domingo, 15 de diciembre de 2024

La unción con Aceite

 


«¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor; y la oración de fe salvará al enfermo; y si hubiese cometido pecados, le serán perdonados» (Santiago 5:14- 15)

Muchas veces los enfermos rescatados del Señor se han cuestionado el tema de este pasaje y se han preguntado si no deberían hacerse ungir con aceite, esperando así ser librados de sus sufrimientos. Otros lo han hecho y no han recibido ningún alivio. ¿Por qué?

La cosa es bien simple si nos recordamos que esta epístola, la de Santiago no está dirigida a la Iglesia cristiana, sino más bien a las doce tribus de Israel. Es por esto que encontramos la sinagoga y otras cosas que parecen extrañas si no tomamos el cuidado del primer versículo de esta epístola; cosas que pueden ser sencillas si nos colocamos, por el pensamiento, en el terreno del pueblo terrenal de Dios. La unción con aceite era algo frecuente en las ordenanzas del antiguo pacto. Se ungía a aquel que debía subir al trono; se ungía también a los sacerdotes cuando entraban en sus funciones; el tabernáculo y todos los utensilios debían ser ungidos con aceite de la santa unción, etc. Esta función prefiguraba (o simbolizaba) la venida del Espíritu Santo que, más tarde, debía habitar en los creyentes y en la Iglesia (o Asamblea de creyentes), que es la casa de Dios. De ningún modo estamos sorprendidos al encontrar esta unción con aceite en los versículos que nos ocupan. Aquí, tiene que ver con un pueblo terrenal que se movía en medio de las sombras de las cosas celestiales. Ahora que tenemos la plena realidad de esas cosas, no tenemos que ver con lo que eran las sombras, las figuras (Hebreos 8:5), y esto más aún, en lo que concierne a la Iglesia, no vemos ninguna ordenanza de esta índole.

Luego, ungir a un enfermo, es volverse a colocar en un terreno donde nada ha sido conducido en perfección y en la cual el creyente ha sido libertado para siempre por la gracia de Dios. Podemos también agregar que nunca un hijo de Dios fiel desearía arrogarse el título de anciano desde que la autoridad apostólica, que solo tenía el derecho de nombrar, no estuviera más allí para hacerlo. Desear usurpar este título denotaría una fuerte dosis de pretensión de parte de aquel que lo hiciera.

¿No hay nada que hacer con respecto a los enfermos que están entre nosotros? Ciertamente, la oración de fe tiene siempre el poder y su eficacia en todos los tiempos y en todas las dispensaciones. Puede suceder que un enfermo estuviera bajo el golpe de una disciplina particular de parte del Señor a causa de algún pecado que no ha sido juzgado. ¿Qué hacer en tales circunstancias? Confesarlo. El asunto es muy simple y verdadero en todos los tiempos (Ver Salmo 32). Sucede también a menudo que la enfermedad está permitida por el Señor para probar la fe de aquel que la padece y de aquellos que están en contacto con él. Epafrodito había estado enfermo y muy cerca de la muerte realizando el precioso servicio que le había sido confiado por lo filipenses a favor del apóstol Pablo (Filipenses 2:25). Nadie desearía pensar que esta enfermedad era la consecuencia de sus pecados, como tampoco las frecuentes indisposiciones del fiel Timoteo (1ª Timoteo 5:23). El Señor se servía entonces de estas enfermedades para el bien de aquellos que estaban aquejados y para la prueba de su fe, así que para aquellos que se beneficiaban son su fiel servicio.

Hoy día es lo mismo. Tenemos necesidad de sabiduría en todo tiempo. Cuidemos de guardar las enseñanzas de la Palabra de nuestro Dios, con el fin de no dejarnos desorientar en nuestro andar. A menudo se ha hundido en grandes aflicciones a almas fieles, ignorantes puede ser, y que están padeciendo enfermedad, u otras cosas penosas, volviéndose a sí mismas en lugar de volver sus miradas a Aquel que es el Pastor fiel de su rebaño querido. En lugar de encontrar amigos que venían a reconfortarlo, ellos encontraban, como Job, consoladores falsos que venían a agobiarlo ocupándose de ellos mismo, en lugar de hablar de Aquel que solo podía gozar su corazón en lo profundo de la prueba.

Traducido de "El Mensajero Evangélico año 1944 (bliblecentre.org)

La Nueva Creación (2 Co 5:13-21)


Es una bendición ver en este capítulo como el pensamiento de “Dios” se revela en la Nueva Creación. En este aspecto el hombre se pierde por sus pecados y responsabilidad- muertos en ellos. El juicio del primer Adán es completo. Lo viejo se ha ido completamente. Es una nueva creación ahora, y, en esta nueva creación, yo encuentro a Dios en vez de al hombre. Incluso Cristo mismo, conocido en la carne, no es más conocido en esa forma. Cierto, Él fue, cuando estuvo aquí en la tierra, la esperanza y expectativa de la fe viniendo al mundo. Pero el apóstol solo lo conoce ahora habiendo muerto por todos y glorificado, todo bajo muerte. Ya sea judío o Gentil, y Cristo no es más conocido en la carne- esto es como viniendo por la esperanza de los hombres- pero Cabeza de una nueva creación, donde todas las cosas son de Dios, y en la cual nosotros hemos sido hechos en El los rectos de Dios.

