Blog correspondiente a la publicación mensual de la revista homónima. Aquí encontrará temas de edificación cristiana y de aprendizaje personal.
sábado, 18 de julio de 2020
PENSAMIENTO
HOMILÉTICA
¿Qué significa Homilética?
Es la
Ciencia y Arte que trata de la preparación y predicación de mensajes de la
Palabra de Dios.
Ø Ciencia:
significa conocimiento clasificado
Ø Arte:
es la aplicación y el uso del conocimiento
¿Qué
valor tiene la Homilética?
En vista de que la predicación es el método divinamente
ordenado para difundir el Mensaje del Evangelio entre los Inconversos y para
edificar a los creyentes, cada Siervo del Señor debe procurar que su predicación
y enseñanza sean la más eficaces posible (Eclesiastés 12:9-10; Tito 2: 6-10;
Rom. 10:13-17).
La habilidad de Predicar y Enseñar es un Don que Dios da
a ciertas creyentes. El leer libros, estudiar, asistir a reuniones y
conferencias no pueden crear este Don. SÓLO DIOS puede impartirlo. Pero
una vez impartido, el Don DEBE ser desarrollado mediante una preparación
correcta para la Gloria de Dios y para la edificación de nuestros hermanos.
Hay 3 palabras que deben ser bien entendidas:
Ø DON:
El don o Talento viene de Dios
Ø CONOCIMIENTO:
Viene por el estudio concentrado y diligente de la Palabra
Ø HABILIDAD:
Se desarrolla a medida que el don es ejercitado.
Pablo en su carta a Timoteo, expresa esta verdad cuando
dice: Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina (1
Timoteo 4: 16a). Consideraremos ahora 7 requisitos
que debe cumplir el que va a predicar y enseñar la Palabra de Dios:
1. DEBE
SER REGENERADO (Haber nacido de nuevo)
2. DEBE
AMAR AL SEÑOR JESÚS
3. DEBE
AMAR A LAS ALMAS
4. DEBE
SER ASIDUO ESTUDIANTE DE LA BIBLIA
5. DEBE
SABER ORAR
6. DEBE
LLEVAR UNA VIDA LIMPIA
7. DEBE
SER APTO PARA EL TRABAJO
1. DEBE SER REGENERADO
Esto
parece demasiado obvio, pero es un hecho que hay literalmente miles de los
llamados "ministros del evangelio" que nunca han experimentado el
poder regenerador del Espíritu Santo de Dios. No saben lo que significa nacer
otra vez y ser salvos por la gracia de Dios habiendo aceptado a Cristo como Salvador
personal y confesándole públicamente como Señor de sus vidas. (Jn 1:12-13; 3:3-16
Rom 10:9-10 Tito 3:4-7).
Solamente
la persona en quien mora el Espíritu de Dios es apta para apreciar y promulgar
la Verdad divina.
Predicadores
no regenerados son "ciegos guías de ciegos" con el hoyo como destino
de ambos (Mateo 15:14). Pedro asemejó a los falsos profetas a "fuentes
sin agua". Estas atraen al viajero sediento, pero no pueden apagar su sed
(2 P. 2:17). Dios pregunta a los impíos: “¿que tienes tú que hablar de mis
leyes, y que tomar mi pacto en tu boca?" (Sal.50:16).
2. DEBE AMAR AL SEÑOR JESÚS
El
predicador no debe ser impulsado únicamente por el sentido de obligación que el
nuevo nacimiento impone a cada cristiano, sino que debe además sentirse
constreñido por el amor de Cristo (1 Co. 9:16-22;2 Co. 5:14-15).
Nuestro
Señor mismo, como en todo lo demás, nos ha dejado ejemplo en este respecto. Fue
su amor hacia el Padre lo que lo trajo a la tierra en sumisión voluntaria, para
llevar a cabo la obra necesaria para nuestra salvación (Jn. 14:31).
Nuestro Señor
imprimió esta necesidad de amor en el corazón de Pedro al formularle la
pregunta escrutadora: “Simón hijo de Jonás, ¿me amas? A esto Pedro contestó:
"Si señor; tú sabes que te amo". Después de esta confesión de amor,
Cristo le comisionó: "apacienta mis corderos".
Esta
conversación se repitió 3 veces como para enfatizar que el amor hacia Cristo
debe ser la dinámica apremiante en todo servicio para él (Jn. 21:15-19). Pedro
parece haber aplicado bien la lección en su corazón como puede apreciarse en su
epístola (1 P. 1:7,8).
