domingo, 29 de septiembre de 2024

Los hechos primeros y postreros

 

Los treinta y cinco años de vida piadosa del rey Asa, un largo período de fidelidad, todo lo relativo a esos primeros hechos está escrito en el libro de Dios. Más adelante un rey que cae en la trampa, que se obstina y que no se puede levantar más, todos los hechos postreros también están escritos en el libro de Dios. Todo permanece escrito (2 Crónicas 16:10-11).

Sin duda alguna, Asa fue un creyente, un salvo; el testimonio que Dios da de él después de su muerte es precioso (véase 2 Crónicas 20:32 y 21:12). Pero este pasaje nos recuerda que la luz del santuario de Dios lo ilumina todo en nuestras vidas (hechos, pensamientos y propósitos) y que, en lo alto, nuestros pasos están contados… los primeros… y los postreros. Cuando comparezcamos ante el tribunal de Cristo, todo será manifestado y entonces comprenderemos mucho mejor que ahora el valor de la sangre derramada en el Calvario –la cual habrá borrado todo el mal que jalonó nuestras vidas– como así también la excelencia de la víctima que ocupó nuestro lugar de pecadores bajo el juicio de Dios.

Desde ahora no olvidemos nunca que, en la vida del creyente, no puede haber ningún rincón oscuro que el ojo de Dios no pueda escrutar y ninguna etapa o hecho que no cuente para él.

P. Jn


Seguir de lejos al Señor

 

Leemos que Pedro siguió a su Maestro “de lejos” (Mateo 26:58). Cuando se halló dentro del patio donde estaban los criados, mientras el sumo sacerdote interrogaba a Jesús, Pedro se unió al grupo que estaba alrededor del fuego, como si él fuera uno de ellos. Su objetivo era escuchar y ver lo que hacían con Jesús, sin ser reconocido como uno de los que lo seguían.

¡Cuán pronto descendemos cuando abandonamos el camino de la rectitud! Pedro había oído a su Maestro decirle que esa misma noche lo negaría. Su respuesta mostraba una confianza absoluta en sí mismo y la certeza de que esta vez el Señor se había equivocado, porque él, Pedro, estaba dispuesto a morir antes de faltar en su lealtad hacia Jesús. El Señor siguió advirtiéndole que el peligro era muy grande e inminente, pero que había orado mucho por él para que su caída no terminara en completa ruina y desgracia. Ni siquiera esto sirvió para que Pedro abandonara su confianza en sí mismo. Un poco más tarde, cuando la tranquilidad del huerto lo invitaba a orar y a luchar espiritualmente consigo mismo, fue vencido por el sueño. Después sacó su espada y procuró pelear con los hombres, aunque el Señor le había dicho que su enemigo era Satanás. Luego, siguiendo de lejos, se sentó en compañía de los enemigos de su Señor. Se había alejado de la presencia inmediata de Aquel que era la fuente de todo poder espiritual. Con tan malos antecedentes, no es de extrañarse que Pedro haya caído cuando Satanás lo atacó…

De hecho, podemos decir que Pedro había caído antes de entrar en el palacio del sumo sacerdote. Su confianza en sí mismo fue lo que causó su caída. “El que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10:12).

Lo mismo puede suceder con nosotros si en nuestro corazón damos lugar al espíritu de presunción o jactancia. Si quiere saber qué día un buen cristiano caerá en el pecado, le puedo decir que será el día en que deje de temer una caída. Mientras mantenga en el corazón la desconfianza en sí mismo, Dios no permitirá que sus pies tropiecen.

Sacado de “Simón Pedro”

W.T.P. Wolston

Cantó el Gallo (Juan 18:27)

 

–Cuando el Señor Jesús fue arrestado, Simón Pedro le seguía de lejos (Lucas 22:54). Sin embargo, Jesús le había dicho claramente: “A donde yo voy, no me puedes seguir ahora” (Juan 13:36). Pero Pedro estaba decidido a ir adonde el Señor fuera: “Mi vida pondré por ti”, le había respondido. Y con esta presunción de sus propias fuerzas siguió a Jesús hasta la casa de Caifás.

–“Mas Pedro estaba fuera, a la puerta” (v. 16). En su gracia el Señor, quien en el huerto de Getsemaní ya le había advertido sobre este peligro, puso un obstáculo en su

camino, a fin de guardarlo. ¿Por qué forzar la entrada? ¿Por qué servirse de la influencia del otro discípulo que “era conocido del sumo sacerdote” para obtener una entrada que no hubiera conseguido sin él?

–Aquel discípulo “habló a la portera, e hizo entrar a Pedro”. Juan –si efectivamente se trata de él– no se dio cuenta del mal servicio que estaba prestando a su amigo. Tenía buenas intenciones, quiso aprovechar sus influencias; pero –sin duda involuntariamente– introdujo a su compañero en un lugar donde nunca tendría que haber estado. –Tan pronto entró, una criada le preguntó: “¿No eres tú también de los discípulos de este hombre?”. Pedro dijo: “No lo soy”. ¿Había pasado por alto la advertencia que Jesús le había hecho? Fuese lo que fuese, esta primera negación no lo detuvo.

–Los siervos habían encendido fuego, pues hacía frío. “Con ellos estaba Pedro en pie, calentándose”. No estaba afligido por su primera negación; hacía frío y se calentaba. Estaba viendo cómo su Maestro era interrogado, cómo lo abofeteaban y lo maltrataban. Vino, pues, la segunda pregunta: “¿No eres tú de sus discípulos? Él negó, y dijo: No lo soy” (v. 25).

