sábado, 27 de diciembre de 2025

La Salvación, Una Introducción (5)

 La Santificación

Puntos clave

·         En la salvación somos apartados para Dios y hechos santos.

·         Las vidas de los creyentes deben ser apartadas para Dios y deben estar caracterizadas por la santidad práctica.

·         La santificación significa una separación de las influencias dañinas o antibíblicas.

·         Un día los santos serán sacados del mundo, pero mientras tanto somos llamados a vivir vidas santas en el mundo.

La “santificación” quiere decir dedicar o apartar a alguien o algo para Dios. La palabra en griego (jagiasmos) también se traduce en algunas partes como “santidad”. La santidad y la santificación son lo mismo. Aunque comúnmente se piensa que la santificación se trata de hacerse más espiritual y menos pecaminoso, muchas veces la palabra no tiene esa connotación. Por ejemplo, el Señor Jesucristo djo: “Yo me santifico” (Jn. 17:19), y Él no podía hacerse más santo. Lo que quería decir era que Él se santificó o se dedicó a la obra del Calvario (Jn. 10:36). A lo largo de las Escrituras se describe a Dios como “santo”. Esto no quiere decir que tenía que ser apartado, sino que siempre estaba apartado de la creación y su pecado. En el Antiguo Testamento, lo primero que Dios santificó fue un día. El día de reposo fue puesto aparte de los otros días para Dios (Gn. 2:3). En el Antiguo Testamento la santificación está acompañada a menudo de ciertos ritos. Las personas eran santificadas por el rito del lavamiento (Ex. 19:10,14), los altares eran santificados por la sangre rociada (Ex. 29:37) y los utensilios eran santificados por la aplicación del aceite (Ex. 40:10).

En el Nuevo Testamento desaparece la santificación por medio de los ritos. La santificación se convierte en una realidad espiritual que se basa en la muerte de Cristo. Un nombre común para describir a los creyentes en el Nuevo Testamento es “santos”, que significa alguien santificado. La palabra “santo” describe a todo creyente y no es un estatus que se obtiene gradualmente (Hch. 20:32; Ef. 5:26; Heb. 10:10). Por consiguiente, los creyentes cuyas vidas eran muy cuestionables fueron descritos como “santos” (1 Co. 1:2,30; 6:11).

En las Escrituras del Nuevo Testamento hallamos que hay una gran variedad de cosas que se pueden santificar, por ejemplo, la comida (1 Ti. 4:5) y el matrimonio (1 Co. 7:14). Si me alimento para tener la energía para vivir para Dios, esa comida es santificada. Si se contrae matrimonio con un deseo mutuo de agradar a Dios, ese matrimonio también es santificado. Hay mujeres “santas” (1 P. 3:5) y hombres “santos” (2 P. 1:21), profetas “santos” (2 P. 3:2) y apóstoles “santos” (Ef. 3:5). Cualquier persona o cosa dedicada a Dios es “santo”.

Aunque la santificación y la justificación ocurren de manera simultánea en el momento de la salvación, hacen referencia a diferentes aspectos de la salvación. La justificación significa que Dios elimina nuestra culpa, mientras que la santificación significa que Él aparta al creyente para el servicio.

Dios desea que lo que los creyentes son posicionalmente también lo sean en la práctica (Ro. 6:19; 12:1; 1 Ts. 4:3; 1 P. 1:15,16). Por eso, los creyentes no deben involucrarse en actividades que sean pecaminosas o que le reste valor a su servicio para Dios.

En las Escrituras se enfatizan tres agentes de la santificación: (a) el Espíritu Santo (1 Co. 6:11; 2 Ts. 2:13; 1 P. 1:2), (b) el Hijo (Heb. 10:10), y (c) la Verdad de Dios (Jn. 17:17; Ef. 5:26).

La santificación a veces se refiere al trato de Dios hacia las personas mientras están bajo convicción de pecado o la obra de Él en sus vidas antes de su conversión para que se acercaran a Cristo (1 P. 1:2; 2 Ts. 2:13). Esto no quiere decir que fueran santos antes de la conversión, sino que Dios trata con ellos de una manera especial.

El propósito supremo que Dios tiene para nosotros es nuestra plena dedicación a Él (1 Jn. 3:2; Ro. 8:29). Un día seremos santificados a Dios de manera absoluta.

ESCRITURAS CLAVE

Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Sóstenes, a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro: el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos (1 Corintios 1:1-2).

¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; más ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo, y por el Espíritu de nuestro Dios (1 Corintios 6:9-11).

Elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas (1 Pedro 1:2).

En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre (Hebreos 10:10).

Hablo como humano, por vuestra humana debilidad; que, así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia (Romanos 6:19).

Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación (1 Tesalonicenses 4:3).