LA PALABRERÍA
La palabrería es completamente dañosa a la vida espiritual. La verdadera vida de nuestros espíritus sale en nuestra plática, y, por consiguiente, toda plática vana es un desgaste de las fuerzas vitales del corazón. En los árboles frutales sucede, muchas veces, que la flor en exceso evita una buena cosecha y aún impide por completo el fruto. Cuando hay mucha habladuría, el alma se gasta en la flor de la palabra, y no hay fruto. Esto no se refiere a los pecadores, ni tampoco al testimonio dado en palabra para el Señor Jesús, sino de la parlería incesante de algunos que profesan piedad. Es una de las cosas que más arruina el alma y la comunión profunda con Dios. Fijémonos cuántas veces contamos las mismas cosas a otros, aumentándolas, aun cuando son insignificantes, con una verdadera multitud de palabras, especialmente cuando se trata de algo que nosotros mismos hemos hecho; cómo contendemos sobre cosas que no valen la pena; cómo las cosas profundas del Espíritu están tratadas con ligereza, hasta que el que tiene deseo de estar quieto, tiene que separarse a un lugar silencioso donde pueda recobrar la tranquilidad de su mente para descansar en Dios.
No
solamente necesitamos la limpieza del pecado, sino que también la naturaleza
vieja tiene que morir a su propia bulla, actividad y mundanalidad.
Consideremos
algunos de los resultados de la parlería:
PRIMERO,
disipa el poder espiritual. El pensamiento y sentimiento del alma son como el
vapor y la pólvora, que cuando son concentrados tienen más poder. El vapor bien
comprimido, puede llevar un tren a sesenta millas por hora, pero si ese vapor
se escapa inútilmente, no puede ni aun mover ese mismo tren una pulgada. Así
cada acción del corazón, si se expresa en palabras dirigidas por el Espíritu
Santo, permanecerá en las mentes de los oyentes mucho tiempo, pero si está
disipada en una parlería, probablemente nunca llevará fruto “La palabra a su
tiempo, ¡cuán buena es!” (Pr. 15.23)
Aún en la
oración, Dios nos enseña la misma cosa; “Y orando, no seáis prolijos, como los
Gentiles; que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues,
semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad,
antes que vosotros le pidáis” (Mt. 6.7,8).
SEGUNDO,
es pérdida de tiempo. Si las horas que se gastan en pláticas inútiles, fueran
gastadas en oración o en la lectura de la Palabra de Dios, pronto alcanzaríamos
una altura de vida espiritual y paz divina que ni aún soñábamos, ‘‘Bienaventurado
el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo sentado es camino de
pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; antes en la ley de
Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Y será como el
árbol plantado junto a arroyos de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su
hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará” (Sal 1.1-8).
TERCERO,
la parlería inevitablemente nos lleva a hablar imprudentemente de muchas cosas
que son desagradables a Dios y sin provecho para el hombre. “En las muchas
palabras no falta pecado: más el que refrena sus labios es prudente” (Pr. 10.19).
Tenemos que decir que, aunque todos somos más o menos parleros y habladores,
nos toca vivir quietos y humildes como cristianos. Tenemos que guardar nuestros
labios, como un centinela guarda su fortaleza, y debemos respetar a los demás a
nuestro al derredor, retirándonos muchas veces, para guardar la comunión con el
Señor, si los otros empiezan a hablar demasiado.
El remedio para la parlería viene de un ejercicio íntimo;
muchas veces tenemos que ser metidos por Dios en hornos de aflicción para
curarnos de ella, consumiendo así la excesiva efervescencia de la mente, o por
una revelación al alma de la majestad de Dios y de la eternidad que calman
completamente las facultades naturales. Para andar en el Espíritu debemos
evitar hablar de los demás, por el solo placer de hacerlo o por entretener a la
gente. Para hablar eficazmente debemos saber cuándo y qué quiere Dios que
hablemos y hablar en harmonía con el Espíritu Santo.
“Detiene sus
dichos el que tiene sabiduría: De prudente espíritu es el hombre entendido” (Pr.
17.27).
“En quietud y en
confianza será vuestra fortaleza” (Is. 30.15).
“No te des priesa
con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios:
porque Dios está en el cielo,
y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras. Porque de la mucha
ocupación viene el sueño, y de la multitud de las palabras la voz del necio” (Ec.
6.2,3).