–Luego, “negó Pedro otra vez” (v. 27). Sin embargo, el siervo que le interrogó le había dicho: “¿No te vi yo en el huerto con él?”. Sí, Pedro había estado en el huerto con el Señor. Había participado con él en Su última cena pascual (en ese momento se instituyó la “cena del Señor”), había oído todas Sus enseñanzas posteriores (Juan 14 a 16), e incluso la extraordinaria oración que el Señor pronunció antes de entrar en el huerto (Juan 17). ¿Qué había hecho Pedro en ese huerto? ¡Dormir! Después desenvainó su espada y cortó la oreja del siervo del sumo sacerdote. Jesús le reprendió, pero todo esto no sirvió de nada.

–“Y en seguida cantó el gallo” (v. 27). Es un relato de cuyas etapas podemos sacar varias lecciones. Puede suceder que tengamos el deseo de emprender algún servicio para el Señor, pero una Voz nos dice: «Aún no, es preciso que estés más formado, mejor preparado». Algunas semanas después de que el Señor le advirtiera: “No me puedes seguir ahora”, después de que Pedro cayera y el Señor lo restaurara, volvió a decirle: “Sígueme”. Pedro le siguió, apacentó la grey hasta el momento de dejar este mundo, cumplió fielmente el servicio que el Señor le confió y finalmente dio su vida por él.

Es necesario prestar atención a las advertencias de Dios. A través de toda la Palabra vemos que Dios forma y prepara a sus siervos antes de que llegue el momento de decirles: “Id”. Pensemos en Moisés, Josué, Elías, Jeremías, Pablo y muchos otros. Empezar demasiado pronto puede conducir no sólo al fracaso, sino también a la caída, sobre todo si tenemos la pretensión de confiar en nosotros mismos.

Aparte de esto el enemigo también tiene una táctica diferente: desanimarnos. “No podrás tú ir…” (1 Samuel 17:33). “El león está fuera; seré muerto en la calle” (Proverbios 22:13). “El que al viento observa, no sembrará; y el que mira a las nubes, no segará” (Eclesiastés 11:4). Podemos encontrar toda clase de pretextos para no comprometernos, para no responder al llamado del Señor cuando ha llegado el momento: “Soy tardo en el habla y torpe de lengua” (Éxodo 4:10). “He aquí, no sé hablar, porque soy niño” (Jeremías 1:6). Pero el Señor responde: “No digas: Soy un niño; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande” (v. 7).

Pidamos al Señor que nos conceda el equilibrio para no actuar antes de que sea Su hora, y para que tampoco demos marcha atrás cuando él abra claramente la puerta.

G. A.

El Arca de la Salvación

 

El arca de Noé es un hermoso tipo de Cristo, el Arca de nuestra salvación. El mundo que existía en tiempos de Noé pereció bajo el diluvio de muchas aguas. Las ondas y las olas de aquel diluvio son figuras de la ira venidera. El que no tiene a Cristo está perdido, y la ira de Dios está sobre él (Juan 3:36). Sólo si estamos en Cristo somos salvos de las aguas del juicio, porque las Escrituras dicen que "ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús" (Romanos 8:1).

Cristo nos resguarda del juicio. No obstante, las aguas de la muerte resultaron en algo bueno, pues ahora el Señor nos ha introducido a una esfera nueva, donde permanecemos ante Dios en un terreno completamente nuevo, el terreno de la resurrección. Esto también halla su expresión en el bautismo: el lavamiento del agua habla, por un lado, de la muerte, y por el otro, sin embargo, de la nueva vida en Cristo Jesús (Romanos 6: 3-4; 1.ª Pedro 3:20-21). Nosotros fuimos sepultados con Él en la muerte por el bautismo, a fin de estar en una nueva posición y caminar en novedad de vida.

Podemos observar algo similar en la vida de Moisés. Él fue «sepultado» en las aguas del río Nilo en una arquilla de juncos, y de esta forma fue salvado por medio de las aguas, porque fue quitado de las aguas de la muerte. La palabra traducida arca -la de Noé- y arquilla -en la que fue puesto Moisés-, que aparece en Génesis 6 y en Éxodo 2, respectivamente, es la misma palabra hebrea. Observemos además los siguientes detalles de la descripción del arca del libro del Génesis y sus significados simbólicos:

• El arca de Noé era una enorme embarcación de madera que medía trescientos codos de largo, cincuenta codos de ancho y treinta codos de altura (un codo equivale aproximadamente a medio metro). Tenía tres cubiertas divididas en compartimentos o cuartos que servían como alojamiento o depósito. Tenía una puerta en uno de sus costados que Dios mismo cerró (Génesis 6:16; 7:16). También tenía una ventana en lo alto, la cual abriría Noé para enviar el cuervo y la paloma (Génesis 8: 6-8).

• Al contemplar el arca como figura de Cristo, quien es nuestra verdadera arca de salvación, podemos considerar que la madera, fruto de la tierra, nos habla de la real humanidad del Señor (cfr. Isaías 4:2; 53:2). "Hay un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre" (1.ª Timoteo 2:5).

• Noé debía calafatear el arca por dentro y por fuera con brea. Las palabras originales hebreas traducidas aquí «calafatear» y «brea» pertenecen a la misma familia de palabras, y en el resto del Antiguo Testamento aparecen traducidas «(hacer) expiación» y «rescate». Este recubrimiento es una figura del poder expiatorio de la sangre de Cristo que cubre nuestros pecados, nos hace aceptos a Dios y nos libra del juicio.