 

CITAS CLAVE

Existe una santificación que es absoluta y completa, y es válida para toda persona que ha puesto su confianza enteramente en Cristo Jesús para su salvación. Esta santificación no es progresiva y es igualmente válida para el creyente como su justificación (1 Co. 6:11). Por lo tanto, no está relacionada con ningún cambio moral ni práctico en su vida. El creyente es santificado por fe en Cristo Jesús (Hch. 26:18) …También existe en la Palabra de Dios lo que se podría llamar la santificación relativa… Dios llamó “tierra santa” al área que rodeaba la zarza ardiente (Ex. 3:1-6). El apóstol Pedro llamó al monte de transfiguración “el monte santo” (2 P. 1:18) … Nuestra comida es santificada por la Palabra de Dios y la oración (1 Ti. 4:4,5) … Todo esto se relaciona por asociación con la santificación. La tierra en Éxodo 3 no cambió materialmente, ni tampoco lo hizo el monte de la transfiguración. Eran santos porque el Señor estaba allí… La comida es santificada por la Palabra de Dios y las oraciones de su pueblo… la comida (no) experimenta ningún cambio material… Apreciar esta enseñanza nos ayuda a entender Hebreos 10:29, donde se considera al apóstata…También existe en la Palabra de Dios lo que se podría llamar la santificación eclesiástica (2 Ti. 2:21). Pocas cosas pueden ser más desagradables para Dios que la propagación del error en nombre de Cristo. En donde esto se acepta de manera irreversible, el claro deber del hijo de Dios que desea ser un instrumento para honra, santificado y dispuesto para el uso del Maestro es limpiarse o alejarse de esos instrumentos para usos viles. El honor al Señor y la utilidad de uno mismo para Él demanda esto en todo momento, especialmente hoy en día cuando la unidad a toda costa es el clamor de la cristiandad. A lo largo de la Palabra de Dios también existe un claro llamado a la santificación práctica. La experiencia del nuevo nacimiento y la posesión de una nueva naturaleza debe crear dentro del hijo de Dios un deseo profundo de vivir con pureza y santidad. El apóstol Pedro dice esto: “Si no, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1 P. 1:15). Albert Leckie

La palabra santificar significa poner aparte (tiene la misma raíz que la palabra “santo”). La santificación tiene tres aspectos para el creyente. Primero, el creyente ha sido apartado al ser introducido en la familia de Dios. A esto se le llama generalmente santificación posicional… Esto es válido para todo creyente, independientemente de su condición espiritual… También existe un aspecto de la santificación basado en la experiencia. Como hemos sido puestos aparte, debemos apartarnos cada vez más en nuestra vida diaria (1 P. 1:16). En el sentido posicional ninguno es más santificado que otro, pero en cuanto a la experiencia es totalmente correcto decir que un creyente es más santificado que otro. Todas las exhortaciones del Nuevo Testamento que tienen que ver con el crecimiento espiritual están relacionadas con este aspecto progresivo y práctico de la santificación. También hay un sentido en el que no seremos totalmente apartados para Dios hasta que nuestra posición y nuestra práctica concuerden perfectamente, y esto solo ocurrirá cuando veamos a Cristo y seamos como Él (1 Jn. 3:1-3). Así que hay un aspecto de la santificación que a menudo es llamado nuestra última o futura santificación y que aguarda nuestra completa glorificación con cuerpos resucitados (Ef. 5:26-27; Jud. 24,25). Charles Caldwell Ryrie

 Alan Summers

EL PARIENTE CERCANO

 

Cuando tu hermano empobreciere, y vendiere algo de su posesión, entonces su pariente más próximo vendrá y rescatará lo que su hermano hubiere vendido. Y cuando el hombre no tuviere rescatador, y consiguiere lo suficiente para el rescate, entonces contará los años desde que vendió, y pagará lo que quedare al varón a quien vendió, y volverá a su posesión. Mas si no consiguiere lo suficiente para que se la devuelvan, lo que vendió estará en poder del que lo compró hasta el año del jubileo; y al jubileo saldrá, y él volverá a su posesión. Levítico 25.25 al 28

¨       Hará la cuenta con el que lo compró, desde el año que se vendió a él hasta el año del jubileo... (Levítico 25.47-52)

¨       Si tú quieres redimir, redime; y si no quieres redimir, decláramelo para que yo lo sepa; porque no hay otro que redima sino tú, y yo después de ti (Rut 4.1-10).

La ley de la redención es una de las más hermosas de la Biblia; demuestra el corazón de Dios quien no quiere que persona alguna permanezca en la esclavitud del pecado. Toda la ley de la redención tuvo su cumplimiento en el Señor Jesucristo, quien al morir en la cruz pagó el precio de nuestro rescate, librándonos de la esclavitud del pecado, del presente siglo malo y de la condenación eterna.

Cuando un israelita empobrecía, podía enajenar su tierra, o aun él mismo podía venderse como siervo, pero no para siempre. Según sus posibilidades, estaba en el deber de redimirse, pagando el precio de su rescate; si no estaba en condiciones de hacerlo, debía hacerlo un pariente cercano; y aun si este no quería o no podía, en el año del jubileo tanto el siervo como su posesión quedaban en libertad.

En el libro de Rut vemos un caso de redención hecha por un pariente cercano llamado Booz. Pero veamos cómo Cristo llenó totalmente todas las exigencias de la ley del Redentor.

 

1. El Redentor tenía que ser un pariente cercano, es decir uno de la misma sangre.

En el caso de Rut había sólo dos parientes cercanos. Uno no quiso redimir. Final-mente Booz redimió; fue el redentor, tanto de Rut y Noemí, como de la posesión que Elimelec, marido de Noemí, había enajenado.

Pero en el caso nuestro ¿quién podía redimir? Todos nuestros parientes cercanos eran tan esclavos al pecado como nosotros, “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”, Romanos 3:23. Sólo un justo podía redimir, pero ¿dónde encontrarlo? “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, Juan 1:29. ¡Gracias a Dios por Jesucristo, su don inefable!

“Por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban du­rante toda la vida sujetos a servidumbre”, Hebreos 2:14,15.

