sábado, 12 de marzo de 2022

Su Herencia en los Santos

 


            Pablo sigue orando para que supiésemos cuáles sean las riquezas, no de NUESTRA herencia, sino de SU herencia. Eso constituye otro tema muy distinto. Somos por demás dados a querer saber qué benefi­cio sacamos nosotros de la religión. Ahora cabe apre­ciar la parte que toca a Cristo por todos sus padeci­mientos en la tierra. Toda la epístola (a los Efesios) nos enseña lo que es la Iglesia para Cristo.

            Vendrá el día cuando Cristo heredará todas las naciones, Sal. 2.8; 82 8, pero la Iglesia es su herencia especial. Nosotros somos su galardón por sus pade­cimientos en el Calvario. Somos su herencia, Ef. 1. 11, 18; y v. 14, (nuestra herencia).

 

Su Plenitud

Los santos, que componen la Iglesia, son la ple­nitud de Cristo, Ef. 1.23; 4.13. Cristo fue la Semilla, sembrada en la tierra, Juan 12.24, y los creyentes son el fruto. Cristo ha heredado los campos blancos para la siega, la cosecha abundante.

            Cristo se hizo pobre en la tierra, se vació, se anonadó se despojó, Fil. 2.7. pero ahora los santos le llenan. El heredero terrenal llena sus bolsillos de dinero, su casa de bienes, y él mismo se llena de comida y bebida. Cristo, más bien, ha heredado mu­chísimas almas que se asemejan a Él y que forman parte de Él.            .

            El crecimiento de la Iglesia, pues, llena a Cristo, Ef. 4.13-15, sea que dicho crecimiento se efectúe en nuevas almas salvadas o en el desarrollo espiritual de los miembros, Hch. 2.47; 6.7; 2 P, 3.18. De un modo inexplicable, salvo a aquellos que lo hayan experimentado, el sufrimiento actual de los creyentes le llena, Col. 1.24: los dolores de parto de Gálatas 4.19,

            En fin, la iglesia ensancha a Cristo, Ef, 1,23.

 

Su Morada

            El mundo no ofreció a Cristo ninguna morada, Le, 2.7; 9.58, pero ahora ha heredado dos moradas; una en el más sublime cielo y otra en el corazón humilde de los santos, Is. 57.15; Jn. 14.23. Cristo no pertenece al mundo, pero se siente “en casa" con aquellos que guardan su Palabra.

            Estando en el mundo, Cristo puso el cimiento, pero el cimiento sólo no constituye ninguna morada. Hace falta el resto del edificio. Los santos son su herencia en este sentido, y las Escrituras del Nuevo Testamento describen las riquezas de la 'gloria de su morada bajo las tres formas de una ciudad, de una casa y de un templo.

Los santos, pues, ofrecen una morada a Jesucris­to, Ef 2.21; 3.17.

 

Su Manifestación

            Nuestro Salvador ha heredado también un medio de darse a conocer a dos mundos, a los pueblos en la tierra, Ef. 3.6,9, y a los principados y potestades en los lugares celestiales, Ef. 3.10. La Iglesia es el teles­copio que engrandece a Chisto, 2 Co. 4.10,11; Fil. 1,20. ¿Son habitadas las estrellas? No sabemos. Si hubiera seres vivientes allí, aprenderían la verdad por medio de la Iglesia, serían salvos por la obra redentora efectuada en la tierra,

            Los santos hacen visible al Cristo invisible Ef. 3.10.

Su Cuerpo

            Cristo, la Cabeza en el cielo, ha heredado en los santos un cuerpo en la tierra, Ef, 1.22,23; 2,16; 3.6; 4.4,12,15,16; 5.23,29,30. El Padre no sólo prepara para Cristo un cuerpo físico en el que debía ser glo­rificado. Este cuerpo es un medio de contacto con el mundo físico, en un ambiente material.

            Los santos glorifican a Cristo y le ponen en con­tacto con el mundo, Ef. 4.12.

 

Su Esposa

            Cristo también ha hallado en los santos, una esposa, Ef. 5.32,25-27, la cual es su complemento. Sin ella, Cristo no está completo. La iglesia es una ayuda idónea para Cristo: vela por sus intereses du­rante su ausencia, manifiesta su amor sobrenatural e inquebrantable al mundo, se alista para reinar con El en aquel día bendito que esperamos.

 

Su Ejército

Estando aquí en la tierra, Jesucristo logró una gran victoria sobre el diablo, Jn. 12.31; 16.11; Col. 2.15; He. 2.14,15; 1 Jn. 3.8. Ha heredado en los san­tos un ejército para hacer efectiva esa victoria en todo momento hasta que Él venga otra vez, Ef. 6. 10-20.

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