“El hombre bueno
del buen tesoro de su corazón saca buenas cosas; y el hombre malo del mal
tesoro saca malas cosas. Mas yo os digo, que toda palabra ociosa que hablaren
los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras
serás justificado, y por tus palabras serás condenado” (Mt 12.35-37).
“El que guarda su
boca y su lengua, su alma guarda de angustias” (Pr.-21.3).
“Con ella (la
lengua) bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, los
cuales son hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición
y maldición. Hermanos míos, no conviene que estas cosas sean así hechas” (Stg.
3.9,10).
Los
cristianos son los que son llamados a reflejar a Cristo Jesús en un mundo donde
todos están listos para fijarse en nuestros disparates e inconsistencias, y
reprochan así el nombre de nuestro bendito Señor. Examinémonos en la presencia
de Dios. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor
los unos con los otros” (Jn. 13.35).
Los días
son malos, y el carácter de la Iglesia es el de Laodicea. Velemos, pues, para
no perder nuestro gozo, y para que no hagamos caer al flaco en la fe con
nuestra parlería.
Tr. Por G. G.
Contendor por la fe, N° 51,52, 1944.
VÍSTETE TU ROPA DE HERMOSURA
(Isaías 52:1-2)
Por S.A. Williams
De "El Sendero del Creyente"
En
estos versículos el Señor expresa su deseo de hacer cosas maravillosas para
su pueblo, y lo llama para que se despierte y actúe como corresponde a un pueblo
que tiene en vista un futuro tan bendito.
El
Señor dice: “Vístete tu ropa de hermosura, oh Jerusalén”. En esta exhortación
también hay una lección para nosotros. El desea que su pueblo esté bien
vestido. Cuando el pródigo volvió a su padre era tan humilde que hubiera sido
contento de ser un siervo, en vez de aspirar a ser un hijo, pero el padre tuvo
pensamientos mucho más tiernos hacia su hijo y dijo: “SACAD EL PRINCIPAL VESTIDO
Y VESTIDLE”, pues el padre deseaba que estuviera bien vestido.
En
Colosenses capítulo 3, el Señor nos da un guardarropa lleno de vestidos
preciosos, que desea ver en uso diariamente; dice: “vestíos pues, como
escogidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de benignidad,
de humildad, de mansedumbre, de tolerancia, sufriendo los unos a los otros. Si
alguno tuviera queja de otro, DE LA MANERA que Cristo os perdonó, así también
hacedlo vosotros, y SOBRE TODAS ESTAS COSAS VESTIOS DE CARIDAD, la cual es el
VINCULO de la perfección”. ¡Qué conjunto de vestidos preciosos tenemos aquí!
Pero,
¿lucimos estas prendas preciosas? Mi esposa tenía la costumbre de visitar a
una señora que varias veces le mostró el contenido de su guardarropa, lleno de
lindos vestidos, pero extraño es decirlo, que casi nunca veíamos que llevara
esa ropa.
El
Señor quiere que llevemos nuestros vestidos espirituales diariamente, en todas
partes, en el hogar, en la oficina, en el taller, y aun en las calles de la
ciudad. ¡Cuán grande es la necesidad de hacer así en el día de hoy!
Un
doctor, creyente, estaba andando por la calle de un pueblo en una noche muy
fría, cuando vio a un joven vendiendo diarios. Casi no había nadie en la calle
y con simpatía se acercó al joven y comprando un diario, le dio algo más de lo
que costaba, y le habló un poco del Señor. Al dejarle le preguntó si no tenía
mucho frío. “No”, contestó; “sentía mucho frío antes de que Ud. llegase, pero
no tanto ahora”. ¿Qué era que le quitó el frío? ¿No era acaso el amor en el
corazón y la actitud tomada por el doctor? Creo que sí. Este doctor llevaba
puesta la “benignidad”, tomada del guardarropa de Colosenses 3.
En
el versículo 14 tenemos otra hermosa prenda; dice: “Y SOBRE TODAS ESTAS COSAS
VESTIOS DE CARIDAD”. Este es nuestro “sobre todo”. Una señora solía decir que
su esposo nunca estaba tan bien vestido como cuando llevaba su SOBRETODO
puesto. Bueno, hay una cosa segura, y es que no hay ningún creyente BIEN VESTIDO
al que le falte su SOBRETODO, pues dice la Palabra que “es el vínculo de la
perfección”. El Señor dijo a sus discípulos antes de partir: “Un mandamiento
nuevo os doy, que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Juan
13:34). Tiene que ser el VESTIDO PRINCIPAL, “pues en esto conocerán todos que
sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”. ASI QUE EL
SEÑOR DESEA QUE ESTEMOS BIEN VESTIDOS.