• La puerta situada en el costado del arca nos recuerda el costado de Cristo traspasado que permitió que haya un camino de salvación para los pecadores (Juan 19:34-35; 1.ª Juan 5: 6-9). Cristo es la puerta. Si alguien entrare por Él, será salvo (Juan 10:9).

• Los aposentos o celdas (literalmente «nidos») que tenía el arca nos habla de la seguridad y la protección de todos los que están en Cristo: "Y ahora, hijitos, permaneced en él" (1.ª Juan 2:28). En este sentido, Él será como un santuario (Isaías 8:14). Recordemos que el templo de Salomón también tenía aposentos distribuidos en tres niveles (cfr. Génesis 6:16 y 1.º Reyes 6: 4-6). En la casa de Dios hay muchas mansiones, y allí hay un lugar preparado para todos los que creen en Cristo.

• El arca también tenía una ventana, una abertura por donde pudiera entrar la luz. De la misma manera, Cristo revela la luz que viene de lo alto, la luz divina que de los cielos alumbra en medio de la oscuridad y la confusión (Juan 1:9; 3:12-31-32). En nuestras habitaciones, nosotros tenemos esta luz divina.

• Finalmente, consideremos la preparación del arca. El arca de Noé brinda una enseñanza práctica para los padres cristianos. Así como Noé preparaba un arca para que su casa se salvara (Hebreos 11:7), así deberían hacer los padres cristianos con sus hijos, llevarlos a Cristo a fin de que estos se encuentren a salvo en el único lugar seguro que hay en este mundo de pecado.

Traducido por Ezequiel Marangone

LOS DOCE HOMBRES DE PABLO (2)

 

EL VIEJO HOMBRE

El "viejo hombre" se encuentra en tres lugares de las epístolas de Pablo, a saber, Romanos 6: 6; Efesios 4: 22; Colosenses 3: 9. Es un término abstracto que describe el estado corrupto de la raza caída de Adán, su carácter moral depravado. El "viejo hombre" es la encarnación de cada rasgo feo que caracteriza a la raza humana caída.

El "viejo hombre" ha sido crucificado con Cristo

Romanos 6: 6 dice: "Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido [anulado], a fin de que no sirvamos más al pecado". De la lectura de esto aprendemos que Dios ha juzgado el "viejo hombre" en la cruz de Cristo. (Romanos 8: 3). La escena de este juicio no es en el alma del creyente; es algo que ha tenido lugar en la cruz.

Pablo añade: "Para que el cuerpo del pecado sea anulado". (Romanos 6: 6 JND). Él usa aquí la palabra "cuerpo", no para significar nuestros cuerpos físicos sino para describir enteramente una cosa. De manera similar nosotros podríamos decir: «el cuerpo del conocimiento científico», o «el cuerpo del conocimiento médico», etc. El "cuerpo del pecado" ha sido "anulado" (no "destruido" como en la RV60), porque el hombre según la carne todavía está muy vivo en el mundo y aún no ha sido destruido. Pablo no pudo haberse estado refiriendo al cuerpo humano en este versículo porque la Escritura nunca llama al cuerpo humano (que es una creación de Dios) una cosa pecaminosa. El cuerpo humano ha sido afectado por el pecado, pero no es pecaminoso en sí mismo. Si nuestros cuerpos fueran pecaminosos Dios no nos suplicaría que se los presentemos a Él para uso en Su servicio. (Romanos 12: 1). La versión inglesa KJV traduce Filipenses 3: 21: "nuestro cuerpo vil", que en el inglés actual transmite la idea de algo repugnante y pecaminoso. Sin embargo, cuando esa traducción fue hecha (hace más de 400 años) ello significaba sencillamente "de poco valor". (Santiago 2: 2). Para evitar este malentendido ha sido traducido mejor como: "el cuerpo de la humillación nuestra".

El cristiano ha profesado haberse despojado del "viejo hombre" en su confesión de Cristo.

No sólo nuestro "viejo hombre" (el carácter moral depravado del hombre caído) ha sido juzgado en la cruz, sino que Efesios 4: 22 y Colosenses 3: 9 nos dicen que el creyente se ha despojado de él (de manera posicional) cuando él fue salvo, y por lo tanto ya no está asociado con él. Como parte de nuestra confesión cristiana (al tomar el nombre de Cristo y hacer profesión de ser un cristiano), hemos, mediante nuestra profesión, confesado habernos despojado de todo lo que tiene que ver con el estado corrupto del "viejo hombre".

El tema en Efesios 4:17 a 5:21 tiene que ver con el creyente andando de manera digna de Su llamamiento manifestando un cambio completo de carácter delante del mundo. Esto es debido a que el pensamiento de Dios es que haya una continuación de la hermosura moral de Cristo en este mundo durante el tiempo de Su ausencia a través de los miembros de Su cuerpo. Esta es la fuerza de la expresión, "Cristo en vosotros, la esperanza de gloria". (Colosenses 1: 27). Por eso Efesios 4: 22-24 habla del creyente como habiéndose despojado del "viejo hombre" y habiéndose vestido del nuevo. Leemos, "Pero vosotros no habéis aprendido de esta manera al Cristo; si le habéis oído y habéis sido enseñados en Él, conforme a la verdad que está en Jesús; a saber, habiéndoos despojado del viejo hombre que se corrompe según los deseos engañosos en cuanto a vuestra anterior manera de vivir; y siendo renovados en el espíritu de vuestra mente, habiéndoos vestido ya del nuevo hombre que fue creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad". (Efesios 4: 20-24 JND). Ello es con la finalidad de restaurar la "semejanza" moral de Dios en los hombres (creyentes), que se perdió en la caída. (Génesis 1: 26; Efesios 4: 24). Esto ha sido consumado en la raza de nueva creación de la que Cristo es la Cabeza. (Gálatas 6: 15; 2ª Corintios 5: 17 BJ, JND, donde se lee, "Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo"; y Apocalipsis 3: 14). Colosenses ve las cosas desde el punto de vista de la renovación de la "imagen" de Dios en el hombre, imagen que ha sido estropeada en la caída. (Colosenses 3: 10). Esto tiene que ver con que el hombre sea una adecuada representación de Dios en la tierra. Además, esto ha sido consumado en el nuevo orden de humanidad bajo Cristo.

