamento Europeo con sus 410 miembros elegidos de las 10 naciones, que se sientan en Bruselas, no por nación sino agru­pados por ideología política.
El dictador mundial del Merca­do Común Europeo sin embargo no puede surgir, aunque ya vive en el mundo, mientras la iglesia de Jesucristo esté en el planeta Tie­rra.
2 Tesalonicenses 2:6 nos dice que hay alguien que lo detiene. ¿Quién es este alguien? No es otro que el Espíritu Santo que mora en cada creyente. Al irse el Espíritu Santo con la Iglesia en el rapto se quitará el que lo detiene. Esta to­ma del poder por parte del dicta­dor mundial empezará con la ocu­pación de tres reyes o reinos por la fuerza ("a tres reyes derribará". Daniel 7:24) y luego las otras 7 se le unirán en una sola nación. Que el Señor nos ayude a tener nuestros ojos espirituales bien abiertos para discernir las señales de los tiempos, porque el esposo vendrá a la hora que no pensáis a buscar a su esposa. La Iglesia. El Apocalipsis termina con "Cierta­mente vengo en breve. Amén, sí, ven Señor Jesús (Apocalipsis 22: 20). Que así sea. Amén.

EL CONFLICTO DE LOS SIGLOS


¿Estamos aturdidos, desanimados, atemorizados por lo que vemos aconte­cer en el mundo actualmente?
No debemos estar asombrados ni asustados, menos todavía sorprendidos por los sucesos actuales. Hace mucho tiempo que la palabra profética ha pre- dicho el conflicto final en la consuma­ción de los siglos, y a juzgar por las apa­riencias, hoy por hoy lo tenemos a la puerta.
Leed de nuevo con lentitud, con atención y oración, las palabras que son una descripción de nuestros días:
LA PALABRA PROFETICA
"Entonces habrá señales en el sol, y en la luna, y en las estrellas; y en la tierra angustia de gentes por la confu­sión del sonido de la mar y de las on­das; secándose los hombres a causa del temor y expectación de las cosas que so­brevendrán a la redondez de la tierra; porque las virtudes de los cielos serán conmovidas''. (Lucas 21:25,26). '
"Y oiréis guerras y rumores de gue­rras: mirad que no os turbéis; porque es menester que todo esto acontezca; mas aun no es el fin. Porque se levanta­rá nación contra nación y reino contra reino; y habrá pestilencia, y hambres y terremotos por los lugares". (Mateo 24; 6, 7).
¡Angustia de naciones... confu­sión... la turbulencia de las masas a semejanza del estruendo de la mar... temor... guerras y rumores de guerras! Debemos agregar a estos factores temi­bles en las relaciones humanas, un cum­plimiento más de las profecías: la apostasía — el apartarse de la fe, teniendo esto por consecuencia la propensión de parte de los hombres de creer toda suer­te de falsedades.
"No os engañe nadie en ninguna manera; porque no vendrá sin que ven­ga antes la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, oponiéndose, y levantándose contra to­do lo que se llama Dios, o que se adora; tanto que se asienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose parecer Dios. Porque ya está obrando el miste­rio de la iniquidad: solamente espera hasta que sea quitado de en medio el que ahora impide; y entonces será manifes­tado aquel inicuo al cual el Señor mata­rá con el espíritu de boca, y destruirá con el resplandor de su venida; a aquel inicuo, cuyo advenimiento es según ope­ración de Satanás, con grande potencia, y señales, y milagros mentirosos, y con todo engaño de iniquidad en los que pe­recen, por cuanto no recibieron el amor a la verdad para ser salvo. Por tanto, pues, les envía Dios operación de error, para que crean la mentira". (2º Tes. 2: 3-11).
FUERZAS OCULTAS
Repito: angustia de naciones, confusión, temor, las multitudes convulsio­nadas, guerra y rumores de guerras; todas estas condiciones terrenales se re­lacionan con el conflicto espiritual de los cielos.
El Señor Jesús dijo claramente: "Porque las virtudes de los cielos serán conmovidas". El capítulo 12 de Apoca­lipsis nos da un vistazo de ese conflicto venidero, dándonos esta terrible adver­tencia: "¡Ay de los moradores de la tie­rra y del mar! porque el diablo ha des­cendido a vosotros, sabiendo que tiene poco tiempo".
El capítulo 16 de Apocalipsis, ver­sículos 13-14, nos abre aun más el telón para que veamos lo que está detrás de los acontecimientos terrenales. Vemos las grandes fuerzas demoníacas sueltas para participar en este gran conflicto de los siglos. Se trata de una visión que debe hacernos meditar seriamente y lle­varnos, a la vez, a humillamos delante de Dios:
"Y vi salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta, tres espíritus inmundos a manera de ranas; porque son espíritus de demonios, que hacen señales, para ir a los reyes de la tierra y de todo el mun­do, para congregarlos para la batalla de aquel gran día" del Dios Todopode­roso".
El presente cuadro mundial es ate­rrador; pero el Hijo de Dios no debe hallar en ello motivo de desesperación. Más allá de la oscuridad sombría brilla la luz de día nuevo; el día de la apari­ción de Cristo resplandece con mayor claridad y hermosura. A la luz de la pa­labra de Dios entendemos que la carac­terística de de cada época ha sido, a la larga, la rebelión y temeridad que han hecho necesario el juicio de Dios.
JUICIOS CUMPLIDOS
La primera civilización terrenal fue tan corrompida que el único remedio apropiado fue el diluvio. La prolongada y desenfrenada idolatría de los israelitas los llevó finalmente al cautiverio en Asi­ría y Babilonia. ¿Se arrepintieron los contemporáneos de Jeremías al encon­trarse rodeados de los ejércitos caldeos? ¿Comprendieron que se trataba del jui­cio de Dios? No se arrepintieron; más bien, blasfemaron de Dios y persiguie­ron a sus fieles siervos. ¿Se arrepintió la generación de judíos después de la muerte y resurrección de Jesucristo, ge­neración descrita por el historiador Josefo, al encontrar a Jerusalén rodeado de los invencibles soldados romanos? No se arrepintieron; más bien pelearon entre sí los defensores de la ciudad, en­tre tanto que el enemigo los amenazaba cada día más y, por fin, los venció.
¿Comprende nuestra generación los días que vivimos? Yo creo que no. Al­gunos están confundidos; algunos asus­tados; muchos están totalmente indife­rentes; y la gran mayoría se deja llevar, víctima de la gran marea de la lucha de clases, de razas y de naciones. Es suma­mente extraño que en una generación que vive tan cerca del abismo de la des­trucción no haya una reacción de horror y un retorno al Dios de infinita gracia y misericordia; pero, por no querer re­cibir el amor a la verdad, están dispues­tos a creer toda suerte de mentiras.
LUZ EN LAS TINIEBLAS
Con todo, el cuadro no está del todo oscuro. En medio de la decadencia de ca­da siglo siempre ha habido un núcleo piadoso que ha servido a Dios visible­mente, cuales luces en la oscuridad ame­nazante. Noé y su familia fueron pocos en número, pero fueron conocidos de Dios. Asimismo fueron escasos en nú­mero Jeremías y sus compañeros, mas la bendición de Jehová descansaba sobre ellos con poder y protección. Los cris­tianos de la iglesia apostólica dieron tes­timonio fiel y claro, entre tanto que el juicio divino se cernía sobre Jerusalén en capital. Así debe ser nuestro servicio para Dios también, en estos días, mien­tras el conflicto de los siglos ruge cada vez más alarmante en nuestro alrededor.
LO QUE NOS INCUMBE
Isaías, el profeta evangelista del Antiguo Testamento, hizo una descrip­ción llamativa de la condición en que se encuentra el núcleo piadoso en cual­quiera época: "Si Jehová de los ejércitos no hubiera hecho que no quedasen muy cortos residuos, como Sodoma fuéra­mos, y semejantes a Gomorra. Lavad, limpiaos, quitad la iniquidad de vuestras obras de ante mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer bien; buscad juicio, restituid al agraviado, oíd en derecho al huérfano, amad a la viuda. Venid luego, dirá Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren co­mo la grana, como la nieve serán em­blanquecidos: si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca la­na". (Isaías 1:9, 16-18).
El profeta Daniel agrega una pala­bra más que parece tener una aplicación especial y peculiar para nuestros días: "Mas el pueblo que conoce a su Dios, se esforzará, y hará". (Dan. 11:32).
Es éste el día para los que conocen a Dios; para los que tienen la fe salvado­ra en Cristo Jesús; los que se han entre­gado a El y su causa, sin reserva, a fin de ser fuertes y de poder hacer proezas para el Señor en esta época de sombras y oscuridad. Es indispensable que sea­mos fuertes en el Señor y en el poder de su grandeza y que seamos activos para su causa. Para lograr esto es preciso que tengamos una convicción inconmovible con respecto a lo que creemos y que lle­vemos una comunión íntima con El, en quien creemos.
Sendas de Luz, Junio-Julio 1975