Dios se ha manifestado en el segundo Hombre, buscó reconciliación en Su muerte, y ahora nosotros somos los rectos de Dios en El. En la primera creación, vemos al hombre y su responsabilidad. En la nueva creación todas las cosas son de Dios, y el hombre es reconciliado por Jesucristo en El. Nosotros queremos tener el poder de esto en nuestras almas para vivir como si perteneciéremos a la nueva creación, como reconciliados por Dios para El, todo lo que pertenecía a la vieja creación se ha ido para siempre con la fe- “las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. Vemos como el apóstol caminó en el poder de esto en el verso 13: “Porque” él dice, “si estamos locos, es para Dios; y si somos cuerdos, es para vosotros”. Es decir, si el estuviera más allá de las influencias de pertenecer a él como hombre, no fue una agitación que pertenecía a estas influencias, eso fue porque él era absorto en Dios. Esto es lo que llamamos éxtasis. Cuando su espíritu fue libre de levantarse delante del presente servicio en el que él estaba en Cristo, él estaba perdido en Dios, llevado más allá de sí mismo. Si el estuviera sobrio, si el tuviera que pesar las dificultades llegar dentro de la sobria estimación de lo que estaba delante de el- fue Dios trabajando en amor en él. Su pensamiento era totalmente para otros en ese amor. Esta era su vida diaria; como si el fuera transportado con Dios; cuando él pensaba en cosas de aquí abajo en la tierra, todos sus pensamientos eran para otros. Era el amor de Dios que lo movía, y el miraba alrededor de todo en conexión con la muerte de Cristo. Ya no era más un Mesías vivo en la carne con promesas para Israel. Todo esto había acabado. Cristo había muerto, y el juzgó que Cristo no habría ido a muerte, si el hombre no hubiera estado allí. Toda la historia de la raza de Adán está ligada a la muerte. Si todos ellos no hubieran estado muertos, Cristo no habría muerto; ¿por qué ir allí abajo si otros no estaban allí? Y, por tanto, aquellos entre los cuales ellos vivían, no estaban para vivir para ellos ahora, sino para Cristo, Quien murió por ellos y se levantó nuevamente. De esta manera, si el conocía a un hombre no convertido, el no pensaría en el cómo un viejo conocido, lo conocería como tal. Él lo miraría como alguien que murió, y necesitaba ser salvado a través de la muerte de Cristo. O si la persona fuera un cristiano, sería lo mismo. Él no lo conocería en la carne según una vieja amistad con él; él lo miraría como alguien vivo en Cristo, y su único pensamiento sería que Cristo podía ser glorificado en él. Incluso Cristo mismo no debía ser conocido más en conexión con esta creación. Él había muerto a ella, y si algún hombre está en Cristo, él es de la nueva creación, donde las cosas viejas pasaron, y todas las cosas se han hecho nuevas, y todas las cosas son de Dios. El hombre es mirado como muerto, y Dios trae una nueva creación. Nosotros tenemos el mismo aspecto de verdad, cuando en el versículo 19 el habla de la venida de Cristo en la carne. No es planteado como promesas cumplidas para Israel, sino Dios revelándose a sí mismo en gracia a el mundo. “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados”. Éste fue el aspecto de la primera venida de Cristo, en la cual el apóstol pensó en El. Sabemos que El vino a los suyos, y fue un ministro de la circuncisión por la verdad de Dios para confirmar las promesas hechas a los padres.

J.N. Darby

¡ALELUYA! ...¿?

   


 “Según el Nuevo Testamento, ¿cuántas veces resuena el ALELUYA sobre la Tierra?”  Esta pregunta la hizo un predicador amigo, a un hermano que con impertinencia interrumpía sus prédicas voceando de voz en cuello “¡Aleeeluuuya!” en los momentos más inoportunos durante el sermón.

 “¿Qué cuántas veces resuena el aleluya en la tierra?” “Pues... muchas, muchas veces”, respondió el hermano. “Pues vea”, le dijo el predicador: “Aleluya no resuena en la tierra ni una sola vez en el Nuevo Testamento. Resuena solo en el cielo y esto únicamente en un solo capítulo del último libro de la Biblia”.

     Pese a ese limitado uso, aquí en la tierra escuchamos el Aleluyeo en cantidades astronómicas. Algunos lo usan superficialmente como si se tratara de un estribillo o de un refrán. Otros para hacer demostraciones de espiritualidad. Predicadores hay que cuando se les acaba la gasolina apelan al Aleluya como relleno para tomar impulso; como una pausa de punto y coma en lo que se les va ocurriendo más palabrerío para proseguir. Hay quienes lanzan aleluyas repetidamente, fuertemente, atronadoramente, como si fueran saetas incendiarias. Las envían para incitar emotivamente a los oyentes. En turno, éstos se las devuelven con estrepitosas andanadas como si se tratase de un ametrallamiento entre dos bandos. La gritería sube tanto de volumen y de color que es capaz de intimidar al más bravucón do de ensordecer a cualquiera.

    El modelo de predicadores, Jesucristo, pronunció su sin igual Sermón del Monte de los capítulos 5, 6 y 7 de Mateo sin usar el recurso de los Aleluyas ni una sola vez. Los Aleluyas estuvieron ausentes de su brillante Sermón del Monte Olivar del capítulo 24. Lo mismo hizo su fogoso discípulo Pedro cuando le tocó predicar el histórico sermón del día de Pentecostés y su productivo mensaje en la casa del centurión Cornelio. Notamos la ausencia de los Aleluyas en el sermón de San Pablo a los filósofos sobre el Areópago ateniense y en sus discursos de defensa frente a los gobernadores Félix y Porcio Festo y ante los reyes Agripa y Berenice. Los predicadores contemporáneos más destacados, sustanciosos y fructíferos, tampoco incluyen los Aleluyas en sus mensajes.

    Con amargo espíritu de juicio hay quienes se permiten clasificar de “fríos” los cultos donde el Aleluya brilla por su ausencia. Para ellos la temperatura de un culto se mide A l e l u y a m e n t e. Aún los creyentes individualmente son enjuiciados de “fríos” o absueltos como “calientes” dependiendo del número y del volumen con que truenen sus A l e l u y a s en el culto. Esta desafortunada consigna arroja resultados negativos. Promueve entre los nuevos convertidos un aceleramiento desproporcionado por aprender rápido lo que ellos perciben ser las leyes del juego y el carnet de pase a la aceptación. ¿Resultado? que muy pronto se les ve en el pleno descargue de Aleluyas al por mayor y detalle.

    Este estado de cosas es por demás triste, deprimente e innecesario. Se hace intolerable al que llega a discernir que se puede llegar a este y a cualquier otro aspaviento sin tener raíz, ni profundidad en la vida espiritual. Cualquiera puede hacer esto. No es tan difícil condicionar la emoción, ni descargarla por el tubo de la rutina.