En Efesios 4: 17-19, Pablo describe el carácter caído y corrupto del mundo gentil del que habían sido salvados los efesios. Él les dice que un estilo de vida como ese es ahora totalmente incongruente con la vocación de ellos en Cristo. Dice: "No habéis aprendido de esta manera al Cristo". (Efesios 4: 20 JND). "El Cristo" es un término usado en las epístolas de Pablo para denotar la unión espiritual de los miembros del cuerpo de Cristo con Aquel que es la Cabeza en el cielo, "Porque de la manera que el cuerpo es uno mismo, más tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un mismo cuerpo, así también es el Cristo. Pues en el poder de un mismo Espíritu todos nosotros hemos sido bautizados en un solo cuerpo, judíos o griegos, siervos o libres, y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu". (1ª Corintios 12: 12, 13 - JND). El argumento del apóstol es aquí que primero debemos conocer nuestra vocación en "el Cristo", lo cual desarrollan los tres primeros capítulos de la epístola. Es sólo entonces que podremos ser debidamente "enseñados en él, según es la verdad en Jesús". (Efesios 4; 21 VM). "Jesús" es el nombre humano del Señor. Cuando este nombre es usado solo, sin Sus títulos usuales de Señor y de Cristo, se refiere a Él cuando anduvo como Hombre en este mundo. Por tanto, es importante mencionar el orden en los versículos 20 y 21 de Efesios capítulo 4; en primer lugar, nosotros debemos conocer nuestro lugar en "el Cristo" antes de que podamos andar como "Jesús" anduvo en este mundo. Muchos cristianos sinceros no conocen su vocación en "el Cristo", y están tratando de vivir como "Jesús" lo hizo en lugares y posiciones en este mundo que son totalmente incongruentes con la vocación de ellos. Como resultado, el Espíritu de Dios no se identifica con ello de ninguna manera apreciable. Un cristiano tratando de comportarse como Jesús mientras ocupa un cargo en el gobierno es un ejemplo de ello.

Despojarse del "viejo hombre" no es un ejercicio cristiano cotidiano.

En Efesios 4: 25-32 tenemos exhortaciones basadas en lo que es verdad en nuestra profesión cristiana con respecto al "viejo hombre" y al "nuevo hombre". Desafortunadamente, la versión Reina-Valera 1960 de la Biblia traduce los versículos 22-24 como si fueran una exhortación al cristiano, casi como si fuera algo que nosotros debemos hacer en nuestras vidas. Sin embargo, despojarse del viejo hombre no es un ejercicio cristiano; es algo que ha sido hecho cuando nosotros asumimos nuestra posición con Cristo. El versículo 22 debería decir, "Habiéndoos despojado del viejo hombre que se corrompe según los deseos engañosos en cuanto a vuestra anterior manera de vivir…". (Efesios 4: 22 JND). "Y el versículo 24 debe decir: "Habiéndoos vestido ya del nuevo hombre…". (Efesios 4: 24 JND). Este despojarse y vestirse no se logra en la vida del creyente a través de un proceso de autodisciplina o educación; pues es algo que nosotros hemos hecho al identificarnos con la confesión cristiana en este mundo.

El "viejo hombre" no es sinónimo de "la carne".

El "viejo hombre" es un término que es usado a menudo como sinónimo de "la carne" (nuestra naturaleza pecaminosa caída) por la mayoría de los cristianos, pero esto es incorrecto. J. N. Darby comentó: «El viejo hombre es incorrectamente usado como referencia a la carne de manera habitual.» Cuando nosotros examinemos más cuidadosamente la Escritura será abundantemente claro que el "viejo hombre" y "la carne" no son lo mismo, y por lo tanto no pueden ser usados de manera intercambiable. Si el "viejo hombre" fuera la carne, entonces este pasaje (Efesios 4: 22, 23) nos está diciendo que nos hemos despojado de la carne, lo cual claramente no es verdad. Nunca se dice que el "viejo hombre" está en nosotros, pero la carne ciertamente lo está. F. G. Patterson dijo: «Yo tampoco encuentro que la Escritura nos permita decir que tenemos el viejo hombre en nosotros, mientras que ella enseña muy plenamente que tenemos la carne en nosotros.» Tampoco es correcto hablar del "viejo hombre" como teniendo apetitos, deseos y emociones, como lo hace "la carne". A menudo los cristianos dicen cosas como: «El viejo hombre en nosotros desea esas cosas que son pecaminosas.» O, «Nuestro viejo hombre quiere hacer tal o cual cosa mala» Tales afirmaciones confunden el viejo hombre con la carne. H. C. B. G. dijo, «Yo sé lo que quiere decir un cristiano que se impacienta y dice que se trata del "viejo hombre", sin embargo, la expresión es incorrecta. Si dijera que se trató de "la carne", hubiese sido más correcto.»

El "viejo hombre" no es algo que ha muerto en el creyente.

