C. El
testimonio en el Nuevo Testamento.
El testimonio que nos da el Nuevo Testamento sobre la Deidad del Señor
Jesucristo es fundamental y es la base para esta doctrina. En él encontramos
los dichos que atestiguan y aseveran que Jesús de Nazaret es Dios y lo
reconocían como tal y le entregaban la debida adoración.
Revisemos algunos pasajes que nos hablan de nuestro tema:
1.
Se le llamó Dios.
Quizás la exclamación
de Tomás, a las palabras de Jesús resucitado, “¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20:28) revela la
verdadera naturaleza de Jesús el Mesías y que Tomás lo tenía arraigado en lo
más profundo de su corazón. Si antes tenía dudas acerca de la Divinidad del
Señor, ahora, que lo veía ante él de pie y hablándole, ya no existían. Y Juan,
casi terminando el primer siglo, escribe sin ninguna duda:”… y el Verbo
era Dios” (Juan 1:1c).
Y Pablo le escribió a los creyentes en Roma: “de quienes son los patriarcas, y
de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las
cosas, bendito por los siglos. Amén.” (Romanos 9:5). Juan en su primera carta
expresó: “Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado
entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en
su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna” (1 Juan
5:20).
Los testimonios que hemos citado bastan para
comprender que Jesús el Mesías era Dios. Que los testigos presenciales lo
consideraban que era Dios e incluso Pablo, que no estuvo presente en el
ministerio del Señor, lo reconoce como Dios. Es cierto que hay pasajes que
pueden darnos la idea que el Señor Jesucristo no era Dios, pero siempre debemos
interpretar esos pasajes difíciles a la luz de los pasajes que son claros y
explícitos como los que hemos detallado.
2.
Se le llamó Hijo de Dios.
El término “Hijo” implica
igualdad y, al mismo tiempo, subordinación.
Lo que queremos decir lo explicamos con el siguiente ejemplo: un
Padre y su Hijo son iguales como
personas, ambos son de la misma sustancia: ambos son similares ya que son de
carne y huesos. Por tanto, siguiendo la misma analogía, esto implica igualdad entre Dios Padre y
el Hijo, porque son de la misma sustancia.
En el caso
de la subordinación, que lo analizaremos más adelante en otro artículo, diremos
que voluntariamente se coloca bajo la autoridad del Padre y hace lo que éste le
indica. No implica en la caso del Señor que hubo ni hay abuso de poder, sino que
el Hijo dio un paso voluntario para lograr la redención de los hombres que
creyesen.
Desde el
primer versículo de Evangelio de Marcos deja bien claro que Jesucristo es “Hijo
de Dios”. Con esto establece la pauta que no es sólo un mero hombre, sino el
Hijo de Dios encarnado. Aunque no escribe nada acerca de este proceso, como lo
hacen Mateo y Lucas en su respectivos evangelios, si expresa lo mismo que
describe Pablo a los Filipenses (2:5-8), que si bien es el Hijo de Dios, este
vino a servir y no ser servido.
En Lucas, el
Ángel le revela a María el origen de este hijo que iba a nacer de ella: “será
llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35). Y más adelante, Lucas, cuando detalla la genealogía de Jesús, no deja conectar su ascendencia con Dios mismo
(Lucas 3:38).
Satanás,
cuando tentó al Señor en el desierto, le dijo “si eres Hijo de Dios” (Mateo
4:3, 6). Si bien lo hizo poniendo en duda su condición de Hijo, no para negar
que Jesús poseyese esa condición, sino su fin era forzarlo a hacer algo para lo
que él no había venido. De ahí la respuesta del Señor: “Escrito está…”.
En el ministerio
del Señor Jesús, es curioso que los mismos demonios daban testimonio que este
hombre que estaba delante de ellos expulsándolos era el “Hijo de Dios”: “También salían demonios de muchos,
dando voces y diciendo: Tú eres el Hijo de Dios. Pero él los reprendía y no les
dejaba hablar, porque sabían que él era el Cristo.” (Lucas 4:41, vea también
Marcos 3:11; Mateo 8:29). El hecho que pudiera lograr esa expulsión con su sola
autoridad, hablaba por sí mismo que a este hombre al que ellos llamaban “Hijo
de Dios” era el mismo Dios.