El
padre del pródigo no sólo deseaba que su hijo estuviera bien vestido, sino que
se SINTIESE BIEN, y para esto puso en su mano un anillo. Qué gozo para el hijo.
No sería un siervo, sino un hijo, en su propia casa, perteneciendo a la
familia. Este gozo es nuestro también, pues dice en 1 Juan 3:2: “Muy amados
AHORA somos hijos de Dios”. Que estemos regocijando, felices en el amor y
comunión del Padre, mirando al futuro sin temor: “Aún no se ha manifestado lo
que hemos de ser, pero SABEMOS que cuando él apareciere SEREMOS SEMEJANTES A
EL, porque le veremos como él es”.
El
Padre del pródigo no era solamente deseoso de que su hijo fuese BIEN VESTIDO y
que se SINTIERA BIEN, pero también que ANDUVIESE BIEN, pues “puso zapatos en
sus pies”. Nuestro Señor también desea que nosotros ANDEMOS DIGNOS DE EL, que
nos ha llamado a su reino y gloria. Somos sus representantes en este mundo.
¡Qué honor nos ha dado! ¿Nos hemos dado cuenta? ¡Cuán cuidadosas, honestas y
santas deben de ser nuestras vidas delante del mundo! Fue dicho del hijo de
Pedro el Grande que estaba estudiando en otro país de incognito, hasta que
finalizó sus estudios, que, en su trabajo, su vida y su carácter nunca se había
visto nada que quitara de la dignidad de su posición tan exaltada.
¡Oh!
Que sea nuestro anhelo ANDAR digno de la vocación con que somos llamados con
toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportando los unos a los otros en
amor (Efesios 4:1-2).
Si
estos lindos vestidos son llevados en nuestras vidas estaremos BIEN VESTIDOS,
nos SENTIREMOS BIEN y ANDAREMOS BIEN, y la vida de Jesús será manifestada en
nuestros cuerpos. “VISTETE TU ROPA DE HERMOSURA”.
FRUTO QUE ABUNDE EN VUESTRA CUENTA
Con mucha claridad habló el Señor referente a los
frutos que deben dar los hijos de Dios. Tres características de estos frutos
acreditan que somos nacidos de simiente incorruptible. (1 Pedro 1:23)
· Por los buenos frutos somos conocidos en el
mundo que somos discípulos de Cristo: los
frutos de nuestra identificación (Mateo 7:16).
· Por la abundancia de los frutos demostramos que
somos pámpanos limpios en la vid: los
frutos de nuestra filiación (Juan 15:5)
· Por dar el fruto a tiempo indicamos que somos
regados por el poder de arriba: frutos a
satisfacción (Juan 7:38)
“Todo pámpano que en mí no lleva fruto,
le quitará: y todo aquel que lleva fruto, le limpiará, para que lleve más
fruto.” (Juan 15:2) La medida es drástica: el que no lleva fruto es cortado con
la horqueta, y el que lleva fruto es podado en los cogollos para que lleve más
fruto.
Leí de una hermana a quien se le
infectó la herida de un brazo. Los médicos no encontraron remedio sino amputar
el brazo, porque la gangrena había empezado. La hermana tuvo conformidad y
aprendió una gran lección. Dijo: “Ahora comprendo que con mis dos brazos nada hice
para el Señor. Él me ha enviado esta poda para que yo lo reconozca, pero con su
ayuda y con un solo brazo, haré más de lo que no hice con los dos.” De modo,
hermanos, que, si hay ramas viciosas, sin frutos, el Señor las va a podar por
medio de la disciplina, las pruebas o el castigo. (Hebreos 12:5-17)
Ahora bien, en Lucas 13:6-9 el Señor
extiende su misericordia y otorga sus privilegios. Nunca en su historia recibió
Israel más bendiciones que en los tres años del ministerio del Señor. Con todo
esto no dió los frutos que el Señor buscaba. Entonces prolongó su gracia y
resolvió excavar y estercolar. Para el pueblo del Señor hoy, el período ha sido
más largo, las oportunidades más grandes y, en toda la luz de estos
privilegios, “A cualquiera que fue dado mucho, mucho será vuelto a demandar de
él.” (Lucas 12:48)
Muchas veces este abono viene por
visitaciones, prosperidad, libertad de cultos y muchas bendiciones más, para
que demos los frutos que el Señor quiere. A la iglesia de Tiatira el Señor
dijo: “Yo le he dado tiempo para que se arrepienta de la fornicación; y no se
ha arrepentido.” (Apocalipsis 2:21)
En
Mateo 21:18-20 son los dos extremos. El dueño de la viña en ocasiones
anteriores había venido a buscar fruto de su viña y no lo halló; sin embargo,
“No retuvo para siempre su enojo, porque es amador de misericordia.” (Miqueas
7:18) Ahora el Señor de la viña tiene hambre y la higuera (su pueblo) no tiene
frutos.