     Resulta contraproducente cuando en medio de un sermón en el que el predicador dice “si no te arrepientes irás al infierno”, la gritería responda: “¡Amén! ¡Aleluya!” como si dijera: “¡Qué bueno que ese va para el infierno!  ¡Así sea alabado Dios por ello!”  A veces el orador narra con destreza e intensidad emocional una volcadura de automóvil en la que pierden la vida sus ocupantes. Ilustraciones de esta naturaleza suponen evocar en el auditorio un profundo sentimiento de pena, de identificación con la desdicha de los accidentados, pero... ¿cómo se responde? “¡Aleluya, gloria a Dios!”

     Quede claro que no estamos inculpando a los que Aleluyan como quienes hacen estas ina-propiadas intervenciones con intenciones de producir efectos negativos. Eso nunca. Todo lo que este asunto demuestra es que se puede ser víctima de psicosis, y que ésta puede estar barrenada tan hondamente, que ésta apriete el gatillo inconscientemente. Una vez sale este disparo, ya no se le puede hacer regresar. Pero es el caso que el uso inoportuno, inapropiado, indiscriminado de esta significativa palabra de alabanza, además de ser absurdo, deja impresiones muy desfavorables en el ánimo de las gentes. El sabio Salomón en Proverbios 25.11 exhorta: “Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene”. Las palabras dichas con sazón en el tiempo adecuado son como la combinación de estos dos metales preciosos cuando se confecciona un ornamento. Son palabras sobre ruedas que se mueven, ensanchan su benéfica influencia, y no mueren. El proverbista subraya en su libro de que bajo el sol hay tiempo oportuno para todo. Esta filosofía debía servir como una saludable lección. San Pablo por su parte anima a los cristianos Colosenses a “andar sabiamente para con los de afuera” y para ello les recomienda: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal” [4.5-6].

 ¿QUÉ SIGNIFICA ALELUYA?

 Aleluya es un vocablo hebreo compuesto del verbo Alelu que significa load y el nombre Ya que es una abreviación de Yavéh, Yaué, Yajué o Jehová. El nombre de la Deidad que invoca la palabra Aleluya, hace de ella una palabra de un significado profundo, muy profundo. Tan profundo como la inmensidad del Ser que forma parte de su estructura. Aleluya es tan sublime como el Dios a quien supone va dirigida su alabanza. El nombre de Yavéh que incluye la invocación de este vocablo debe hacernos pensar dos veces antes de ametrallar a mansalva a un auditorio con esta sagrada palabra. Aleluyar sin ninguna consideración, sin ninguna ciencia o discriminación, solo para darnos a conocer como cristianos o quizás solo para ser vistos u oídos, o para producir ruido, o para impresionar a otros de nuestra espiritualidad, para aparentar que “estamos en la cosa” o para “calentar” un culto, nos pone en el riesgo de usar el nombre de Yavéh en vano. Aleluya, repito, significa alabad a Yavéh. Yavéh es Dios, alto, sublimado, y su carácter es reverendo o reverenciable.

     Los judíos tenían un concepto tan elevado y un escrúpulo tan profundo en cuanto al uso del Nombre del Inefable, que eran en demasía puntillosos observando la prohibición del tercer mandamiento de la ley de Dios. Este mandamiento dice: “No tomarás el nombre de Yavéh tu Dios en vano; porque no dará por inocente Yavéh al que tomare su nombre en vano” [Éx. 20.7]. Poseídos de un profundo sentimiento de reverencia al Nombre de Yavéh, los judíos se abstenían de pronunciar este nombre y preferían substituirlo con otras designaciones como Adonai o Elohim. Al transcribir las Sagradas Escrituras cuando estas contenían el nombre Yavéh, los escribas pausaban y se lavaban mucho las manos antes de transcribir el nombre de la Deidad.

     La única porción del Nuevo Testamento que contiene la palabra Aleluya en el capítulo 19 de Apocalipsis. En sus primeros seis versos encontramos una gran multitud en el cielo que la trae a colación cuatro veces. La primera vez se encuentra en el verso uno y dice: “Después de esto oí una gran voz de gran multitud en el cielo, que decía: ¡Aleluya!  Salvación y honor y gloria y poder son del Señor Dios nuestro”. Como bien señaló el finado predicador canadiense, Boyd Nicholson, este es el Aleluya de redención o de salvación si se quiere. Lo entonan con regocijo los redimidos por la sangre del Cordero que ahora moran en la casa celestial.

     La segunda vez se halla en el verso tres donde se lee: “Otra vez dijeron: ¡Aleluya! Y el humo de ella sube por los siglos de los siglos”. Este es el Aleluya de retribución o de juicio sobre la gran ramera que ha corrompido a la tierra con su fornicación, vengando la sangre de sus siervos de la mano de ella.

     La tercera mención de la palabra se hace en el verso 4 y éste dice: “Y los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron en tierra y adoraron a Dios, que estaba sentado en el trono, y decían: ¡Amén! ¡Aleluya!”  Este es el Aleluya de adoración que entonan los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes que se postran ante el trono de Yavéh - Yavéh - para adorarlo.

     La cuarta y última mención de Aleluya la hace el verso 6 en estos términos: “Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!”  Este es el Aleluya de subordinación a la majestad, al señorío, al reinado del Señor Dios Todopoderoso.

     Aleluya, amigo nuestro, es una palabra para el uso exclusivo de los redimidos, de los que conocen al Señor, le aman, y le reverencian. Si usted lee este tratado ahora y todavía no ha sido redimido de sus pecados por la sangre preciosísima de Jesucristo, quiero invitarle a arrodillarse en cuerpo, y a inclinarse en espíritu ante la majestad de Dios, y allí, arrepentido de sus pecados, pídale a Él que lo perdone y lo reciba en su familia. La Biblia nos asegura que a los que reciben al Hijo de Dios como Salvador, Él los hace hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Acepte a Jesucristo hoy y aprenda en la sinceridad y en la profundidad de su corazón a decirle: ¡ALELU - YA!

 Mariano González V.

En esto Pensad

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MUJERES DE FE DEL NUEVO TESTAMENTO (9)

 

Juana

 “Id pronto y decid... que ha resucitado”. (Mateo 28.7)

La historia está en Lucas 8.1-3, 23.49, 55-56 y 24.1-12.