El mismo Señor Jesucristo dio
testimonio de sí mismo como Hijo de Dios: “De cierto, de cierto os digo: Viene
la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los
que la oyeren vivirán.” (Juan 5:25).
Por último, Pablo le escribe a los
romanos: “Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la
carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del
pecado, condenó al pecado en la carne;” (Romanos 8:3).
Además podemos citar las siguientes referencias que sería conveniente tener
estudiar: Mateo 27:40, 43; Juan 1:34; 19:7; 10:36; 11:4; 20:31; 2 Corintios
1:19; Gálatas 2:20; Hebreos 4:14; 10:29; 1 Juan 3:8; 4:15; 5:5,10,12,13;
Apocalipsis 2:18.
3.
Se le llamó Señor.
Antes
de detallar los pasajes que nos indican que Jesús se llamó así mismo Señor o le
llamaron Señor, diremos que se entiende cuando pronunciamos esta palabra. Señor
viene del griego Kurios y era el equivalente del término hebreo Adonai, que
quiere decir Señor y se utilizaban exclusivamente para referirse a Dios, de
esta manera el devoto judío reemplazaba el nombre de Jehová por Adonaí porque
era un nombre demasiado santo y temían usarlo para hechos profanos. Por lo
tanto, cuando el Mesías usaba el título de Señor, en realidad estaba diciendo
que él era Dios. En Mateo 4:7, 10 se ve un ejemplo claro de lo que hemos dicho
(cf. Mateo 22:37).
De
acuerdo a lo que hemos indicado, encontramos en la Escritura ejemplos que hablan de Jesús como SEÑOR, dicho por el
mismo:
·
“…porque el Hijo del Hombre es Señor del día de reposo.”
(Mat. 12:8);
·
“Mas Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: Vete a tu casa, a
los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha
tenido misericordia de ti. (Marcos 5:19)
·
“Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien,
porque lo soy” (Juan 13:13).
Pero
también encontramos que los discípulos le llamaban “SEÑOR” cuando estaban con
él, y cuando llevaban a otros a Cristo.
·
“Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! (Juan
20:28)”
·
“Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús
a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36)
·
“Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor
Jesús, recibe mi espíritu” (Hechos 7:59).
·
“Entonces Ananías respondió: Señor, he oído de muchos acerca de
este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén;” (Hechos 9:13).
·
“Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás
salvo, tú y tu casa.” (Hechos 16:31).
Y
en el último libro de la Biblia encontramos lo siguiente: “en su
vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE
SEÑORES” (Ap.19:16). La expresión “Rey
de Reyes” aparece en el antiguo testamento tres veces (Ezequiel 26:7; Daniel
2:37; Esdras 7:12) y en referencia a rey de Babilonia y de Persia; y la
expresión de “Señor de Señores” la encontramos en Deuteronomio 10:17 y el
Salmo 136:3 y en referencia a
superioridad de Dios. Por lo tanto este título divino nos habla de la
supremacía que el Señor tendrá cuando vuelva en su segunda venida (1 Timoteo
6:14-15).
4.
Otros nombre.
“… el primero y el último” (Ap. 1:17; Ver también
Apocalipsis 22:13). Este título se
aplica a Dios en el libro de Isaías (41:4; 44:6; 48:12).
Alfa y Omega (Ap. 22:13; 1:8,11).
5.
Su relación con la Divinidad.
a) Igualdad divina.
En la oración sumo sacerdotal del Señor
Jesús en Juan 17, expresa y anhela aquella gloría que tuvo con el Padre antes
de la encarnación. Dice: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con
aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.” (Juan 17:5). O como
lo expone Pablo: “…siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como
cosa a que aferrarse” (Fil. 2: 6a). Ni por ningún momento pensemos que él dejo
de ser Dios por hacerse hombre, por ningún momento perdió su condición divina.
El mismo expresa que él era igual a Dios, porque quien lo veía a él, veía al
Padre: “y el que me ve, ve al que me envió” (Juan 12:45).