Algunos hablan del "viejo hombre" como si estuviera muerto. Pero, además, este malentendido sugiere que era algo que vivía en el creyente, pero que ha muerto. Ello es más bien una descripción del carácter de nuestro antiguo estado, no de una entidad viva que ha muerto en nosotros.

Por lo tanto, el "viejo hombre" no es algo vivo en una persona con apetitos, deseos y emociones pecaminosos, sino un término abstracto que describe el estado corrupto de la raza caída del hombre, el cual Dios ha juzgado en la cruz y del cual el creyente se ha despojado al identificarse con la confesión cristiana.

No se nos dice que consideremos muerto al "viejo hombre".

Puesto que el "viejo hombre" se refiere al estado corrupto de la raza humana, y que ha sido juzgado en la cruz y del cual el creyente se ha despojado, no hay exhortación alguna en la Escritura para que los cristianos consideren muerto al "viejo hombre" (como las personas dicen a menudo). Por otra parte, esto supone que ello es algo que vive en nosotros (es decir, la carne), y que necesitamos considerarlo como no siendo así.

Esto no significa que no necesitamos estar ejercitados en no permitir que la naturaleza caída actúe. La Escritura dice que nosotros debemos considerarnos "muertos al pecado". (Romanos 6: 11). Como fue mencionado anteriormente, toda verdad doctrinal debe tener una relación práctica con nuestras vidas. La fuerza de los versículos que siguen en Efesios 4 muestra que el creyente ya no debe manifestar las características del "viejo hombre" en su vida, sino manifestar más bien las del "nuevo". Este es el argumento de la exhortación en Efesios 4.

El "viejo hombre" no es Adán personalmente.

Nosotros añadiríamos también que el "viejo hombre" no es Adán personalmente sino lo que es característico de su raza caída y corrupta. Para ver el "viejo hombre" más claramente debemos considerar la raza caída bajo Adán como un todo, porque es improbable que una persona esté marcada por todas las desagradables características que caracterizan aquel estado corrupto. Por ejemplo, una persona en la raza caída puede caracterizarse por ser iracunda y engañosa, pero puede ser que ella no sea inmoral. Otra persona puede no ser conocida por impacientarse ni por ser engañosa, pero ella es terriblemente inmoral. Sin embargo, tomando a la raza como un todo, vemos todas las desagradables características que componen el "viejo hombre".

El "viejo hombre" no es nuestra antigua posición delante de Dios

Tampoco debemos ver el "viejo hombre" como nuestra antigua posición Adánica delante de Dios antes de ser salvos. A nuestra antigua posición se la denomina en el término, "En Adán" (1ª Corintios 15: 22), y nuestra nueva posición ahora que somos salvos, es "En Cristo". (Romanos 8: 1). "En Cristo" significa estar en el lugar de Cristo ante Dios. Cristo ha sido aceptado por nosotros y la medida de Su aceptación es la nuestra. ¡Nosotros somos tan aceptos como Él! Las Escrituras confirman esto diciendo, "Como él es, así somos nosotros en este mundo". (1ª. Juan 4: 17).

En las epístolas de Pablo nuestra antigua condición es designada mediante el término, "En la carne". Leemos, "Porque cuando estábamos en la carne" (Romanos 7: 5) y, "Los que están en la carne no pueden agradar a Dios. Vosotros empero no estáis en la carne" (Romanos 8: 8, 9 VM), y nuestra nueva condición es designada mediante el término "En el Espíritu" (Romanos 8: 9; Gálatas 5: 16, 25). Sin embargo, aunque ya no estamos "en la carne", la carne todavía está en nosotros y operará si no andamos en el Espíritu. Y cuando ella opere manifestará las desagradables características del "viejo hombre". (continuará)

B. ANSTEY

Nuestro Señor Jesucristo Mayor que Moisés (Hebreos 3)

 No cabe disputa: Moisés era siervo; Jesucristo es el Hijo, pero el capítulo nos da siete motivos por los cuales el Señor es mayor que Moisés.


El Señor es Apóstol y Sumo Sacerdote (3:1)

Cristo fue mensajero de Dios para los hombres y sumo sacerdote para defender y representar a los hombres delante de Dios. Somos llamados a considerar al apóstol y sumo sacerdote. Pienso en la reverencia como se debe mirar la función de nuestro Señor Jesucristo. Cuando Moisés vio la zarza que ardía y no se consumía, la respuesta fue: “Quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es”. (Éxodo 3:2 al 5, Hechos 7:31 al 33)

Cristo es autor de nuestra profesión que es suprema (Filipenses 3:14), que es electiva (1 Tesalonicenses 1:4), que es escogimiento de Dios (2 Tesalonicenses 2:13), que es un pueblo especial (Deuteronomio 7:6). Hay muchos llamados cristianos tan irreverentes como los betsemistas cuando el arca era regresada a la tierra de los filisteos (1 Samuel 6:19). “La santidad conviene a tu casa. Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza; alabadle, bendecid su nombre”. (Salmo 93:5, 100:4)

Cristo es el Arquitecto sobre la casa de Dios (3:3)

A la puerta de esta casa estuvo Jacob, quien al ver la imponencia y santidad de la casa “tuvo miedo” (Génesis 28:17). Jacob se consideró indigno de encontrarse en ese lugar, pero Dios mostró su gracia para él. En cuanto al reino del Señor, Dios prometió a David hacerle casa firme. Esto en cuanto a la descendencia según la carne; la única condición era la obediencia. La promesa tiene su cumplimiento en el Señor que fue obediente hasta la muerte, y en el establecimiento de su reino “serán benditas en Él todas las naciones”.