El nombre de esta noble mujer Juana aparece solamente dos veces en la Biblia, ambas en el libro de Lucas. Ella era una de aquellas mujeres a quienes Jesús había sanado de sus enfermedades y del poder de demonios. Estas mujeres, tan agradecidas, le acompañaban y de sus propios recursos le servían alimento y alojamiento cuando Él predicaba en todas las aldeas y ciudades de Galilea, y le acompañaron en su último trayecto a Jerusalén antes de su muerte.

Juana era la esposa de Chuza, un administrador bajo Herodes Antipas, enemigo de Jesús (Lucas 13.31). Considerando el puesto que tenía con el llamado “rey Herodes”, pensamos que quizás él no estaba muy de acuerdo con el hecho de que su esposa acompañara al Señor, pero el escritor Lucas no comenta sobre esto.

Juana y otras mujeres lo siguieron desde Galilea hasta Jerusalén y contemplaron la horrorosa escena de la crucifixión. Con cuánta angustia vieron a su amado Salvador sufriendo las agonías de la cruz.

Aquellas devotas mujeres prepararon especias y ungüentos para embalsamar el cuerpo. Esperaron hasta que pasara el sábado y fueron temprano el domingo por la mañana a la tumba, donde hallaron removida la piedra del sepulcro. Al entrar, cuál habrá sido su asombro al ver que el cuerpo no estaba allí. Dos ángeles se pararon cerca de ellas y les dijeron que Cristo había resucitado. Entonces las mujeres se acordaron de que Jesús les había dicho que iba resucitar, y con gran gozo fueron a darles a los discípulos las nuevas de su resurrección.

Pensamos en el valor de Juana, una mujer que sirvió a Jesús con sus bienes, vio su muerte en la cruz, fue al lugar de su sepultura y luego dio las noticias de su resurrección a sus discípulos. La causa de Cristo debe mucho a mujeres que han mostrado valentía al proclamar las buenas nuevas del evangelio, siguiendo el ejemplo de Juana y las otras mujeres valientes que anunciaron que Cristo había resucitado

LOS DOCE HOMBRES DE PABLO (5)

 


El "Primer Hombre" y el "Segundo Hombre" (continuación)


EL SEGUNDO HOMBRE

El Señor es el "segundo Hombre" y el "Postrer Adán". Como "segundo Hombre", Su

humanidad fue de un origen totalmente nuevo al ser concebido por el Espíritu Santo a través de una virgen. ("El ángel le respondió y le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también lo santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios". Lucas 1: 35 - RV1977). Hubo una unión de las naturalezas divina y humana (pero sin pecado) que formó este nuevo orden de humanidad que es visto en Cristo. Cuando el Señor resucitó de entre los muertos llegó

a ser la Cabeza de la nueva raza de hombres como el "Postrer Adán". Esta raza se caracteriza por lo que es "espiritual" más que por lo que es "natural". Ella es:

·         Celestial en cuanto a origen (1ª Corintios 15: 47).

·         Celestial en cuanto a carácter (v. 48).

·         Celestial en cuanto a destino (v. 49).

El Señor no trajo Su humanidad desde el cielo cuando Él vino a este mundo; Él era el que era "del cielo" — es decir, Él era una Persona celestial. Nótese también que el versículo 48 dice que también nosotros somos "celestiales". Estamos esperando que nuestros cuerpos traigan la imagen del celestial cuando el Señor venga (versículo 49), pero no tenemos que esperar para ser celestiales, — somos criaturas celestiales ahora. (Versículo 48). Como parte de esta nueva raza celestial nosotros debemos valorar todo lo que lleva su sello y cultivar esas gracias y cualidades celestiales en nuestras vidas y en la asamblea.

 

Algunas consideraciones prácticas

Puesto que somos parte de esta raza celestial de nueva creación que ha sustituido a la primera raza bajo Adán, nosotros debemos andar como tales. Siendo criaturas celestiales necesitamos tener cuidado de no introducir nada del primer orden de hombre en la esfera del nuevo. Lo que es del primer hombre no debe interferir en las cosas divinas. Pensar meramente en líneas terrenales y naturales es andar por debajo de lo que somos como seres celestiales. Las gracias naturales, el intelecto humano, el sentimiento humano, etc. no son malos, pero estas cosas emanan del primer hombre y no tienen lugar alguno en la asamblea. La intromisión de estas cosas naturales era un problema en la asamblea Corintia. De hecho, en este mismo capítulo (1ª Corintios 15), Pablo estuvo tratando con esto. Los corintios, con su intelecto humano, estaban tratando de entender "cómo" resucitan los muertos (versículo 35). Puesto que no podían entenderlo algunos de ellos no creían que hubiera una resurrección de los muertos.

Nosotros podemos aplicar el intelecto y la razón humanos en las cosas de Dios y seguramente ello nos llevará al error. ¿Acaso no nos hemos sentado en reuniones de cuidado de la asamblea y hemos oído ideas y opiniones humanas, por muy bien intencionadas que ellas sean? Tales intromisiones no deben ser utilizadas en el ámbito espiritual donde la Palabra de Dios debe ser nuestra única guía.

Introducir música en la adoración a Dios en una asamblea cristiana sería una intrusión del "primer hombre" en las cosas de Dios. La habilidad humana para interpretar música hermosa es algo que es natural. Es aceptable en su lugar, pero no pertenece al ámbito de las cosas espirituales en la asamblea. Por otra parte, expresarse con soberbia y vanagloria es una característica del "viejo hombre" y ciertamente tampoco tiene lugar en la asamblea.

Los sentimientos humanos y las emociones humanas que emanan del primer hombre pueden afectar nuestras acciones en la asamblea y llevarnos a oponernos a la Palabra de Dios. Un ejemplo sería alguien abrazando afectuosamente a una persona que ha sido excomulgada por algún mal (con quien la Escritura dice que no debemos tener comunión) porque ellos sienten lástima por esa persona.

Además, lo que es decente y respetable en el "primer hombre" puede ser aceptado y se le puede dar un lugar en la asamblea. Existe una tendencia a valorar a un hermano que tiene encanto natural, gracia y poderes intelectuales en lugar de valorarlo por sus cualidades espirituales.