Ocúpate en la lectura


“Entre tanto que voy,  ocúpate en la lectura,  la exhortación y la enseñanza” (1 Timoteo 4:13).


            Esta exhortación, a través de la cual el apóstol Pablo invitaba a Timoteo a perseverar en la lectura de la Palabra de Dios, es válida para los creyentes de todos los tiempos.
            Para que esta lectura sea provechosa se requiere método, energía y perseverancia. No hay nada más importante para el desarrollo espiritual del creyente. La asistencia a las reuniones cristianas no sustituye este estudio personal; cada creyente debe recoger diariamente su maná (Éxodo 16:16).
            Toda lectura de la Palabra debe ir acompañada de la oración. Antes de abrir las Sagradas Escrituras debemos orar pidiendo a Dios que a través del Espíritu Santo nos revele su Pensamiento y nos dé un corazón atento y obediente. Efectivamente, Dios se revela a nuestro espíritu por medio de la Palabra en la medida en que Le obedecemos (Salmo 19:11; Lucas 11:28; Santiago 1:22 y 25). Después de cerrar nuestra Biblia, seguramente tendremos muchas cosas que exponer al Señor, de rodillas, según el Espíritu Santo nos guíe.
            Debemos distinguir entre la lectura individual o personal y la lectura en común, las cuales responden a diferentes necesidades.
            La lectura individual es para nuestra edificación personal: enseñanza, advertencia y consuelo (Romanos 15:4). A solas con Dios escuchamos su voz y dejamos que sus palabras penetren hasta lo más profundo de nuestro ser (Hebreos 4:12). Este encuentro debería tener lugar preferiblemente en las primeras horas del día (Proverbios 6:22); así recibiremos fuerza, luz y estímulo para las tareas diarias. En lo concerniente a la porción que debemos leer, podemos seguir un plan de lectura (por ejemplo, los 6 tomos de «Cada día las Escrituras») o pedir al Señor que nos muestre qué libro de la Palabra nos conviene leer secuencialmente. Debemos consagrar más o menos media hora cada mañana a esta meditación; éste será nuestro «desayuno espiritual». También se puede leer el capítulo o un fragmento del mismo que se cita en la hoja diaria del calendario «La  Buena Semilla». Este método sólo lo aconsejamos si diariamente tomamos también «el alimento espiritual nocturno», de otra manera nuestro conocimiento de la Palabra podría quedarse corto.
            Además de esta lectura consecutiva de la Palabra de Dios, no olvidemos el estudio metódico, ya sea libro por libro o de un tema en particular, por ejemplo el de la venida del Señor, la vida de un hombre de Dios, etc. El estudio puede hacerse acompañado de un comentario sobre lo que estemos leyendo. También es conveniente la ayuda de una concordancia, tomar notas en un cuaderno, en fichas o en la misma Biblia, subrayando los pasajes que nos parezcan particularmente importantes; éste será nuestro «alimento espiritual nocturno».
            Procuremos también memorizar el mayor número posible de versículos fundamentales con sus citas (véase Salmo 119:11; Colosenses 3:16), para que el Señor no tenga que dirigirnos el triple reproche de Marcos 8:18.
            Un método interesante podría ser el de anotar estos pasajes en un cuaderno, agrupándolos por temas, a medida que vayamos descubriéndolos (dejando 3 ó 4 páginas para cada tema; numerar las hojas y hacer un índice de materias). Conviene repetirlos a menudo, por ejemplo en las horas libres, en el autobús, haciendo cola, de viaje y siempre que tengamos un momento disponible. La repetición constante es la clave de una memoria fiel.
            La lectura en común tiene lugar principalmente en familia. No debemos descuidarla; si tenemos niños, leamos preferiblemente un libro de la Palabra en lugar de pasajes o capítulos aislados. Es bueno que previamente uno mismo estudie el texto del día para poder exponer claramente el pensamiento fundamental de la porción; se deben evitar los comentarios largos; es útil invitar al auditorio para que participe en el coloquio; se puede terminar con un cántico y una oración, si es posible arrodillados.
            En cuanto a las reuniones de estudio, es necesario que cada uno se prepare, aunque no esté llamado a presentar la Palabra. Que los hermanos más jóvenes no vacilen en hacer preguntas; a menudo una pregunta, aunque parezca fuera de tiempo, puede dar lugar a enseñanzas muy útiles para la asamblea.
            Los folletos de edificación, revistas, biografías de hombres de Dios y libros de estudios bíblicos deben tener lugar en nuestras lecturas. Usaremos estos complementos de acuerdo con el tiempo del cual disponemos y procurando que no nos quiten el tiempo que deseamos dedicar a la lectura de la Palabra. Puede que esto nos lleve a dejar de lado las lecturas profanas no obligatorias, incluidos los periódicos y las revistas, los que, además de distraernos de nuestro objetivo, podrían perjudicarnos. En lo concerniente a la elección de publicaciones cristianas, debemos tener discernimiento, preguntándonos si esta lectura contribuye a que la persona de Cristo se vuelva más preciosa para nosotros. En caso de duda, se puede pedir consejo a un hermano de mayor madurez espiritual.
            Nuestro cuerpo debe su crecimiento al alimento que le damos. Dios nos ha dado su Palabra como alimento para nuestro crecimiento espiritual; en ella encontramos todos los elementos necesarios: la leche espiritual, la miel, el pan de vida, el agua viva y las viandas. Si descuidamos este alimento, nuestra alma se debilita, porque “no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4). Cuanto más nos alimentemos de ella, más la amaremos. Como David, llegaremos a darnos cuenta de que la Palabra es mejor que el oro y la plata (Salmo 119:72 y 162; véase también Jeremías 15:16; 2 Timoteo 3:16-17).
            Y ahora, ¡manos a la obra!, acordándonos de la solemne advertencia de Santiago 4:17: “Al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado”. 