Cristo tomó un cuerpo semejante al nuestro, pero sin pecado; Él realmente se hizo hombre, y como hombre perfecto pagó con su muerte el precio de nuestra redención. “Fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corrupti­bles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero sin mancha y sin contaminación”, 1 Pedro 1:18,19.

¡Redentor! ¡Oh, que belleza

En tal título se ve!

Cristo sólo, con certeza,

Digno de llevarlo fue.

¡Redentor! ¡Qué alegría tuyo ser!

 

2. El pariente cercano debía redimir cuando el hombre pobre no podía hacerlo por sí mismo.

Rut y Noemí, dos mujeres viudas ¿cómo podían pagar por su rescate? Imposible. En igual condición estábamos nosotros, no podíamos pagar por nuestra redención. Ningún pecador puede salvarse a sí mismo, “porque la redención de su vida es de gran precio, y no se logrará jamás”. “¿Qué recompensa dará el hombre por su alma?” Salmo 49:8; Marcos 8:37.

Más gracias a Dios, “cuando aún éramos débiles, a su tiempo, Cristo murió por los impíos”, Romanos 5:6. Si Cristo no se hubiera presentado para morir por nosotros, no habría ni la más mínima esperanza de salvación para ningún mortal, estaríamos perdidos para siempre, pero ¡alabado sea Dios! Cristo pagó por pura gracia y nos ha dado una redención gratuita.

La cuenta está saldada. El trono de Dios no tiene nada que demandar de nosotros. “¿Quién acusará a los es cogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”, Romanos 8:33‑34.

Querido hermano, descansa seguro. Dios no demanda dos veces la misma cuenta. Ya Cristo pagó.

 

3. El pariente cercano debía tener con qué redimir.

Booz era hombre rico, por eso Noemí dijo a Rut: “Nuestro pariente es aquel varón, y uno de los que pueden redimirnos”.

¿Podía Cristo redimir? ¿Podía pagar el precio? El precio era inmenso. Era necesario pagar con una vida limpia, perfecta y sin mancha. La obra del Calvario es elocuente, “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios”, 1 Pedro 3:18. La expresión “una sola vez” indica que tal sacrificio fue suficiente.

“Cristo con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados”, Hebreos 10:14. La vida limpia de Cristo, al darla en sacrificio por nuestros pecados, llenó completamente las exigencias de la justicia divina. Dios está satisfecho y nosotros gozamos de una libertad plena.

 

4. El pariente cercano debía querer redimir.

No estaba obligado a hacerlo, era un acto voluntario. En el caso de Rut, el pariente más cercano no quiso, porque dañaba sus intereses. No buscaba el bien del otro; buscaba lo suyo propio. Pero Booz redimió voluntariamente sin coacción.

¿Quién obligó a Cristo a poner su vida por nosotros? Nadie; Él mismo dijo: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar”, Juan 10:17‑18. Sólo el amor constriñó a Cristo a hacerlo.

No fueron los clavos los que le sujetaron al madero sino su amor. “Cristo nos amó, y se entregó a si mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante”, Efesios 5:2. No hay méritos en nosotros. Todo lo debemos a Él.

Lo que somos y tenemos, sólo es nuestro en Él.

 

5. El pariente cercano debía pagar totalmente el precio del rescate.

Debía hacerse un cálculo minucioso hasta el año del jubileo. Esto era necesario para que el siervo pudiera quedar totalmente libre.

Cristo en la cruz exclamó con voz de triunfo: “¡Consumado es!” Cuando quisieron darle una bebida de vinagre mezclada con hiel, posiblemente para mitigar sus dolores, no quiso beberla; Él vino a ser como el Cordero Pascual, el cual tenía que ser asado totalmente al fuego, no podía quedar nada de él crudo. Si Cristo hubiera dejado de pagar algo en la cruz, nuestra redención sería incompleta. Pero, ¡gloria a Dios! Cristo canceló toda la deuda. “Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”, Romanos 8:1.

Hermanos, tengamos confianza. Nuestra redención es completa y segura. El infierno no puede condenarnos. Satanás no puede acusar a los escogidos de Dios, y aunque lo haga, su acu­sación no tiene validez. Nuestras imperfecciones pueden hacernos gemir, pero no pueden llevarnos a la perdición. Sólo esperamos el día cuando también nuestros cuerpos, mortales ahora, serán redimidos de la corrup­ción y de la muerte.

Redentor bendito: Esperamos el día de tu gloriosa venida. “¡Sí. Ven Señor Jesús!”. Apocalipsis 22:20.

¡Oh qué triunfo más brillante! ¡En el cielo un hombre entró! Y es allá representante de su pueblo a quien salvó.

Senderos Espirituales, 1986

Sabiduría e inteligencia espiritual

 


No cesamos de… pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual. Colosenses 1:9


El apóstol Pablo oraba constantemente para que estos creyentes tuvieran pleno conocimiento de la voluntad de Dios en “toda sabiduría e inteligencia espiritual”. En la las Escrituras, la voluntad de Dios puede referirse a los consejos eternos de Dios, como se menciona en Efesios 1:11: “… conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad”. En otros pasajes, se refiere a la voluntad de Dios para los suyos en relación con la vida diaria, y este es el significado en el versículo de hoy.

El discernimiento de la voluntad de Dios para nuestro andar depende del estado espiritual del alma, lo cual está implícito en las palabras sabiduría e inteligencia espiritual. El apóstol no está sugiriendo que el pleno conocimiento de su voluntad se obtenga mediante un conocimiento intelectual de los mandamientos expresos de Dios, tal como sucedía con la Ley. Menos aún puede obtenerse por el consejo de otros, aunque no debemos despreciar el consejo fraternal.