B. ANSTEY


El Reinado del Vértigo

 La velocidad, la impaciencia, el ritmo alocado y vertiginoso, son las características que predominan en nuestros días. Observamos asombrados la cantidad de accidentes automovilísticos que se Producen a diario, especialmente en los caminos ruteros. Todos quieren pasar adelante, llegar pronto a destino. Muchos no llegan, pues les sorprende la muerte o quedan físicamente disminuidos. A veces se justifica, como excepción, un viaje urgente por enfermedad u otro motivo poderoso. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones priva la inconsciencia y la irreflexión y no sirven de advertencia y escarmiento tantos sucesos dolorosos. Ante tales hechos, se cae en la encrucijada de no saber si corresponde aplaudir o censurar los adelantos técnicos de la industria automotriz, que ha alcanzado niveles tan elevados en cuanto a velocidad. Claro que todo corre paralelo a esta época espacial, en que el hombre ha llegado a la Luna y los aviones supersónicos acortan distancias en tiempos inverosímiles.

El hombre sin Dios vive obsesionado e intranquilo: quiere "ganarle la delantera" a la vida y, en contraposición, suele encontrar la muerte y la perdición. Aunque se supone que sabe a dónde quiere ir, pretende llegar demasiado aprisa, a veces con sus sentidos físicos embotados. Y espiritualmente hablando, corre la carrera de la vida vertiginosamente, con sus sentidos adormecidos, aletargados, y lo que es más grave, sin una meta definida.

El llamado de atención de Dios es: "Paraos en los caminos, y Mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cual sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma" (Jerem. 6:16). Y nuestra reflexión desea profundizar en esta pregunta: nosotros, los creyentes en el Señor, ¿no solemos caer en este ritmo violento de la vida moderna? No solamente con respecto a la conducción de nuestros vehículos automotores —con los que a veces cometemos excesos con riesgo de nuestra integridad física y la de nuestros semejantes —sino también en nuestro sistema de vida, que no siempre sometemos a la conducción sabia y segura de nuestro Padre Celestial, que debe ser el Dueño y contralor de nuestras acciones.

Nos apuramos, estamos impacientes por alcanzar las metas que nos hemos propuesto. No estamos dispuestos a esperar la respuesta del Señor y obramos por nuestra cuenta.  ¡Y cuántas veces no consultamos la voluntad divina en hechos trascendentes de nuestra vida!

Dice la Palabra de Dios: . . . ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes... sino que TIEMPO y OCASION acontece a todos" (Eccl. 9:1 1). Es un lamentable error nuestro pretender adelantarnos a los propósitos de Dios. Todo llegará a cada uno en su tiempo y oportunidad.

Si algún peligro nos acecha, si
la carne se quiere revelar, oímos al Señor que nos dice: "No habrá para que vosotros peleéis en este TROS CORAZONES: PORQUE LA caso: paraos, estad quedos, y ved VENIDA DEL SEÑOR SE ACERCA" la salud de Jehová con vosotros. . . no temáis ni desmayéis… " (2 Crón. 20:17).

Y en el Salmo 37, dice el Señor por medio del rey David: "No te impacientes. . . Espera en Jehová y haz bien. espera en y él hará. . . Calla a Jehová, y espera en él: No te alteres. . . Déjate de la ira y depón el enojo: No te excites en manera alguna a hacer lo malo".

"PUES, HERMANOS, TENED PACIENCIA HASTA LA VENIDA DEL SEÑOR... CONFIRMAD VUESTROS CPRAZONES: PORQUE LA VENIDA DEL SEÑOR SE ACERCA” (Sgo. 5:7,8).

                S. J. Alonso, Sana Doctrina, 1971


Santidad Progresiva (1 Tesalonicenses 4)

 Los tesalonicenses dieron pruebas indiscutibles de una verdadera conversión; la persecución contra ellos fue agresiva y contundente.

En 1 Tesalonicenses 4:13-18 parece que algunos habían muerto por su fe en Cristo y Pablo consuela a los vivos con la esperanza de la venida del Señor para levantar primero a los que han muerto en El y por El. En 2 Tesalonicenses capítulo 1 estaban soportando sus tribulaciones con tanta paciencia y fe que los apóstoles estaban maravillados. Era grande la hostilidad de parte de sus propios conterráneos; abundaban en la seguridad de su salvación que nada les amilanaba.

El evangelio fue extendido por ellos en aquellas regiones, de modo que ya no había a quién predicarle. El diablo quiso apagar en ellos el fuego del amor, atizando el fuego de la maldad y de la sevicia, pero no lo consiguió, porque los tesalonicenses estaban unidos de tal manera que el apóstol Pablo no tuvo que escribirle respecto a esto: “Mas acerca de la caridad fraterna, no habéis menester que os escriba: porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios que os améis los unos a los otros.” (1 Tesalonicenses 4:9)

Nos causa regocijo nuestra meditación cómo los hermanos tesalonicenses no solamente mostraron la santidad de Dios para con el mundo y sus adversarios (1 Tesalonicenses 1:3), sino que su santidad fue practicada en tres maneras más, muy destacadas.

·   Santificación personal: “Porque la voluntad de Dios es vuestra santificación.” (1 Tesalonicenses 4:3)

El hermano debe tener presente a cada paso que un día atrás en su vida hubo el momento de su consagración al Señor: “Porque sois comprados por precio: glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.” (1 Corintios 6:20)

Es muy fácil mostrar santidad personal cuando estamos delante de nuestros hermanos, pero ser diablos a espaldas de ellos. Esta es la santidad del fariseo. ¿No eran así que estaban haciendo Ophni y Finees? Oficiaban en el tabernáculo y dormían con las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo de testimonio. (1 Samuel 4:4, 2:22) ¿No era así que estaban haciendo algunos de los corintios? Participaban de la mesa del Señor y comunicaban con la mesa de los demonios. (1 Corintios 10:20,21)

Acordémonos que, semejantes al sacerdote antiguo, nuestros oídos, manos y pies fueron consagrados con la sangre preciosa del Cordero para obedecer, para servir y para andar en la senda del Señor.

·   Santificación conyugal: “Que cada uno de vosotros sepa tener su vaso en santificación y honor.”  (1 Tesalonicenses 4:4)

La santificación progresiva de los tesalonicenses llegó al hogar. Algunos evangélicos cambian muy poco de las costumbres que traen del romanismo. Dan ocasión a Satanás por su incontinencia; traen al mundo hijos de la carne, y como resultado muy poca se ve en la familia.