SAULO DE TARSO


El Primer Viaje Misionero de Pablo
Pablo en Antioquía de Pisidia - Hechos 13:14-52.
San Agustín, uno de los Padres Antiguos, dijo que tenía tres de­seos: quisiera haber visto a Cristo en la carne; haber visto a Roma en toda su gloria; y haber oído a Pablo predicar. Todos los que gusten oír buenas prédicas estarían unánimes con el último deseo. Pablo debe haber sido un predicador maravilloso, no obstante lo que dijo de él un áspero crítico corintio, que «su cuerpo era débil y su lenguaje despre­ciable.»
Aquí tenemos el primer discurso registrado de Pablo y es verda­deramente un discurso maravilloso. Los puntos principales son:
1. Su Método Histórico
El se sumerge en la historia pasada de los hijos de Israel, esco­giendo ciertas verdades pendientes en aquella historia, las cuales eran necesarias para la idea principal que tenía en su mente para su discurso.
El método histórico era el favorito de los escritores y predicado­res judaicos. Encontramos excelentes ejemplos de este método en el discurso de Moisés a Israel (Deut. 1:29; Salmo 105); el discurso de Pedro en el día de Pentecostés; y también en la defensa maestra de Esteban. Es evidente que el uso de tal método era muy apropiado, pues ellos tenían una historia en la cual se enorgullecían y con razón - era una historia de hombres cuyas memorias ellos reverenciaban y cuyas escri­turas y dichos atesoraban y leían. Pablo quiere hablar al pueblo acerca de Cristo y toma el método más fácil para aproximarse a su sujeto prin­cipal.
Después de una rápida revista a la historia de los hijos de Israel, pasa del Éxodo de Egipto al establecimiento final en el país de Canaán y se refiere a tales caracteres sobresalientes como Samuel, Saúl y David. Habiendo llegado por pasos fáciles y naturales a David, sólo resta un paso de David al Señor y les presenta a "Jesús el Salvador". Pablo no quería hablarles meramente de la historia pasada del pueblo de Israel o de sus jefes. El quería hablarles de Cristo, pero tenía demasiado tacto para presentarlo abruptamente de una manera que ofendiera a los oyentes.
"El que prende almas es sabio," dice el proverbio; se puede in­cluir sabiduría en el método de aproximarse, detalle en el cual lamen­tablemente fallamos muchos de nosotros. Hay más de una manera para atraer la atención de los oídos de los hombres y el método adoptado por Pedro para atraer el oído de Maleo no es recomendado, pero en eso muchos de nosotros somos expertos. Otro punto digno de ser no­tado es:
2. Su Nota Evangélica
En los días antiguos se decía que todas las calles o caminos con­ducían a Roma. En las predicaciones de Pablo, todos los caminos se di­rigían a Cristo. No le hace donde comenzaba, allí siempre terminaba. El tema principal de todos sus discursos fue Cristo. Aquí habla de "un Salvador, Jesús." Pablo conocía solamente un Salvador y su nombre era Jesús: El Señor Jesucristo fue verdaderamente el Salvador y no hay otro. Según Pablo, Jesús fue
a) El Salvador Prometido (Hechos 13:23)
Este Salvador fue prometido en el momento que entró el pecado al mundo y todo el Antiguo Testamento está lleno de cuadros, prome­sas y profecías acerca de Éste que vendría. "El Viene", era el mensaje prefigurado en los tipos y contenido de las profecías. Así fue que un día vino, y en la alegría de sus corazones dijeron los hombres, "El ha llegado y nosotros le hemos hallado."

b) El Salvador Perfecto (verso 28)
Cristo era inocente de todas las acusaciones que se le hicieron. Su juez dijo, "No hallo causa de muerte en El." El ladrón moribundo dijo, "Éste ningún mal hizo." Cristo fue verdaderamente "el Cordero de Dios sin mancha ni arruga," y así fue apto para ser el sacrificio por el pecado y fue calificado para ser el Salvador de los hombres.
c) El Salvador Pasivo (verso 29)
"Cumplió todo lo que fue dicho de El" es una declaración muy comprensiva que incluye tales Escrituras como "Horadaron mis manos y mis pies" (Salmo 22:16); "Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes" (Salmo 22:18); "En mi sed me dieron a beber vinagre" (Salmo 69:21).
Estas Escrituras y muchas más fueron cumplidas cuando Cristo murió. El se sometió voluntariamente a todos los sufrimientos de la cruz, sabiendo que al hacerlo, estaba agradando la voluntad del Padre y cumpliendo las Escrituras. Cuando al fin murió, dijo "Consumado es," queriendo decir entre otras cosas que las Escrituras se estaban cum­pliendo: cada tipo, tuvo su propio cumplimiento y cada profecía su realización exacta.

d) El Salvador Preservado, (verso 30)
Después que los hombres hicieron lo peor al clavar a Cristo en la cruz, y que sus amigos lo pusieron amorosamente en una tumba donde permaneció tres días, Dios le resucitó de los muertos. Dios tuvo tanto cuidado del cuerpo de Cristo en Su muerte como en Su vida, con el resultado que "El no vio corrupción." El fue Santo en Su vida y puro en Su muerte. La resurrección de Cristo es una de las verdades cardi­nales de la Cristiandad; es una verdad histórica respaldada ampliamente por testigos de confianza y en entera armonía con las profecías del An­tiguo Testamento concerniente al Mesías. Pablo cita en prueba de ello pasajes de los Salmos 2 y 16 y enseña conclusivamente que estos pasa­jes no podían aplicarse a David, quien los escribió.