En forma innegable, Pablo recalca a los colosenses respecto del
Señor: “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Col.
2:9). Si hubiese sido un ser creado como algunos en forma de doctrina enseñan,
jamás se hubiera escrito esto tan revelador respecto del Hijo de Dios. Ni el
autor de la carta a los hebreos hubiera escrito: “el cual,
siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia” (Hebreos
1:3a).
Por tanto, el Hijo, siendo de la misma sustancia del Padre, era uno con
el Padre y por ende, Dios mismo.
b) Relación divina.
Con respecto a la relación divina, no
ha habido nadie tan unido a su Padre como la relación que manifestaba el Hijo
hacia el Padre. Él mostraba una obediencia perfecta, sabiendo que al hacerlo lo
llevaría a morir en una forma tan ignominiosa y cruel, como era la crucifixión,
muerte reservada a los criminales y esclavos (Juan 5:30; 6:38; Lucas 22:42;
Hebreos 10:7,9). A pesar de lo anterior, el Señor podía expresar con profunda
convicción: “Yo y el Padre uno somos.” (Juan 10:30), dejando en claro cuan
profunda era la unión que había en ellos; el uno estaba al lado del otro.
Además, encontramos que desde el
comienzo de la Iglesia, ya se colocaba a un mismo nivel el Padre y al Hijo.
Vemos esto en la formula bautismal de Mateo 28:19. Fijémonos en la expresión
“en el nombre”. Al estar en singular, y
no en plural, podemos entender que no existe diferenciación de personas, sino
que son una sola y están a un mismo nivel. Si se hubiera querido establecer que
existe una diferencia entre las personas, se hubiera expresado de otra
manera en forma clara, y explícitamente
se muestren a estas personas que no son iguales y no existe una unidad entre
ellas.
Pablo no dejó de mostrar esta unión en
bendición apostólica: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la
comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén.” (2 Corintios
13:14); “Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos
amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia, conforte
vuestros corazones, y os confirme en toda buena palabra y obra.” (2 Tesalonicenses
2:16, 17).
En otros pasajes encontramos que
hablan de esta relación de igual son los siguientes: Juan 14:23; 17:3.
6.
Recibió Adoración.
Desde que la
ley fue promulgada, quedó claro que la adoración pertenece en forma exclusiva a Dios (Éxodo
20:3-6 cf. Mateo 4:10 y Apocalipsis 22:8,9). Y en algunos pasajes vemos que el
Señor Jesucristo recibió verdadera adoración. Por lo que podemos concluir que Cristo
es Dios.
Podemos
imaginarnos cuanto asombro debió haber provocado que unos extranjero llegasen a
la capital del reino de Herodes “diciendo: ¿Dónde está el rey de los
judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos
a adorarle... Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y
postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro,
incienso y mirra.” (Mat. 2:2, 11). Los sabios del oriente no fueron para adorar
a Dios en el templo, o a María, sino a Cristo Jesús, recién nacido. Ya iniciado
su ministerio él acepto la adoración de
los discípulos, después que vieron como caminaba sobre las aguas en una noche
tormentosa e hizo caminar a Pedro sobre las aguas y como el clima se calmó después
que Él subió a la barca. “Entonces los que estaban en la barca vinieron y le
adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios.” (Mat. 14:33).
Otros ejemplos los encontramos en que
se muestra la adoración que se rindió al Señor: Mateo 9:18; Lucas 24:52.
Para los discípulos hubiera sido muy
complicado, como hombres religiosos, educados bajo la enseñanza de un rabino de
la sinagoga local, rendir adoración sino estuviesen convencidos que el Mesías
era Dios. Si Cristo no hubiera sido Dios, entonces esta adoración hubiese sido
idolatría. Sin embargo, es mandato de Dios que el Hijo sea adorado: “Y otra
vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: Adórenle todos los
ángeles de Dios.” (Hebreos 1:6). “…para que todos honren al Hijo como
honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió.”
(Juan 5:23). Esto es cierto por todas las edades, los cristianos hemos adorado
a Cristo como Dios. Los hombres nacidos de nuevo no hubiesen estado satisfechos
de adorar a un mero hombre.