El hogar santificado tiene su principio en el estudio familiar. Entre muchos hogares bíblicos de imitar, están los hijos de Recab, el hogar de Zacarías y Elizabet, el hogar de Loida y Eunice y el hogar de Cornelio. (Jeremías 35, Lucas 1, 2 Timoteo 1.4:5, Hechos 10:1)

·   Santificación fraternal: “Que ninguno oprima ni engañe en nada a su hermano; porque el Señor es vengador de todo esto, como ya os hemos dicho y protestado. Porque no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación.” (1 Tesalonicenses 4:6,7)

La santidad progresiva de los tesalonicenses trascendía a la fraternidad. Con nuestros hermanos debemos ser limpios. “Considerémonos los unos a los otros para provocarnos al amor y a las buenas obras.” (Hebreos 10:24)

Reconocemos que no somos perfectos, y como tales erramos: “A las jovencitas, como hermanas, con toda pureza.” “No comuniques en pecados ajenos.” “No defraudando, antes mostrando toda buena lealtad, para que adornen en toda la doctrina de nuestro Salvador Dios.” (Tito 2:10). “La caridad cubrirá multitud de pecados.”

José Naranjo


Ser lentos para la ira: una cualidad cristiana

 


Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad. Proverbios 16:32


Dios tiene una razón mucho mayor que nadie para estar enojado con la continua desobediencia de innumerables multitudes de la humanidad, sin embargo, él se ha mostrado sorprendentemente lento para la ira. Si su ira se mostrara de acuerdo con su verdad y justicia, seguramente destruiría totalmente al hombre de la faz de la tierra. Él no ignora el gran pecado de la humanidad, sino que es maravillosamente paciente al soportarlo. Sin embargo, llegará el día en que deberá descargar su ira en un juicio imponente y terrible.

Mientras tanto, busca la bendición más pura y vital de sus criaturas. Por precepto y ejemplo, les enseña los principios profundamente importantes que son los atributos mismos de su propia naturaleza. La verdad y la justicia tienen ciertamente su lugar en esta enseñanza, pero la paciencia es igualmente importante y es algo que todos deberíamos apreciar y cultivar profundamente. Puesto que Dios ha sido tan paciente con nosotros, ¿no deberíamos también ser lentos para la ira cuando otros nos someten al trato más injusto?

Lo más importante en esto es la estimación que Dios hace de nuestra lentitud para la ira. Él nos ha dado un espíritu y un alma, y espera que tengamos un control adecuado de cada uno de ellos, al igual que espera que controlemos las acciones de nuestros cuerpos. Cuando somos tratados injustamente por otros, nuestro primer impulso es a menudo responder en defensa propia. Si pienso: «Le haré lo que él me hizo a mí», entonces me hago tan malo como el ofensor. En cambio, cuando alguien actúa o me habla mal, debería darme cuenta de que en realidad se está haciendo más daño a sí mismo que a mí con sus acciones o palabras.

Controlar nuestro temperamento es una conquista mejor que conquistar una ciudad. Que, a nosotros, que conocemos al Señor, se nos conceda la gracia de ser verdaderamente lentos para la ira, pero prontos para escuchar la Palabra de Dios y obedecerla.

L. M. Grant

Las últimas palabras de Cristo (12)

 JUAN 16 (CONTINUACIÓN)


Necesidad de la partida de Cristo Juan 16:5-7

Si los discípulos tenían que ser instruidos en la mente del Señor, se precisaba que Él se fuera y viniera el Consolador. El Señor les reconoció el afecto que le tenían, y Él también compartía con ternura el dolor que llenaba su corazón cuando pensaban que se tenían que separar. Sin embargo, les dice: «Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros». Nuestra incapacidad de reconocer la enorme bendición que esto significa para nosotros y para la gloria de Cristo, no debería rebajar nuestra estima por el don del Espíritu cuando vemos lo mucho que lo valora el Señor. No existe ninguna duda de que la compañía del Señor les fue de mucha bendición en su senda terrenal, ya que pudieron ver sus obras de poder y escuchar sus palabras de amor, contemplar sus excelencias y experimentar su cuidado. Su partida iba a significar una mayor ganancia, porque con la venida del Espíritu los creyentes son guiados a un conocimiento más hondo de Cristo, a una apreciación más abundante de sus excelencias, y sobre todo, a un conocimiento del Hombre exaltado en la gloria.

Conocer por el Espíritu al Cristo glorificado debe ser más dichoso que conocer al Cristo terrenal según la carne, ya que lleva implícita una unión con Él en la resurrección, algo que era imposible que se diera cuando estaba aquí. La unión con el Hombre en el cielo conlleva más bendición que la compañía con el Hombre en la tierra. La ocupación con el dolor inmediato de sentir la pérdida del Señor vedó los ojos de los discípulos a la bendición que Dios tenía preparada para ellos a través del dolor.

Se puede deducir de todo esto un principio de aplicación general. Preocuparnos de nuestras dolorosas circunstancias del presente ocultará de nuestra vista los propósitos que Dios quiere realizar para bendecirnos en el futuro. La preocupación de los discípulos con su dolor ocultó de sus ojos el hecho importante de que, con la partida del Señor, Él se iba para inaugurar el camino a la revelación de todos los infinitos consejos de Dios para la gloria de Cristo y la bendición de su pueblo.

Esto es lo que suele sucedernos: al estar preocupados con las circunstancias dolorosas de nuestro momento pasamos por alto la bendición y la holgura del alma que Dios se ha propuesto darnos guiándonos a través de estas mismas circunstancias, y solemos olvidarnos de aquel versículo: «Cuando estaba en angustia, tú me hiciste ensanchar» (Sal. 4:1).

H. Smith

El cinto de lino de Jeremías

 Este fiel siervo de Dios era sacerdote en Judá, pero Dios le escogió como su profeta desde antes de nacer. Al morir el buen rey Josías a la edad de treinta y nueve años, la nación iba corriendo desenfrenadamente tras los ídolos y el culto abominable de los paganos, hasta que Dios tenía que llevar a cabo la más terrible forma de castigo contra ella. Desde el rey y la reina hasta los sacerdotes y falsos profetas, apostataron. Mediante su siervo Jeremías, Dios procuró con paciencia, ruegos, promesas y amenazas volverlos a los caminos suyos.