e) El Salvador Presentada (versos 38-39)
Habiendo de esta manera establecido, mediante una comparación dé la Verdad con las profecías, que Jesús era el Mesías, Pablo procede a proclamar un perdón libre y una total justificación para todo aquel que cree en el Señor Jesucristo. Este discurso no es solamente histórico en su método y evangélico en su tono, sino es también
3. Doctrinal en su Resumen.
Enseña que la justificación es:
a) Por fe;
b) No por obras;
c) Es ofrecida a todos
Este es meramente un resumen condensado de las enseñanzas de romanos y Gálatas en el importante tema de la justificación. El resul­tado del discurso: Produjo un gran fermento en la ciudad. A petición de los Gentiles la prédica se repitió el siguiente sábado, cuando suce­dió un espectáculo extraño: Casi toda la ciudad se congregó para oír el mensaje de salvación y muchos de los judíos y prosélitos y gentiles aceptaron la fe. Pero pronto se vio una reacción violenta de los judíos, quienes aunque no rehusaron a oír el Evangelio ellos mismos, no tole­raban que fuera ofrecido a los gentiles en igual término.
Por lo consiguiente, tan pronto como vieron a los gentiles con el deseo de oír la Palabra de Dios, se llenaron de envidia y determina­ron oponerse a los apóstoles, blasfemando aún el nombre de Jesús. Tenemos aquí el primer ejemplo de la hostilidad de los judíos hacia la predicación del Evangelio a los gentiles - una hostilidad que se presen­ta a cada paso en la historia subsiguiente de Pablo y que lo exponía a persecuciones aún más severas que las que recibió de los paganos. Sin intimidarse par las fieras persecuciones, los apóstoles valerosamente de­clararon que, como era manifiesto que los judíos habían detenido el evangelio de los gentiles, ellos, los apóstoles, en obediencia al manda­miento de Dios dado en lenguaje claro en el Antiguo Testamento (Isa. 49:6), se sentían tener derecho de ofrecer a los gentiles las buenas nue­vas, las cuales eran para todo el pueblo (Lucas 2:10).
Esta declaración causó grande gozo entre los gentiles, muchos de los cuales creyeron y el evangelio fue predicado en todo el distrito. Este éxito sólo servía para aumentar la hostilidad de los judíos, quienes, habiendo convencido a algunos de los ciudadanos, promovieron una persecución contra Pablo y Bernabé, obligándolos a salir del país. En obediencia al mandamiento de Cristo (Mt. 10:14), después de haber sa­cudido el polvo de sus pies contra ellos, los apóstoles dejaron Antioquía y pasaron a Iconio.
El último verso de Hechos 13 es digno de ser notado: "Y los discí­pulos estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo." En vez de estar des­consolados y desalentados por lo que había tomado lugar, y en vez de lamentar la ida de los siervos del Señor, los discípulos encontraron gozo en la continua presencia del Espíritu Santo entre ellos. Los siervos del Señor tendrían tal vez que dejarlos, pero el Espíritu Santo permanece.
Verdades Bíblicas  1975, Nº 309-310

El decaimiento espiritual


“¿No volverás a darnos vida, para que tu pueblo se regocije en ti?” (Sal. 85:6).

Un estado de decaimiento es a menudo como un cáncer; no sabemos que lo tenemos. Podemos enfriarnos espiritualmente de forma tan gradual que no nos damos cuenta lo carnales que hemos llegado a ser. Algunas veces se necesita una tragedia, una crisis o la voz de algún profeta de Dios para comprender nuestra desesperada necesidad. Sólo entonces podemos reclamar la promesa de Dios: “Derramaré aguas sobre el sequedal y ríos sobre la tierra árida” (Is. 44:3).
                        Necesito un avivamiento cuando he perdido mi entusiasmo por la Palabra de Dios, cuando mi vida de oración ha caído en una insulsa rutina (o cesado por completo), cuando he dejado mi primer amor. Necesito un nuevo toque de Dios cuando tengo más interés en los programas de televisión que en la reunión de la asamblea local, cuando llego a tiempo al trabajo pero tarde a las reuniones, cuando no falto en mi trabajo pero mi asistencia a la asamblea es irregular. Necesito avivamiento cuando estoy dispuesto a hacer por el dinero lo que no estoy dispuesto a hacer por el Salvador, cuando gasto más dinero en auto complacerme que en la obra del Señor. 
           Necesitamos avivamiento cuando guardamos rencores, resentimiento y amargura. Cuando somos culpables de chismorrear y murmurar, y recibimos como dulces las palabras chismosas. Cuando no estamos dispuestos a confesar nuestros errores o a perdonar a otros cuando nos confiesan sus faltas. Necesitamos ser avivados cuando peleamos como perros y gatos en casa, y luego aparecemos en la  reunión de la iglesia con una “fachada espiritual” como si fuéramos dulzura y luz. Necesitamos ser avivados cuando nos hemos conformado al mundo en nuestro hablar, nuestro caminar y todo nuestro estilo de vida. ¡Cuán grande es nuestra necesidad cuando somos culpables de los pecados de Sodoma, soberbia, saciedad de pan y abundancia de ociosidad! (Ez. 16:49).
                        Tan pronto como nos damos cuenta de nuestra frialdad y esterilidad, podemos reclamar la promesa de 2 Crónicas 7:14, “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”. ¡La confesión es el camino que lleva al avivamiento!


Oh Espíritu Santo, el avivamiento viene de Ti;
Envía un avivamiento, comienza la obra en mí.
Tu palabra declara que suplirás  la necesidad.
Tus bendiciones ahora, imploro con humildad.
                                            – J. Edwin Orr

Tomado de libro De Día En Día

La Vida Digna Del Evangelio


Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo,  para que o sea que vaya a veros,  o que esté ausente,  oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu,  combatiendo unánimes por la fe del evangelio, y en nada intimidados por los que se oponen,  que para ellos ciertamente es indicio de perdición,  mas para vosotros de salvación;  y esto de Dios. Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo,  no sólo que creáis en él,  sino también que padezcáis por él, teniendo el mismo conflicto que habéis visto en mí,  y ahora oís que hay en mí. (Filipenses 1:27-30 RV 1909)

