sábado, 12 de marzo de 2022

MUJERES DE FE DEL ANTIGUO TESTAMENTO (3)

 3. Agar

“Mi socorro viene de Dios”. (Salmo 121.2)


            La historia está en Génesis 16 y 21.9-21.

            Día tras día Agar caminaba por el desierto de Shur, anhelando llegar a Egipto, su tierra natal - una mujer desechada, desprovista y encinta. Dios le había prometido a Abraham un hijo con su esposa Sara, pero los años pasaron y el hijo prometido no había nacido. Entonces ellos planearon ayudar a Dios. Hemos notado que Sara, en su incredulidad, le sugirió a Abraham procrear hijos con su sierva Agar, y que cuando Agar salió embarazada, miraba a Sara con desprecio. Luego Sara la afligía, y Agar, sin derecho de hacerlo, huyó del hogar.

            Por lo tanto, Agar estaba a punto de perecer en el desierto. Pero el Ángel de Jehová la halló al lado de una fuente de agua y habló con ella sobre sus circunstancias, aconsejándola a volver a su ama y someterse a ella. El Ángel de Jehová prometió multiplicar su descendencia, declaró el nombre de su hijo antes de su nacimiento y describió cómo sería el comportamiento de él entre sus hermanos.

            El resultado fue que Agar entendió que el Ángel era Dios mismo y le dijo: “Tú eres el Dios que puede ser visto”. Las Escrituras declaran que "a Dios nadie le vio jamás” (Juan 1.18) en referencia a Dios Padre. Así que creemos que el Ángel de Jehová que le apareció primero a Abraham, luego a Agar y después a otros en el Antiguo Testamento fue Dios Hijo, el Señor Jesucristo. ¡Cuán maravillosa fue la revelación que la pobre esclava egipcia en su profunda necesidad recibió aquel día! Él es el mismo Dios que nos ve cuando más necesitamos su ayuda.

            Entonces Agar le dijo al Señor: “Tú eres el Dios que puede ser visto” y llamó el pozo “El pozo de Él que vive y me ve”. ¡Cuán improbable era que una esclava procedente de un país pagano fuera una de las primeras en darle un nombre a Dios! Y eso fue el resultado de la revelación maravillosa que recibió en su profunda necesidad.

            Humilde ahora, Agar regresó a la casa de Abraham y Sara, y más tarde dio a luz un hijo cuyo nombre fue Ismael, que significa “Dios oye”. Catorce años después, en otra ocasión, ya no era Agar que estaba despreciando a Sara, sino Ismael que estaba burlándose de Isaac (Génesis 21.9). Entonces Abraham, por órdenes de Sara y con la aprobación de Dios, tuvo que despedir definitivamente a Agar y a su hijo Ismael y él les dio solamente pan y un odre de agua.

            Agar e Ismael se fueron y anduvieron errantes por el desierto de Beerseba. Cuando llegaron al fin de sus recursos Agar dejó al muchacho debajo de un arbusto y fue a sentarse sola a cierta distancia porque no quería ver a su hijo morir.

            Pero Dios oyó al joven llorando y el Ángel de Dios, quien creemos que fue el Señor Jesucristo, le habló a Agar desde el cielo, diciendo: “No temas, Dios ha oído la voz del muchacho”. (El mandamiento de Dios repetido más veces en la Biblia es “no temas”). Entonces Dios le abrió los ojos a Agar y ella, viendo una fuente de agua, llenó el odre con agua y le dio de beber a su hijo. Leemos que Dios estaba con el muchacho.

            Dios le abrió los ojos de Agar y ella vio un pozo de agua. El Espíritu Santo abre el corazón de las personas que están buscando la salvación y las lleva a la Fuente de Agua Viva (Juan 4.14). El Señor oyó al joven en el desierto y cuando nos parece que estamos en un desierto espiritual debemos recordar que nuestro Dios vive, nos ve, y nos oye, y Él es nuestro amparo. “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4.16).

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