Hermanos,
en Juan 15 los frutos son amor. “Si guardareis mis mandamientos, estaréis en mi
amor.” (15:10). En Lucas 18 los privilegios son por gracia, v. 8. “más cuando
se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los
hombres, no por obras de justicia que nosotros habíamos hecho ...” (Tito 3:4,5)
En
Mateo 21:18,19 el juicio a la higuera es por esterilidad. El Señor tiene hambre
de más oración, más amor, más consagración, más santidad. Religión exterior no
da frutos. Nabal, el del Carmelo, era muy rico y en el esquileo parecía ser un
árbol con mucho fruto, pero cuando David, que había guardado y protegido sus
intereses, envió a buscar fruto se encontró con hojas solamente. (1 Samuel
25:1-38)
Ningún
discípulo de Cristo ha regado su árbol como Pablo; nunca menguó en sus nuevos
frutos. (Gálatas 5:22,23). Tan solícito era que hizo así: “Me he hecho a los
flacos flaco, por ganar a los flacos: a todos me he hecho todo, para que de
todo punto salve a algunos. Y esto hago por causa del evangelio, por hacerme
juntamente participante de él.” (1 Corintios 9:22,23)
La Sana Doctrina (1958
a 1981)
SALGAMOS PUES A EL
En esta exhortación se indican dos circunstancias
contrastadas. La primera es: separación; la segunda: atracción. Es el carácter
y poder de Cristo que inspira el acto de dar las espaldas a todo lo que le es
contrario. El sufrió por nosotros “fuera de la puerta”; en verdad, la
comprensión de esto y todo lo que significó para el Señor impulsará al creyente
a una completa separación de lo que es inconsistente con su voluntad y deseo.
Andar con el Señor es “salir fuera del real”. Esto tiene un significado mucho más amplio que una mera abstención de todo lo que constituya ritualismos legales y exteriores, pues más que esto involucra la idea de ir “a Él”. En un aspecto, se refiere a toda forma de religión sistematizada y arreglada por las tradiciones de los hombres, cuyo resultado es el apartamiento denominacional de las enseñanzas de la Palabra de Dios. Así como el judaísmo estableció su propia religión como sustituto de lo que Dios había prescripto en su Palabra, el llamado cristianismo ha resultado una esfera en la cual la tradición humana, eclesiástica u otra, ha reemplazado las instrucciones y principios del Nuevo Testamento por enseñanzas y prácticas adoptadas por guías religiosas. Todo esto está representado por “el real”. Salir de él para ir a Cristo significó y todavía significa vituperio. Pero lo importante es que es “SU vituperio”; es un privilegio y gozo para el verdadero seguidor de Cristo poderse identificar así con Él.
Cuando pensamos que todo esto fue a nuestro favor, no
sólo para librarnos de la perdición eterna, sino también para “santificarnos
con su propia sangre”, ¿cómo podremos desistir de “salir a El”? Su gracia
santificadora, haciéndonos suyos y separándonos para El, es suficiente para
inspirarnos una devoción superlativa. Es fácil evitar el vituperio. Demas lo
evitó “amando más a este siglo”, lo que fue para él una pérdida irreparable.
Tenemos un triple enemigo contra nuestros más altos intereses de lealtad para
Cristo: el mundo, la carne y el diablo. “Salir a Él” señala una victoria sobre
el mundo en todos sus aspectos; es lo que permite decir al verdadero
cristiano: “el mundo me ha sido crucificado a mí y yo al mundo” y experimentar
que “los que son de Cristo Jesús (los que no sólo le pertenecen, pero
participan de su mente, su carácter y su voluntad) han crucificado la carne con
sus pasiones y concupiscencias” (Gál. 5:24).