El apóstol había enfrentado un dilema; por un lado, el mayor afán de su vida consistía en co­nocer y servir mejor a Cristo; por el otro, el morir sería ganancia porque le introduciría en una esfera de más amplios horizontes y oportunida­des. El problema de saber cual de los dos elegir le había metido en cierta perplejidad e incertidumbre. Por fin, había llegado a la conclusión que probablemente aun no había llegado la hora de desarmar su carpa o levar su ancla, para partir a estar con Cristo; sino que era necesario quedar en el cuerpo todavía, permanecer en su puesto, manteniendo su testimonio por la causa del evan­gelio y sobrellevando la carga de las muchas igle­sias que dependían de su cuidado paternal. Para él sería infinitamente mejor ir a estar con Cristo, pero, comprendió que, para el bien de la obra que lo necesitaba, debía quedar con sus hermanos como compañero y ayudador, para estimular su progreso en el conocimiento de Dios y aumentar su gozo en él.
Por lo tanto él estaba seguro que iba a vol­ver a Filipos, y ya le parecía oír el gozo de los creyentes filipenses en el muelle de Neápolis que anhelosos habrían bajado para darle la bienveni­da en su llegada al puerto. Para que aquella ho­ra gozosa fuere sin sombra, sin nada que pudiere estorbar su mutua alegría, él les exhorta ahora que su "conversación" (manera de vivir) sea dig­na del evangelio de Cristo, de modo que, fuere él a verlos o quedarse detenido en otra parte, reciba siempre noticias buenas acerca de su constancia, unanimidad, denuedo y valor en sufrir.
A)    La palabra "conversación" es la tra­ducción de una palabra griega de la cual tenemos derivados los términos "policía", "política", etc., y que atañe a lo de la ciudad y a la vida ciuda­dana. El apóstol se refiere a los filipenses como "ciudadanos", primero de Roma, pero más bien de la Jerusalén Celestial, según dice más adelan­te en la epístola: "Nuestra conversación (ciuda­danía, V. M), es en los cielos" (Cap. 3:20). ¿No es esto verdad en cuanto a todos nosotros? Pode­mos estar orgullosos de nuestra ciudadanía terre­nal, pero más debemos gloriarnos pensando que somos súbditos de un Soberano sublime en los cielos, que prestamos obediencia a leyes celestia­les. Nosotros como los patriarcas deseamos "la patria mejor, es a saber, la celestial," y creemos que Dios nos ha "aparejado una ciudad" (Heb. 11:16). Confesamos que "somos peregrinos y advenedizos sobre la tierra", pues acogemos desde lejos la Ciudad celestial, la patria de los elegidos de Dios. (Heb. 11:13, 16).
      Esta palabra "conversación" con el uso ad­quirió un significado más amplio que el de ciuda­danía y vino a llevar la idea de la conducta o ma­nera de vivir que corresponde a todos los que por fe han llegado a ser hijos (ciudadanos) de la Jerusalén espiritual. Debemos vivir de una ma­nera condigna con nuestra alta vocación y profe­sión cristianas.
B)     "Que estéis firmes". Es relativamente fácil remontar el vuelo como águilas, correr sin fatigarse, y aún caminar sin desmayar, pero lo más difícil es quedar firmes. No retroceder, no ceder a la presión de las circunstancias, no aco­bardarse ante el enemigo, sino mantenerse en pie con toda calma, resolución y firmeza. Esta nota resuena por todos los escritos de Pablo. "Que podáis resistir en el día malo, y estar firmes, habiendo acabado todo", y reitera "Estad pues fir­mes" (Efes. 6:13,14.) Y otra vez en esta epísto­la le escuchamos exhortando a sus hermanos "Estad firmes en el Señor" (Cap. 4:1). Es evi­dente que él juzgaba la firmeza como de suprema importancia en la composición del carácter cris­tiano.
      Es bueno empezar, pero mejor es perseverar constante hasta el fin. Vale mucho la bravura del joven soldado que bien equipado sale a la ba­talla con las armas relucientes en la luz del día naciente, pero vale más si al atardecer se le en­cuentra todavía en la primera línea de defensa re­sistiendo siempre el continuado ataque del ene­migo. De Daniel se nos dice que "continuó" (Dan. 1:21), y es su mejor recomendación que durante muchos años nunca faltó en su lealtad a Dios ni cejó su fiel desempeño de las altas fun­ciones a su cargo. Los hombres que quedan firmes en su fidelidad a la verdad, en el cumplimien­to de su deber, en su tenencia del puesto que Dios en su providencia les ha encargado, son los que dejan más profunda mella en la vida contempo­ránea. Lo que el mundo necesita no es el mo­mentáneo fulgor del meteoro pasajero, sino el constante relucir de la estrella permanente. No importa que la recia tormenta te azote la cara, tratando de desalojarte de tu lugar, o que te pa­rezca que te han olvidado en tu solitario puesto de responsabilidad; siempre permanece firme: pue­de ser que sobre tu tenaz resistencia gire toda la situación, y que el éxito de la campaña dependa de tu firmeza en mantenerte sin vacilar. Si el Maestro te ha colocado como luz en el escalón de un sótano obscuro, no abandones nunca ese puesto por ser desagradable o solitario o de po­ca utilidad aparente. Ser hallado cumpliendo fiel­mente tu deber en el momento inesperado cuan­do las pisadas del Maestro se oyeren aproximarse, te será recompensa suficiente por los muchos años de paciente esperar.
C)    "En un mismo espíritu, unánimes, combatiendo juntamente por la fe del evangelio" (v.27). Aquí el apóstol toma la idea de los juegos antiguos en que ciertos competidores luchaban todos juntos contra los de otra ciudad o nación. Nos fortalecemos unos a otros cuando nos colo­camos hombro a hombro para pelear unidos. Los regimientos de hombres reclutados del mismo pueblo o provincia son los que mejores se desem­peñan en el frente de la batalla. Hay que tomar toda precaución que no surjan ningunas envidias ni desacuerdos, pues éstas más que nada, produ­cen la desunión que lleva irremisiblemente a la derrota completa
      Para citar la comparación hecha por el Se­ñor Jesús; las familias unidas influyen con fuerza irresistible, pero la casa dividida no puede perma­necer en pie. Así es en las alianzas, ligas, y par­tidos de la política humana; así es con el ejército, o en la administración de los asuntos del estado. Tan pronto se infiltren sospechas, celos, envi­dias; tan pronto los hombres se permitan activar por un espíritu faccioso o la intriga, al obrar los partidos en sus propios intereses y no para el común bien, ya empieza la parálisis, el fracaso.
      En la vida de la iglesia, no obstante, es necesario que cada uno conserve su individualidad. Cada piedra en los fundamentos de la Nueva Jerusalén debe despedir su propio destello de luz; ca­da estrella relucir con su propia gloria; cada rayo de luz en el espectro solar tiene que mantener su propio color para poder producir en conjunto la pura luz blanca. Así la gloria de la vida colectiva de la iglesia consiste en la actuación y la inter­vención de los diferentes temperamentos, gustos y caracteres de los miembros. En medio de toda la diversidad puede haber verdadera unidad, como mu­chas notas distintas se combinan para producir una magnífica armonía. Así la multitud de "Medos, Partos, Elamitas, Mesopotamianos, Cretenses y Árabes"— Judíos y Gentiles — se une en una sola iglesia de la cual se puede decir "todos los que creían estaban juntos... perseverando unánime cada día en el templo" (Hechos 2:44, 46). En todas nuestras actuaciones como miembros de distintas asambleas debemos amarnos sobre la ba­se de las verdades fundamentales, y no permitir disensiones o distanciamientos por causa de detalles insignificantes en que podamos disentir.
D)    "En nada intimidados de los que se oponen, que a ellos ciertamente es indicio de perdición, mas a vosotros de salud, y esto de Dios" (V. 28). La oposición incluía la maligni­dad enconada de los judíos que continuamente hostigaban al apóstol y procuraban destruir su obra, y el cruel odio de los gentiles, demostrando en los azotes y el encarcelamiento a que fueren sometidos Pablo y Silas diez años antes. La pala­bra original traducida "intimidados" sugiere el proceder de un caballo asustado que salta o corre locamente, y así expresa el espanto o pánico cie­go de uno que no quiere encarar el enemigo cre­yéndolo invencible.
      Ciertamente nuestros adversarios se jactan mucho pero, en efecto, poco consiguen. Se acer­can a nosotros como Goliat a David, con terribles amenazas de lo que están aparejando para arrui­narnos, pero cuando se dan cuenta que no cede­remos por nada, pronto retroceden como lo hacen las olas de la mar. Parece a veces que aquel imponente océano habrá de prevalecer al echar sus gigantescas olas sobre la playa, pero en un momento se acaba toda su furia cuando el agua se retira dejando sólo una masa de espuma. Así fue con la Armada Invencible española dirigida por el odio católico contra la protestante reina Isabel de Inglaterra. "He aquí los reyes de la tierra se reunieron; pasaron todos. Y viéndola ellos así, maravilláronse, se turbaron, diéronse prisa a huir. Tomóles allí temblor... con vien­to solano quiebras tú las naves de Tarsis". (Sal­mo 48:4-7).
      Al siervo de Dios le corresponde mostrar va­lor impávido, tal cual iluminó los rostros de los tres compañeros denodados que se negaron a pos­trarse delante de la estatua del rey; Daniel 3:18, tal cual inspiró a los apóstoles cuando advirtie­ron al Sanedrín su obligación de obedecer a Dios antes que a los hombres; tal cual fulguró en la actitud intransigente de Lutero contra el papado; tal cual se desplegó en las palabras de Latimer a su compañero de martirio Ridley — "Sé de buen ánimo hermano y pórtate varonil­mente, pues hoy por la gracia de Dios prendere­mos en Inglaterra una luz que espero jamás se apagará" — palabras que evidencian alta valen­tía que nunca deja de animar a los fieles márti­res de Jesús. Imposible es para la naturaleza humana, sí, pero por la fe podemos cobrar valor de Aquél que no sólo es el "Cordero como inmo­lado", pero también "el León de la tribu de Judá" (Apoc. 5:5.6).
E)   "A vosotros es concedido por Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que pa­dezcáis por él: teniendo el mismo conflicto que habéis visto en mí, y ahora oís estar en mí" (vs. 29,30). ¡Cuán grande estímulo habrán aportado es­tas palabras a los creyentes filipenses! Comprendie­ron así que el apóstol los consideraba como com­pañeros de milicia en la misma guerra en que él por tantos años estaba empeñado. La firmeza y el triunfo de ellos en Filipos le animaría a él aho­ra a mantenerse firme, igual como su heroica resistencia en Roma infundía aliento y valor en esos hermanos de la colonia allende la mar. Él y ellos eran compañeros, combatientes juntos bajo las órdenes del mismo amado Jefe que dirigía to­da la batalla.
      El mismo pensamiento expresa el Señor Je­sús cuando dijo a los setenta que regresaban go­zosos de haber echado algunos demonios, "Yo veía a Satanás, como un rayo que caía del cielo" (Lucas 10:18). Les animó recordándoles que las victorias de ellos eran suyas también, y así hace con todos nosotros. Aquel muchacho en el dor­mitorio del colegio a quien los condiscípulos le tiran los zapatos porque él se pone a orar al lado de su cama; aquella joven en la fábrica que se aca­rrea los motes y las burlas de sus compañeras de trabajo porque lee su Nuevo Testamento en la hora de refacción; aquel obrero que sobrelleva el desprecio y escarnio de sus compañeros que le es­conden las herramientas y le burlan porque él ha osado reprender sus conversaciones sucias y blas­femas — todos ellos tienen parte en aquel mismo conflicto que siempre está trabado entre el cielo y el infierno.
Sabemos que en este conflicto el sufrimiento es inevitable pero entendemos que el sufrir por amor de Cristo es un honor: "Os es concedido por Cristo". A algunos les confiere dinero; a otros, erudición; a otros dones de elocuencia; mas a algunos (que bien pueden llamarse el círculo más íntimo) les otorga el privilegio de sufrir por él. Acepta, hermano, tu sufrimiento como un obsequio precioso de la mano de él y no temas creer que en todo y por todo tú estás cumpliendo "lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo que es la iglesia" (Col. 1:24). Así estás siendo admitido en el Getsemaní para velar con él, tu participación en su sufrimiento es preciada por él, e indudablemente ayudará en alguna ma­nera para apresurar el advenimiento de su Reino.