La sabiduría y la inteligencia espiritual implican una percepción de lo que es bueno y sabio a los ojos de Dios, aparte del mandato expreso. La sabiduría es el conocimiento de la verdad, mientras que inteligencia espiritual es el discernimiento espiritual que hace una aplicación correcta de la verdad a las circunstancias particulares.

En el camino de la voluntad de Dios, no basta con la simple sabiduría y entendimiento humanos. Es una “senda que ave de rapiña no conoce, ni que ojo de halcón ha alcanzado a ver; las orgullosas bestias no la han pisado, ni el fiero león ha pasado por ella” (Job. 28:7-8 NBLA). No existe un ojo más agudo que el del halcón, ni ningún animal tan audaz como el león. Ahora bien, en el camino de la fe, las leyes naturales en relación con la audacia y la agudeza de visión no son suficientes. El entendimiento espiritual se adquiere mediante un ojo sencillo, es decir, al estar mirando solo a Cristo. “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos” (Sal. 32:8).

Hamilton Smith

La Fortaleza del creyente

 

El poder de la oración


Desde siglos pasados hasta los días presentes ha habido en el mundo muchos hombres y mujeres de oración. Algunas de sus derrotas se debieron al descuido en la oración; las victorias que alcanzaron fueron debidas al ejercicio de oración.

David fue hombre destacado en la oración, y muchas veces no procedía sin tener la seguridad que era la voluntad de Señor. Las citas de un solo capítulo de la Biblia, 1 Samuel 23, bastarían para probar la piedad de aquel hombre:

¨ oración por hacer la guerra a los filisteos, vv. 1,2

¨ oración para no dejarse intimidar por el miedo, vv. 3,4

¨ oración para saber los planes de sus enemigos voluntarios, vv. 9-11

¨ oración para descubrir la ingratitud de los keilanos, v.12

Creemos que las composiciones de David y muchos de sus salmos piadosos fueron el resultado de oraciones anticipadas. Varios de los salmos de David son de acciones de gracias a Dios por haberlo librado de caer en manos de sus enemigos.

Hablando de una manera general, hemos llegado a los tiempos que nos bastamos a nosotros mismos, y esta salvaguarda tan poderosa que es la oración la hemos reducido, administrándola por gotas.

¨ No oramos como deberíamos orar: “Con deprecación y súplica en el espíritu.”

¨ No oramos lo que deberíamos orar: “Por nada estéis afanosos, sino sean notorias vuestras peticiones delante de Dios en toda oración.” (Filipenses 4:6)

¨ No oramos cuando deberíamos orar: “Orando en todo tiempo.”

¨ No oramos por lo que deberíamos orar: Que vivamos en paz, piedad y honestidad. Que la Nación sea guardada del Concordato, del comunismo, del espíritu de los últimos tiempos llamado nacionalismo, y del otro espíritu peor, el amor a sí mismo.

Hermanos, estamos en tiempos en que Venezuela necesita mucha de la oración de hombres y mujeres espirituales: el desparpajo político de la Nación, la división en la familia a causa de los partidos e ideologías políticas, la libertad confundida por los inmorales sin Dios. Nuestras instituciones peligran a causa del vandalismo. Estamos próximas a nuevas elecciones presidenciales; se han abierto las agallas a los ambiciosos de mando. Venezuela está expuesta a una rebatiña. Jugando están con el país como cucaracha en baile de gallinas.

No son los discursos, ni los votos, ni los dólares; es la oración de los justos que obra eficazmente que puede salvar las libertades garantizadas en la Constitución de Venezuela. Hay un monstruo terrible echando sus sombras sobre este pobre mundo; es la sombra del mismo anticristo que quiere asentar sus garras en nuestra patria, haciendo promesas de libertad nacional.

Hombre de oración fue Pablo. Sus epístolas nos dan una idea de la constancia de aquel hombre en la oración. (2 Timoteo 1:3) Pero si el Hijo de Dios nuestro Salvador tuvo que orar y lo hizo muchas veces, ¡cuánto más necesitamos nosotros la oración! Los tiempos son peligrosos. Tenemos que orar por nosotros mismos para que el Señor nos haga más humildes. Se dice que San Agustín oraba a Dios diciendo: “Señor, guárdame del vicio de mi propia vindicación.”

Nuestra solicitud en oración debe ser: “Enséñanos a orar.” (Lucas 11.1) Muchos no sabemos pedir (Marcos 10:38); otros no tienen lo que desean porque no piden. (Santiago 4:2) Y no recibimos porque pedimos mal (Santiago 4:3). Pero al que sabe pedir Dios dice: “Te he dado las cosas que pedisteis.” (1 Reyes 3:13)

Ana sintió la necesidad de un reformador en Israel y pidió un Samuel, y Dios le oyó. Varios siglos después, otra Ana oraba de día y de noche y hablaba a los que esperaban en Jerusalén la redención de Israel. (1 Samuel 1 y Lucas 2:36-38)

Las derrotas de algunos hombres que agradaron a Dios fueron debidas a algún descuido en oración. David se fue para el otro lado sin buscar la dirección del Señor (1 Samuel 27) Si no hubiera sido por el cuidado que Dios tenía por su sirvo, David se hubiera hallado en un dilema, peleando en compañía de los enemigos contra Israel. (1 Samuel 29) Josafat no oró a Dios para salir a pelear con el rey Achab a Ramot de Galaad, y escapó por misericordia de Dios. (2 Crónicas 18:3,31,32) Josías no oró al Señor para combatir a Necao. El murió, para mayor gloria de Dios y de su siervo, pues Dios lo llevó con anticipación para que no viera el juicio que iba a venir a la nación de Israel por sus pecados. (2 Crónicas 35:2-24)