Jeremías se llama “el profeta de lágrimas” y es un precioso tipo del Señor Jesucristo, el Varón de dolores experimentado en quebranto. Tuvo un corazón tierno y amable de verdadero pastor, y a la vez un celo inapagable por la gloria de Dios. Como la gente se ponía sorda a los mensajes de Dios, él tuvo que hablarles por medio de parábolas, como hizo también nuestro Señor Jesucristo en el Nuevo Testamento.

Veamos el relato en Jeremías 13 sobre el cinto del profeta.

El pueblo de Dios

“Me dijo Jehová: Ve y cómprate un cinto de lino”. En el versículo 10 vemos que el cinto era como la nación de Judá. Fue comprado, y la nación había sido redimida de la esclavitud de Egipto a precio de la sangre del cordero. Nosotros también hemos sido comprados a precio infinito, y pertenecemos a Cristo de espíritu, alma y cuerpo.

“Cíñelo sobre tus lomos”, indicando así la relación íntima entre Dios y su pueblo, Juan 17.23: “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad”.

El cinto de lino simboliza los privilegios y servicios sacerdotales. Bajo la ley el sacerdocio fue limitado a una sola familia, la de Aarón, pero bajo la gracia todos los redimidos, varones y hembras, somos un sacerdocio santo y real, 1 Pedro 2.5,9.

La contaminación

“No lo metas en agua”. El lino blanco se mancha fácilmente. Recuerdo que en cierta ocasión fui a visitar la casa de un creyente y me pusieron una vieja silla de cuero. Al terminar la visita me levanté para salir cuando un amigo me llamó la atención al hecho que había una mancha grande en el asiento de mi pantalón como también en las espaldas de mi saco. Era de humo y grasa que no se podía quitar fácilmente. Fue preciso regresar a casa y cambiar de flux.

Para estar en la presencia de Dios el sacerdote tenía que lavarse las manos y los pies y estar santificado, o de otro modo moriría. En 1 Corintios 11 el apóstol amonesta a los creyentes en cuanto a la necesidad del examen propio, la confesión y el apartamiento del pecado antes de ir a la Cena del Señor. Algunos de los corintios habían faltado en esto, y por lo tanto “muchos” estaban enfermos y “muchos” habían muerto. Así se ve cuán fatales pueden ser las consecuencias de faltar reverencia y santo temor por las cosas de Dios.

En Juan 13 vemos a nuestro Señor en el aposento alto ocupado en su ministerio sacerdotal, lavando los pies de sus apóstoles y dejándoles un ejemplo del amor hermanable puesto en práctica mutuamente en cuanto al estado espiritual los unos con los otros.

“Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”, Gálatas 6.11.

El alejamiento

Jeremías tuvo que emprender un viaje muy largo desde Jerusalén hasta el río Éufrates, para meter el cinto en la hendidura de una peña. Después de muchos días tuvo que regresar al sitio donde estaba escondido el cinto, y “he aquí, el cinto se había podrido; para ninguna cosa era bueno”.

Judá estaba lejos en corazón de su Dios y “encuevado como una lapa” en su rebelión y soberbia. Había dejado de servir al Dios verdadero y estaba metido en tierra (el mundo); se había podrido y “para ninguna cosa era buena”. ¡Qué cuadro solemne de lo que puede suceder con el creyente que va alejándose de corazón de los caminos del Señor, hasta que se encuentra hundido en el mundo, com-pletamente inutilizado para Dios, podrido por su soberbia y listo solamente para ser botado!

¿Es posible que un creyente verdadero puede llegar a tal extremo, por el descuido y por resistir la voz del Señor cuando le llama al arrepentimiento y la restauración? Sí, es posible. Tenemos los casos de Lot (encuevado, por cierto), Sansón, Salomón, Demas y “algunos” de 1 Timoteo 1.19 que naufragaron en cuanto a la fe.

El ministerio especial de Jeremías fue para volver al pueblo de Judá de su camino de perdición y efectuar en ellos una verdadera restauración de corazón a su Dios. Gracias al Señor, que después de setenta años en Babilonia, un remanente de fieles subió con Esdras, Nehemías y Zorobabel, ¡pero ay de aquellos que nunca regresaron!

El remanente

Dios tiene siempre su remanente. Aun cuando Elías creía que era el único que había quedado fiel, y él mismo se metió en una cueva por temor y desanimación, Dios le informó que Él tenía siete mil hombres cuyas rodillas no se doblaron ante el ídolo Baal; 1 Reyes 19.18.

Queridos hermanos, no hay que desanimarse, aunque la mayoría se haya apartado de su primer amor. Dios siempre tendrá su remanente fiel. Cristo pudo decir a la iglesia de Filadelfia: “Tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre”. Lo que agrada al Señor es la calidad antes de la cantidad. No debemos descuidar nuestra condición espiritual sino llevar siempre un testimonio sin mancha delante de Dios y los hombres. No debemos abandonar nuestro sacerdocio espiritual sino tener siempre ceñidos nuestros lomos con el cinto blanco de la verdad. “Estad pues firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad”, Efesios 6.14.

Santiago Saword

Viviendo por encima del promedio (18)

 Soportando deshonra y salivazos


Dick Faulkner estaba sirviendo como cantante para un grupo eclesiástico en un tour por los lugares mencionados en el Nuevo Testamento. Habían ido a la Isla de Patmos en el Mar Egeo. Su guía los había llevado a la cueva donde se dice que el apóstol Juan escribió el libro de Apocalipsis. Cuando salieron, escalaron una ladera cercana, donde el an­fitrión les dio un mensaje sobre el encarcelamiento de Juan, por parte del Emperador Domiciano. Cuando terminó le pi­dió a Dick que cantara.

Dick estaba sosteniendo una grabadora con grandes par­lantes que amplificaban su voz. Comenzó a cantar la can­ción de Don Wyrtzen sobre Apocalipsis 5:12:

Digno es el Cordero que fue muerto

Digno es el Cordero que fue muerto

Digno es el Cordero que fue muerto, para recibir:

Poder y riquezas y sabiduría y fuerzas.