Contendor Por la Fe, N. 49-50, 1966

La venida del señor


Introducción
¿Sabes que el Señor Jesucristo está a punto de volver; que Su regreso es inminente? Muchas personas se preocupan por este hecho tan importante, y están persuadidas de que algo grave debe acontecer pronto; aunque los burladores y escarnecedores de los últimos tiempos repitan: "¿Dónde está la promesa de su advenimiento [venida]? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación" (2 Pedro 3:4), y aunque el siervo malo diga: —"Mi Señor tarda en venir" (Mateo 24:48). Sin embargo, "El que ha de venir vendrá, y no tardará" (Hebreos 10:37). "Por tanto, vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis" (Mateo 24:44).
Estamos seguros de que existe, entre los que son del Señor, una creciente convicción — basada en la Palabra de Dios — de que Cristo volverá pronto para arrebatar a su querida Esposa, o sea, para llevarse a todas las personas redimidas por Su preciosa sangre e introducirla en la "casa del Padre" donde hay muchas moradas.

Cristo volverá— y ¿por que?
Tiempo hubo en que la venida del Mesías como "Varón de dolores" era todavía una profecía sin cumplir. Tras aquel vaticinio [profecía], las generaciones se sucedieron unas a otras; se levantaron imperios y fueron derribados; el reino de Israel (las diez tribus) y más tarde el de Judá fue destruido mientras que sus habitantes eran dispersados o llevados en cautiverio. Sólo un residuo, unos pocos miembros de la tribu de Judá volvieron de Babilonia; pero el Mesías prometido no había aparecido aún.
Cuatro siglos después, vemos que la gran mayoría de los que regresaron de Babilonia se habían establecido confortablemente en Jerusalén, olvidándose por completo de aquel que había de venir. De repente, hubo una creciente agitación en la ciudad: Unos extranjeros, recién llegados, divulgaban noticia de que el Rey de los judíos — prometido hacía mucho tiempo — por fin había nacido. Del palacio de Herodes, pasando por los sacerdotes del templo, la noticia se propagó con rapidez en el pueblo.
Cristo estuvo aquí una vez
Pero, ¿cuál fue el resultado producido por semejante revelación? ¿Un cántico, o clamor unánime de alabanzas a Dios por cumplir finalmente Su palabra, enviando al Mesías tanto tiempo esperado? ¿Irradiaba de gozo cada rostro? ¿Se estremecía de alegría cada corazón? ¡Al contrario! el cuadro que se nos presenta es muy distinto: "El rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él" (Mateo 2:3). ¿Por qué? Si hubieran conocido algo de las Escrituras respecto a la venida del Mesías, hubieran entendido el vaticinio del profeta Isaías: "He aquí que para justicia reinará un rey, y príncipes presidirán en juicio. Y será aquel varón como escondedero contra el viento, y como refugio contra el turbión; como arroyos de aguas en tierra de sequedad, como sombra de gran peñasco en tierra calurosa" (Isaías 32:1 -2).
Ahora bien, aunque había en la ciudad una multitud de personas que se consideraban "justas" ante Dios, muchos otros estaban convencidos de no estar listos para presentarse delante del Mesías, el Justo por excelencia; por consiguiente, lo que hubiera tenido que llenar el corazón de agradecimiento y de gozo, sólo era motivo de espanto y de turbación.
Sin embargo, preparados o no. Cristo había venido; había aparecido, no sólo como el Mesías de Israel, sino como el "Salvador del mundo", para revelar al Padre. Lo que aconteció después de este episodio es de sobra conocido: odiado y despreciado por los mismos que venía a salvar, el Hijo de Dios se encaminó al Calvario donde, clavado en el vil madero, murió a mano de injustos. Pero al tercer día resucitó.
Cuando Dios envió a su Hijo a este mundo, cumplió las promesas hechas a Abraham, Isaac y Jacob. Los judíos por su parte, al condenar a Jesús, cumplieron las palabras de los profetas acerca de los sufrimientos del Salvador: "Porque los habitantes de Jerusalén y sus gobernantes, no conociendo a Jesús, ni las palabras de los profetas que se leen todos los días de reposo [sábados], las cumplieron al condenarle ... Y nosotros" —prosigue el apóstol Pablo dirigiéndose a los judíos — "también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres, la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús..." (Hechos 13:27,32-34).
Poco antes de Su muerte, el Señor — Objeto de las promesas — dejó también una promesa. Después de que salió el traidor del aposento alto, y rodeado de Sus discípulos. Cristo les mostró la terrible sombra de la cruz que iba alargándose sobre ellos. ¡Qué momento más solemne! Imaginemos el dolor reflejado en el rostro de los discípulos al inclinarse hacia el Maestro amado para escuchar sus palabras de despedida: —"No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí" (Juan 14:1). Es como si hubiera dicho: —"Han creído en Dios sin haberle visto; ahora cuando ya no me vean, sigan teniendo igual confianza en Mí Dios les hizo una promesa, la anunció por boca de los profetas y la cumplió fielmente al enviarme. Yo asimismo les hago una promesa, y tengan confianza en que la cumpliré también".