Despertémonos pues para dar una respuesta más decidida a
su atrayente poder, para comprender más profundamente nuestra deuda para con el
Señor, y para identificarnos más con su causa “fuera del real”, considerando
que “no tenemos aquí ciudad permanente, más esperamos la por venir”.
“UN SOLO CUERPO" Y "LA UNIDAD DEL ESPÍRITU"
Respuesta: Todos
los hijos de Dios, en quienes mora el Espíritu Santo son miembros del único y "mismo cuerpo", formado por
un "mismo Espíritu. El cuerpo no puede ser destruido, ni dividido, porque
es formado por el poder divino. Pero lo que fracasó completamente fue la MANIFESTACIÓN del único o solo cuerpo y del solo
Espíritu, y de ahí viene la confusión que reina actualmente en la
cristiandad.
En la práctica, somos llamados a obrar como miembros del "solo cuerpo", a lo cual nos conduce la actividad del
"solo Espíritu"; la Palabra de Dios no nos dice que debamos guardar
la unidad del cuerpo, pero sí la "unidad del Espíritu". El Espíritu
Santo es el poder para obrar todo lo que es según Dios, y
por medio de la Palabra, Él ordena todo lo que se relaciona con nuestra marcha
como individuos, y con nuestra acción colectiva sobre el terreno de la
Asamblea.
Cuando es el Señor
el que habla a Sus iglesias, nos manda
que oigamos "lo que el Espíritu dice"; y como solamente hay Un Espíritu (un solo Espíritu), el cual mora en la Iglesia que está sobre
la tierra el Señor ordena a cada uno que oiga lo que el Espíritu dice a cada
asamblea. "El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias." (Apocalipsis 2 y 3). De modo que el Señor invita a cada miembro
del solo o “único cuerpo" a estar atento a lo que dice tocante a cada
iglesia o asamblea; y si todos los miembros del cuerpo prestaran oído a lo que
el Espíritu dice a las iglesias y obrasen en consecuencia, la unidad del Espíritu sería guardada.
Pero en realidad no
todos los miembros del "solo cuerpo" oyen, están atentos, y tal vez
los hay que no se preocupan por oír lo que el Espíritu dice. Resulta pues de
ello, y de manera evidente, que todos aquellos que oyen deben obrar en fidelidad al Señor, y - por doloroso que sea - separarse de
aquellos que no están atentos a lo que dice el Espíritu. Porque la Palabra nos
ordena que guardemos, a toda costa "la unidad del
Espíritu en el vínculo de la paz". ¿Podríamos guardarla plenamente obrando
de otra manera?
Supongamos que algún
mal de carácter desconocido hasta hoy, se manifieste en una asamblea local, en
medio de aquellos que se congregan sobre el terreno de la Iglesia o Asamblea de
Dios. ¿Qué harán los que deseen ser fieles? ¿Adoptarán una actitud de
indiferencia? ¡En ninguna manera, aunque el mal se halle en una asamblea muy
distante o alejada! Si creen que un "sólo Espíritu" mora en la
Asamblea, serán ejercitados y acudirán al Señor buscando la "palabra de Su
gracia". Esta es la senda donde el Espíritu guía los corazones sinceros.
El Señor dice: "Oíd lo que el Espíritu dice", y los creyentes que
oyen, sinceramente ejercitados, no tardarán en discernir que el Espíritu
censura y condena este mal como profano, opuesto a la verdad y a la naturaleza
de Aquél que se llama el Santo y el Verdadero. Los que miran a los hombres no
discernirán el camino de la fidelidad, pero el pensamiento del Señor será
revelado a aquellos que confían en El y honran al Espíritu Santo.
Además, no olvidemos
los puntos siguientes, de importancia primordial:
1.- La unidad del Espíritu es y debe ser conforme con la santidad, con
la separación del mal, porque es el Espíritu Santo.
2.- Debe ser según la verdad, pues "el Espíritu es la
verdad." (1 Juan 5:6), y guía "a toda la verdad" (Juan 16:13);
"tu palabra es verdad".
3.- La senda del Espíritu nos llevará forzosamente a buscar la
"gloria del Hijo", pues Jesús dijo: "El me glorificará".
4.- Aquellos que se oponen, de un modo u otro, a la acción del
"sólo Espíritu", deshonran gravemente al Señor, contristan al Espíritu
Santo con el cual son sellados, se perjudican a sí mismos, extravían tal vez a
otros y debilitan el testimonio.