La iglesia del Señor es comparada a un edificio que va creciendo. Por esta casa, dijo el Señor: “El celo de tu casa me consume”. (Efesios 2:20 al 22, Juan 2:17) Pablo, como maestro de obras, recibió directamente del Señor los planos para echar el fundamento de esta casa. Considerando Pablo lo que cuesta esta casa a Dios, encarga a Timoteo: “Para que, si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios vivo, columna y baluarte de la verdad”. (1 Timoteo 3:15)

Cristo es el Heredero de la casa de Dios. (v. 6)

No solamente de la casa: “a quien constituyó heredero de todo”. (Hebreos 1:2) Son muchos los que quieren heredar, pero sin Cristo. Son muchos los que quieren reinar, pero sin llevar la cruz. Son muchos los que quieren gozar, sin querer sufrir por él. Muchos quieren sentarse en el reino, mientras que aquí están sentados con los escarnecedores dentro del campamento del mundo con sus modas, su sociedad, su política, sus refranes, sus deseos y ambiciones inmorales. Mal agradecidos, imitadores de los labradores malvados que dijeron entre sí: “Este es el heredero, venid, matémosle, y la heredad será nuestra”. (Marcos 12:7,8) A Moisés lo enterró Dios, y ninguno sabe adónde, pero de su Hijo está escrito: “Levántate, oh Dios, juzga la tierra, porque ti heredarás todas las naciones”. (Salmo 82:8)

En Cristo los creyentes vienen a ser la casa de Dios (v. 6)

Leemos “de mi casa y vuestra casa”. (Lucas 19:46, 13:35) La casa judía será desolada hasta que reconozcan al Señor por las cicatrices en sus manos. Entonces vendrán a su restauración. En la iglesia que es la casa de Dios y templo de Dios (1 Timoteo 3:15, 1 Corintios 3:16) desde el principio se han metido ladrones, lobos rapaces, asalariados, simonitas; eso no prueba que los creyentes no sean la casa de Dios, pues, el Señor permite lo falso para probar lo verdadero. Ya se acerca el día de la gran separación del trigo y de la paja; de los que sirven a Dios, y los que no le sirven”. (Lucas 3:17, Malaquías 3:18)

Con Cristo somos participantes de su rechazamiento y de su gloria.

Muchas veces nos cohibimos de hablar de ciertas promesas condicionales. Si el sol afuera es muy fuerte y un árbol de gracia me cede su sombra, ¿será culpable el árbol porque yo me exponga al sol otra vez? Se nos manda a retener con firmeza la confianza, y retenerla hasta el fin. Se trata de una confesión de hechos y verbal. (Hebreos 3:6,14) “Si sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, él también nos negará”. (2 Timoteo 2:12)

Habiéndonos santificado, Cristo nos ha hecho participantes del llamamiento celestial. (3:1)

El sacerdocio antiguo no puede compararse con esta vocación tan noble que nos ha tocado a los elegidos en la gracia. El ministerio levítico se había de terminar; el velo en el rostro de Moisés era un aviso de su fin; pero a la iglesia, la casa de Dios, dice: “Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos”. (2 Timoteo 1:9)

Por Cristo tenemos el Espíritu Santo y la palabra de Dios.

                Recibimos el Espíritu Santo al momento que confesamos a Cristo como nuestro Salvador, el cual forma el templo de nuestro cuerpo. (Efesios 1:13, 1 Corintios 6:19) El Espíritu Santo nos da el don que administramos; nos da gozo diferente al gozo del mundo. Por el Espíritu Santo oramos y recibimos la exhortación de la palabra de Dios necesaria para estimular nuestra conducta, regular nuestro carácter cristiano debidamente sazonado. En fin, porque a nosotros nos ha tocado la dicha de tener constantemente a este Consolador que nos guía a toda verdad. (Juan 16:13)

José Naranjo


CUANDO PERDONAMOS IMITAMOS A DIOS

 


Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; más para Dios todo es posible. (Mateo 19:26)


El Señor Jesús dijo: "[si tu hermano] peca contra ti, háblale en privado y hazle ver su falta" (Mt. 18:15 NTV). Puede que digas: «Él es el que se equivocó. Si quiere que lo perdone, entonces que venga y me lo pida». Pero Jesús dijo: «No, tú ve a él». Independientemente si estás en lo correcto o estás equivocado, como hijo de Dios, debes ir tu primero.

¿No es lo que Dios hizo en el jardín del Edén? Adán y Eva pecaron contra Dios, y la Biblia nos dice que Dios fue quien los buscó: «Adán, ¿dónde estás?»> No fue la voz de un detective; fue la voz de un Dios que nos busca para perdonarnos. De manera que, el están- dar del perdón es bastante elevado.

Pon atención a las siguientes palabras: "Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante” (Ef. 4:31-5:2). ¡Cuándo nos perdonamos unos a otros es cuando más nos parecemos a Dios! ¡Oh, qué sea cierto en nosotros! El cuerpo de Cristo sufre en sus coyunturas porque el pueblo de Dios ha perdido de vista el elevado llamamiento de ser imitadores de Dios, ¡no han aprendido a perdonarse unos a otros! Nuestro Dios percibe un olor agradable cuando perdonamos a alguien, porque nos volvemos más como Él y como su Hijo amado.

Detente ahora y pídele a Dios que te muestre si posees un espíritu no perdonador hacia alguna persona. Entonces, en el poder de su fuerza, llama a aquella persona y pídele perdón. Será imposible si tratas de hacerlo con tus propias fuerzas, pero recuerda: ¡Dios obra lo imposible!