¡Honor y gloria y bendición!

Digno es el Cordero,

Digno es el Cordero,

Digno es el Cordero que fue muerto,

Digno es el Cordero.

El mensaje se difundió por el paisaje rocoso de Patmos.

Antes que Dick hubiera terminado llegó otro bus turísti­co. La mayoría de las personas pasó de largo, pero una pe­queña mujer se acercó a Dick y lo escupió. Hay que reco­nocer que tenía buena puntería, ya que dio en el blanco. Pe­ro eso no detuvo la canción. Dick continuó hasta el final de “Digno es el Cordero.”

Algunos de los creyentes del tour sintieron que debía de­cirse o hacerse algo a la ofensora por este grave insulto, pe­ro Dick no compartió su sentimiento ^Después de todo, los hombres cubrieron la cara de nuestro Señor con deshonra y salivazos, y El no contraatacó. Fue escarnecido, desprecia­do y escupido, pero no pagó ojo por ojo. Cuando algunos hombres le escupieron era como si las criaturas le dijeran al Creador: “Esto es lo que pensamos de ti.” Cuando el Crea­dor murió en la cruz, les estaba diciendo, “Esto es cuánto los amo.”

Somos llamados a tener Su espíritu, “No os venguéis vo­sotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19). Estamos viviendo en el día aceptable del Señor, y no en el día de la venganza de nuestro Dios.

William McDonald

¿Cómo se debe orar en la Cena del Señor?

 

Podemos responder a esta pregunta planteando algunos ejemplos que a mi parecer son incorrectos poner en práctica al momento de orar en la Cena del Señor.

El primero tipo es dar gracias por todo los que nos ha pasado, por la lluvia caída que riega los campos, por la salud de los hermanos, incluir palabras de gratitud profunda. Lo anterior está muy bien para una reunión de oración, pero para una reunión de adoración, como es la Cena del Señor, ese tipo de oración debe ser excluida.

El Segundo tipo de oración que me encontrado en mis años de participar en el partimiento del Pan es aquellas que se alaba a Dios y en medio de la misma hay palabras de exhortación dirigidas a los condiscípulos que están participando en la adoración. Este tipo de oración no conviene ni para una reunión de oración, o nos dirigimos al Padre o a los hermanos, las mixturas no corresponden en una oración.

El tercer tipo de oración la llamo el discurso. Son aquellos que tienen escrito la oración y la leen. Tal vez, lo hacen así, porque se creen incapacitados para expresarse en el momento que nos levantamos para orar, porque creen que no tiene “el don de palabra” y no pueden expresarse correctamente. Puede ser que esa oración esté correcta desde el punto de vista de cómo se debe expresar en ese momento, pero la oración debe nacer del momento, de cuan cercano y agradecido estamos del Señor y no de un texto que pudo haber sido escrito por alguna otra persona.

Un cuarto tipo de oración es el individualismo. ¿Que quiero decir con esto? Es aquellas oraciones en que el que ora no lleva a los hermanos a la presencia de Señor. Hay expresiones como “yo” en vez de “nosotros”, “te alabo” en vez “te alabamos”. Está bien este tipo de oración cuando estamos solos, pero en la Cena del Señor no se está solo, somos muchos. Como resultado me es muy difícil decirle amen a este tipo de oración.

Si algún hermano nuevo (o incluso con años) comete algunas de estas prácticas, debe el hermano con mayor sabiduría y con tacto dirigir y explicar la forma correcta de orar en estos momentos. Por ningún motivo podemos a la “bruta” indicar que está mal lo que ha hecho, sino con amor explicar y clarificar el modo correcto, de esa forma el hermano es edificado y no herido.

Dicho lo anterior, ahora pondremos la forma correcta, a mi entender (y que he escuchado de hermanos ancianos durante los años de mi vida cristiana), de expresarnos cuando oramos en la Cena del Señor.

Debemos tener siempre presente a quien nos dirigimos y a quien alabamos: al Padre. Como somos un cuerpo compuesto de muchas personas, no podemos ser “singulares” como si estuviéramos orando solos, si no “plurales”, porque, como ya lo dijimos, el que está orando debe incluir a todos en la oración, para que podamos todos decir con propiedad amen.  Lo que hemos dicho anteriormente lo graficamos con el siguiente ejemplo: Un hermano se para a ora y lo expresa del siguiente modo: “Padre te alabo porque tú me salvaste”. Aquí vemos que ninguno de los presentes en la cena del Señor está incluido en la oración. En cambio, si hubiera dicho: “Padre te alabamos porque nos salvaste”, con certeza todos diremos con fuerza amén, porque todos están incluidos en la oración que dirigió al Padre.

El hermano que ora debe tener claro, vuelvo a reiterarlo, que habla en representación de todos los hermanos. Se imaginan si un grupo tiene una cita con el presidente de una nación, y uno de ellos tiene que hablar en representación de los demás. ¿Qué pensarían el resto del grupo y el presidente al escuchar al representante de hablar de “yo vengo a expresarle ‘mi’ gratitud…”?  Lo más probable que en el grupo surja la siguiente pregunta “¿qué hago aquí?”.  El creyente que ora habla por todo el grupo de creyente que lo escucha en ese momento. Siguiendo con el ejemplo anterior, lo que se espera de quien lleva “la voz cantante” es que diga algo como: “señor presidente, los que estamos aquí queremos agradecerle por lo que nos ha hecho, porque sin la ayuda no se hubiera logrado, etc.”

Para resumir, lo que deberíamos expresar en nuestra oración en la Cena del Señor, son alabanzas al Padre por la obra que el Señor Jesucristo; recordar lo él hizo por nosotros en la cruz del calvario y nada fuera de eso. Expresar la gratitud por un bien concedido es para una oración personal o de reunión de oración, pero no para la cena del Señor. La oración que se hace la cena del Señor se expresan las perfecciones del Señor Jesucristo: ¡eso lo que alaba al Padre!

Amados hermanos, espero haber respondido la pregunta expresada en el enunciado.

Suyos en el Señor,

S.K.R.