Hermanos, hay mucho porqué orar: porque los nuevos creyentes sean convertidos de veras, porque seamos librados de hijos extraños, porque los jóvenes sean fuertes y venzan al diablo, porque las jóvenes sean más santas y menos coquetas, por los ancianos para que hagan su obra con alegría, por el reparto con oración de El Mensajero Cristiano, La Voz en el Desierto y toda otra literatura sana, que no quede amontonada en casa, por el esfuerzo de los siervos del Señor en expandir el evangelio, porque haya un avivamiento en la familia para el estudio familiar. No hay espacio para indicar los problemas, los matrimonios, la conducta de los hijos, el ejemplo de los padres.

En fin, hermanos: Velemos y oremos para que no entremos en tentación. “Mirad, velad y orad, porque no sabéis cuándo será el tiempo. (Mateo 26:41, Marcos 13:33)
José Naranjo

La Mujer que agrada a Dios (2)

 


El Señor Jesús y la Mujer


Cuando Cristo vivió en el mundo los griegos, los romanos y los judíos consideraban a la mujer como criatura inferior al hombre. En Grecia la mujer estaba bajo el control y autoridad de su marido a nivel de esclava. En Roma la mujer era legalmente propiedad de su marido. Tenía más libertad que la mujer griega, pero esto resultó en relajamiento moral e incremento del divorcio. Entre los judíos, aunque consideraban a la mujer inferior al hombre, tenía un lugar de dignidad en el hogar. Pero tenía muy pocos derechos y nada de educación formal, ni siquiera religiosa. Cristo vivió en una sociedad totalmente dominada por el hombre.

La actitud de Cristo hacia la mujer ofrece un marcado contraste a la situación imperante en sus días. Nunca mostró prejuicio, jamás habló mal de la mujer, apreciaba su aportación y siempre la trató con cortesía y respeto.

Sintió compasión por ellas en su necesidad. Sanó a la suegra de Pedro de su fiebre (Mt. 8: 14), a la mujer con flujo de sangre que tocó el bordo de su manto (Mt. 9:20) y a la mujer que anduvo encorvada por dieciocho años (Lc. 13:11). En Naín resucitó al hijo de una viuda y lo presentó a su madre (Lc. 7:12-15). Trató con delicadeza y gracia a la mujer sorprendida en adulterio (Jn. 8:3). Sus palabras, "Venid a mí todos os haré descansar" (Mt. 11:28), tuvieron gran poder de atracción para las mujeres cuyas cargas eran verdaderamente pesadas. Cuando colgaba de la cruz mostró compasión hacia su madre al hacer provisión para ella (Jn. 19:25-27).

Dirigió palabras de elogio a algunas mujeres. A la mujer cananea que intercedió a favor de su hija endemoniada le dijo: "Oh mujer, grande es tu fe" (Mt. 15:21-28). Un día, estando sentado cerca del arca de las ofrendas, vio a los ricos echando su dinero y también a una viuda muy pobre que echó dos blancas. Elogió su sacrificio diciendo: "En verdad os digo, que esta viuda, echó más que todos" (Lc, 21:1-4). Se fijó, no en la cantidad de la ofrenda, sino en el corazón de quien la dio. Los ricos dieron lo que no les hacía falta, ella dio todo lo que tenía y ella dio satisfacción al corazón de Dios.

Respetaba la inteligencia y capacidad espiritual de la mujer. Aunque las niñas y las mujeres no recibían educación formal, no discriminó en contra de ellas al enseñar en público y en ciertas ocasiones les enseñó en privado. Muchas de las revelaciones más profundas de sí mismo y de su Padre fueron dadas a una mujer.

En el capítulo cuatro del evangelio de Juan leemos de su encuentro junto a un pozo con una mujer samaritana. A pesar de que "los judíos y los samaritanos no se trataban entre sí" (Jn. 4:9) y que un rabino no hablaría en público con una mujer (ni siquiera con su esposa), el Señor conversó con esta mujer repudiada por la sociedad. Trató con ella el tema de la adoración y la necesidad de adorar a Dios en espíritu y en verdad, ya que Dios es espíritu (Jn. 4:24). ¡Se reveló como el Mesías que tanto judíos como samaritanos esperaban, luna gran revelación que no había dado a ningún otro! La mujer creyó y su testimonio hizo que muchos de sus vecinos vinieran a Cristo y creyeran también en él.

En la casa de Marta y María en Betania vemos que María, "sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra" (Lc. 10:39). El Señor Jesús indicó que esto era de su agrado. No le dijo a María que su lugar era la cocina, sino que respetó su deseo y su capacidad de aprender. Pero tampoco despreció el servicio de Marta ya que en forma amable le indicó que el servicio sólo no es suficiente. Es necesario dedicar tiempo para sentarnos a sus pies y aprender de él. Nos quiere a nosotras más que nuestro servicio. Lo que somos es más importante que lo que hacemos.

Poco después, Lázaro, el hermano de María y Marta, cayó enfermo y murió. Fue a Marta a quien el Señor dirigió palabras maravillosas que han consolado a su pueblo a través de los siglos: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá" (Jn. 11:25).