Seamos ejercitados
para mirar por encima de los hombres, y oír "lo que el Espíritu dice"
¡Confiemos plenamente en Aquél que puede preservarnos de caídas!
Traducido de "Le Messager
Evangélique".
Revista "VIDA CRISTIANA", AÑO
1960, No. 48.-
EL REINO QUE IMPORTA
Ante todo, esto y en sorprendente contraste, nos encontramos con el reino de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. En Su reino, la prioridad y el énfasis está en lo espiritual, no en la carne; el valor de lo eterno sobrepasa con creces al de lo temporal. No es tanto que se desprecie el placer, sino que se busca en su forma y manifestación más pura, y tan sólo en su verdadera fuente.
Tengo sed, pero es distinta a cuando ayer
Deseaba las vanas delicias terrenas sorber;
Tus heridas me imponen y requieren, oh Emanuel,
Que no busque aquí en la tierra mi placer.
Tan sólo la entrañable cruz al contemplar
Logró de las cosas terrenas mi alma alejar,
Enseñándome a tener por basura lo demás,
La risa de necios y la pompa real.
—William Cowper
En el reino de Cristo, el verdadero deseo
no está en la riqueza; la prosperidad espiritual es lo que realmente vale y
cuenta. La preocupación del reino del cielo es la justicia, la paz y el gozo.
Cristo, y no uno mismo, es el centro. Todo se valora según es a Sus ojos.
Mientras que los del mundo aman al dinero y estiman ligeramente a Dios, los
súbditos del reino de Cristo estiman ligeramente al dinero y aman a Dios.
William Macdonald, Mundos Opuestos, Capítulo 2
LA LEY Y LA GRACIA (2)
¿Qué podemos decir de la idea de que la
gracia vino con el objeto de ayudarnos a guardar la ley, de modo que vayamos al
cielo de esa manera?
Sencillamente que esto es totalmente opuesto a la Escritura. En primer
lugar, la idea de que guardar la ley faculta a una persona a ir al cielo es una
falacia. Cuando el intérprete de la ley le preguntó al Señor: “Maestro,
¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?”, él fue referido a la ley y,
después de haber dado un correcto resumen de sus demandas, Jesús respondió:
“Bien has respondido; haz esto, y vivirás” (Lucas 10:25-28). No se dice ni una
palabra acerca de ir al cielo. La vida sobre la tierra es la
recompensa por guardar la ley.
En segundo lugar, la gracia fue introducida, no para ayudarnos a guardar
la ley, sino para traernos salvación de su maldición por Otro que llevó esta
última por nosotros. El capítulo 3 de Gálatas nos muestra esto muy claramente.
Si se requiere no obstante una confirmación adicional, léase Romanos
capítulo 3, y nótese que cuando la ley ha declarado culpable a un hombre y ha
hecho cerrar su boca (v. 9-19), la gracia, a través de la justicia, justifica
“sin la ley” (v. 20-24).
Léase también 1.ª Timoteo. La ley fue hecha para condenar a los impíos
(v. 9-10). El evangelio de la gracia presenta a Cristo Jesús quien “vino al
mundo para salvar a los pecadores” (v. 15), y no, nótese bien, a ayudar a los
pecadores a guardar la ley para que así puedan salvarse a sí mismos.
Si la ley no fue dada
para que la guardemos y seamos así justificados, ¿para qué entonces fue dada?
Dejemos que la Escritura misma conteste:
o
“Pero
sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice… para que toda boca se cierre y
todo el mundo quede bajo el juicio de Dios” (Romanos 3:19).
o “Pero la ley se introdujo para que el
pecado abundase” (Romanos 5:20).
o “Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue
añadida a causa de las transgresiones” (Gálatas 3:19).
La ley, como toda otra institución de
Dios, logró significativamente su propósito. Fue perfectamente capaz de
declarar culpable y cerrar la boca del religioso más obstinado y presuntuoso.
Sólo la gracia lo puede salvar.
¿Ha puesto a un lado la gracia entonces
a la ley, y la ha anulado para siempre?
La gracia, personificada en Jesús, ha
llevado la maldición de la ley quebrantada, redimiendo así de su maldición a
todos los que creen (Gálatas 3:13).
Además, nos ha redimido de estar bajo
la ley misma, y ha puesto todas nuestras relaciones con Dios sobre una
plataforma totalmente nueva (Gálatas 4:4-6).