Cristo prometió volver otra vez
¿Cuál es, entonces, esta nueva promesa? Leyendo atentamente el Evangelio según Juan, cap. 14, la hallaremos entre los primeros versículos: "En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy pues a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis". No hay el menor motivo para suponer que la venida mencionada por el Señor en estos versículos alude a la "muerte"; creerlo sería cometer la peor de las equivocaciones.
Hay esperanza eterna para todos los que creen en Cristo
Tomemos un ejemplo para ilustrar la diferencia que mide entre estos dos hechos. Un joven muy enamorado de su esposa se ve en la penosa situación de dejarla. El tiene que viajar a un país extranjero para conseguir el dinero suficiente para llevarla consigo. Al separarse de ella, comprende la lucha interna que ambos tienen para reprimir las lágrimas y la consuela diciéndole: —Ten confianza, cariñito, ahora tengo que dejarte pero vendré cuando haya conseguido lo de tu viaje y vendré por ti para llevarte conmigo a la casa que te voy a preparar... Será muy linda. Ya lo verás.
¿Creen que la joven va a dudar la promesa de su esposo? Pues bien, del mismo modo, las palabras que el Señor dirigió a sus discípulos desconsolados no pueden prestarse a equivocación alguna. No dijo: —Ahora voy al cielo, vosotros moriré!", y después de esto os reuniréis conmigo— sino: "volveré otra vez, y os tomaré a Mí mismo".
En cuanto a los creyentes que duermen en Cristo, la Escritura dice que se han ausentado del cuerpo para "estar presentes con el Señor" (2 Corintios 5:8). Pero cuando se trata del regreso del Señor, en vez de "estar ausentes del cuerpo", o de "ser desnudados" de nuestra casa terrestre, leemos que seremos "mudados"; y en Filipenses 3:21, que el Señor Jesucristo "transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya". En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, al sonar la última trompeta, los muertos en Cristo resucitarán primero, y los que vivimos seremos transformados. Vemos por lo tanto que la venida o regreso del Señor no debe confundirse con la muerte: es exactamente lo contrario de ésta. Es la aniquilación o abolición de todo cuanto la muerte ha hecho — desde que entró en este mundo — en los cuerpos de los que son hijos de Dios. Será el triunfo definitivo de Cristo sobre la muerte, victoria que compartirán todos los que somos suyos.

Conclusión del Tema de Teología Propia


            En este estudio sobre la Teología propia o del estudio acerca de la Doctrina de Dios a que nos hemos avocado, sólo hemos abarcado unos pocos temas de la misma y en forma muy somera. Es importante que el creyente se dedique a profundizar en estos temas y en los que encuentre en su estudio privado de las escrituras. Este estudio, para el creyente, debe ser constante y ordenado, para que podamos ir aprendiendo sobre nuestro Padre Celestial.
            Pablo, en Atenas, había encontrado un altar dedicado al Dios Desconocido y se había dado cuenta que los atenieses eran muy religiosos y no querían que ningún dios estuviese fuera de sus esferas religiosas, de modo que el pueblo pudiese adorarlo. Este Dios desconocido de los atenienses ni tenía una imagen, pero ellos se había hecho del mismo un ídolo. Como cristianos sabemos que  «no hay otro Dios más que el que hemos tratado de describir. Los dioses que nosotros fabricamos, ya sean radicalmente diferente de Dios de la Biblia o semejante a Él, son dioses falsos. Incluso buenos cristianos pueden caer en la trampa de tratar de moldear a Dios de acuerdo a su propio pensar o a sus deseos o placeres. El resultado puede ser un dios no muy diferente al Dios de la Biblia, pero sí un dios falso y no verdadero. Nosotros conocemos a Dios no porque podamos iniciar o generar semejante conocimiento, sino  porque Él se ha revelado a sí mismo. Por lo tanto, lo que conocemos no procede de nuestras mentes, sino de su propia revelación.  ¡Tengamos cuidado de no fabricarnos nuestros propios dioses! (Ryrie) »
            Y en función de esto nos plantemos la siguiente pregunta ¿Es desconocido Dios para los creyentes? – para el mundo sí. En muchas ocasiones  debemos decir, lamentablemente, que no conocemos a Dios, que no sabemos lo suficiente de Él, que no lo entendemos ni comprendemos. Pero eso porque nuestro conocimiento de Él es extremadamente limitado. Debiendo buscarlo en su Palabra, no lo hacemos; y si lo hacemos, lo hacemos en forma deficiente y sólo por cumplir, y sin prestar la debida atención a lo que en ella dice acerca de Él.
            Cuando el enamorado ama su esposa (o la esposa al esposo), intenta conocer hasta el más mínimo detalle de la persona amada. La estudia, la observa; escruta sus emociones. Hace todo para complacerla, agradarle. Le escucha cuando ella quiere hablarle. Entonces,  ¿amamos a Dios lo suficiente como para  interesarnos aprender de Él? 
            Nos jactamos de conocer muchas cosas: quien es el cantante de moda, cual es el último grito de moda, y lo vestimos. Podemos saber como funciona la última tecnología y lo aprendemos todo.  Incluso, podemos conocer a predicadores o siervos del Señor, que son atrayentes y carismáticos y atraen a  personas para el Señor Jesucristo, pero no conocemos a Dios, al Dios que ellos sirven.
            Este Dios amor, que a pesar de ser seres depravados, tuvo misericordia de nosotros y nos envió a su Hijo amado para mostrarnos el camino. En este mundo de tinieblas Él es la Luz  que alumbra nuestros corazones y elimina las tinieblas, porque en Él no ha tinieblas.
            Es de esperar que esta recopilación de textos bíblicos sobre la doctrina de Dios sirva para conocerlo más y mejor, y para que le amemos más y mejor.
            Para terminar esta breve conclusión  quedaremos con las palabras del profeta Jeremías y que podamos seguir lo que nos transmite este texto: “Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová.”  (Jeremías 9:24)
            Si en algo debemos alabarnos, es que hemos empezado el proceso de entender y comprender a Dios, y  que Él es el mismo de  ayer, hoy y mañana; y que muestra su misericordia, su juicio y su justicia. Es lo que Él quiere de nosotros: que le conozcamos.

Teología Propia


Dios el Padre.

Introducción.