El Señor Jesús aceptó el servicio de las mujeres. Ya mencionamos el hogar en Betania donde dos hermanas piadosas le brindaban su bienvenida y su cuidado. También leemos de "muchas mujeres las cuales habían seguido a Jesús desde Galilea, sirviéndole" (Mt. 27:55), Y de "otras muchas que le servían de sus bienes (Lc. 8:2, 3). Parece que hubo un grupo de mujeres preparado y dispuesto a sufrir incomodidades a fin de suplir las necesidades materiales del Señor y sus discípulos. C. C. Ryrie observa que cuando se menciona algún servicio hecho directamente al Señor, es un servicio de ángeles o ide mujeres! ¡Qué bendición es estar dentro del número de las mujeres que le sirven!

El Señor Jesús apreciaba el cariño y la gratitud de las mujeres. En Lucas 7:36-50 leemos de un incidente que ocurrió en casa de un fariseo que invitó a Cristo a comer con él. Durante el transcurso de la cena una pobre mujer, que "era pecadora", entró y se acercó a sus pies, llorando' Al caer las lágrimas sobre sus pies, los enjugaba con sus cabellos, los besaba y los ungía con un perfume costoso. El fariseo la hubiera echado de la casa sin permitir que ella lo tocara, pero el Señor aceptó su tributo amoroso. Dijo que amaba tanto porque sus muchos pecados habían sido perdonados. Observemos de paso que el Señor se fijó en la negligencia del fariseo tanto como en la gratitud de la mujer. ¿Qué recibe el Señor de nosotras?


Cerca del final de su ministerio terrenal ocurrió algo parecido (Jn. 12:1-8; Mt. 27:6-18). Esta vez fue en casa de sus amigos en Betania y María, la que se había sentado a sus pies, ahora trajo perfume de nardo puro y ungió esos pies. Cuando rompió el vaso que contenía el perfume y lo derramó, uno de los discípulos protestó "este desperdicio". Para María nada era demasiado caro o precioso para darlo a su Señor. El la alabó diciendo que había hecho una buena obra. ¿Hay algo que nosotras consideramos demasiado caro para darlo al Señor? ¡Cuánto debe haber apreciado el Señor la devoción de esta mujer, especialmente a la luz de la aparente lentitud de los discípulos en aceptar su muerte venidera! María ungió al Señor anticipando su muerte. Otras mujeres llegaron al sepulcro con sus especies aromáticas y ungüentos cuando ya no eran necesarios porque él no estaba allí (Lc. 28:55-24:8). Brindémosle hoy el amor y la adoración de nuestros corazones redimidos, el "sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre" (Heb. 13:15).

El Señor Jesús dio a unas mujeres el alto honor de aparecer primeramente a ellas después de su resurrección. Ellas tuvieron el privilegio de llevar la noticia de la resurrección a los discípulos (Mt. 28:1-10; Mr. 16:1-10; Lc. 24:1-10; Jn. 20:1-18). El relato bíblico no indica que algún discípulo, salvo Juan, estuviera cerca de la cruz, ¡pero las mujeres estaban allí! (Mt. 27:55). Y "muy de mañana, siendo aun oscuro", el día de la resurrección, las mujeres llegaron a la tumba. Tal vez no se debió a que su fe era mayor que la de los discípulos porque parece que todos estaban sumidos en la desesperación. Fue su amor lo que las trajo al lugar donde estaba, amor al hombre que había transformado sus vidas. Su amor fue galardonado, y ¡qué grande fue su galardón! Su tristeza se cambió en gozo, su llanto en cántico. Cuando vieron al Señor resucitado, triunfante sobre la muerte, corrieron a compartir con otros la grata noticia.

El amor que busca, siempre tendrá la dicha de ser el amor que ve. No es el orgulloso, el poderoso, el intelectual a quien se revela el Señor, sino al que con corazón humilde busca verle. Mientras más grande el amor, más clara la visión. El clamor del corazón de María: "¿Dónde está él?”, recibe como respuesta: “María”. Aquel a quien buscaba le hablaba usando su nombre. ¿Qué buscamos nosotras hoy? El Señor promete: “El que me ama será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él (Jn. 14:21)

Fay Smart y Jean Young

El monte de los Olivos: Cristo el gran profeta

 


Estando él sentado en el monte de los Olivos, los discípulos se le acercaron aparte, diciendo: Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo? Mateo 24.3 Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía. Apocalipsis 19.10


Las cosas del Padre

La profecía ocupa un lugar importantísimo en las Sagradas Escrituras, porque en ella están revelados los propósitos de Dios. En el aposento alto, antes de salir al Getsemaní, nuestro Señor dijo a sus discípulos: “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer”, Juan 15.14,15.

La profecía se divide entre los acontecimientos ya cumplidos y los que están por cumplirse. El hecho de que tantas profecías se hayan cumplido, desde la del huerto de Edén hasta el tiempo presente, es para nosotros la prueba de que Dios cumplirá también, en su debido orden y tiempo, las demás profecías. Como fueron cumplidos al pie de la letra centenares de profecías en cuanto al primer advenimiento de Cristo, no hay duda de que tengan también su cabal cumplimiento las muchas profecías en cuanto a su segunda venida.

Se pueden notar en 1 Corintios 10.32 tres temas de la profecía: (i) los judíos, (ii) los gentiles y (iii) la Iglesia de Dios. Hay malas interpretaciones de la Biblia que ignoran esta distinción. Por ejemplo, un hombre va a consultar a su médico en cuanto a un mal que siente. Como no hay tabique entre la sala de espera y el consultorio, él oye lo que el médico está aconsejando al paciente que está delante. Se le ocurre que para economizar dinero él puede buscar los remedios que el médico está recetando para el otro, sin esperar una consulta para sí.