Tim Hadley Sr

MUJERES DE FE DEL NUEVO TESTAMENTO (6)


La Mujer adultera


La fiesta de Tabernáculos terminó y cada uno se fue a su casa. Jesús se fue al monte de los Olivos, tal vez a pasar la noche en oración, y por la mañana fue al templo, donde la gente acudía para oír sus enseñanzas. Algunos de los que oyeron la invitación de Jesús en la fiesta creyeron en Él, pero la mayoría le rechazó y algunos procuraban desacreditar al Maestro divino.

Los escribas (los hombres que escribían la Ley) y los fariseos llegaron, arrastrando a una pobre mujer a quien pusieron en medio de la gente, diciendo: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?” La acusación era correcta porque había evidencia, pero la pregunta obvia era: ¿Dónde estaba el hombre? ¿Por qué no llevaron al hombre también? ¡Con cuánta frecuencia la mujer ha sido culpada y el hombre es dejado libre!

El propósito de ellos aquella mañana era ponerle una trampa al Señor. Le recordaron que Levítico 20.10 y Deuteronomio 22.23-24 dicen que el adúltero debía ser apedreado (aunque por mucho tiempo los líderes judíos no habían ejecutado aquel castigo). Si Él dejaba libre a la mujer le iban a acusar de no obedecer la ley de Moisés. Si decía que debía ser apedreada, iría contra la ley romana y podrían decir que Él era cruel. Jesús se inclinó hacia el suelo y escribió en tierra. Nadie sabe qué decía lo que Él escribió.

                Los judíos insistieron en que contestara, y Jesús pronunció algo que ha sido citado muchas veces: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. El castigo del pecado debía ser ejecutado, pero por alguien que nunca hubiera pecado. Jesús volvió a inclinarse y siguió escribiendo. Al oír lo que Él les dijo, los hombres se fueron retirando, comenzando por los más viejos, todos ellos conscientes de su culpabilidad. En vez de pronunciarse contra la mujer, Cristo condenó a aquellos hombres pecadores.

Después de escribir en tierra la segunda vez, Él se enderezó y vio que todos se habían ido menos la mujer. “¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?”, preguntó Cristo. “Ninguno, Señor”, dijo ella. Entonces Él le dijo: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”. La salvación es un asunto personal entre el pecador y el Salvador.

Jesucristo no estaba aprobando el pecado de ninguna manera. Cuando dijo: “Ni yo te condeno”, Él estaba mostrando su gracia; cuando dijo: “No peques más”, expresó la esperanza de que ella iba a vivir una vida nueva, de obediencia y santidad. El apóstol Pablo escribió en Romanos 10.9: “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”. Dios manda a todos que se arrepientan.

Por Rhoda Cumming


Las últimas palabras de Cristo (9)

 

JUAN 15 (CONTINUACIÓN)


El mundo (Juan 15:18-25)

De manera muy especial el Señor nos ha presentado a la nueva compañía cristiana, desde luego no en su formación o administración (pues la hora no había aún llegado), sino en sus caracteres morales y privilegios espirituales. Es vista como una compañía gobernada por el amor de Cristo y en una unión de amor mutuo entre sus miembros. Con las palabras que vienen a continuación pasa de dar su pensamiento del círculo cristiano del amor a hablar del círculo mundano del odio, advirtiendo a los discípulos del verdadero carácter del mundo que los rodeará y preparándolos ante su persecución.

Si compartimos con Cristo el amor, el gozo y los santos secretos de este círculo íntimo, debemos también prepararnos para compartir con Él el odio y rechazo que el mundo le ha ofrecido. No parece ser que los discípulos tuvieran que disponerse a obtener lo mejor de ambos mundos, como suelen decir los hombres. Tenía que ser o Cristo o el mundo, pero no los dos a la vez. Una compañía que exhibe bajo cualquier forma las gracias de Cristo sería reconocida e identificada con Él, y el odio y la persecución que padeció de parte del mundo serían mostrados también a Su pueblo.

El mundo es un vasto sistema que engloba a toda clase de razas y de clases, así como la falsa religión que se une con las primeras en su aborrecimiento de Dios. El mundo que rodeaba a los discípulos era el mundo corrupto del judaísmo. Hoy en día, el mundo con el que están en contacto los creyentes es el de una cristiandad corrompida, que, aunque cambie su forma externa de siglo en siglo lleva en lo más profundo la marca de la enajenación de Dios y del odio a Cristo.

¿Por qué debería el mundo aborrecer a estos hombres sencillos? ¿Acaso no eran solo una compañía cuyos integrantes se amaban y llevaban una vida ordenada sujetándose a los poderes, sin interferir en su política? ¿No proclamaban las buenas nuevas y realizaban buenas acciones? ¿Por qué se les iba a odiar? El Señor da dos razones. En primer lugar, porque constituían una compañía que Cristo había escogido de entre el mundo, y, en segundo lugar, porque formaban un grupo de personas que confesaban el nombre de Cristo ante el mundo. La primera causa más bien suscitaría el odio del mundo religioso; la segunda, el odio del mundo en general. En todas las épocas no ha existido nunca nada que enfureciera más al hombre religioso que la gracia soberana que, desestimando sus esfuerzos religiosos, se fijara en un grupo de infelices y desahuciados para bendecirlos. La sola mención de la gracia que en tiempos pasados bendijo a una viuda y a un leproso gentiles, soliviantó a los líderes de Nazaret que manifestaron su ira y odio a Cristo. La gracia soberana

que bendice al hijo menor enfurece al hijo mayor.