            Como indica un autor cristiano, si nos piden que escribamos sobre el Señor Jesucristo con nuestros pensamientos y conocimientos de Él, sin duda  llenaríamos páginas y páginas, de hechos existen cientos de libros no solo en nuestro tiempo, sino desde la antigüedad, desde los  llamados “padres de la iglesia”. Si nos pidiesen que escribiésemos del Espíritu Santo, tal vez, no serían cientos de páginas, sino que comenzaríamos a pensar cada cosa que escribiésemos. Y si nos pidiesen escribir sobre la primera persona de la Trinidad, del Padre,  comenzaríamos a pensar  y a pensar seriamente, y surgirían algunas líneas como Dios,  Padre del Señor Jesucristo,  y estas no serían nada en comparación con las que se han escrito y escribirán sobre el Hijo.
            Es cierto que  nuestro conocimiento sobre el Padre es insuficiente y que su  obra es tan importante como la obra del Señor Jesucristo y el Espíritu Santo, ya que debido al Amor que el Padre profesa a la humanidad originó el camino de la redención (Juan 3:16), sin ello seríamos almas errantes en un mundo lleno de pecado; en cambio, debido a la obra del Padre disfrutamos de una Salvación y posición que es eterna.
            Este trabajo no pretende  en ningún modo abarcar todo lo referente a la doctrina acerca del Padre, sino establecer una introducción del tema, con el fin que cada creyente pueda establecer su propio estudio personal a medida que estudia las Santas Palabras de Dios, ya que todo esto está presente en ellas.
           
Su relación con la Trinidad
            Dios el Padre es la primera persona de la Trinidad y, si lo vemos jerárquicamente, es el Primero en la cadena de mando, donde voluntariamente el Hijo y el Espíritu santo se han subordinado voluntariamente a Él. Esto no quiere decir que ellos sean inferiores al Creador, sino, como ya aprendimos, son de su misma sustancia.
            Así como usamos el ejemplo de la jerarquía, debemos entender la filiación  entre las tres personas como una forma “antropomórfica”  ideada por Dios mismo para que de algún modo pudiésemos entender una verdad que en sí es incomprensible porque es Divina y eterna.  Por tanto, es mi pensamiento personal, que no existe ninguna expresión humana en ningún idioma para expresar la relación entre las tres personas de la bendita Trinidad.

Su relación con Israel.
            «La relación íntima entre Jehová e Israel que debía toda su realidad a la graciosa obra de Dios, está expresada divinamente por la figura de padre e hijo. En Éxodo 4:22 se dice que Jehová instruyó a Moisés para decir a Faraón: “Israel es mi hijo, mi primogénito.” No hay ninguna indicación de que ellos fueran hijos por la regeneración. Ni eran por ese tiempo un pueblo redimido, como lo fueron después de salir de Egipto. Anticipando la preciosa amistad de Dios para con Salomón por amor a David, Dios dijo a David: “Yo le seré a él padre, y él me será a mí hijo” (2 S. 7.14). De modo semejante, en un  esfuerzo para traer a Dios a los corazones de Su pueblo, el Salmista dice: “Como el padre se compadece de sus hijos, se compadece Jehová de los que le temen” (Sal. 103:13)» (Chafer).
            En la relación del Padre con Israel, adjuntamos una lista de citas bíblicas que nos ayudaran a entender  esta relación que aun perdura: Deuteronomio 32:6; Isaías 63:16; 64:8; Jeremías 3:4; 31:9; Oseas 11:1; Malaquías 1:6; Romanos 11:28-29.

Su relación con la Creación
            En el proceso de conformación de una nación, quienes se esforzaron, lidiaron,  conquistaron, organizaron, legislaron y establecieron una base para crecer, son considerados como los “padres de la patria”. De ningún modo consideramos que ellos sean padres de todos los ciudadanos, sino que por ser los primeros, por decirlo de un modo, los creadores o forjadores de  la nación los constituye  como padres de la misma.
            En caso de la Creación, Dios es Padre de todos porque Él es el creador de todo, y sin Él nada de lo que existe existiría (Génesis 1). Esto no quiere decir que Él sea el Padre de todos los seres humanos. De ningún modo;  sino que debemos entenderlo como que Él es el creador del Ser humano, del Hombre, que somos criatura suya. Por ejemplo, si desarrollamos una máquina autónoma, nos constituimos padre de la misma porque nos pertenece, pero de ningún modo ella es hijo nuestro por filiación. Por tanto, el Hecho que Dios nos haya creado no constituye a todo hombre como hijo de Dios. Sólo uno solo es Hijo de Dios: Jesús  (cf. Lucas 1:35; 3:23-38; Mateo 4:3-6; 8:29; 14:33: Marcos 1:1; 15:39; Juan 1:34,49; 2º Corintios 1:19; Hebreos 4:14).

Su Filiación con el Hijo.
            Como dijimos, el Señor Jesucristo es Hijo de Dios, su único Hijo (Juan 1:14; 3:16). Ya que los testimonios que poseemos corresponden a lo que el  mismo Padre expresa de su Hijo: “Este es mi Hijo amado…” (Mateo 3:17; 17:5). Además, en las mismas escrituras se esclarece que el Hijo fue engendrado por el Padre (Hebreos 1:5).
            La expresión de “Padre” fue enseñada por el Señor Jesucristo (Juan 1:18), ya que manifestaba esa relación  particular. Él  mismo cuida de enseñar que Dios es Padre de Él y nuestro. Nunca dice “nuestro Padre” (excepto cuando enseña a orar), sino “vuestro Padre (Mateo 5.48; 6:15; 7:11; Lucas 12:30).
            Cuando el Señor hubo resucitado, sus palabras fueron de dar ánimo a los discípulos que quedaban en esta tierra para comenzar el ministerio asignado a ellos. De hecho, para enfatizar que no había diferencias entre ellos en relación con su Padre, dice: “…Subo a mi Padre y a vuestro Padre,  a mi Dios y a vuestro Dios (Juan 20:17). Podríamos expresar este versículo como “subo a mi Padre, que es también el vuestro” (Francisco Lacueva).

Padre de los Creyentes
            Del modo que Dios el Padre es Padre del Señor Jesucristo (Gálatas 3.26), la obra redentora del Señor nos permitió constituirnos en Hijos para todos los que creyesen en Él, es decir, que han nacido de nuevo, de Dios, por medio del Espíritu Santo. Por lo cual el término de Padre adquiere una característica personal para todos los que hay creído en el Señor.  El hecho de ser Hijos de Dios no implica una transmisión de características divinas sino de una conducta divina,  siendo el Señor quien recomienda  “Sed,  pues,  vosotros perfectos,  como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto (Mateo 5:48).
            El adquirir esta nueva condición es por voluntad del Padre (Juan 1:12-13), y Él entregó, producto de la obra del Señor Jesucristo y el ministerio del Espíritu Santo,  una nueva vida (gr “zoe”, Vida de Dios), de modo que no solo somos adoptados  por hijos (gr. “Huiothesia”, Romanos 8:14-15),  sino engendrados como hijos por una regeneración espiritual (gr. “tékna”, Romanos 8:16-17).    

Las obras particulares del Padre.
            «Casi todo cuanto Dios hace requiere la participación de un modo o de otro, de todos los miembros de la Trinidad de modo que cuando hablamos de las obras particulares del Padre no estamos excluyendo a las otras personas, sino simplemente delineando aquellas cosas que parecen ser prerrogativas exclusivamente del Padre en algún modo especial. » (Ryrie)
1.      El Padre fue el autor del decreto del plan de  Dios (Salmo 2:7-9).
2.      El Padre viene relacionado con la obra de elección como autor de ella (Efesios1:3-6).
3.      El Padre envió al Hijo a este mundo (Juan 5:37).
4.      El Padre es quien disciplina a sus hijos (Hebreos 12:9).