¡Qué ridículo! Lo que sirve para uno, no sirve para otro en cuestiones de medicina. En cuanto a la profecía, algunos leen Mateo 24, por ejemplo, y aplican varios detalles como si fueran para la Iglesia. El caso es que el sermón en el Olivar fue para Israel.

El monte en el esquema profético

Este monte está muy vinculado con los temas proféticos. Cristo partió de allí (O sea, del Getsemaní; ese huerto quedaba en una ladera del cerro) para el Calvario. “Se fue, como solía, al monte de los Olivos; y sus discípulos también le siguieron”, Lucas 22.39.

El volvió en resurrección, y de allí partió en su ascensión. Inmediatamente después de su subida, los discípulos “volvieron a Jerusalén desde el monte que se llama del Olivar, el cual está cerca de Jerusalén, camino de un día de reposo”, Hechos 1.12.

Zacarías 14.4 trata de su venida en gloria como Rey de reyes: “Se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al oriente; y el monte de los Olivos se partirá en medio ... haciendo un valle muy grande”.

¿Veis todo esto?

El capítulo 24 de Mateo empieza con una profecía importante. A los discípulos le habían llamado la atención del Señor a los grandes edificios del templo, y El respondió: “¿Veis todo esto? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada”.

Parecía una cosa imposible, ya que el templo de Herodes llevó muchos años en construcción (según algunos, 46 años, incluyendo los edificios aparte del templo mismo), e incorporaba muchas enormes piedras de mármol blanco. Sin embargo, unos treinta y siete años después, en el año 70, un gran ejército romano tomó la ciudad de Jerusalén después de una lucha cruenta. Por algún motivo no explicado claramente, los soldados tumbaron las piedras con palancas de hierro. Efectivamente, todo fue arrasado, y la profecía de nuestro Señor se cumplió al pie de la letra.

Dos simientes

Cristo es el centro y la circunferencia de la profecía. Él es tema de la primera profecía, que es la del Génesis 3.

En vista de la calamidad en el Edén, cuando entró el pecado por la sutileza de la serpiente, Dios tuvo que pronunciar sentencia. Adán quiso esquivar su responsabilidad, alegando que la mujer le había dado del fruto del árbol. Dios se dirigió a ella, diciendo: “¿Qué es lo que has hecho?” Ella por su parte quiso culpar a la serpiente.

Así, Él se dirigió a la serpiente. En este caso fue una culebra que se prestó como instrumento de Satanás, como han hecho tantos seres humanos hasta el presente, y entre ellos Judas Iscariote. Le dijo Dios: “Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida”, 3.14. Era un castigo corporal y material.

En el versículo 15 hay un cambio evidente, cuando Dios habla de la simiente de la mujer. Hay una sola mujer en toda la historia humana de cuya simiente se habla, y el texto está en Isaías 7.14: “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel”. ¡Cuán clara es esta profecía en cuanto a la encarnación! No figura aquí ningún padre humano, por cuanto Cristo no fue engendrado por varón. El era simiente de la mujer, como fue profetizado 4000 años antes de nacer María.

Luego Dios hace referencia a la simiente de la serpiente, Satanás. La tercera palabra de Dios a la serpiente tendría su cumplimiento en el Calvario. Fue: “Esta te herirá en la cabeza”. Vemos cuán importante fue la parte que tuvo el diablo en los sufrimientos del Señor. El entró en Judas y con el cebo de la codicia le hizo traidor. Después, el odio, la malicia y las maquinaciones de los sacerdotes y gobernadores fueron despertados por el cebo de la envidia.

El Salvador exclamó en el Salmo 22 que los toros de Basán abrieron sobre él su boca como león rapaz y rugiente. El toro es un animal que embiste ciegamente y sin provocación, y así fueron los sacerdotes. El “león” en el salmo es Satanás, la inspiración de los insultos, burlas, blasfemias y calumnias. “Si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz”, decían. El diablo había hablado de esta misma manera en Mateo 4.3 para insinuar que Cristo no era divino.

Fue Satanás quien le metió miedo a Poncio Pilato. Actuando contra sus convicciones, este hombre se hizo cómplice de los enemigos de Jesús. Mandó azotarle y permitió a sus soldados cometer atrocidades contra la persona santa de nuestro Señor. El miedo es otro cebo que emplea el león rugiente para amedrentar el espíritu de los fuertes.

La última parte de la profecía en Génesis es: “Tú le herirás en el calcañar”. Nuestro Señor, por la gracia de Dios, gustó la muerte por todos; Hebreos 2.9. El padeció de maneras indecibles la mordedura de la serpiente, pero a la postre aplastó a ésta debajo de su pie. Leemos en Hebreos 2.14 que El participó de carne y sangre “para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo”. El mensaje del evangelio de Cristo es que los que creen se convierten de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; Hechos 26.18. Satanás es un enemigo vencido.

Algunas figuras proféticas

El primer tipo profético lo encontramos en Génesis 2.21 al 24. Es la figura de la esposa. “De la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre”. Encontramos en Efesios 5.25 al 27 que “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella ... a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa...”