 

vv. 20-21. Los discípulos reciben la advertencia de que este odio se manifestará en persecución: «Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán». Esta expresión activa del odio está relacionada directamente con la confesión del nombre de Cristo, ya que el Señor dice: «Todo esto os harán por causa de mi nombre». La persecución, ya sea a Cristo o a sus discípulos, era la prueba de que no conocían a Aquel que envió a Cristo: el Padre.

 

vv. 22-25. Sin embargo, no hay pretexto que valga para ignorarlo. Las palabras del Señor y sus obras dejaron al mundo sin excusa para el odio o la ignorancia. Si Cristo no hubiera venido y hubiera hablado al mundo palabras como nadie antes habló jamás, y si no hubiera hecho entre ellos las obras que ningún otro hombre había hecho no habrían podido ser imputados con el pecado de enemistad deliberada contra Cristo y el Padre. Habrían continuado siendo criaturas caídas, y con este hecho apenas se hubiera podido demostrar que eran criaturas egoístas, aborrecedoras de Dios. Pero ahora no había posibilidad de encubrir su pecado. Era imposible ocultar el hecho de la culpabilidad del mundo, porque a la vista estaba. Con sus palabras y obras, Cristo había revelado plenamente todo el corazón del Padre, lo que provocó que el hombre le aborreciera. El mundo, como tal, fue dejado sin esperanza al aborrecer sin causa a Cristo, según rezaba su propia ley. De manera que el odio del mundo no puede considerarse más ignorancia, sino pecado. Un odio sin fundamento. Como cristianos, en ocasiones podemos darle al mundo razones para que nos odie, pero en Cristo no había ningún motivo. Hay en realidad una causa para el odio, que no se fundamenta en Aquel que es odiado, sino en los corazones de quienes sienten odio.

H. Smith


Guardia, ¿qué de la noche?

 

Guarda, ¿qué de la noche? El guarda respondió: La mañana viene, y después la noche. Isaías 21.11,12


En tiempos antiguos, mucho antes de la invención del reloj, los guardas de las ciudades patrullaban las calles durante las horas de la noche. De esto se habla en Cantares 3.3, por ejemplo. Los guardas eran personas que podían informar las familias en sus casas cómo avanzaba la noche. Ellos se fijaban en la luna y las estrellas y podían decir con certeza cuál era la hora o vigilia.

Entre el pueblo de Dios hay ahora los que están vigilando la grey de Dios y con la mira en las cosas de arriba ellos tienen conocimiento de los tiempos. El apóstol Pablo pudo decir: “Conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño ... la noche está avanzada, y se acerca el día”, Romanos 13.11,12.

En la escena que describe el profeta Isaías, parece que desde su cama alguna persona está pendiente de la hora de levantarse, tal vez por algún viaje que tiene por delante. Cuando oye pasar el guarda enfrente de su puerta, le llama diciendo, “Guarda, ¿qué de la noche?” Viene la contesta: “La mañana viene”. Quiere decir que es hora de levantarse.

En su tiempo el patriarca Enoc era guarda fiel. Su andar y comunión íntima con Dios le indujo a denunciar la impiedad de los hombres y a la vez advertir que, “El Señor vino con sus santas decenas de millares para hacer juicio contra todos”, Judas 14,15. En otra época hubo doscientos principales de Isacar, entendidos en los tiempos y que sabían lo que Israel debía hacer, “cuyo dicho seguían todos sus hermanos”, 1 Crónicas 12.32. El empeño de estos varones era asegurar el reino para David.

Nuestro Señor Jesucristo, como David en Ziclag y Hebrón, es rechazado actualmente por la mayoría, pero Dios tiene a los que están empeñados en lograr el ensalzamiento de aquel que es el verdadero rey. Ellos tienen entendimiento de las Sagradas Escrituras que nos indican que la venida del Señor se acerca. Los de Isacar daban su consejo a la luz de lo que iba a suceder, y en nuestros tiempos conviene obedecer a nuestros pastores, porque ellos velan por nuestras almas.

Pero el guarda en Isaías tenía algo más que decir: “Después de la noche”. Cuando venga nuestro Señor los santos serán trasladados a su glorioso hogar donde no habrá más noche. Cristo, el lucero de la mañana, introducirá los suyos a un día eterno. Después vendrá una noche para este pobre mundo.

No habrá más luz del Evangelio, sino que las potestades de las tinieblas reinarán siete años por lo menos. Cristo dijo, “Me es necesario hacer las obras del que me envió entre tanto que el día dura. La noche viene cuando nadie puede trabajar”, Juan 9.4. El siempre procuraba redimir el tiempo, y antes que fuese a la cruz pudo decir en oración, “Padre ... he acabado la obra que me diste que hiciese”. Por su parte, Pablo dijo al fin de su vida, “He acabado la carrera, he guardado la fe”.

Con la venida del Señor nuestro día de servicio en la tierra terminará. Por esto hacemos bien en imitar el ejemplo del Señor, no desperdiciando el tiempo y las oportunidades que se nos presentan. Un piadoso siervo de Dios de otra época tenía tanto empeño por emplear bien el tiempo que mandó grabar en su reloj la leyenda: “La noche viene”. Al averiguar la hora del día, él se acordaba que su responsabilidad era de usar bien el tiempo.

Hermanos, el tiempo es corto; la venida del Señor se acerca. Si queremos que nuestros hijos nos acompañen cuando El venga, o si queremos tener algún fruto para ofrecerle en aquel día, debemos emplear el tiempo bien y para su gloria. No debemos ser como aquél de quien su amo tuvo que decir: “Siervo malo y negligente ... quitadle, pues, el talento y dadlo al que tiene diez talentos”.

Santiago Saword