Ahora bien, si el creyente ya no está más bajo la ley, sino bajo la
gracia, no debemos suponer que la ley misma es anulada ni puesta de lado. Su
majestad nunca fue más tenida en alto que cuando Aquel justo sufrió como
Sustituto bajo su maldición, y multitudes retrocederán de terror ante su
acusación en el día del juicio (Romanos 2:12).
¿Qué daño se produce
en un cristiano que adopta la ley como regla de vida?
Un gran daño. Al hacerlo, el cristiano “cae de la gracia” (Gálatas 5:4),
porque la gracia no sólo lo salva, sino que también le enseña (Tito 2:11-14).
Al vivir guardando la ley, el cristiano rebaja la norma divina. Cristo,
y no la ley, es la norma del creyente. Éste además se apodera así de un poder
de motivación erróneo. Uno por recelo puede intentar, aunque
insatisfactoriamente, guardar la ley, y tratar de regular el poder de la
“carne” dentro de sí. Pero el Espíritu Santo es el poder que controla la carne
y que conforma al creyente a Cristo (Gálatas 5:16-18).
Por último, él hace violencia a las relaciones en que está por la gracia
de Dios. Aun cuando es un hijo en la libertad de la casa y del corazón del
Padre, ¡él insiste en ponerse bajo el código de reglas formulado para hacerse
cumplir en el recinto de los domésticos!
¿No hay nada de malo en todo esto? Creemos que sí.
Si se enseñara que el
cristiano no está bajo la ley, ¿no conduciría eso a todo tipo de males?
Lo haría en el caso de que una persona profesara ser cristiana sin haber
nacido de nuevo, o mostrara arrepentimiento, sin estar bajo la influencia de la
gracia y sin haber recibido el don del Espíritu Santo.
Puesto que nadie es cristiano sin estas características, el caso toma un
matiz diferente, y razonar de la manera sugerida no hace más que poner de
manifiesto una deplorable ignorancia de la verdad del Evangelio.
El argumento se reduce simplemente a esto: que la única manera de que
los cristianos pueden vivir vidas santas es guardando la ley, como si ellos
tuviesen tan sólo una especie de naturaleza puerca, y la única manera de
guardarlos fuera del fango fuese con palos. La verdad es que, aunque la carne
está todavía en el creyente, él también tiene la nueva naturaleza, y con ella
Dios lo identifica. El creyente tiene el Espíritu de Cristo como guía, y de ahí
que pueda ser puesto con seguridad bajo la gracia; porque después de todo es la
gracia la que domina.
Si la gente quiere contender con esto,
su contienda es contra la Escritura citada al principio.
“El pecado
no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia”
(Romanos 6:14).
Hombres inconversos
pueden tratar de hacer uso de la gracia como excusa para el mal, pero ésa no es
ninguna razón para negar la verdad declarada en ese versículo. ¿Qué verdad hay
en la Biblia de la que los hombres perversos no hayan cometido abusos?
¿Indica la Escritura
la manera en que la gracia mantiene al creyente en orden, a fin de que pueda
vivir una vida que agrade a Dios?
Efectivamente. Tito 2:11-15 nos proporciona la respuesta:
“Porque la gracia de Dios se ha
manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a
la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y
piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación
gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo
por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo
propio, celoso de buenas obras. Esto habla, y exhorta y reprende con toda
autoridad. Nadie te menosprecie.”
En el cristianismo la gracia no solamente salva, sino que además enseña;
y ¡qué maestro efectivo resulta ser! Ella no llena nuestras cabezas de frías
reglas y reglamentos, sino que somete nuestros corazones bajo la influencia del
amor de Dios. Aprendemos lo que agrada a Dios tal como se ve manifestado en
Jesús. Y, al tener el Espíritu Santo, comenzamos a vivir una vida sobria, justa
y piadosa.
Hay una gran diferencia entre los hijos de una familia mantenidos en
orden por temor al azote a causa de su mala conducta, y aquellos que viven en
un hogar donde reina el amor. El orden puede reinar en el primer caso, pero
terminará en una gran explosión antes que los niños entren en años. En el
segundo caso, no sólo hay obediencia, sino también una respuesta gozosa a los
deseos del padre, fruto de los correspondientes afectos.
Dios gobierna a sus hijos sobre la base del principio del amor,
y no sobre el principio del castigo con la vara.
¡Que vivamos nuestras vidas cristianas con la feliz conciencia de esto!