Como Adán recibió a su esposa mediante su costado herido, así por sus heridas en la cruz nuestro Señor Jesús tiene una esposa que es “hueso de sus huesos y carne de su carne”. Comprada a precio de su sangre y objeto de su amor, la Iglesia es purificada por la Palabra y El intercede por ella delante del Padre. Cuando El venga, ella será transformada en la misma imagen y semejanza de su Señor, sin mancha, ni arruga ni cosa semejante.

Miqueas, escribiendo 710 años antes de Cristo, profetiza el lugar de su nacimiento: “Tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel”. Se distingue este pueblo de la otra Belén en Zabulón. David nació en Belén, haciendo de éste un pueblo real. Cristo nació con doble título al trono de David: por María, quien era del linaje real, y de José políticamente; véanse Mateo 1.6 y Lucas 3.23.

En Isaías 62.11 está la primera referencia a Cristo como Jesús. El nombre traducido allí como Salvador es en el original Yesua, y quiere decir “Jehová Salvador”. Mateo 1.21 da la razón: “El salvará a su pueblo de sus pecados”. Vemos, pues, que Jesús encierra un doble significado: su deidad como Jehová, y su carácter como Salvador. ¡Cuántas multitudes en todas partes del mundo nombran a Jesús despectivamente y hasta con blasfemia, ignorando su personalidad trascendental!

Los primeros versículos de Isaías 61 se refieren proféticamente a Cristo en su ministerio de amor: “... a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos ...” El Señor mismo indicó en Lucas 4.17 al 21 que la profecía tuvo su cumplimiento con su venida a este mundo: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros”.

El capítulo 53 de Isaías es un resumen bien acertado del nacimiento de Cristo, sus padecimientos y su gloria futura. Aunque pronunciadas siete siglos antes de su realización en la vida y muerte de Cristo, las palabras son inmortales, y han comunicado vida eterna a las almas que las han recibido.

Los salmos de David fueron escritos mil años antes de la encarnación de nuestro Salvador, pero varios de ellos los llamamos salmos mesiánicos porque son proféticos de él. Se distinguen como mesiánicos por ser citados con relación a Cristo en el Nuevo Testamento.

El Salmo 22, por ejemplo, se conoce como “el salmo de la cruz”, empezando con el clamor: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” El, hacia el final de las seis horas de padecimientos indecibles, y en las tinieblas desde el mediodía hasta las 3:00 de la tarde, repitió estas mismas palabras en gran angustia. El sufrió el desamparo por causa de nuestros pecados para que encontrásemos un amparo eterno debajo de las alas del Omnipotente.

El apóstol Juan, testigo presencial de los sufrimientos del Calvario, ha indicado en su relato inspirado cuatro profecías que fueron cumplidas en la crucifixión:

¨       Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes. Salmo 22.18, Juan 19.23, 24

¨       Sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese, Tengo sed. Salmo 69.21, Juan 19.28,29

¨       No le quebraron las piernas. Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza. Salmo 34.20, Juan 19.33,34

¨       Mirarán a mí, a quien traspasaron. Zacarías 12.10, Juan 19.37

En la mañana de la resurrección, cuando nuestro Señor se juntó con dos de los discípulos suyos en el camino a Emaús — una población a unos once kilómetros de Jerusalén — ellos no le conocieron. Después de haberles reprendido por su incredulidad, El les convenció por la palabra profética que todo había sucedido como fue antedicho en las Escrituras. “Comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían”. Notamos así la armonía perfecta de todas las profecías en cuanto a la persona de Cristo y su obra trascendental de la cruz.

El objetivo

La finalidad de la palabra profética es:

1. Comprobar la inspiración divina de las Sagradas Escrituras. “Si el profeta hablare en nombre de Jehová, y no se cumpliere lo que dijo, ni aconteciere, es palabra que Jehová no ha hablado; con presunción la habló el tal profeta; no tengas temor de él”, Deuteronomio 18.22

2.  Ensalzar la persona de nuestro Señor Jesucristo, vindicar su obra y hacer hincapié en el futuro glorioso que le espera. “¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? ... les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían”, Lucas 24.26,27

3. Dar al pueblo del Señor una inteligencia en cuanto a los propósitos de Dios. “Todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer”, Juan 15.15

4. Controlar la vida y el comportamiento del creyente y de la Iglesia. “Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir!” 2 Pedro 3.11

El peligro es de conseguir un conocimiento teórico de la palabra profética pero no manifestarlo en la vida privada día a día, ni colectivamente con nuestros hermanos en la fe.

Una advertencia

Advierte nuestro Señor: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces”, Mateo 7.15.

Desde tiempos antiguos han habido falsos profetas. Uno de ellos fue Balaam, quien por amor a la ganancia material estaba dispuesto a maldecir al pueblo terrenal de Dios. Su consejo al rey Balac fue el de poner una trampa en forma de la fornicación y la idolatría para la destrucción de los hijos de Israel. Murieron veintitrés mil en un solo día.

Estamos en los días postreros según el apóstol Pablo, y son tiempos peligrosos. Profetas falsos y fundadores de herejías perniciosas se multiplican, cosa que llegará a su colmo cuando suba de la tierra el que se llama la bestia, Apocalipsis 13.11. El mismo se llama más adelante, 16.13, el falso profeta, y es el anticristo.

El creyente verdadero puede protegerse de estos peligros al rechazar rotundamente toda insinuación que rebaje en algo la persona y los atributos de nuestro Señor. Nada le conviene contaminar el alma con la lectura del material de los llamados testigos de Jehová, los adventistas, o los mormones, ni de la secta “Sólo Jesús” y la metafísica. En todos éstos hay escondido uno que otro veneno mortífero.

Santiago Saword